Ahora! Libro gratis para leer en línea ✅
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
Advanced
Sign in Sign up
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
  • Adult
  • Bestseller
  • Romanticas
  • Fantasía
  • Ciencia ficción
  • Thriller
  1. Home
  2. El señor del caos
  3. Capítulo 144
Prev
Next

estaba convencida.

Se quedó dormida y tuvo un sueño de una barca con Leane sentada a la proa, coqueteando con un hombre cuyo rostro era distinto cada vez que Elayne miraba hacia ellos. En la popa, Siuan y Nynaeve forcejeaban, cada una de ellas intentando navegar en direcciones opuestas… hasta que Elayne se levantó y se puso al mando. Una capitana que ocultaba secretos podía ser razón suficiente para un motín si era preciso.

A la mañana siguiente Siuan y Leane regresaron antes incluso de que Nynaeve hubiese abierto los ojos, lo que bastó para irritarla lo necesario para encauzar. No sirvió de nada, sin embargo. Lo que ya se había curado no podía volver a curarse.

—Haré lo que esté en mi mano, Siuan —dijo Delana mientras se inclinaba hacia adelante para dar unas palmaditas en el brazo de la otra mujer. Se encontraban solas en la sala de estar, y las tazas de té puestas sobre una pequeña mesa que había entre las dos permanecían intactas.

Siuan suspiró con aire abatido, aunque Delana no sabía qué otra cosa podía esperar después de su arrebato con la Antecámara. La luz de primeras horas de la mañana se colaba por las ventanas, y la Aes Sedai pensó que aún no había desayunado, pero la mujer que tenía delante era Siuan. La situación resultaba desconcertante, y a Delana no le gustaba sentirse desconcertada. Se había disciplinado a sí misma para no ver a su vieja amiga en la cara de esta mujer —cosa por otro lado nada difícil ya que no se parecía en nada a la Siuan Sanche que recordaba, a ninguna edad— pero verla de nuevo, a una Siuan joven y bonita, sólo fue la primera conmoción. La segunda fue que Siuan apareciese en su puerta cuando el sol aún no había salido para pedirle ayuda, algo que Siuan jamás había hecho. Y entonces llegó la impresión mayor de todas, la que se repetía cada vez que se encontraba cara a cara con Siuan desde que la joven al’Meara había realizado el milagro imposible. Era más fuerte que Siuan, mucho más, cuando siempre había sido al contrario; Siuan había tomado el mando cuando eran novicias, antes incluso de llegar a Aceptadas. Con todo, seguía siendo Siuan, y además estaba preocupada, algo también nuevo. Siuan podría estar disgustada o intranquila, pero nunca dejó que nadie se diera cuenta. A Delana la afligía no poder hacer más por la mujer con quien había robado dulces de miel y que en más de una ocasión había cargado con las culpas de travesuras en las que habían estado involucradas las dos.

—Siuan, al menos haré esto: Romanda estaría más que satisfecha de dejar esos ter’angreal del sueño al cuidado de la Antecámara. No cuenta con suficiente número de Asentadas que la apoyen para salirse con la suya, pero si Sheriam cree que sí, si piensa que has utilizado tu influencia con Lelaine y conmigo para impedirlo, entonces no estará en condiciones de rechazarte. Sé que Lelaine accederá a hacerlo. Sin embargo no entiendo por qué quieres reunirte con esas Aiel. Romanda sonríe y se relame como una gata ante un plato de crema cada vez que Sheriam está de un humor de perros después de una de esas reuniones. Con tu temperamento, probablemente sufras un ataque.

Qué gran cambio. En otros tiempos ni siquiera se le habría pasado por la cabeza mencionar el genio vivo de Siuan; ahora se había referido a él sin pensarlo. La expresión abatida de la otra mujer dio paso a una sonrisa.

—Esperaba que hicieses algo así. Hablaré con Lelaine. Y con Janya; creo que ella también colaborará. Pero tendrás que asegurarte de que Romanda no se salga con la suya. Por lo poco que sé, Sheriam ha conseguido encontrar el modo de llegar a un ten con ten con esas Aiel. Me temo que Romanda tendría que empezar desde el principio. Claro que tal cosa quizá no sea importante para la Antecámara, pero no me gustaría nada verlas por primera vez cuando todo el mundo tiene un anzuelo en las agallas.

Delana contuvo la sonrisa mientras acompañaba a Siuan a la puerta principal y le daba un abrazo. Oh, sí, para la Antecámara sería muy importante que las Sabias continuaran en plan pacífico, aunque eso no podía saberlo Siuan. La estuvo mirando caminar calle abajo a buen paso antes de volver al interior de la casa. Por lo visto le había llegado el turno a ella de ser la protectora; confiaba en realizar tan buen trabajo como su amiga había hecho antaño.

El té aún estaba templado, así que decidió mandar a Miesa, la sirvienta que la atendía, por algunos dulces y fruta; empero, cuando sonó una tímida llamada en la puerta de la sala no era Miesa, sino Lucilde, una de las novicias que habían traído de la Torre.

La larguirucha muchacha hizo una nerviosa reverencia, pero lo cierto es que Lucilde siempre estaba nerviosa.

—¿Delana Sedai? ¿Una mujer llegó esta mañana y Anaiya Sedai dijo que la condujera ante vos? ¿Se llama Halima Saranov y dice que os conoce? —anunció con su habitual costumbre de dar un timbre de interrogación a sus palabras.

Delana abrió la boca para manifestar que no conocía a ninguna Halima Saranov cuando una mujer apareció en el umbral. La Aes Sedai se quedó mirándola de hito en hito a despecho de sí misma. De algún modo la mujer se las arreglaba para parecer esbelta y exuberante al mismo tiempo. Vestía un traje de montar de color gris oscuro, cortado ridículamente bajo; una negra y lustrosa melena le enmarcaba el rostro, donde relucían unos ojos verdes que sin duda hacían quedarse boquiabierto a cualquier hombre que la mirase. Delana, ni que decir tiene, no la miraba pasmada por ese motivo. Las manos de la mujer colgaban a los costados, pero tenía los pulgares metidos entre los dedos índice y corazón. Delana jamás había esperado ver esa seña en ninguna mujer que no llevaba el chal, y la tal Halima Saranov ni siquiera era capaz de encauzar. Estaba lo bastante cerca para que no le cupiese duda a ese respecto.

—Sí —dijo la Aes Sedai—, me parece recordarla. Déjanos, Lucilde. Y, pequeña, trata de recordar que todas las frases no son preguntas.

Lucilde hizo una reverencia tan rápida y pronunciada que a punto estuvo de caerse. En otras circunstancias, Delana habría suspirado; nunca se le habían dado bien las novicias, aunque no entendía el motivo.

Lucilde apenas había salido de la habitación cuando Halima se desplazó hasta la silla que Siuan había utilizado y tomó asiento sin que la invitase a hacerlo. Cogió una de las tazas de té intactas, se cruzó de piernas y dio un sorbo, observando a Delana por encima del borde de la taza. La Aes Sedai le asestó una dura mirada.

—¿Quién creéis que sois, mujer? Por muy alta que penséis que estáis, nadie se halla por encima de una Aes Sedai. ¿Y dónde aprendisteis esa seña?

Quizá por primera en su vida esa mirada no le sirvió de nada. Halima le sonrió con sorna.

—¿De verdad crees que los secretos del… digamos Ajah más oscuro son realmente tan secretos? En cuanto a tu alta posición, sabes muy bien que obedecerás sin rechistar a cualquier pordiosero que haga las señas adecuadas. Mi historia consiste en que durante un tiempo fui compañera de viaje de Cabriana Mecandes, una hermana Azul. Por desgracia Cabriana murió de una mala caída de su caballo, y su Guardián simplemente se negó a levantarse o a comer a raíz de aquello. También murió. —Halima sonrió como preguntando si hasta el momento Delana la estaba entendiendo.

»Cabriana y yo charlamos mucho antes de que muriese y me habló de Salidar. También me puso al corriente de ciertas cosas de las que se había enterado respecto a los planes de la Torre Blanca para ti aquí. Y para el Dragón Renacido. —Otra sonrisa, un fugaz destello de blancos dientes antes de volver a beber té mientras la observaba.

Delana no había sido nunca una mujer que se diera por vencida fácilmente. Había obligado a reyes a declarar la paz cuando lo que querían era la guerra; había coaccionado a reinas a firmar tratados que había que firmar. Sí que habría obedecido a ese hipotético pordiosero si hiciese las señas adecuadas y dijese las frases establecidas, cierto, pero la posición de las manos de Halima la identificaban como miembro del Ajah Negro, lo que no era obviamente. Quizá pensaba que era el único modo de que ella admitiera reconocerla y puede que también quisiera demostrar su conocimiento de cosas secretas. A Delana no le gustaba esta tal Halima.

—E imagino que se supone que yo he de asegurarme de que la Antecámara acepte tu información —dijo ásperamente—. No habrá ningún problema siempre y cuando sepas lo bastante de Cabriana para respaldar tu historia. En eso no puedo ayudarte, porque sólo tuve contacto con ella un par de veces. Supongo que no habrá ninguna posibilidad de que aparezca y eche a rodar tu historia, ¿no?

—Ninguna en absoluto. —De nuevo aquella rápida y burlona sonrisa—. Y soy capaz de recitar la vida de Cabriana de punta a cabo. Sé cosas que ella misma había olvidado.

Delana se limitó a asentir. Siempre era de lamentar tener que matar a una hermana, pero lo que era necesario hacerse se hacía.

—Entonces no hay problema. La Antecámara te recibirá como a una invitada y yo me aseguraré de que te escuchen.

—Una invitada no es exactamente lo que tenía en mente, sino algo mucho más permanente, creo. Tu secretaria o, mejor aún, tu compañera. He de asegurarme que tu Antecámara esté convenientemente aconsejada y orientada. Aparte de la historia de la noticia sobre Cabriana, tendré más instrucciones para ti de vez en cuando.

—¡Ahora escúchame tú! ¡Yo no…!

—Se me dijo que te mencionara un nombre —la interrumpió Halima sin levantar la voz—. Un nombre que utilizo en ocasiones. Aran’gar.

Delana, que se había incorporado impulsada por la ira, se sentó pesadamente en la silla. Ese nombre le había sido revelado en sueños. Por primera vez en muchos años, Delana Mosalaine estaba asustada.

31. Cera roja

Elmon Valda avanzaba lentamente en su caballo por las abarrotadas calles; el sonido de los cascos del castrado negro quedaba casi ahogado por el ruido de Amador. El hombre transpiraba por cada poro, y más con el peto y la cota de malla perfectamente bruñidos, relucientes a pesar de la capa de polvo, y la nívea capa extendida sobre la poderosa grupa del castrado; no obstante, podría haber sido un agradable día primaveral por el poco caso que hacía del calor. También ponía todo su empeño en pasar por alto a los sucios hombres, mujeres e incluso niños, todos ellos con aspecto de estar perdidos y con las ropas muy gastadas por el viaje. Incluso allí. Incluso allí.

Por primera vez en su vida, contemplar las grandes murallas de piedra de la Fortaleza de la Luz, imponentes, coronadas de estandartes e inexpugnables, bastión de la verdad y la justicia, no le levantó el ánimo. Desmontó en el patio principal y echó las riendas a un Hijo al tiempo que le daba secas instrucciones para que se ocupase del animal; el hombre sabía lo que tenía que hacer, naturalmente, pero Valda deseaba gritarle a alguien. Hombres con blancas capas iban y venían por doquier haciendo toda una exhibición de energía a despecho del intenso calor. El alto oficial esperaba que hubiese algo más detrás, no simple

Prev
Next

YOU MAY ALSO LIKE

Conan el triunfador
Conan el triunfador
August 3, 2020
El ojo del mundo
El ojo del mundo
August 3, 2020
Conan el destructor
Conan el destructor
August 3, 2020
Conan el defensor
Conan el defensor
August 3, 2020
  • Privacy Policy
  • About Us
  • Contact Us
  • Copyright
  • DMCA Notice

© 2020 Copyright por el autor de los libros. All rights reserved.