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  2. El señor del caos
  3. Capítulo 142
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cabello del hombre estaba revuelto por el viento y su cuadrado rostro y la desgastada chaqueta de gamuza tenían una capa de polvo. Su aspecto era tan sólido como el de una roca.

—Tengo que dejar esto, Siuan —dijo, alzando un puñado de papeles e intentando pasar por un lado, pero ella se desplazó y se puso delante otra vez.

—Me han curado. Puedo encauzar otra vez.

Él asintió con la cabeza; ¡nada más!

—He oído decir algo. Supongo que esto significa que encauzaréis para lavar mis camisas de ahora en adelante. Puede que incluso ahora queden limpias. He lamentado haber dejado marcharse a Min tan fácilmente.

Siuan lo miró fijamente. No era estúpido, de modo que ¿por qué fingía no entender?

—Vuelvo a ser Aes Sedai. ¿De verdad esperáis que una Aes Sedai haga vuestra colada?

Sólo para dejarlo bien claro, abrazó el Saidar —aquella dulzura añorada era tan maravillosa que se estremeció—, lo envolvió en flujos de Aire y lo levantó. Mejor dicho, intentó levantarlo. Sin salir de su sorpresa, Siuan absorbió más, lo intentó con más ahínco, hasta que la dulzura le provocó punzadas dolorosas, como si le estuviesen clavando anzuelos. Los pies del hombre no se movieron del suelo lo más mínimo.

Era imposible. Cierto, el sencillo acto de levantar en vilo algo era uno de los más difíciles en el encauzamiento, pero ella había sido capaz de alzar casi tres veces su propio peso.

—¿Esto tiene por objeto impresionarme o asustarme? —preguntó calmosamente Bryne—. Sheriam y sus amigas lo prometieron, la Antecámara lo prometió y, lo más importante, vos disteis vuestra palabra, Siuan. No dejaría que os escapaseis de mí ni aunque volvieseis a ser la Amyrlin. Y, ahora, deshaced lo que habéis hecho o cuando me libre de ello os pondré sobre mis rodillas y os daré unos azotes por ser infantil. Casi nunca lo sois, así que no esperéis que os permita que empecéis a serlo ahora.

Casi aturdida, Siuan soltó la Fuente. Su estado no era por la amenaza del hombre —era muy capaz de cumplirla; ya lo había hecho antes— y tampoco por la impresión de verse incapaz de levantarlo. Las lágrimas se le agolpaban en los ojos como una fuente y confió en que soltando el Saidar se contendrían. Aun así unas pocas resbalaron por sus mejillas a pesar de sus parpadeos.

Gareth le había cogido la cara entre las manos antes de que ella advirtiera siquiera que se había movido.

—Luz, mujer, no me digáis que os he asustado. Creía que ni siquiera os asustaría que os arrojaran a un foso de leopardos.

—No estoy asustada —repuso, envarada. Bien, todavía podía mentir. Más lágrimas agolpándose en los párpados.

—Tenemos que resolver esto, encontrar la forma de no estar como el perro y el gato todo el tiempo —musitó él.

—No hay razón para que resolvamos nada. —Venían. Venían. Otra vez las lágrimas. Oh, Luz, no podía permitirle que las viera—. Dejadme sola, por favor. Por favor, idos.

Cosa sorprendente, Gareth Bryne dudó sólo un instante antes de hacer lo que le pedía.

Escuchando tras ella el sonido de sus botas, Siuan se las arregló para girar en el recodo donde el pasillo se cruzaba con otro antes de que el llanto la desbordara y cayera de rodillas sollozando lastimeramente. Ahora sabía por qué. Alric, su Guardián. Su Guardián muerto, asesinado cuando Elaida la había depuesto. Podía mentir —el efecto de los Tres Juramentos todavía no se había manifestado en ella— pero una parte de su vínculo con Alric, un vínculo de cuerpo a cuerpo, de mente a mente, había resurgido. El dolor de su muerte, ese dolor que al principio quedó encubierto por la conmoción de lo que Elaida se proponía hacer y después enterrado por la neutralización, ese dolor la llenó ahora hasta rebosar. Acurrucada contra la pared, gimiendo y llorando a mares, se alegró de que Gareth Bryne no la viera así. «¡No tengo tiempo para enamorarme, así se abrase!»

La idea fue como un balde de agua fría en la cara. El dolor persistió, pero el llanto cesó y Siuan se incorporó tambaleándose. ¿Enamorarse? Eso era tan imposible como… como… No se le ocurría nada lo bastante imposible. ¡Ese hombre sí era imposible!

De pronto se dio cuenta de que Leane estaba de pie a dos pasos de distancia, observándola. Siuan hizo ademán de limpiarse las lágrimas de la cara, pero después renunció. En el semblante de Leane sólo había comprensión.

—¿Cómo te enfrentaste a… la muerte de Anjen, Leane? —De eso hacía ahora quince años.

—Lloré —contestó la otra mujer—. Durante un mes contuve el llanto durante el día y pasé las noches hecha un ovillo, tiritando y en un mar de lágrimas. Eso después de rasgar las sábanas. Durante otros tres, de repente se me humedecían los ojos sin previo aviso. Pasó más de un año antes de que dejara de dolerme. Ése es el motivo por el que no vinculé a otro. Me sentía incapaz de soportar lo mismo otra vez. Se pasa, Siuan. —Se sacó de algún sitio una sonrisa pícara—. Ahora creo que podría con dos o tres Guardianes, si no con cuatro.

Siuan asintió. Podía llorar por la noche. En cuanto al maldito Gareth Bryne… No había nada de «en cuanto». ¡No lo había!

—¿Crees que están a punto? —Sólo habían dispuesto de unos instantes abajo para hablar. Este anzuelo había que echarlo rápidamente o no echarlo.

—Tal vez. No tuve mucho tiempo. Y he de ser prudente. —Leane hizo una pausa—. ¿Estás segura de que quieres seguir adelante con esto, Siuan? Está cambiando todo para lo que hemos trabajado, sin el menor aviso, y… No soy tan fuerte como era, Siuan, y tampoco tú. La mayoría de las mujeres aquí pueden encauzar más que cualquiera de nosotras dos ahora. Luz, creo que hasta algunas Aceptadas pueden hacerlo, sin contar a Elayne y Nynaeve.

—Lo sé. —Había que correr el riesgo. El otro plan había sido sólo provisional porque ya no era Aes Sedai. Pero ahora volvía a serlo, y la habían depuesto respetando el mínimo de la ley de la Torre. Si volvía a ser Aes Sedai, ¿no sería de nuevo la Amyrlin?

Cuadró los hombros y bajó dispuesta a sostener un combate con la Antecámara.

Tumbada en la cama, con la camisola, Elayne reprimió un bostezo y siguió untándose las manos con la crema que le había facilitado Leane. Parecía surtir efecto; al menos estaban más suaves. Un soplo de brisa nocturna se coló por la ventana haciendo que la llama de la vela temblara. El aire sólo consiguió que se notara más calor en la habitación.

Nynaeve entró dando traspiés, cerró la puerta con un golpe, se tiró sobre la cama y se quedó mirando a Elayne.

—Magla es la mujer más despreciable, odiosa y rastrera del mundo —murmuró—. No, Larissa le gana. No, la peor es Romanda.

—Deduzco que te enfurecieron lo bastante para que encauzaras. —Por toda respuesta Nynaeve gruñó con una expresión tan furibunda que Elayne se apresuró a continuar—. ¿A cuántas tuviste que hacer una demostración? Te esperaba hace mucho rato. Te busqué a la hora de cenar, pero no di contigo.

—Cené un panecillo —rezongó—. ¡Un panecillo! Hice la demostración para todas, hasta la última Amarilla que hay en Salidar, sólo que no están satisfechas. Quieren disponer de mí de una en una. Han organizado un turno rotativo. Larissa me tendrá mañana por la mañana… ¡antes del desayuno! Y justo a continuación, Zenare. Después… ¡Discutieron cómo ponerme furiosa como si no estuviese yo delante! —Alzó la cabeza de la colcha; su expresión era la de un animal acosado—. Elayne, están compitiendo para ver quién de ellas rompe mi bloqueo. ¡Están como niños intentando coger el cochinillo engrasado en un día festivo, y el cerdito soy yo!

Elayne bostezó y le tendió el tarro de crema; Nynaeve se puso boca arriba y empezó a untarse las manos. También había cumplido con su turno fregando ollas.

—Lamento no haber hecho hace días lo que querías, Nynaeve. Podríamos haber tejido disfraces como el de Moghedien y pasar delante de todo el mundo sin que se dieran cuenta. —La antigua Zahorí dejó de frotarse las manos—. ¿Qué te pasa, Nynaeve?

—No se me ocurrió eso. ¡No se me pasó por la cabeza!

—¿No? Estaba segura de que sí lo habías pensado. Fuiste tú la que aprendió a hacerlo antes, después de todo.

—Intenté no pensar siquiera en lo que no podíamos decirles a las hermanas. —La voz de Nynaeve era fría como el hielo e igualmente dura—. Y ahora es demasiado tarde. Estoy tan cansada que no podría encauzar ni aunque me prendieran fuego al pelo, y si esas mujeres se hubiesen salido con la suya, estaría demasiado cansada para siempre. La única razón por la que me han dejado marcharme esta noche es porque no pude tocar el Saidar ni cuando Nisao… —Se estremeció y entonces sus manos empezaron a moverse otra vez, extendiendo la crema.

Elayne soltó un quedo suspiro. Casi había metido la pata. También ella estaba cansada. Admitir la propia equivocación siempre conseguía que la otra persona se sintiese mejor, pero no había tenido intención de mencionar el uso del Saidar para disfrazarse. Había temido desde el principio que Nynaeve hiciera esa sugerencia. Aquí, al menos, podían estar pendientes de lo que las Aes Sedai de Salidar se proponían, y tal vez avisar a Rand a través de Egwene una vez que ésta regresara al Tel’aran’rhiod. En el peor de los casos, podrían ejercer alguna influencia a través de Siuan y Leane.

Como si sus pensamientos hubiesen sido un llamamiento, la puerta se abrió para dejar pasar justo a esas dos mujeres. Leane llevaba una bandeja de madera con pan y un cuenco de sopa, una taza de cerámica roja y una jarra vidriada en blanco. Había incluso un ramito de hojas verdes en un pequeño jarrón azul.

—Siuan y yo pensamos que podías tener hambre, Nynaeve. Me he enterado de que las Amarillas te han exprimido.

Elayne no sabía si levantarse o no de la cama. Eran Siuan y Leane, pero volvían a ser Aes Sedai. Al menos, ella lo veía así. Las dos mujeres solucionaron su dilema al sentarse, Siuan a los pies de la cama de Elayne y Leane en la de Nynaeve. Ésta miró a ambas con desconfianza antes de sentarse con la espalda recostada en la pared y apoyando la bandeja sobre sus rodillas.

—He oído comentar que te has dirigido a la Antecámara, Siuan —dijo Elayne, con cuidado—. ¿Deberíamos haber hecho una reverencia?

—¿Te refieres a si somos Aes Sedai otra vez, muchacha? Lo somos. Discutieron como pescaderas el Día Solar, pero al menos accedieron a eso.

Siuan intercambió una mirada con Leane, y un leve rubor tiñó los pómulos de la antigua Amyrlin. Elayne sospechó que nunca se enteraría de qué era a lo que no habían accedido.

—Myrelle fue tan amable como para buscarme y contármelo —dijo Leane para romper el tenso silencio—. Creo que voy a elegir el Ajah Verde.

Nynaeve se atragantó con la cuchara metida en la boca.

—¿A qué te refieres? ¿Es que se puede cambiar de Ajah?

—No, no se puede —respondió Siuan—. Pero lo que la Antecámara decidió es que, aunque somos Aes Sedai, dejamos de serlo durante un tiempo. Y, puesto que insisten en creer que esa pantomima fue legal, todos nuestros vínculos, compromisos, asociaciones y títulos se fueron por la borda. —Su voz estaba cargada de amarga ironía—. Mañana preguntaré a las Azules si me aceptan otra vez. No sé de ningún Ajah que haya rechazado nunca a nadie. Para cuando se asciende

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