caras de Basel y de Lamgwin, estuvo a punto de cambiar de idea respecto a hacerse acompañar; de no haber dicho eso dentro, lo habría hecho. Empero, dos hombres no podrían protegerla si se trataba de una trampa bien preparada, y cambiar de opinión sería una muestra de debilidad. A fuer de ser sincera, mientras caminaba junto a Saren por los corredores de piedra se sentía débil, en absoluto como una reina. No. Quizá gritaría como cualquier otra persona si los interrogadores la metieran en sus mazmorras —bueno, nada de «quizá»; no era tan estúpida como para creer que la carne real era distinta de otra en lo tocante a eso—, pero hasta entonces actuaría como lo que era. Deliberadamente, se centró en desterrar el nerviosismo.
Saren la condujo hasta un pequeño patio pavimentado con adoquines donde unos hombres con el torso desnudo arremetían contra postes de madera con sus espadas.
—¿Adónde me lleváis? —demandó—. Éste no es el camino por el que he ido al estudio del capitán general en otras ocasiones. ¿Acaso está en otra parte?
—He cogido un atajo —replicó de manera cortante—. Tengo asuntos más importantes que atender que… —No terminó la frase y tampoco aflojó el paso.
Morgase no tuvo más remedio que seguirlo a través del patio y de allí a un corredor jalonado de grandes habitaciones llenas de catres estrechos y de hombres desnudos de cintura para arriba o incluso con menos ropa. Morgase mantuvo fija la vista en la espalda de Saren mientras preparaba las frases virulentas que pensaba dirigirle a Niall. Cruzaron unas cuadras donde el olor a caballos y estiércol era muy intenso y en las que un herrero ponía herraduras a unos caballos en un rincón; después a lo largo de otro pasillo de barracones y a continuación por otro con cocinas a un lado, con el penetrante olor a comidas preparándose, y de allí a un nuevo patio… Morgase se frenó en seco.
Un alto y largo cadalso se alzaba en el centro del patio. Tres mujeres y más de una docena de hombres lo llenaban por completo, atados de pies y manos y con lazos corredizos alrededor del cuello. Alguien sollozaba lastimeramente; la mayoría, sin embargo, estaban mudos de terror. Los dos últimos hombres al otro extremo de la fila eran Torwyn Barshaw y Paitir, el joven en mangas de camisa en lugar de llevar la chaqueta roja y blanca que Morgase había mandado hacer para él. Paitir no lloraba, pero su tío sí. El muchacho parecía demasiado aterrorizado para pensar siquiera en llorar.
—¡Por la Luz! —gritó un oficial Capa Blanca y otro empujó una larga palanca que había al extremo del cadalso.
Las trampillas se abrieron bruscamente emitiendo fuertes y secos chasquidos y las víctimas desaparecieron de la vista. Algunas de las cuerdas tensas se cimbrearon cuando los que colgaban de sus extremos murieron asfixiados en lugar de perecer rápidamente al romperse el cuello. La de Paitir fue una de ésas. Y con él murió su fantástica huida. Quizá debería haberse preocupado más por el muchacho, pero en lo que pensó fue en la huida, en escapar de la trampa en la que se había metido. No sólo a sí misma, sino también a Andor.
Saren la observaba, obviamente esperando que se desmayara o vomitara.
—¿Tantos a la vez? —dijo, orgullosa de la firmeza de su voz. La cuerda de Paitir había dejado de cimbrearse y ahora sólo se mecía lentamente de lado a lado. Se acabó la posibilidad de huir.
—Colgamos Amigos Siniestros a diario —respondió con sequedad Saren—. Quizás en Andor los soltéis después de echarles un sermón, pero nosotros no.
Morgase lo miró a los ojos. ¿Un atajo? De modo que ésta era la nueva táctica de Niall. No le sorprendía que no se hiciera mención a su fuga planeada. Niall era demasiado sutil para eso. Ella era una invitada de honor, y Paitir y su tío habían sido colgados por casualidad, por algún crimen que no tenía nada que ver con ella. ¿Quién sería el siguiente en subir al cadalso? ¿Lamgwin o Basel? ¿Lini o Tallanvor? Era extraño, pero imaginar a Tallanvor con una soga al cuello le dolía más que imaginar así a Lini. La mente jugaba malas pasadas. Por encima del hombro de Saren atisbó a Asunawa en una ventana desde la que se veía el cadalso. La miraba fijamente. Quizás esto era obra suya, no de Niall. Tanto daba. En cualquier caso ella no podía permitir que su gente muriese por nada. No podía dejar que Tallanvor muriera. Sí, la mente jugaba malas pasadas.
Enarcó una ceja con gesto burlón.
—Si el espectáculo os ha dejado flojas las piernas supongo que podemos esperar hasta que recobréis las fuerzas —dijo con aparente despreocupación, como si no la hubiese afectado lo que había visto. Luz, ojalá no vomitara.
El semblante de Saren se ensombreció, y el Inquisidor giró sobre sus talones y echó a andar a zancadas. Ella lo siguió con paso majestuoso, sin alzar la vista hacia la ventana donde estaba Asunawa, procurando no pensar en el cadalso.
Tal vez sí era el camino más corto al estudio de Niall, ya que en el siguiente corredor Saren la condujo por una empinada escalera y la dejó en la sala de audiencias del capitán general mucho antes que las anteriores veces que había ido allí. Como era habitual, Niall no se levantó; tampoco había una silla para que ella tomara asiento, de modo que se vio obligada a permanecer de pie ante él, como una suplicante. El hombre parecía distraído, sentado en silencio y contemplándola fijamente, pero sin verla en realidad.
Había ganado y ni siquiera la veía. Eso la irritó. Luz, había ganado él. Quizá debería regresar a sus aposentos. Si les pedía a Tallanvor, Lamgwin y Basel que le abrieran paso a la fuerza, lo intentarían. Morirían, claro, y ella también; nunca había empuñado una espada, pero si daba esa orden tomaría una. Ella moriría, y Elayne ascendería al Trono del León. Lo haría, tan pronto como al’Thor fuera desalojado de él. La Torre Blanca se ocuparía de que Elayne tuviera lo que era suyo. La Torre. Si la Torre aseguraba el trono para Elayne… Parecía una locura, pero confiaba menos en la Torre que en el propio Niall. No, tenía que salvar Andor ella misma. Pero el precio… Había que pagar el precio. Tuvo que obligarse a pronunciar las palabras:
—Estoy dispuesta a firmar vuestro tratado.
Niall no pareció haberla oído al principio. Después parpadeó y de repente se echó a reír y sacudió la cabeza. Aquello la irritó sobremanera. ¡Mira que fingir sorpresa! Ella no había intentado escapar. Era una invitada. Morgase deseó verlo a él sobre un cadalso.
Se puso en movimiento de manera tan repentina que casi disipó el recuerdo de su anterior apatía. En cuestión de segundos había hecho entrar a su consumido secretario con un largo pergamino en el que ya estaba escrito todo e incluso con una copia del Sello de Andor que Morgase no habría podido distinguir del original.
Tuviera o no otra opción, hizo toda una exhibición de leer las condiciones. No eran distintas de lo que había imaginado. Niall conduciría a los Capas Blancas para recobrar su trono, pero había un precio, aunque no se lo llamara así. Un millar de Capas Blancas acuartelados en Caemlyn, con sus propios tribunales, no sujetos a las leyes andoreñas, a perpetuidad. Capas Blancas en igual número que la Guardia de la Reina por todo Andor, a perpetuidad. Seguramente le llevaría el resto de su vida deshacer lo que estaba firmando en ese momento, y también la de Elayne, pero la alternativa era al’Thor con el Trono del León como un trofeo. Si otra mujer volvía a sentarse en él sería Elenia o Naean o una de esa calaña, y como una marioneta de al’Thor. Eso o Elayne como marioneta de la Torre; era incapaz de confiar en la Torre.
Estampó su nombre con claridad y apretó la copia del Sello en la cera roja que el secretario de Niall vertió al pie del documento. El León de Andor rodeado por la Corona de la Rosa. ¡Ea!, era la primera reina en aceptar que soldados extranjeros pisaran territorio de Andor.
—¿Cuándo…? —Costaba más trabajo decirlo de lo que había imaginado—. ¿Cuándo emprenderán la marcha vuestras legiones?
Niall vaciló y bajó la vista a la mesa. En ella sólo había pluma y tinta, un cuenco de arena y un trozo de barra de cera recién quemada, como si hubiese escrito una carta hacía muy poco. Terminó de garabatear su firma en el tratado y apretó su propio sello, un sol radiante en cera dorada; después le entregó el documento a su secretario.
—Guarda esto en la sala de documentos, Balwer. Me temo que no podré moverme tan pronto como esperaba, Morgase. Hay acontecimientos que he de considerar. Nada que deba preocuparos. Simplemente es cuestión de decidir cuál es el mejor movimiento en áreas que no están relacionadas con Andor. Sugiero que os toméis esto como una oportunidad que se me ofrece de poder disfrutar un poco más de vuestra compañía.
Balwer se inclinó suavemente aunque con cierta afectación, pero Morgase habría jurado que los ojos del hombrecillo casi se habían desviado bruscamente hacia Niall, con sorpresa. Faltó poco para que ella misma se quedara boquiabierta. No había dejado de presionarla ¿y ahora tenía otras cosas que considerar? Balwer salió con premura, como si temiese que Morgase intentara arrebatarle el tratado para romperlo en pedazos, pero eso era lo último que se le pasaría por la cabeza. Al menos no habría más ejecuciones en el cadalso. De lo demás se ocuparía cuando tuviera oportunidad de hacerlo. Había que ir paso a paso. Su empecinada resistencia había fracasado, pero ahora volvía a disponer de tiempo, un inesperado regalo que no pensaba desaprovechar. Así que el placer de su compañía, ¿no? Esbozó una afable sonrisa.
—Siento como si me hubiese quitado un peso de encima. Decidme: ¿jugáis a las damas?
—Se me considera un buen jugador. —Su sonrisa fue de sorpresa al principio, y después, divertida.
Morgase enrojeció, pero logró que su rostro no trasluciera ira. Quizás era mejor que la creyera quebrantada ahora. No se vigilaba estrechamente a un adversario acabado ni se tenía muy buena opinión de él; si iba con cuidado, con el tiempo empezaría a recuperar lo que había entregado antes de que los soldados del capitán general partieran de Amadicia. Había tenido un excelente maestro en el Juego de las Casas.
—Procuraré no hacer un mal papel si os apetece jugar. —Era más que una buena jugadora, quizás incluso brillante, pero, naturalmente, tendría que perder, aunque no tanto como para que él se aburriera. ¡Luz, cómo detestaba perder!
Con el ceño fruncido, Asunawa tamborileó los dedos en el dorado brazo de su sillón. Por encima de su cabeza, rematando el respaldo, se alzaba el cayado de pastor trabajado en un brillante lacado sobre un disco de un blanco puro.
—La bruja se sorprendió —murmuró.
—Algunas personas reaccionan de ese modo ante un ahorcamiento —respondió Saren como si las palabras de su superior fuesen una acusación—. Los Amigos Siniestros fueron acorralados ayer; me dijeron que los sorprendieron entonando algún tipo de invocación a la Sombra cuando Trom echó abajo la puerta. Lo comprobé, pero a nadie se le ocurrió preguntar si tenían alguna conexión con ella. —Por lo menos no movió los pies; se mantuvo tan derecho como se esperaba de cualquier Mano de la Luz.
Asunawa desestimó las explicaciones con un leve ademán. Pues