que nada les gustaría más que tener una excusa para derrocarla y apoderarse del Trono de los Vientos para sí mismos. Una clase de enredo así echaría a perder nuestra posición con todos los mandatarios. No, madre, eso queda completamente descartado.
—Pero ¿qué hacemos entonces? ¿Correr el riesgo de quedarnos aquí? Mat no hará nada, aunque para que estalle el conflicto sólo hace falta que un puñado de soldados de lord Bryne decida tomar cartas en el asunto. —Egwene bajó la vista hacia su falda, fruncido el ceño, y se alisó los vuelos como si estuviese preocupada; luego suspiró—. Cuanto más tiempo pase sin que hagamos nada, con un ejército de seguidores del Dragón observándonos de cerca, la situación irá a peor. No me sorprendería que nos llegaran rumores de que su intención es atacarnos y que la gente diga que deberíamos adelantarnos e ir contra ellos. —Si esto no funcionaba, los supuestos rumores aparecerían: Nynaeve, Elayne, Siuan y Leane se encargarían de ello. Sería peligroso, pero podía encontrar la forma de hacer que Mat retrocediera antes de que saltaran las chispas si se llegaba a eso.
»Caray, del modo en que los rumores se extienden, tampoco me sorprendería si la mitad de la población de Altara piensa que somos seguidores del Dragón antes de que haya pasado un mes. —Ése era un rumor que habría frenado si hubiera sabido cómo. La Antecámara había dejado de traer nobles para que vieran a Logain desde que éste había sido curado, pero las partidas de reclutamiento de Bryne todavía seguían saliendo para alistar a más hombres, así como grupos de Aes Sedai en busca de novicias y hombres que hacían el largo recorrido a los pueblos más cercanos con sus carros y galeras para comprar provisiones. Cien caminos distintos para hacer correr ese rumor, y sólo hacía falta uno—. Sheriam, no puedo evitar tener la sensación de que estamos en una jaula y que no salir de ella no traerá nada bueno. Nada bueno.
—La solución es hacer que los seguidores del Dragón se marchen —manifestó Sheriam con mucho menos paciencia que antes—. Lamento tener que dejar que Mat se nos escape de las manos otra vez, pero no hay más remedio. Le habéis respondido que rehusamos la «oferta»; decidle que se marche.
—Ojalá fuera tan sencillo. Dudo que acepte irse porque se lo pidamos, Sheriam. Dio a entender muy claramente que tenía que quedarse exactamente donde está hasta que ocurra algo. Quizás esté esperando órdenes de Rand o tal vez al propio Rand en persona. En Cairhien corría el rumor de que estaba cogiendo por costumbre utilizar el Viaje con algunos de esos hombres que está reuniendo. A los que está enseñando a encauzar, me refiero. No sé qué podremos hacer si eso sucede.
Sheriam la miró de hito en hito, respirando con demasiada agitación habida cuenta de la aparente calma de su semblante.
Una tímida llamada a la puerta precedió la entrada de Tabitha, que traía una bandeja de plata batida. Sin advertir la tensión del ambiente, la novicia se afanó colocando la tetera y las tazas de porcelana verde, el recipiente de plata con miel y una jarrita con crema, así como servilletas rematadas con puntillas, hasta que finalmente Sheriam le ordenó con tanta ferocidad que volviera a su trabajo que Tabitha soltó un chillido, hizo una reverencia tan profunda que casi tocó el suelo con la cabeza y salió corriendo.
Durante un instante Sheriam se dedicó a colocarse la falda mientras recobraba la compostura.
—Quizá —dijo al cabo, de mala gana—, sea preciso que abandonemos Salidar, después de todo. Antes de lo que yo habría querido.
—Pero la única dirección que queda es hacia el norte. —Egwene abrió mucho los ojos. ¡Luz, cómo detestaba esta comedia!—. Dará la impresión de que nos encaminamos hacia Tar Valon.
—Lo sé —replicó Sheriam con excesiva dureza. Respiró hondo y moderó el tono—. Disculpadme, madre. Estoy un poco… No me gusta que me impongan cosas a la fuerza, y me temo que Rand al’Thor nos ha obligado a actuar antes de estar preparadas.
—Hablaré muy seriamente con él cuando lo vea —manifestó Egwene—. No sé qué haría sin vuestro asesoramiento.
A lo mejor encontraba una forma de mandar a Sheriam a estudiar con las Sabias como aprendiza. Imaginar a la Guardiana después de, pongamos, medio año con Sorilea, la hizo sonreír de tal modo que de hecho la otra mujer le devolvió la sonrisa.
—¿Con miel o amargo? —preguntó Egwene mientras cogía la tetera.
40. Risa inesperada
—Tienes que ayudarme, hablar con ellas a ver si consigues hacerlas entrar en razón —dijo Mat sin quitarse la pipa de la boca—. Thom, ¿me estás escuchando?
Se encontraban sentados en unos barriles colocados boca abajo, a la escasa sombra arrojada por una casa de dos pisos, y fumando en sus pipas, pero la carta que Rand le había dado para él parecía acaparar casi toda la atención del viejo y desgarbado juglar, que la contemplaba fijamente. Entonces la guardó en el bolsillo de la chaqueta, sin romper el sello del árbol y la corona. Al fondo del callejón, el runrún de voces y el chirrido de los ejes de ruedas en la calle sonaban distantes. El sudor resbalaba por las caras de ambos. De momento al menos se habían tomado medidas sobre una cosa; cuando Mat salió de la Torre Chica se enteró de que un grupo de Aes Sedai se había llevado a Aviendha a alguna parte, de modo que la Aiel no tendría oportunidad de clavarle el cuchillo a nadie de aquí a un rato.
Thom se quitó la pipa de la boca. Era una pipa de boquilla larga, toda tallada con hojas de roble y bellotas.
—Una vez intenté rescatar a una mujer, Mat. Laritha era un capullo de rosa, casada con un bruto, un guarnicionero que hacía botas en un pueblo donde me paré para descansar unos días durante un viaje. Aquel tipo era una bestia. Le gritaba si la cena no estaba lista cuando él quería sentarse a la mesa y la medía con la vara si dirigía más de dos palabras a otro hombre.
—Thom, ¿qué infiernos tiene eso que ver con meter un poco de sentido común en la cabeza de esas necias?
—Tú calla y escucha, muchacho. En el pueblo era del dominio público el trato que le daba, pero Laritha me lo contó personalmente y sin dejar de gimotear sobre lo mucho que desearía que alguien la salvara. En ese momento yo tenía oro en mi bolsa, un estupendo carruaje, un cochero y un sirviente. Era joven y bien parecido. —Thom se atusó el blanco bigote con los nudillos y suspiró; resultaba difícil creer que aquel rostro curtido hubiese sido agraciado en algún momento. Mat parpadeó. ¿Un carruaje? ¿Desde cuándo tenía un carruaje un juglar?—. Verás, Mat, la terrible situación de la mujer me partía el corazón. Y no niego que también su cara bonita influyó. Como decía, era joven; creí que me había enamorado, me veía como un héroe de cuento. Así pues, un día, sentados bajo un manzano en flor bastante apartado de la casa del guarnicionero, me ofrecí a llevarla conmigo, a sacarla de allí. Le proporcionaría una doncella y una casa de su propiedad y la cortejaría con canciones y poesía. Cuando por fin comprendió mi proposición, me atizó una patada en la rodilla tan fuerte que estuve cojeando un mes, además de golpearme con el banco.
—Por lo visto a todas les gusta dar patadas —rezongó Mat mientras cambiaba de postura las posaderas en el barril—. Supongo que no te creyó, y no se la puede culpar por ello.
—Oh, sí que me creyó. Y se mostró muy ultrajada porque se me hubiese pasado siquiera por la cabeza que abandonaría a su amado esposo. Es el término que utilizó: «amado». Regresó corriendo junto a él tan deprisa como pudieron llevarla los pies y a mí no me quedó más alternativa que matarlo o meterme en mi carruaje y salir a toda prisa. Tuve que dejar atrás casi todo cuanto poseía. Espero que siga viviendo con él y en las mismas condiciones: la bolsa bien cerrada para que el infeliz no meta mano al dinero y partiéndole la cabeza con lo primero que agarre cada vez que entre en una taberna para tomarse una cerveza. Como había hecho siempre, según me enteré después gracias a unas discretas indagaciones. —Volvió a ponerse la pipa entre los dientes, como si hubiese demostrado algo.
—No veo qué tiene que ver con esto —adujo Mat al tiempo que se rascaba la cabeza.
—Simplemente que no deberías creer que sabes toda la historia cuando sólo has oído una versión. Por ejemplo ¿estás al corriente de que Elayne y Nynaeve parten para Ebou Dar dentro de un día o dos? Juilin y yo tenemos que acompañarlas.
—¡A Ebou…! —Mat cogió la pipa un momento antes de que se le cayera de la boca a los yerbajos secos que alfombraban el callejón. Nalesean le había contado algunas cosas de una visita suya a Ebou Dar y, aun teniendo en cuenta su tendencia a la exageración en lo tocante a mujeres que había conocido y las luchas en las que había tomado parte, esa ciudad seguía pareciendo un lugar peligroso. Así que creían que podían escabullirse de él, ¿no?—. Thom, tienes que ayudarme…
—¿A qué? —lo interrumpió el juglar—. ¿A rescatarlas de las garras del guarnicionero? —Exhaló una bocanada de humo—. No lo haré, muchacho. Todavía no sabes toda la historia. ¿Qué sientes por Egwene y Nynaeve? Pensándolo mejor, sólo responde con respecto a Egwene.
Mat frunció el entrecejo y se preguntó si el juglar creía que podía trastocarlo todo dándole vueltas al asunto el tiempo suficiente.
—Aprecio a Egwene. Yo… Que me aspen, Thom, es Egwene, y no hay más que decir. Por eso es por lo que estoy tratando de salvarle el cuello a esa tonta.
—Te refieres a salvarla del guarnicionero —murmuró Thom, pero Mat prosiguió como si no lo hubiese oído.
—Su cuello y también el de Elayne; incluso el de Nynaeve, si soy capaz de contenerme y no estrangularla yo mismo. ¡Luz, sólo quiero ayudarlas! Además, Rand me rompería el cuello a mí si permito que le ocurra algo a Elayne.
—¿Has pensado alguna vez en ayudarlas para hacer lo que quieren en lugar de lo que quieres tú? Si me dejara llevar por lo que yo deseo, montaría a Elayne en un caballo y la conduciría de vuelta a Andor. Pero ella necesita hacer otras cosas; lo necesita, según creo. De modo que voy tras ella de aquí para allí, sudando de miedo día y noche por el temor de que alguien se las ingenie para matarla antes de que yo pueda impedirlo. Irá a Caemlyn cuando esté preparada. —Dio unas chupadas a la pipa con expresión complacida, pero en su voz hubo un atisbo de tensión al final de la parrafada, como si no le gustase lo que decía por mucho que fingiera que sí.
—Pues a mí me parece que lo que quieren es entregar sus cabezas a Elaida. —Así que Thom montaría a esa estúpida moza en un caballo, ¿no? ¡Un juglar llevándose a la fuerza a la heredera del trono para que fuera coronada, nada menos! ¡Anda que no se lo tenía creído el bueno de Thom!
—Tú no eres tonto, Mat —prosiguió quedamente Thom—. Te das cuenta de lo que pasa en realidad. Egwene… Resulta difícil pensar en esa chiquilla como la Amyrlin… —Mat se mostró de acuerdo con un gruñido,