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  2. El señor del caos
  3. Capítulo 189
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a mí respecta, cada día las entiendo menos.

—Igual que yo. —Perrin suspiró. El ponche estaba realmente fresco, y Rand no parecía sudar ni una gota—. Por cierto, ¿dónde está Mat? Si tuviera que adivinar, diría que en la taberna más próxima y con iguales posibilidades de tener un cubilete de dados en la mano o una chica en sus rodillas.

—Más le vale que no sea así —comentó sombríamente Rand mientras dejaba su copa de ponche sin probarla—. Se supone que tiene que estar de camino hacia aquí con Elayne, para que sea coronada. Y con Egwene y Nynaeve, espero. Luz, queda tanto que hacer antes de que llegue ella. —Meció la cabeza como un oso acorralado y después miró a Perrin—. ¿Querrías ir a Tear por mí?

—¡A Tear! Rand, llevo más de dos meses en los caminos. Mi trasero está cogiendo la forma de la silla de montar.

—Puedo dejarte allí esta noche. Hoy. Podrías dormir en la tienda de un general y no acercarte a una silla de montar durante tanto tiempo como quieras.

Perrin lo miró de hito en hito; parecía hablar en serio. De repente se encontró pensando si Rand seguía estando cuerdo. Luz, tenía que estarlo, al menos hasta el Tarmon Gai’don. Tomó un buen trago de ponche para quitarse el mal sabor de boca. Vaya forma de pensar en un amigo.

—Rand, aunque pudieras dejarme en la Ciudadela de Tear ahora mismo, seguiría diciendo que no. Tengo que hablar con alguien aquí, en Caemlyn. Y me gustaría ver a Bode y a las otras.

Rand no parecía estar escuchándolo. Se dejó caer en una de las sillas doradas y se quedó mirando a Perrin con gesto sombrío.

—¿Recuerdas el modo en que Thom solía hacer juegos malabares con todas aquellas bolas haciendo que pareciera tan fácil? Bueno, pues yo estoy haciendo juegos malabares ahora por la cuenta que me trae y, te lo aseguro, no es nada fácil. Sammael está en Illian y los demás Renegados sabe la Luz dónde. A veces ni siquiera creo que ellos sean lo peor de todo. Hay rebeldes que me creen un falso Dragón. Hay seguidores del Dragón que piensan que pueden quemar pueblos en mi nombre. ¿Has oído hablar del Profeta, Perrin? Bah, da igual; no es peor que el resto. Tengo aliados que se devoran unos a otros y el mejor general que puedo nombrar para enfrentarse a Illian sólo piensa en lanzarse a la carga y hacer que lo maten. Elayne tendría que estar aquí quizá dentro de mes y medio, con suerte, pero entre tanto puede que me encuentre con una rebelión en las manos. Luz, quiero entregarle Andor intacto. Me planteé ir a buscarla yo mismo, pero era lo peor que podría haber hecho. —Se frotó la cara con las dos manos y habló sin retirarlas—. Lo peor, con mucho.

—¿Y qué dice Moraine de todo esto?

Rand bajó las manos lo suficiente para mirar a su amigo por encima de ellas.

—Moraine ha muerto, Perrin. Mató a Lanfear y murió ella. Se acabó ese apoyo.

Perrin tomó asiento. ¿Moraine muerta? No podía creerlo.

—Bueno, si Alanna y Verin están aquí… —Hizo rodar la copa entre las palmas. Era incapaz de confiar en ninguna de esas dos mujeres—. ¿Les has pedido consejo?

—¡No! —Rand hizo un ademán cortante con la mano—. Se mantienen lejos de mí, Perrin. Eso es algo que les dejé bien claro.

Perrin decidió pedirle a Faile que hablara con Alanna y Verin para indagar lo que estaba pasando. Las dos Aes Sedai lo hacían sentirse incómodo a menudo, pero Faile parecía entenderse bien con ellas.

—Rand, sabes tan bien como yo lo peligroso que es enfurecer a una Aes Sedai. Moraine vino a buscarnos, o a ti, en cualquier caso, pero hubo veces en que pensé que estaba dispuesta a matarnos a Mat, a mí y a ti. —Rand no dijo nada, pero al menos ahora parecía estar prestando atención, con la cabeza un poco ladeada—. Si una décima parte de las historias que hemos oído desde que salimos de Baerlon son medio ciertas, éste puede ser el peor momento posible para despertar las iras de una Aes Sedai. No pretendo saber lo que está ocurriendo en la Torre, pero…

Rand se sacudió y se inclinó hacia adelante.

—La Torre está dividida completamente, Perrin. La mitad piensa que soy un cerdo que se compra en el mercado, y la otra mitad… No sé lo que piensa exactamente. Durante tres días seguidos me he reunido con algunas componentes de su embajada. Se supone que tengo que sostener otra reunión con ellas esta tarde y todavía no he conseguido sacar nada en claro con ellas. Hacen muchísimas más preguntas de las que contestan y no parecen muy complacidas de que les dé tan pocas respuestas como ellas a mí. Al menos Elaida, que es la Amyrlin por si todavía no te has enterado, y sus representantes dicen algo, aunque parecen creer que me impresionará tanto que unas Aes Sedai me hagan reverencias que no profundizaré demasiado.

—Luz —musitó Perrin—. ¡Luz! ¿Me estás diciendo que parte de las Aes Sedai se han rebelado realmente y que te has puesto justo entre la Torre y las rebeldes? ¡Dos osos prestos a luchar y tú estás recogiendo frambuesas en medio! ¿Te has parado a pensar alguna vez que tendrías problemas de sobra con las Aes Sedai sin necesidad de esto? Te lo digo en serio, Rand. Siuan Sanche conseguía que los dedos de los pies se me encogieran dentro de las botas, pero al menos uno sabía dónde pisaba con ella. Me hacía sentir como si fuera un caballo y ella estuviese intentando decidir si serviría para una carrera de fondo, pero al menos dejaba muy claro que no tenía intención de ensillarme ella misma.

La risa de Rand sonó demasiado ronca para que trasluciera algo de alegría.

—¿De verdad crees que las Aes Sedai me dejarían en paz sólo porque yo hiciese lo mismo? ¿A mí? La división de la Torre es lo mejor que me ha podido pasar, un golpe de suerte. Están demasiado ocupadas observándose las unas a las otras para volcar toda su atención en mí. Sin eso, me toparía con veinte Aes Sedai cada vez que diera media vuelta. O cincuenta. Tengo a Tear y a Cairhien respaldándome, en cierto modo, y un punto de apoyo aquí. Sin la ruptura, cada vez que abriese la boca tendría a alguien objetando: «Sí, pero las Aes Sedai dicen…». Perrin, Moraine hizo todo lo posible por manejarme hasta que le dije basta y, en honor a la verdad, ni siquiera estoy seguro de que dejara de intentarlo entonces. Cuando una Aes Sedai dice que te aconsejará y que luego tú decidirás, significa que sabe lo que deberías hacer y que te obligará a hacerlo si puede. —Cogió su copa y bebió un largo trago. Cuando la soltó, parecía más tranquilo—. Si la Torre estuviese unida, a estas alturas tendría muchas cuerdas atadas con las que me dirigirían, no podría mover ni un dedo sin antes pedirles permiso a seis Aes Sedai.

También Perrin rió con igual desgana y tan poca alegría como Rand.

—Así pues, piensas que es mejor… ¿qué? ¿Enfrentar a las Aes Sedai rebeldes contra la Torre? «Jalea al toro o jalea al oso; jalea a los dos y acabarás pisoteado y devorado.»

—No es tan sencillo, Perrin, aunque ellas no lo saben —dijo Rand con aire petulante—. Hay una tercera facción, dispuesta a arrodillarse ante mí. Si es que vuelven a ponerse en contacto conmigo. ¡Luz! No es así como deberíamos pasar la primera hora juntos desde hace tanto tiempo, hablando de Aes Sedai. Cuéntame cosas de Campo de Emond, Perrin. —Su semblante se suavizó hasta casi parecer el Rand que Perrin recordaba y sonrió anhelante—. Sólo estuve un poco con Bode y las otras, pero mencionaron todo tipo de cambios. Háblame de ellos, Perrin. Dime qué sigue igual.

Durante un buen rato charlaron sobre los refugiados y todas las novedades que habían llevado consigo: un nuevo tipo de judías y calabazas; variedades distintas de peras y manzanas; nuevos sistemas para tejer fino paño, así como alfombras; la manufactura de ladrillos y tejas; artesanía de talla de piedra y madera con más ornamentos de lo que se había visto nunca en Dos Ríos. Perrin ya estaba acostumbrado al ingente número de personas que había cruzado las Montañas de la Niebla, pero Rand parecía estupefacto. El tema de las ventajas y las desventajas de una muralla que alguien quería levantar alrededor de Campo de Emond y de otros pueblos de la comarca se trató en profundidad, así como la conveniencia de muros de piedra contra empalizadas de troncos. En ocasiones Rand parecía el joven de antaño, riendo de buena gana con la anécdota de la inflexible oposición que todas las mujeres de la comarca habían puesto al principio respecto a los vestidos taraboneses y domani, pero que ahora estaban divididas entre las que no se ponían otra cosa que los buenos y resistentes vestidos de Dos Ríos y aquellas que habían cortado para trapos todos los que tenían. O por la moda que habían adoptado algunos jóvenes de dejarse bigote como los taraboneses o los domani, que en algunos casos se complementaba con una perilla al estilo del llano de Almoth, lo que daba al poco avisado portador el aspecto de tener un animalillo peludo agarrado debajo de la nariz. Perrin no se molestó en comentar que las barbas como la suya se habían hecho aun más populares.

Empero, fue un golpe para él la manifestación categórica de Rand de que no pensaba visitar el campamento a pesar de haber en él hombres a los que conocía. Su siguiente comentario fue enigmático:

—No puedo protegeros ni a ti ni a Mat —musitó—, pero sí a ellos.

Ni que decir tiene que después de aquello la conversación languideció hasta el punto de que el propio Rand fue consciente de que, con sus silencios, estaba haciendo que decayera. Finalmente, se puso de pie al tiempo que suspiraba y se pasaba los dedos por el pelo; miró en derredor con aire contrariado.

—Debes de tener ganas de lavarte y descansar, Perrin. No quiero entretenerte más. Haré que os proporcionen habitaciones. —Lo acompañó a la puerta y de repente añadió—: ¿Pensarás en lo de Tear, Perrin? Te necesito allí y no es una misión que entrañe peligro. Te informaré de todos los detalles si decides ir y serás uno de los únicos cuatro hombres que saben el verdadero plan. —El gesto de su semblante se endureció—. Debes de guardar esto en secreto, Perrin, ni siquiera Faile puede saberlo.

—Sé callarme y ser discreto —repuso, molesto. Y un tanto apesadumbrado. El nuevo Rand había reaparecido—. Y pensaré en lo de Tear.

46. Al otro lado de las puertas

Perrin apenas prestó atención mientras Rand daba instrucciones a una Doncella:

—Dile a Sulin que prepare habitaciones para Perrin y Faile y que les obedezca como me obedecería a mí.

Las dos Aiel que estaban de guardia se tomaron aquello como si fuese un chiste de lo más divertido a juzgar por el modo en que se rieron mientras se palmeaban los muslos, pero Perrin estaba pendiente de un hombre delgado que se encontraba un poco más adelante del pasillo adornado con tapices. No le cupo la menor duda de que era Davram Bashere y no sólo porque se notaba su procedencia saldaenina, aunque no se parecía en nada a Faile, con aquel espeso y canoso bigote que le

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