colgaba hasta casi taparle la boca. Tampoco era más alto que Faile —puede que incluso fuera un poco más bajo que ella—, pero su porte, con los brazos cruzados y aquella intensa mirada que le daba apariencia de un halcón contemplando un gallinero desde el aire, hizo que Perrin estuviera seguro de su identidad. El hombre también sabía quién era él, de eso tampoco cabía la menor duda.
Tras despedirse de Rand, Perrin inhaló profundamente y se encaminó pasillo adelante. Se sorprendió pensando que le gustaría tener su hacha a mano; Bashere llevaba la espada a la cadera.
—¿Lord Bashere? —Hizo una inclinación de cabeza que no fue correspondida. El hombre emitía una intensa peste a fría cólera—. Soy Perrin Aybara.
—Vamos a hablar —manifestó secamente Bashere, que giró sobre sus talones. A Perrin no le quedó más remedio que seguirlo; y, a pesar de sus largas piernas, tuvo que apretar el paso para no rezagarse.
Después de girar en dos intersecciones, Bashere entró en una pequeña sala de estar y cerró las puertas tras ellos. Los grandes ventanales dejaban entrar la luz a raudales y más calor de lo que soportaba la atmósfera del cuarto pese a su techo alto. Dos sillas con asientos mullidos y respaldos altos y tallados se habían colocado una frente a la otra. Una jarra de cuello fino y alargado y dos copas, las tres piezas de plata, se encontraban sobre una mesa adornada con incrustaciones de lapislázuli. Nada de ponche, en esta ocasión, sino vino fuerte a juzgar por el olor.
Bashere sirvió las copas y tendió una a Perrin con gesto brusco; a continuación señaló perentoriamente una de las sillas. Bajo el bigote esbozaba una sonrisa, pero el gesto y los ojos no parecían pertenecer a la misma persona. Estos últimos podrían haber remachado clavos.
—Supongo que Zarina te habló sobre mis posesiones antes de que te… casaras con ella. Me refiero a todo lo relativo a la Corona Rota. Es una chica muy parlanchina.
El hombre seguía de pie, así que Perrin hizo lo mismo. ¿La Corona Rota? Faile nunca había mencionado nada de eso.
—Primero me dijo que erais un mercader de pieles. O quizá lo primero fue comerciante de maderas y después lo de mercader de pieles. También vendíais cerecillas. —Bashere dio un respingo y repitió lo de «mercader de pieles» con tono incrédulo, en un susurro—. Su historia cambiaba de una vez para otra —continuó Perrin—, pero muy a menudo solía comentar algo que vos decíais sobre cómo debía actuar un general, de modo que le pregunté directamente y… —Bajó la vista a su copa de vino y después se obligó a buscar la mirada del otro hombre—. Cuando descubrí quién erais estuve a punto de cambiar de idea sobre casarme con ella, sólo que Faile ya lo había decidido y cuando se le ha metido algo en la cabeza hacerla cambiar de idea es como azuzar a una mula que ha resuelto sentarse. Además, la amaba. La amo.
—¿Faile? —espetó Bashere—. ¿Quién, en nombre del Abismo, es Faile? ¡Estamos hablando de mi hija Zarina y de lo que has hecho con ella!
—Faile es el nombre que adoptó cuando se convirtió en cazadora del Cuerno —explicó pacientemente Perrin. Tenía que causar buena impresión a este hombre; estar a malas con el suegro era casi tan malo como estarlo con la suegra—. Eso ocurrió antes de conocernos.
—¿Una cazadora del Cuerno? —El orgullo traslució en la voz del hombre, así como en su inopinada sonrisa. El olor a ira casi desapareció—. Esa pequeña descarada jamás me dijo una palabra sobre eso. He de admitir que Faile le va mejor que Zarina. Ponerle ese nombre fue idea de su madre y yo… —De repente se sacudió y asestó a Perrin una mirada de desconfianza. La cólera volvió a olerse en el aire—. No intentes cambiar de tema, muchacho. Estamos hablamos de ti y de mi hija y de ese supuesto matrimonio vuestro.
—¿Supuesto? —A Perrin siempre se le había dado bien controlar el genio; la señora Luhhan afirmaba que nunca había tenido un estallido de rabia. Cuando uno es más corpulento y más fuerte que los otros chicos con los que crece, se aprende a no perder la calma. Empero, en ese momento estaba teniendo cierta dificultad para conseguirlo—. La Zahorí celebró la ceremonia, un ritual con el que todo el mundo en Dos Ríos se ha casado desde tiempos inmemoriales.
—Muchacho, daría igual si la hubiese celebrado un Mayor Ogier con seis Aes Sedai como testigos. Zarina aún no tiene edad para casarse sin permiso de su madre, algo que nunca pidió ni, mucho menos, recibió. En este momento está con Deira y, si no convence a su madre de que es lo suficientemente adulta para casarse, será llevada a nuestro campamento, seguramente sirviendo a su madre como silla de montar. En cuanto a ti… —Los dedos de Bashere acariciaron la empuñadura de su espada aunque no pareció ser consciente de ello—. A ti tendré que matarte —dijo en un tono casi jovial.
—Faile es mía —gruñó Perrin. El vino le cayó en la muñeca y, al bajar la vista, miró con sorpresa la copa, aplastada en su puño. Puso la retorcida pieza de plata sobre la mesa con cuidado, junto a la jarra, pero no pudo hacer nada respecto a su voz—. Nadie me la quitará. ¡Nadie! Llevadla a vuestro campamento o a cualquier otra parte e iré por ella.
—Tengo nueve mil soldados conmigo —informó el otro hombre con un tono sorprendentemente suave.
—¿Acaso son más difíciles de matar que los trollocs? Intentad quitármela. ¡Intentadlo, y entonces lo comprobaremos! —Perrin se dio cuenta de que estaba temblando de rabia, con los puños tan apretados que le dolían. Le impresionó la intensidad de su ira; hacía tanto tiempo que no se había puesto furioso, verdaderamente furioso, que ya había olvidado lo que se sentía.
Bashere lo estudió de arriba abajo y luego sacudió la cabeza.
—Será una pena tener que matarte. Necesitamos sangre nueva en la familia, porque la de nuestra casa empieza a volverse débil. Mi abuelo solía decir que todos nos estábamos volviendo blandos y tenía razón. No soy ni la mitad de hombre que era él y, por mucho que me avergüence admitirlo, Zarina es terriblemente blanda. No débil, ojo… —Frunció el entrecejo un instante y asintió al ver que Perrin no iba a decir que Faile era débil—, pero blanda, a pesar de todo.
Aquello dejó a Perrin tan pasmado que se sentó antes de darse cuenta de que se había movido hacia la silla. Casi olvidó que estaba furioso. ¿Es que este hombre estaba loco para que cambiara de tema así? ¿Que Faile era blanda? Su mujer podía mostrarse deliciosamente tierna a veces, cierto, pero cualquier hombre que creyera que era blanda en el sentido que apuntaba su padre lo más probable es que se quedara sin cabeza y que Faile se la sirviera en bandeja a su padre. Incluido él.
Bashere cogió la copa aplastada, la examinó, volvió a dejarla en la bandeja y se sentó en la otra silla.
—Zarina me habló bastante de ti antes de reunirse con su madre, todo sobre lord Perrin de Dos Ríos. Eso suena bien. Me gustan los hombres capaces de saber estar a la altura y aguantar el tipo cuando están ante un trolloc. Ahora quiero saber qué clase de hombres eres.
Esperó expectante, dando sorbos de vino. Perrin habría deseado tener un poco más del ponche de Rand o incluso su copa de vino intacta, porque la garganta se le quedó seca de golpe. Quería dar una buena impresión, pero tenía que empezar diciendo la verdad.
—El hecho es, señor, que no soy realmente un lord. Soy un herrero. Veréis, cuando los trollocs llegaron… —Enmudeció porque Bashere se había echado a reír y lo hacía con tantas ganas que tuvo que enjugarse los ojos.
—Muchacho, el Creador no hizo las casas nobles. Algunos lo olvidan, pero si retrocedes lo suficiente en cada una de ellas encontrarás a un plebeyo que dio muestras de un valor fuera de lo normal o que mantuvo la calma y tomó el mando cuando todos los demás corrían de un lado a otro como gansos desplumados. Pero, ojo, otra cosa que algunos prefieren olvidar es que el camino cuesta abajo es igualmente repentino. Tengo dos doncellas en Tyr que serían damas nobles si sus antepasados dos siglos atrás no hubiesen sido tan necios que ni siquiera los necios los seguirían. Y un leñador en Sidona que afirma que sus ancestros eran reyes y reinas anteriores a Artur Hawkwing. Puede que diga la verdad; es un buen leñador. Hay tantos caminos hacia abajo como hacia arriba, y los primeros son tan resbaladizos como los otros. —Bashere resopló tan fuerte que se le levantaron los pelos del bigote—. Un necio gime cuando la fortuna le da la espalda y lo hace descender, pero hace falta ser un completo estúpido para gemir y quejarse cuando la fortuna le sonríe a uno y lo empuja hacia arriba. Lo que quiero saber de ti no es quién eres ni lo que eres, sino cómo eres por dentro. Si mi esposa deja a Zarina sin despellejar y yo no te mato a ti, ¿sabes cómo tratar a una esposa? ¿Y bien?
Teniendo muy presente que quería causar buena impresión, Perrin decidió guardarse el comentario de que preferiría volver a ser un herrero.
—Trato a Faile lo mejor que sé —contestó con precaución.
—Lo mejor que sabes. —Bashere volvió a resoplar—. Más te vale que eso sea suficiente, muchacho, o te… Bueno, ya me has oído. Una esposa no es un soldado de caballería que sale corriendo cuando gritas. En cierto modo, una mujer es como una paloma. Se la coge con la mitad de fuerza que uno considera necesario o, en caso contrario, se le puede hacer daño. Y tú no quieres hacer daño a Zarina, ¿me explico? —De improviso, y sorprendentemente, sonrió y su voz casi sonó amistosa—. Podrías ser un buen yerno, Aybara, pero si la haces desgraciada… —De nuevo acarició la empuñadura de su espada.
—Intento hacerla feliz —dijo seriamente Perrin—. Causarle daño o infelicidad sería lo último que querría hacerle.
—Bien, porque sería lo último que harías, muchacho. —Pronunció esas palabras sonriendo también, pero Perrin no tenía duda alguna de que Bashere había dicho en serio todas y cada una de ellas—. Creo que es hora de que te lleve ante Deira. Si ella y Zarina no han terminado su conversación a estas alturas, será mejor que aparezcamos por allí antes de que una mate a la otra. Siempre se exaltan un poco cuando discuten, y Zarina ya es muy mayor ahora para que Deira ponga fin a la disputa dándole una zurra. —Bashere dejó su copa en la mesa y continuó hablando mientras se encaminaban a la puerta—. Hay una cosa de la que debes estar al tanto. Sólo porque una mujer diga que cree algo no quiere decir que sea verdad. Oh, sí lo cree, pero una cosa no es necesariamente cierta sólo porque una mujer lo crea. Tenlo siempre presente.
—Lo tendré. —Perrin creía entender a lo que se refería el hombre. A veces Faile sólo tenía un conocimiento somero de la verdad. Nunca con cosas importantes o, al menos, no con las que ella consideraba importantes, pero si prometía hacer algo que no deseaba hacer, siempre se las ingeniaba para dejarse un agujero por el que escabullirse y guardar la forma de la promesa saltándose