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  2. El señor del caos
  3. Capítulo 178
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suelo con anterioridad si no hubiese tenido ocupadas las rodillas. Entre los Aiel, sólo los jefes tenían sillas y éstos sólo las utilizaban para asuntos como dar veredictos o recibir la sumisión de un enemigo.

Las dos mujeres mostraron el debido azoramiento por la indirecta. Ninguna de ellas dijo nada, pero hubo mucho ajustarse el chal y la chaqueta sin mirarlo a la cara. Todo aquello desapareció como por ensalmo en cuanto reanudaron la conversación. Min sostenía porfiadamente que las Aes Sedai de Salidar no querían hacer daño a Rand y sí podrían prestarle ayuda, manejando adecuadamente la situación, lo que significaba que ella lo tendría informado de cuanto llegara a sus oídos y de lo que hablasen, tanto en público como en privado.

—No soy una traidora por hacer eso. Lo entiendes, ¿verdad, Melaine? Conocí a Rand antes que a cualquier Aes Sedai excepto a Moraine y lo cierto es que él se ganó mi lealtad mucho antes de que ella muriese.

Melaine no consideraba a Min una traidora, todo lo contrario; y parecía que su opinión sobre ella era aun mejor. Las Sabias tenían su propia versión respecto a la idea de los Aiel sobre los espías. Sin embargo argumentó que, salvo contadas excepciones, las Aes Sedai eran tan poco merecedoras como los Shaido de la confianza de nadie, lo que significaba que no merecían ninguna hasta que se los había capturado y hecho gai’shain. No es que sugiriese exactamente confinar a las Aes Sedai en La Corona de Rosas, pero no le anduvo lejos.

—¿Cómo puedes fiarte de ellas, Rand al’Thor? Creo que no tienen honor, excepto Egwene al’Vere, y ella… —Melaine volvió a ajustar bruscamente su chal—. Cuando una Aes Sedai me demuestre que tiene tanto honor como Egwene, confiaré en ella y no antes.

Por su parte, Rand escuchó más que habló y, sin pronunciar más de una docena de palabras, se enteró de mucho. Para refutar los argumentos de Melaine, Min hizo una relación de las componentes de la embajada, nombre por nombre, indicando lo que cada una de ellas había dicho respecto a apoyar a Rand y admitiendo que, en honor a la verdad, no todo era halagüeño.

Tanto Merana Ambrey como Kairen Stang, una Azul, eran andoreñas y, a pesar de que supuestamente las Aes Sedai renunciaban a toda lealtad excepto a la Torre Blanca, tal vez debido a estar separadas de ella les preocupaba que Rand se instalara en Caemlyn y que hubiese asesinado a Morgase. Rafela Cindal, también del Ajah Azul, parecía satisfecha de los cambios efectuados por Rand en Tear, donde antes estaba prohibido encauzar y cuando se descubría a una chica que podía hacerlo se la sacaba a toda prisa del país, pero apenas hablaba y también le preocupaba lo de Morgase. Seonid Traighan, una Verde, rumiaba todos los rumores que llegaban de Cairhien, su tierra natal, y se reservaba su opinión. Y Faeldrin Harella, la otra hermana Gris, a veces comparaba las atrocidades cometidas por los seguidores del Dragón en Altara y Murandy a lo que los seguidores del Dragón habían hecho en Tarabon, negándose incluso a hablar del hecho de que la guerra civil había destrozado su país antes de que el primer hombre jurara lealtad al Dragón allí.

Por más que presionó Melaine, sin embargo, Min insistió en que todas y cada una de esas Aes Sedai reconocían a Rand como el Dragón Renacido y que, a lo largo de todo el viaje desde Salidar, le habían preguntado insistentemente cómo era él y cuál sería el mejor modo de abordarlo sin ofenderlo ni asustarlo.

Rand gruñó al escuchar esto último —que les preocupaba asustarlo— pero Melaine siguió machacando con que si la mayoría de las mujeres que componían la embajada tenían tantos motivos para estar en contra de Rand, entonces se podía confiar en la delegación en conjunto para que se encargara de recoger estiércol para las lumbres y nada más. Min le dedicó a Rand una mirada de disculpa y se apresuró a seguir con su planteamiento. En Arad Doman había habido tantos seguidores del Dragón como en Tarabon, además de su guerra civil, pero Demira Eriff, del Ajah Marrón, sólo hablaba de dos temas: conocer a Rand y el rumor de que éste había abierto una especie de escuela en Cairhien; en opinión de Demira, ningún hombre que estableciese cualquier tipo de centro educativo podía ser enteramente malo. Berenicia Morsad, una hermana Amarilla de Shienar, había oído de boca de shienarianos en Salidar que Rand había sido recibido en Fal Dara por el capitán general lord Agelmar Jagad, un honor que parecía contar mucho para ella; lord Agelmar jamás recibiría a un rufián, un necio o un bribón. También era un factor de peso para Masuri Sokawa, una Marrón de Arafel, país fronterizo con Shienar. Por último estaba Valinde Nathenos, quien según Min mostraba una vehemencia impropia del Ajah Blanco en conseguir que Rand expulsara a Sammael de Illian; una promesa de llevar a cabo eso, incluso de intentarlo, y a Min no le sorprendería ver a Valinde ofrecerle juramento de lealtad. Melaine expresó sus dudas al respecto, incluso puso los ojos en blanco. No había visto a una sola Aes Sedai con suficiente sentido común para hacer algo así, una postura que a Rand sorprendió sobremanera, considerando que la Sabia seguramente se reiría en sus narices si él le pidiera un juramento así. Sin embargo, Min mantuvo que era cierto, dijese lo que dijese la otra mujer.

—Me mostraré tan respetuoso con ellas como me sea posible sin arrodillarme —le dijo Rand a Min cuando la joven hubo acabado. Luego se dirigió a Melaine y añadió—: Y hasta que no den prueba de su buena voluntad, no confiaré en ellas ni un ápice. —Creía que así complacería a ambas ya que cada cual conseguía lo que quería, pero a juzgar por los ceños que pusieron como respuesta, comprendió que no contentaba ni a la una ni a la otra.

Después de esa discusión, casi esperaba que las mujeres anduvieran a la greña, pero por lo visto el embarazo de Melaine y la visión de Min había creado una especie de vínculo. Cuando se pusieron de pie, se abrazaron, todo sonrisas.

—Creía que no me ibas a gustar, Min —dijo Melaine—, pero me equivoqué. Pondré tu nombre a una de las niñas, ya que fuiste la primera en conocer su existencia. He de ir a contárselo a Bael, no vaya a ser que se ponga celoso porque Rand al’Thor se enteró antes que él. Que siempre encuentres agua y sombra, Min. —Luego se volvió hacia Rand—. Vigila atentamente a esas Aes Sedai, Rand al’Thor, y da tu protección a Min cuando la necesite. Le harán daño si se enteran de que te es leal.

Ni que decir tiene que se marchó con tan poca ceremonia como había llegado, limitándose a despedirse con un breve movimiento de cabeza.

Y con su marcha volvió a dejarlo solo con Min, cosa que, por alguna razón, lo hacía sentirse violento.

42. La Torre Negra

Rand y Min se quedaron de pie, mirándose, inmóviles hasta que finalmente él rompió el silencio:

—¿Te apetece venir a la granja conmigo?

La joven dio un pequeño respingo de sobresalto al oír su voz.

—¿La granja?

—Es una escuela, en realidad. Para los hombres que acuden por mi amnistía.

—No. —Min se puso pálida—. No creo que… Merana estará esperando que vuelva para darle noticias. Y es conveniente que les comunique tus reglas cuanto antes. Cualquiera de ellas podría decidir deambular por la Ciudad Interior sin saber que lo tienen prohibido, y no querrás que… En fin, he de irme.

Rand no lo entendía. No conocía siquiera a los estudiantes y ya le daban miedo porque eran hombres capaces de encauzar, hombres que querían encauzar. En cualquier otra persona sería comprensible, pero él encauzaba y a Min no parecía importarle revolverle el pelo, hincarle el índice en las costillas y llamarlo con términos despectivos en su propia cara.

—¿Deseas una escolta que te acompañe de vuelta a La Corona de Rosas? Hay asaltantes incluso a plena luz del día, aunque no muchos, pero no querría que te ocurriese nada.

La risa de la mujer sonó un tanto nerviosa. Realmente estaba alterada por lo de la granja.

—Ya cuidaba de mí misma cuando tú todavía te ocupabas del hato de ovejas, palurdo. —De repente aparecieron en sus manos unos cuchillos que, con idéntica rapidez, volvieron a su escondrijo en las mangas de la chaqueta, aunque no con tanta agilidad. Luego, en un tono mucho más serio, añadió—: Tienes que cuidarte más, Rand. Descansa. Pareces estar agotado. — Inopinadamente, se puso de puntillas y estiró el cuello para rozarle los labios con un beso—. También me alegro de verte, pastor. —Y tras soltar otra risa, ésta gozosa, se marchó.

Mascullando entre dientes, Rand se puso la chaqueta y entró en el dormitorio para recoger la espada del fondo del armario, un mueble oscuro con rosas talladas y lo bastante alto y ancho para guardar las ropas de cuatro hombres. Realmente se estaba volviendo un chivo lujurioso, se increpó, al recordar sus reacciones. Min sólo estaba bromeando, divirtiéndose a su costa. Se preguntó cuánto tiempo se proponía seguir tomándole el pelo por haber tenido un pequeño lapsus.

Algo tintineó en el interior de una bolsa de tela, no muy grande, cuando la cogió de debajo de los calcetines, en un cajón de una consola taraceada con lapislázuli; la metió en uno de los bolsillos de la chaqueta y a continuación guardó otra bolsa mucho más pequeña, de terciopelo, todo ello encima de su angreal. El platero que había hecho lo que contenía la más grande se había mostrado más que satisfecho de trabajar para el Dragón Renacido e intentó no cobrar por ello aduciendo que el honor de servirle era pago suficiente. El orfebre que había hecho la única pieza de oro que iba en la otra bolsa exigió un precio cuatro veces superior a lo que valía realmente el trabajo, según Bashere, y fue necesario que un par de Doncellas estuviesen presentes en todo momento hasta que la pieza estuvo terminada.

Hacía tiempo que Rand tenía pensado hacer esta visita a la granja. No le gustaba Taim, y Lews Therin se encrespaba cuando el hombre estaba cerca, pero no podía continuar eludiendo ir allí. Sobre todo ahora. Que él supiera, Taim había cumplido bien la orden de mantener a los estudiantes alejados de la ciudad —al menos, no había tenido noticia de ningún incidente y se habría enterado si los hubiese habido— pero las nuevas respecto a la llegada de Merana y la embajada acabarían llegando a la granja a través de las carretas de suministros o de nuevos estudiantes y, tal como sucedía con los rumores, nueve Aes Sedai pasarían a ser nueve hermanas Rojas o noventa buscando hombres a los que amansar. Tanto si el resultado de ello era que los estudiantes salían huyendo en plena noche como si, por el contrario, acudían a la ciudad aprovechando la oscuridad para atacar primero, Rand tenía que cortarlo antes de que empezara.

Por Caemlyn corrían ya demasiados rumores sobre Aes Sedai, otra de las razones por las que había planeado la visita. Si se daba crédito a lo que se hablaba en las calles, Alanna, Verin y las jóvenes de Dos Ríos eran más de la mitad de la Torre Blanca; y había muchas más historias sobre Aes Sedai colándose subrepticiamente en la ciudad, entrando a escondidas por las puertas en mitad

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