claro que no había conexión, aparte del hecho de que ella era una bruja y ellos, Amigos Siniestros. Después de todo, la bruja estaba en la Fortaleza de la Luz. Aun así, estaba inquieto.
—Niall me mandó a buscarla como si yo fuese un perro —manifestó con crispación—. Casi vomité de asco por tener tan cerca a una bruja. Mis manos ansiaban ceñir su garganta.
Asunawa no se molestó en contestar; apenas lo había oído. Niall odiaba a la Mano, desde luego. Casi todos los hombres odiaban aquello que temían. No, su mente debía centrarse en Morgase. No era una mujer débil, a decir de todos. Ciertamente no se le había dado mal rechazar a Niall; la mayoría de la gente se habría venido abajo tan pronto como hubiese entrado en la Fortaleza. Esa bruja echaría a perder algunos de sus planes si al final resultaba ser débil. Tenía hasta el último detalle grabado en su mente, cada día de su juicio con embajadores presentes de cada país que todavía pudiera enviar alguno, hasta que finalmente llegara su dramática confesión, extraída tan hábilmente que nadie descubriría la menor marca, y después las ceremonias que acompañarían su ejecución. Un cadalso especial para ella, que sería conservado después para señalar la ocasión.
—Esperemos que siga resistiéndose a Niall —dijo con una sonrisa que algunos habrían descrito como afable y piadosa. Ni siquiera la paciencia de Niall podía durar siempre; al final tendría que entregarla a la justicia.
32. Emplazamiento con urgencia
Para Egwene la visita de Rand a Cairhien fue como uno de esos espectáculos de fuegos artificiales de los Iluminadores de los que había oído hablar pero que nunca había visto, una explosión que llegó a toda la ciudad y cuyos ecos parecieron retumbar interminablemente.
Ni que decir tiene que no volvió a acercarse a palacio, pero las Sabias acudieron allí a diario para comprobar si había trampas tendidas con Saidar y le contaron lo que ocurría. Los nobles se observaban de reojo, con desconfianza, tearianos y cairhieninos por igual. Berelain parecía estar escondiéndose y se negaba a ver a nadie a menos que fuese absolutamente imprescindible; al parecer Rhuarc le había llamado la atención por desatender sus obligaciones, aunque la reprimenda no surtió mucho efecto. El jefe de clan parecía ser el único en todo el palacio al que no había afectado la situación. Hasta los sirvientes se sobresaltaban si uno los miraba, aunque quizá su nerviosismo se debía a que las Sabias husmeaban en todos los rincones.
En las tiendas las cosas no iban mejor, al menos entre las Sabias. Los demás Aiel, igual que Rhuarc, se mostraban tranquilos y firmes. Su actitud hacía que el mal humor de las Sabias pareciera más tenso en comparación, aunque no era menester tal cosa para notarlo. Amys y Sorilea regresaron de la entrevista con Rand bufando de indignación. No explicaron el motivo, al menos donde Egwene pudiese oírlas, pero el estado de ánimo se contagió a todas las Sabias, de manera que iban de aquí para allí como gatas erizadas, listas para lanzar un zarpazo a cualquier cosa que se moviera. Las aprendizas caminaban casi de puntillas y hablaban en susurros, pero aun así recibieron reprimendas por cosas que habrían pasado inadvertidas en otro momento y se las castigó por otras que antes sólo habrían merecido una regañina.
La aparición de Sabias Shaido en el campamento no ayudó precisamente a mejorar la situación. Al menos, Therava y Emerys eran Sabias; la tercera era la propia Sevanna, que se movía de un lado para otro dándose aires, con la blusa lo bastante desabrochada para hacerle la competencia a Berelain a pesar del fuerte viento que levantaba polvo. Therava y Emerys afirmaban que Sevanna era una Sabia y, aunque Sorilea rezongó, no hubo más remedio que aceptarla como tal. A Egwene no le cabía duda alguna de que estaban espiando, pero Amys se limitó a mirarla cuando la joven lo sugirió. Amparadas por la tradición, eran libres de moverse por el campamento, bien acogidas por todas las Sabias —incluso Sorilea— como si fuesen amigas íntimas o primeras hermanas. A pesar de ello, su presencia agudizó el mal humor de todo el mundo. Sobre todo el de Egwene. Esa sarcástica gata de Sevanna sabía quién era y no hacía el menor esfuerzo en disimular el placer que le causaba mandar a «la aprendiza baja» por un vaso de agua o nimiedades por el estilo a la primera oportunidad que se le presentaba. Sevanna también la miraba de un modo escrutador que a Egwene le hacía pensar en alguien observando a una gallina, pensando cómo cocinarla después de robarla. Y lo peor era que las Sabias no le contaban de qué hablaban; eran asuntos que concernían a las Sabias, no a las aprendizas. Fuera el motivo que fuera el que había llevado allí a las Sabias Shaido, el estado de ánimo de las otras Sabias ciertamente les interesaba; en más de una ocasión Egwene había sorprendido a Sevanna, cuando ésta creía que nadie la observaba, sonriendo al ver a Amys o Malindhe o Cosain ir de aquí para allí hablando para sí y ajustándose el chal sin necesidad. Ni que decir tiene que nadie le hizo caso a Egwene. Demasiados comentarios respecto a las Shaido acabó acarreándole casi todo un día cavando un agujero «lo bastante hondo para estar de pie en él sin ser vista», y cuando por fin salió del hoyo, empapada de sudor y mugrienta, tuvo que empezar a rellenarlo; todo ello mientras Sevanna la observaba.
Dos días después de que Rand se marchara, Aerin y otras cuantas Sabias convencieron a tres Doncellas para que entraran a hurtadillas en el palacio de Arilyn por la noche, y ello empeoró aun más las cosas. Las tres eludieron a los guardias de Gawyn, bien que con mayor dificultad de lo que esperaban, pero con las Aes Sedai fue otro cantar; mientras todavía se descolgaban desde el tejado al ático, quedaron atrapadas por el Poder y transportadas bruscamente al interior de la mansión. Afortunadamente Coiren y las otras por lo visto creyeron que habían ido a robar, aunque las Doncellas no debieron considerarse tan afortunadas. Fueron arrojadas a la calle tan magulladas que apenas podían caminar y cuando llegaron a las tiendas todavía se esforzaban para no gimotear. Las demás Sabias se turnaron para reprender a Aerin y a sus amigas, generalmente en privado, aunque Sorilea pareció poner gran empeño en soltarles la regañina delante del mayor número posible de personas. Sevanna y sus dos compañeras se mofaban abiertamente cada vez que veían a Aerin o a una de las otras, y especulaban en voz alta sobre lo que las Aes Sedai harían cuando se enterasen. Incluso Sorilea las miró con recelo por eso, pero nadie dijo nada, y Aerin y sus amigas empezaron a moverse como si fuesen simples aprendizas. Éstas, por su parte, trataban de esconderse cuando no estaban realizando sus tareas o tomando lecciones. La irritación subió de tono.
Salvo por lo del agujero, Egwene se las arregló para esquivar lo peor de la situación, pero sólo porque permaneció lejos de las tiendas gran parte del tiempo, principalmente para no toparse con Sevanna y dar una lección a esa mujer. No tenía la menor duda de cómo acabarían las cosas si ocurría algo así; Sevanna estaba aceptada como una Sabia a pesar de las muchas muecas de desagrado que se producían cuando no estaba presente, por lo que probablemente Amys y Bair permitirían a la Shaido establecer el castigo que debería imponerse a Egwene. Al menos mantenerse alejada no resultaba tan difícil. Sería una aprendiza, pero únicamente Sorilea se empeñaba en enseñarle el millar de cosas que una Sabia debía saber. Hasta que Amys y Bair le dieran finalmente permiso para volver al Tel’aran’rhiod, podía disponer del día y la noche para hacer lo que quisiera, siempre y cuando evitara que Surandha y las demás no la pillaran para lavar platos o recoger estiércol para las lumbres o tareas por el estilo.
No entendía por qué los días parecían transcurrir con tanta lentitud; supuso que era por tener que estar pendiente de Amys y Bair. Gawyn acudía a El Hombre Largo todas las mañanas. Egwene se acostumbró a las sonrisitas insinuantes de la oronda posadera, si bien una o dos veces se le pasó por la cabeza darle una patada a la mujer. Bueno, quizá fueron tres veces, pero no más. Esas horas pasaban en un visto y no visto. No bien acababa de sentarse en las rodillas de Gawyn cuando tenía que atusarse el cabello y marcharse. Sentarse en su regazo ya no la asustaba; en ningún momento la había asustado exactamente, pero ahora se había convertido en algo muy, pero que muy agradable. Si a veces imaginaba cosas que no debería haber pensado, si esas ideas la hacían enrojecer, él siempre le acariciaba suavemente la cara y pronunciaba su nombre de un modo que la joven podría haberse pasado la vida escuchándolo. Gawyn dejaba escapar menos cosas sobre lo que pasaba con las Aes Sedai de las que Egwene oía en cualquier otra parte, pero eso le importaba bien poco.
Eran las otras horas las que discurrían como si estuviesen atascadas en barro. Tenía tan poco que hacer que creyó que reventaría de frustración. La vigilancia mantenida por las Sabias en la mansión de Arilyn confirmaba que no había más Aes Sedai. Elegidas entre las que podían encauzar, las observadoras informaban que las Aes Sedai continuaban manejando el Poder dentro día y noche, sin interrupción, pero Egwene no osó acercarse; aun en el caso de que lo hubiese hecho, no habría podido saber qué estaban haciendo sin ver los flujos. Si las Sabias hubiesen estado menos irascibles, quizás habría intentado pasar más tiempo leyendo en su tienda, pero la única vez que había cogido un libro sin ser de noche y a la luz de una lámpara Bair rezongó tanto sobre las chicas que perdían el tiempo tumbadas perezosamente que Egwene balbució que había olvidado una cosa y se escabulló de la tienda antes de que la Sabia le encontrara algo más útil en lo que ocuparse. Una breve conversación con otra aprendiza era igualmente peligroso. El pararse a hablar con Surandha, que se escondía a la sombra arrojada por una tienda perteneciente a unos Soldados de Piedra, les costó toda una tarde haciendo la colada cuando Sorilea las descubrió. De hecho, Egwene habría agradecido tener una tarea de la que ocuparse con tal de que las horas no se le hiciesen tan largas, pero Sorilea examinó la ropa perfectamente limpia y tendida dentro de la tienda para evitar el omnipresente polvo, aspiró ruidosamente por la nariz y les dijo que la lavaran otra vez. ¡Se lo dijo dos veces más! Sevanna también presenció parte de eso.
Cuando estaba en la ciudad, Egwene no podía evitar echar ojeadas por encima del hombro constantemente, pero el tercer día la joven se encaminó hacia los muelles con la cautela de un ratón que quiere evitar al gato. Un tipo acartonado que tenía un pequeño bote se rascó el ralo cabello y le pidió un marco de plata para llevarla hasta el barco de los Marinos. Todo era caro en la ciudad, pero eso rayaba en lo ridículo. Le asestó una gélida mirada y le contestó que le daría un céntimo de plata —todavía era un precio exorbitado, a decir verdad— y esperó que el regateo