pueblo y el bosque.
—Seguramente seguirán aquí hasta que regrese —le dijo a Talmanes mientras miraba por encima del hombro hacia las casas. No tardarían en aparecer, y no quería que nada de esto llegara a conocimiento de Egwene. Ella trataría de frenar el plan con cualquier traba que tuviese a su alcance—. En fin, eso espero. Si se ponen en movimiento, seguidlas dondequiera que vayan, pero no tan cerca como para asustarlas. Y si una joven llamada Egwene aparece por aquí, no hagas preguntas, limítate a cogerla y regresar a galope a Caemlyn aunque para ello tengas que abrir un agujero a través de Gareth Bryne. —Claro que existía la posibilidad de que tuvieran intención de ir a Caemlyn; tal vez. Pero tenía miedo de que su punto de destino fuera Tar Valon; Tar Valon y el hacha del verdugo—. Y que Nerim se quede contigo.
Talmanes sacudió la cabeza.
—Ya que te llevas a Nalesean, me sentiré ofendido si no me permites que ponga mi asistente a tu servicio.
Mat deseó que Talmanes sonriera de vez en cuando; sería una ayuda para saber cuándo bromeaba y cuándo no. Ahora, desde luego, parecía hablar muy en serio.
Nerim se encontraba a corta distancia, sujetando las riendas de Puntos y de su propia yegua, marrón y cachigorda, así como dos animales de carga que llevaban unos capachos de mimbre llenos a reventar. El asistente de Nalesean, un tipo robusto llamado Lopin, sólo sujetaba las riendas de un animal de carga además de las de su castrado y las del negro semental propiedad de Nalesean.
No eran éstos, empero, todos los componentes de la partida. Nadie había tenido a bien darle más detalles aparte de dónde estar y cuándo; pero, en mitad de otra conversación sobre convertirse en Guardián, Myrelle le comunicó que no había inconveniente en que se pusiera en contacto con la Compañía siempre y cuando no intentara acercarla más a Salidar. Eso era lo último que se le ocurriría hacer. Vanin estaba allí esta mañana porque probablemente podría investigar el terreno que pisaba en cualquier parte, así como una docena de soldados de caballería elegidos entre los componentes de la Compañía por su imponente físico y por haber sabido mantener bien el orden como Brazos Rojos allá, en Maerone. Por lo que había dicho Nalesean, unos puños fuertes y rápidos y unos buenos garrotes deberían bastar para poner fin a cualquier inconveniente en el que Nynaeve y Elayne se metieran, al menos el tiempo suficiente para poder hacerlas desaparecer como por arte de magia. Y por último estaba Olver con su corcel gris, al que había puesto el nombre de Viento, que quizá se merecía el zanquilargo animal. Llevar a Olver había sido una decisión fácil. La Compañía podría encontrarse en problemas si finalmente tenía que seguir a ese montón de chifladas. Tal vez con Bryne no, pero serían muchos los nobles que se encresparían ante el paso de dos ejércitos por sus tierras, lo que daría pie a ataques nocturnos y flechas volando desde cualquier arbusto. Sin duda cualquier ciudad sería más segura para el chico que eso.
Todavía ninguna Aes Sedai había dado señales de vida a pesar de que el sol empezaba a arrojar sus abrasadores rayos por encima de las copas de los árboles. Mat se caló el sombrero con irritación.
—Nalesean conoce Ebou Dar, Talmanes. —El teariano esbozo una mueca y asintió. El severo semblante del cairhienino no varió un ápice—. Oh, está bien. Que venga Nerim.
Talmanes asintió en silencio; puede que hubiese estado hablando en serio, después de todo. Por fin se vio movimiento en el pueblo: un grupo de mujeres con caballos. Elayne y Nynaeve no venían solas, aunque Mat no esperaba a nadie más. Aviendha llevaba un traje de montar gris, pero miraba a su flaca yegua parda con bastante desconfianza. La cazadora del Cuerno de rubia trenza demostraba más seguridad con un castrado de ancha grupa y pelo pardusco y parecía estar intentando convencer a Aviendha de algo sobre la yegua. ¿Qué pintaban esas dos allí? También había dos Aes Sedai —otras, aparte de Nynaeve y Elayne, supuso Mat que debería decir—, unas mujeres delgadas y con el cabello blanco, algo que hasta el momento no había visto en ninguna Aes Sedai. Un tipo añoso marchaba detrás de ellas, conduciendo un animal de carga además de su propia montura; era nervudo y con escaso pelo, y ese poco era gris. A Mat le costó unos instantes comprender que era un Guardián, por la capa de color cambiante que colgaba a su espalda. En eso consistía ser Guardián: las Aes Sedai lo explotaban hasta que se quedaba calvo y probablemente también daban alguna utilidad a sus huesos cuando había muerto.
Thom y Juilin venían a corta distancia y también llevaban un animal de carga. Las mujeres se pararon a unos cincuenta pasos a la izquierda, con su añoso Guardián, sin dignarse siquiera dirigir una mirada a Mat y a sus hombres. El juglar echó una ojeada a Nynaeve y las otras y después le dijo algo a Juilin; a continuación condujeron sus caballos hacia el grupo de Mat, si bien se pararon a cierta distancia, como si no estuviesen seguros del recibimiento que les harían. Mat se encaminó hacia ellos.
—He de disculparme, Mat —empezó Thom mientras se atusaba el bigote con los nudillos—. Elayne me ha dejado muy claro que no debo hablar más contigo. Sólo ha transigido esta mañana. En un momento de debilidad, hace varios meses, le prometí obedecer sus órdenes y hoy me lo ha echado en cara, en el momento más inoportuno. No le gustó nada que te contara lo que te conté.
—Y Nynaeve me ha amenazado con darme un puñetazo en el ojo si me acerco a ti —agregó Juilin, sombrío. Se apoyaba en su vara de bambú y llevaba un gorro tarabonés de color rojo que no debía de servirle de gran cosa como resguardo contra el sol.
Mat miró hacia el grupo de mujeres. Nynaeve lo observaba por encima de la silla de su montura, pero al ver que volvía la vista hacia ella se escondió detrás del animal, una achaparrada yegua marrón. Jamás habría imaginado que ni siquiera Nynaeve fuera capaz de emprenderla a puñetazos con Juilin, pero el atezado rastreador distaba mucho de ser el hombre que había conocido brevemente en Tear. Aquel Juilin estaba dispuesto a todo; éste, con el ceño fruncido de manera permanente, daba la impresión de estar amilanado en todo momento.
—Le enseñaré un poco de buenos modales en este viaje, Juilin. Thom, soy yo quien debe disculparse. Por lo que dije sobre la carta. Fue el calor lo que me hizo hablar de ese modo, además de la preocupación por unas estúpidas mujeres. Espero que fueran buenas noticias. —Recordó demasiado tarde lo que Thom había dicho: que había abandonado a su suerte a la mujer de la carta, y que había muerto.
Sin embargo, Thom se limitó a encogerse de hombros. Mat no sabía qué pensar de él sin su capa de juglar.
—¿Buenas noticias? —repitió Thom—. Todavía no he sacado ninguna conclusión. A menudo uno no sabe si una mujer es amiga, enemiga o amante hasta que es demasiado tarde. En ocasiones, es las tres cosas. —Mat esperaba oír una risa, pero Thom frunció el ceño y suspiró—. Parece que a las mujeres les gusta hacerse siempre las misteriosas, Mat. Puedo darte un ejemplo. ¿Te acuerdas de Aludra?
Mat tuvo que pensar un momento.
—¿La Iluminadora a la que salvamos de que le cortaran el cuello en Aringill?
—La misma. Juilin y yo nos la encontramos durante uno de nuestros viajes y no me dirigió la palabra. No es que no se acordara de mí; uno entabla conversación con desconocidos cuando se viaja juntos. Aludra no quiso reconocerme y aunque no supe el porqué no vi motivo para importunarla. La encontré como a una desconocida y como tal nos despedimos. ¿Cómo la considerarías tú? ¿Como amiga o como enemiga?
—Quizá como una amante —repuso secamente Mat. No le importaría encontrarse de nuevo con Aludra; la mujer le había regalado algunos fuegos artificiales que al final resultaron serle muy útiles—. Si quieres saber algo sobre mujeres, pregúntale a Perrin, no a mí. Yo no las entiendo en absoluto. Antes creía que Rand sí, pero Perrin seguro que es un experto en eso. —Elayne estaba hablando con las dos Aes Sedai de pelo blanco bajo la atenta mirada de la cazadora del Cuerno. Una de las Aes Sedai mayores volvió la vista hacia él y lo observó como aquilatándolo. Las dos tenían el mismo comportamiento que Elayne, frío como una reina en su jodido trono—. En fin, con un poco de suerte no tendré que aguantarlas mucho tiempo —masculló entre dientes—. A lo mejor no tardan mucho en hacer lo que tengan que hacer y podemos estar de vuelta en cinco o diez días. —Con suerte, habría regresado antes de que la Compañía tuviera que partir en pos de las chifladas. Rastrear no uno, sino dos ejércitos sería tan sencillo como robar un pastel, desde luego, pero no le apetecía nada pasar más días de los necesarios en compañía de Elayne.
—¿Diez días? —dijo Thom—. Mat, incluso con ese «acceso» tardaremos cinco o seis en llegar a Ebou Dar. Calcula mejor unos veinte, pero…
Mat dejó de escucharlo. Hasta la última brizna de irritación que había ido acumulando desde que había visto a Egwene en Salidar por primera vez alcanzó su punto crítico de golpe. Quitándose bruscamente el sombrero se dirigió a grandes zancadas hacia Elayne y las otras. No informarle de nada ya era malo de por sí —¿cómo se suponía que iba a protegerlas si ignoraba lo que se traían entre manos?—, pero esto era ridículo. Nynaeve lo vio venir hacia ellas y, por alguna razón, se metió rápidamente detrás de su yegua.
—Será interesante viajar con un ta’veren —dijo una de las Aes Sedai de pelo blanco. Vista más de cerca, Mat tampoco fue capaz de calcularle una edad, si bien su rostro transmitía la sensación de muchos años. Tenía que ser por el pelo. La otra se le parecía mucho, como su reflejo en un espejo; a lo mejor eran realmente hermanas—. Soy Vandene Namelle.
Mat no estaba de humor para charlar sobre ser o no ta’veren. Nunca lo estaba para ese tema, pero, desde luego, en ese momento muchísimo menos.
—¿Qué es esa tontería de que tardaremos cinco o seis días en llegar a Ebou Dar? —El viejo Guardián se puso tenso a la par que endurecía la mirada y Mat lo observó con más detenimiento; nervudo, sí, pero duro como una vieja raíz. Sin embargo, no por ello cambió el tono de voz—. Podéis abrir un acceso a tiro de piedra de Ebou Dar. No somos un jodido ejército para que nuestra presencia asuste a nadie y en cuanto a aparecer de repente, en fin, al fin y al cabo sois Aes Sedai. La gente espera que os materialicéis en el aire y que caminéis a través de las paredes.
—Me temo que te estás dirigiendo a la persona equivocada —adujo Vandene, que miró a la otra mujer de pelo blanco, y ésta sacudió la cabeza mientras ella añadía—: Tampoco Adeleas, me temo. Al parecer ninguna de las dos es lo bastante fuerte para algunas de las cosas nuevas.
Mat vaciló; después se caló bien el sombrero y se volvió hacia Elayne. Ésta levantó la barbilla con arrogancia.
—Por lo visto sabes menos de lo que