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  2. El señor del caos
  3. Capítulo 173
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de enterarme de que cuando partamos hacia Ebou Dar también vendrán Vandene y Adeleas.

—Comprendo —murmuró Elayne. Podría ser que las dos hermanas fueran a reunirse con Merilille por alguna razón, aunque ya había tres Aes Sedai en la corte de Tylin. O puede que tuviesen una misión específica en Ebou Dar. Tampoco creía que fuera por eso. Areina ya se había formado una opinión irrevocable; y lo mismo había hecho la Antecámara. Nynaeve y ella irían acompañadas de dos «verdaderas» Aes Sedai como preceptoras—. ¿Entiende que ella no viene?

Birgitte dirigió la vista hacia donde Elayne estaba mirando fijamente, a Areina, y después se encogió de hombros.

—Lo entiende. Y no le hace pizca de gracia. En lo que a mí respecta, estoy deseando que nos marchemos.

Elayne vaciló sólo un instante. Había jurado guardar cosas en secreto, algo que no le gustaba hacer, pero no había prometido dejar de intentar convencer a la otra mujer que no era preciso ni tenía sentido.

—Birgitte, Egwene…

—¡No!

—¿Por qué? —No hacía mucho que Elayne tenía a Birgitte como Guardián cuando la heredera del trono decidió que cuando vinculase a Rand discurriría algún modo de hacerle prometer que haría lo que le dijera, al menos cuando fuese importante. Últimamente había añadido una condición más: tendría que responder a sus preguntas. Birgitte contestaba cuando quería, lo eludía cuando le parecía bien y a veces se limitaba a adoptar un gesto obstinado, como ocurría en este momento—. Dime por qué no y si es una buena razón no te lo volveré a pedir.

Al principio Birgitte sólo frunció el ceño, pero después cogió a Elayne por el brazo y casi la arrastró hasta la boca de un callejón. Nadie de los que pasaban por la calle les prestó atención, y Areina continuó plantada en el mismo sitio, si bien su expresión se volvió aun más sombría; pese a ello, Birgitte echó una ojeada cautelosa en derredor.

—Todas las veces que los giros de la Rueda me han trasladado hacia afuera —susurró—, he nacido, vivido y muerto sin saber que estaba vinculada a ella. Sólo era consciente de eso en los intervalos, en el Tel’aran’rhiod. En ocasiones llegué a ser conocida, incluso famosa, pero era como todos los demás, no alguien salido de una leyenda. Esta vez se me sacó violentamente, no llevada por los giros. Por primera vez con envoltura física, sabiendo quién soy. Por primera vez también otros lo saben. Thom y Juilin están enterados; no dicen nada, pero no me cabe duda. No me miran igual que a las demás personas. Si les dijera que iba a escalar una montaña de cristal y a matar a un gigante con mis manos, sólo preguntarían si necesitaba algo de ayuda en el camino y no esperarían que respondiera afirmativamente.

—No entiendo —manifestó lentamente Elayne, y Birgitte suspiró e inclinó la cabeza sobre el pecho.

—No sé si podré estar a la altura de lo que se espera de mí. En otras vidas hice lo que tenía que hacer, lo que parecía lo correcto, suficiente para Merian o Joanna o cualquier mujer. Ahora soy la Birgitte de las leyendas. Cualquiera que lo sepa esperará que actúe como tal. Me siento como una danzarina de plumas acudiendo ante un cónclave tovano.

Elayne no preguntó; cuando Birgitte mencionaba cosas de vidas pasadas, por lo general las explicaciones sólo servían para hacerlo todo más confuso en lugar de aclararlo.

—Eso es una tontería —afirmó rotundamente mientras cogía a la otra mujer por los brazos—. Yo lo sé y, ciertamente, no espero que mates gigantes. Ni Egwene tampoco. Y ya lo sabe.

—Mientras yo no lo admita, es como si no lo supiera —murmuró la arquera—. Y no te molestes en decir que eso también es una tontería; sé que lo es, pero no cambia nada.

—Veamos si esto otro lo cambia: es la Amyrlin y tú eres un Guardián. Se merece tu confianza, Birgitte. La necesita.

—¿Has acabado de hablar ya? —demandó Areina, a un metro de distancia—. Si vas a marcharte y a dejarme, lo menos que puedes hacer es ayudarme con el tiro con arco, como dijiste que lo harías.

—Pensaré en lo que me has dicho —respondió en tono quedo Birgitte a Elayne. Se volvió hacia Areina y aferró la coleta de la mujer a la altura de la nuca—. Nos dedicaremos al tiro con arco —dijo mientras la empujaba calle arriba—, pero antes sostendremos una charla sobre los buenos modales.

Elayne sacudió la cabeza al recordar de repente a Aviendha y reemprendió la marcha a paso vivo. La casa a la que se dirigía no estaba lejos.

Tardó unos instantes en reconocer a Aviendha. Elayne estaba acostumbrada a verla con el cadin’sor y el cabello rojizo oscuro corto, no con blusa, falda y chal y con el pelo cayéndole más abajo de los hombros y sujeto a las sienes por un pañuelo doblado. A primera vista, no parecía encontrarse en dificultades. Sentada con evidente incomodidad en una silla —los Aiel no estaban acostumbrados a tales muebles— daba la impresión de estar tomando tranquilamente un té con cinco hermanas, formando un círculo, en la sala de estar. Las casas donde se alojaban Aes Sedai tenían estas estancias, aunque Nynaeve y ella aún seguían en su abarrotado cuartito. Sin embargo, al observar con más atención, advirtió que Aviendha lanzaba miradas acosadas a las Aes Sedai por encima del borde de la taza. No tuvo tiempo de echar un tercer vistazo a la escena; nada más ver a Elayne, la Aiel se incorporó bruscamente y dejó caer la taza al suelo limpio. La heredera del trono había visto pocos Aiel excepto en la Ciudadela de Tear, pero sabía que ocultaban sus emociones y que Aviendha lo sabía hacer muy bien. Sólo que ahora un dolor manifiesto se plasmaba en su semblante.

—Lo siento —dijo suavemente Elayne a las mujeres presentes en la habitación—, pero he de privaros de su compañía durante un rato. Quizá podáis hablar con ella después.

Varias de las hermanas vacilaron y estuvieron en un tris de protestar aunque no tenían derecho. Obviamente era la más fuerte —y por mucho— en la sala, aparte de Aviendha, y ninguna de esas Aes Sedai era una Asentada ni miembro del consejo de Sheriam. Se alegró sobremanera de que Myrelle no estuviese allí, ya que vivía en esa casa. Elayne había manifestado su preferencia por el Ajah Verde y su pretensión había sido aceptada; después se encontró con que Myrelle era la cabeza de este Ajah allí, en Salidar. Myrelle, que no llevaba ni quince años siendo Aes Sedai. Por cosas que Elayne había oído sabía que había Verdes en Salidar que llevaban el chal al menos diez lustros, aunque ninguna de ellas tuviese una sola cana. De haber estado presente Myrelle, la fuerza de Elayne podría no haber contado para nada si la cabeza de su Ajah quería retener a Aviendha. Tal y como estaban las cosas, sólo Shana, una Blanca de ojos saltones que le recordaba un pez a Elayne, a lo más que llegó fue a abrir la boca, aunque la volvió a cerrar con gesto hosco cuando la heredera del trono la miró enarcando una ceja.

Las cinco tenían los labios prietos ostensiblemente, pero Elayne hizo caso omiso de la tensión reinante.

—Gracias —dijo con una sonrisa que no sentía.

Aviendha se cargó a la espalda un oscuro hatillo, pero vaciló hasta que Elayne le pidió que la siguiera.

—Te pido disculpas por eso —empezó la heredera del trono una vez que estuvieron en la calle—. Me ocuparé de que no vuelva a pasar. —Estaba segura de que podría conseguirlo; al menos, Egwene sí—. Me temo que no hay muchos sitios donde hablar en privado. En mi cuarto hace mucho calor a esta hora del día. Podemos buscar alguna sombra o tomar un poco de té, si es que no te han llenado a reventar ya.

—En tu cuarto. —No fue exactamente cortante, pero resultaba obvio que Aviendha no quería hablar todavía. Inesperadamente corrió hacia un carro que pasaba lleno con leña y cogió una rama que habría que cortar para utilizarla en las chimeneas, más larga que su brazo y más gruesa que su pulgar. Se reunió de nuevo con Elayne y empezó a pelar la rama con el cuchillo; la afilada hoja cortó las menudas ramificaciones como una cuchilla de afeitar. El gesto de dolor había desaparecido de su semblante, que ahora reflejaba una firme determinación.

Elayne la observó de reojo mientras caminaban. No podía creer que Aviendha quisiera hacerle daño, dijera lo que dijese el patán de Mat Cauthon. Claro que… Sabía muy poco sobre el ji’e’toh; Aviendha les había explicado algo cuando estuvieron juntas en la Ciudadela. Quizá Rand había dicho o hecho algo. Quizás aquel complejísimo laberinto de honor y obligación requería que Aviendha… No, no parecía posible. Pero, tal vez…

Cuando llegaron a su habitación Elayne decidió adelantarse y sacar el tema. Se puso frente a la otra mujer, sin abrazar el Saidar de manera deliberada.

—Mat asegura que has venido aquí para matarme —dijo.

Aviendha parpadeó.

—Los habitantes de las tierras húmedas entienden todo al revés —comentó, sin salir de su asombro. Soltó el palo a los pies de la cama de Nynaeve y dejó el cuchillo al lado con todo cuidado—. Mi medio hermana, Egwene, me pidió que vigilara a Rand al’Thor por ti, cosa que prometí hacer. —El hatillo y el chal fueron a parar al suelo, junto a la puerta—. Tengo toh con ella, pero es mucho mayor el que tengo contigo. —Se desató las lazadas de la blusa, se la sacó por la cabeza y después se bajó la camisola hasta la cintura—. Amo a Rand al’Thor y una vez me permití yacer con él. Tengo toh y te pido que me ayudes a cumplirlo. —Se volvió de espaldas y se arrodilló en el reducido espacio libre—. Puedes usar el palo o el cuchillo, como quieras; el toh es mío, pero la elección te corresponde a ti. —Alzó la barbilla, estirando el cuello. Tenía los ojos cerrados—. Sea cual sea tu elección, la acepto.

Elayne creyó que las rodillas le iban a fallar. Min había dicho que la tercera mujer sería peligrosa, pero ¿Aviendha? «¡Un momento! Dijo que ella… ¡Con Rand!» Su mano hizo intención de ir hacia el cuchillo dejado sobre la cama, y Elayne se cruzó de brazos para sujetarse las manos.

—Levántate. Y ponte la blusa. No voy a golpearte… —¿Sólo unos pocos vergajazos? Apretó los brazos para dejar quietas las manos donde estaban—… y por supuesto no pienso tocar ese cuchillo. Por favor, quítalo de ahí. —Debería entregárselo ella misma, pero no estaba segura de ser capaz de tocar el arma en ese momento y no hacer una locura—. No tienes toh conmigo. —Creía que ésa era la fórmula correcta—. Amo a Rand, pero no me importa que tú lo ames también. —La mentira le quemaba la lengua. ¿Aviendha se había acostado con él?

La Aiel giró sobre sus rodillas y frunció el entrecejo.

—No estoy segura de entenderlo. ¿Me estás proponiendo que lo compartamos? Elayne, somos amigas, creo, pero tenemos que ser primeras hermanas si vamos a ser hermanas conyugales. Llevará tiempo saber si podemos ser eso.

Dándose cuenta de que estaba boquiabierta, Elayne cerró la boca.

—Sí, supongo que sí —musitó débilmente. Min no dejaba de repetir que lo compartirían, pero ¡ciertamente no de ese modo! ¡Hasta la idea resultaba indecente!—. Es un poco más complicado de lo que imaginas. Hay otra mujer que también lo ama.

Aviendha se puso de pie tan

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