que pasaba el tiempo. De hecho, parecían estudiar a Aviendha tanto como a él, pero Mat sentía sobre sí todas aquellas miradas frías e indescifrables. Casi no pudo resistir la tentación de toquetear la cabeza de zorro plateada que colgaba debajo de su camisa.
Una Aes Sedai de rasgos poco agraciados se abrió paso entre la multitud hacia la parte delantera, conduciendo a una esbelta joven vestida de blanco, con unos grandes ojos. Mat recordaba vagamente a Anaiya, pero la mujer apenas parecía interesada en él.
—¿Estás segura, pequeña? —le preguntó a la novicia.
La boca de la joven se atirantó levemente, pero por supuesto no dejó traslucir irritación en su tono:
—Todavía parece brillar o resplandecer. De verdad lo veo. Sólo que no sé por qué.
Anaiya dedicó una sonrisa encantada a la joven.
—Es un ta’veren, Nicola. Has sacado a la luz tu primer Talento. Puedes ver a los ta’veren. Y ahora regresa a clase. Deprisa. No querrás retrasarte respecto a las otras.
Nicola hizo una reverencia y, tras lanzar una última mirada a Mat, se abrió paso entre las apretadas filas de Aes Sedai.
Anaiya volvió la vista hacia él entonces, una de aquellas miradas Aes Sedai pensadas para poner nervioso a un hombre. Con él, desde luego, funcionó a la perfección. Naturalmente algunas Aes Sedai sabían quién era —algunas sabían más de lo que Mat habría deseado, y, ahora que lo pensaba, le pareció recordar que Anaiya era una de ésas—, pero hacer tales manifestaciones de ese modo, delante de la Luz sabría cuántas mujeres con aquellos fríos ojos de Aes Sedai… Sus manos acariciaron el tallado mango de la lanza. Ni con cabeza de zorro ni sin ella, había suficientes para agarrarlo y llevarlo a rastra donde quisieran. «¡Malditas Aes Sedai! ¡Maldito Rand!»
Empero, sólo retuvo el interés de Anaiya un momento. La mujer se acercó a Aviendha.
—¿Cómo te llamas, pequeña? —inquirió. Su tono era agradable, pero resultaba obvio que esperaba una respuesta y sin tardanza.
Aviendha la miró directamente a la cara, sin aparente temor, respaldándose en la supuesta ventaja de todos y cada uno de los centímetros del palmo de altura que le sacaba a la otra mujer.
—Soy Aviendha, del septiar Nueve Valles de los Taardad Aiel.
Los labios de Anaiya se curvaron en un asomo de sonrisa ante la nota desafiante en la voz de la joven.
Mat se preguntó quién saldría vencedora de aquel pulso de miradas; pero, antes de que tuviera ocasión de hacer una apuesta consigo mismo, se les unió otra Aes Sedai, una mujer de rostro tan huesudo que daba la impresión de vejez a pesar de las tersas mejillas y el brillante cabello castaño.
—¿Eres consciente de que puedes encauzar, chica?
—Lo soy —replicó fríamente Aviendha y cerró la boca de un modo que parecía dispuesta a no decir una sola palabra más. Se concentró en ajustarse el chal, pero ya había dicho más que suficiente. Las Aes Sedai se arremolinaban a su alrededor, apartándose de Mat.
—¿Qué edad tienes, pequeña?
—Has desarrollado gran fuerza, pero podrías aprender mucho más como novicia.
—¿Mueren muchas chicas Aiel de enfermedades que consumen cuando son unos cuantos años más jóvenes que tú?
—¿Desde cuándo has…?
—¿Podrías…?
—Realmente deberías…
—Tienes que…
Nynaeve apareció en la puerta tan de repente que pareció surgir de la nada. Se puso en jarras y miró a Mat.
—¿Qué haces aquí, Matrim Cauthon? ¿Cómo has llegado? Supongo que sería mucho esperar que no tengas nada que ver con ese ejército de seguidores del Dragón que está a punto de caer sobre nosotras.
—De hecho —replicó secamente él—, está a mi mando.
—¡Que tú…! —Nynaeve se quedó boquiabierta, después se sacudió y se tiró del vestido azul como si lo tuviera descolocado. El escote era más bajo de lo que Mat recordaba haber visto nunca en ella, lo bastante para mostrar el comienzo del busto, con bordados de volutas amarillas alrededor del escote y del repulgo. En resumen, un atuendo muy distinto de lo que solía llevar allá, en casa—. Te conduciré ante la Amyrlin.
—Mat Cauthon —llamó Aviendha, un tanto falta de aliento. Estaba mirando por encima y alrededor de las Aes Sedai para localizarlo—. Mat Cauthon. —No dijo nada más, pero siendo Aiel su expresión revelaba desesperación.
Las Aes Sedai que la rodeaban continuaron acribillándola con sus voces sosegadas, razonables e implacables.
—Lo mejor que podrías hacer…
—Debes plantearte…
—Es mucho mejor…
—No pensarás que…
Mat hizo una mueca. Cabía la posibilidad de que la joven sacara su cuchillo en cualquier momento, pero en medio de esa muchedumbre dudaba que le sirviera de mucho. No iría a la caza de Elayne en bastante rato, de eso no cabía duda. Preguntándose si al volver a la calle la encontraría con un vestido blanco, le entregó su lanza a Vanin.
—Adelante, Nynaeve. Veamos a esa Amyrlin vuestra.
La mujer lo miró ceñuda y lo condujo al interior dándose tirones a la trenza y mascullando entre dientes, aunque lo bastante alto para que pudiera oírla:
—Esto es obra de Rand, ¿verdad? Sé que lo es. De algún modo. Dar un susto de muerte a todo el mundo. Mucho cuidado con lo que haces, «lord general» Cauthon, o juro que desearás que te hubiese pillado de nuevo robando arándanos. ¡Asustar así a la gente! ¡Hasta un hombre debería tener más juicio! Y deja de sonreír de ese modo, Mat Cauthon. No sé qué va a pensar ella de esto.
Dentro había Aes Sedai sentadas a las mesas —al él le parecía la sala de una posada a pesar de todas esas Aes Sedai escribiendo diligentemente y dando instrucciones— pero les dedicaron poco más que una breve mirada a Nynaeve y a él mientras cruzaban la estancia. Todo aquello no era más que un curioso montaje. Una Aceptada pasó entre las mesas con aire malhumorado, rezongando entre dientes, y ni una sola de las Aes Sedai dijo una palabra. Mat había estado en la Torre el menor tiempo posible, pero sabía que ése no era el modo en que las Aes Sedai hacían las cosas.
En la parte posterior de la sala, Nynaeve abrió una puerta que había conocido tiempos mejores; todo lo que había allí parecía haberlos conocido. Mat la siguió dentro… y se paró en seco. Allí estaba Elayne, preciosa con aquel cabello dorado, pero actuando como una gran dama, luciendo un vestido de seda verde con el cuello alto de encaje y una de aquellas sonrisas de superioridad plasmada en su rostro. Y también estaba Egwene, sentada detrás de una mesa, exhibiendo una sonrisa entre inquisitiva y extrañada. Y con una estola de siete colores sobre el vestido amarillo pálido. Tras echar una rápida ojeada hacia atrás, Mat cerró la puerta rápidamente, antes de que alguna Aes Sedai pudiera ver el interior del cuarto.
—Quizás esto os parezca divertido —gruñó mientras cruzaba la pequeña alfombra en zancadas tan rápidas como le fue posible—, pero os desollarán si lo descubren. Nunca os permitirán continuar, a ninguna de las tres, si… —Le quitó la estola a Egwene de un tirón y la levantó apresuradamente de la silla… Y la cabeza de zorro plateada se tornó repentinamente fría contra la piel de su pecho.
Tras dar un leve empujón a Egwene para apartarla de la mesa, les asestó una mirada furiosa a las tres. Egwene sólo parecía estar desconcertada, pero Nynaeve se había quedado boquiabierta de nuevo y los grandes y azules ojos de Elayne parecían a punto de salirse de las órbitas. Una de ellas había intentado utilizar el Poder con él; lo único bueno que había sacado del viaje a través de aquel ter’angreal era el medallón de la cabeza de zorro. Suponía que también debía de ser un ter’angreal, pero de todos modos agradecía el tenerlo. Mientras estuviese tocándole la piel, el Poder Único no lo alcanzaba. Es decir, al menos no lo afectaba el Saidar, tenía más pruebas de las que habrían sido de su gusto para corroborarlo. Empero, se tornaba frío cuando alguien hacía un intento.
Echando la estola y su sombrero sobre la mesa, tomó asiento; se incorporó de inmediato para quitar unos cojines que tenía la silla y tirarlos al suelo. Plantó uno de los pies en el borde de la mesa y contempló a las tres necias mujeres.
—Necesitaréis esos cojines si la tal Amyrlin descubre esta pequeña broma vuestra.
—Mat —empezó Egwene con tono firme, pero él la hizo callar.
—¡No! Si queríais hablar, debisteis hacerlo en lugar de arremeter con el jodido Poder. Ahora vais a escuchar.
—¿Cómo lo…? —empezó, estupefacta, Elayne—. Los flujos… se desvanecieron… Sin más.
Casi al mismo tiempo, Nynaeve manifestó con voz amenazadora:
—Mat Cauthon, estás comportándote como el mayor…
—¡He dicho que escuchéis! —Apuntó con el índice a Elayne—. A ti voy a llevarte de vuelta a Caemlyn, si es que puedo evitar que Aviendha te mate. ¡Si no quieres acabar con ese precioso cuello rajado, quédate cerca de mí y haz lo que te diga, sin rechistar! —El índice apuntó a Egwene—. Rand dice que te mandará de vuelta con las Sabias ni que quieras ni que no. ¡Y si lo que he visto hasta ahora es una muestra de las chiquilladas que estás haciendo, mi consejo es que sigas sus instrucciones cuanto antes! Por lo visto conoces el Viaje —Egwene dio un leve respingo—, así que puedes abrir un acceso a Caemlyn para la Compañía. ¡No quiero oír una sola objeción, Egwene! ¡Y eso va también por ti, Nynaeve! Debería dejarte aquí, pero si quieres venir, puedes hacerlo. Y te lo advierto, si vuelves a darte un tirón de la trenza mientras me miras, ¡juro que te calentaré el trasero!
Lo contemplaban como si le hubiesen salido cuernos como a un trolloc, pero al menos mantenían la boca cerrada. A lo mejor había conseguido que pensaran con un poco de sentido común, aunque tampoco esperaba que le dieran las gracias por salvarles el pellejo. Oh, no; ellas nunca harían eso. Como siempre, dirían que habrían podido arreglarlo todo por sí mismas al cabo de poco tiempo. Si una mujer le decía que estaba entrometiéndose cuando la rescataba de una mazmorra, ¿qué no sería capaz de decir? Hizo una profunda inhalación.
—Bien, cuando la pobre idiota que han elegido como su Amyrlin llegue aquí, seré yo quien hable. No puede ser muy lista cuando se ha dejado embaucar para ocupar el puesto. ¡La Sede Amyrlin de un puñetero pueblo en mitad de la nada! Mantened la boca cerrada y limitaos a hacer reverencias si sabéis lo que os conviene y yo me encargaré de sacaros las castañas del fuego otra vez. —Seguían calladas, mirándolo. Bien.
»Estoy enterado de lo de su ejército, pero yo también tengo uno. Si está tan loca como para pensar que puede arrebatarle la Torre a Elaida… En fin, seguramente no se arriesgará a tener bajas sólo para lograr reteneros a las tres aquí. Tú abres el acceso, Egwene, y os tendré en Caemlyn sanas y salvas mañana o, todo lo más tarde, pasado mañana, y estas dementes pueden correr de cabeza a su muerte a manos de Elaida si es lo que quieren. Quizás haya más que deseen acompañaros. Es imposible que todas estén locas. Rand está dispuesto a ofrecerles asilo bajo su protección. Una reverencia, un simple juramento de fidelidad y se ocupará de impedir que Elaida exhiba sus cabezas en picas en Tar Valon. No pueden pedir más. ¿Y bien? ¿No tenéis nada que decir? —Que él viera, ni siquiera pestañearon. Bastaría con un simple «gracias, Mat». Pero, no. Ni una palabra. Ni un parpadeo.
Una tímida llamada a la puerta precedió la entrada de una novicia, una