uno de los asesinos de la Sombra. En el momento en que la carta tocaba el suelo, el Hombre Gris comprendió que Rand lo había visto. El grito de Aviendha todavía resonaba en el aire y ella aún no había tocado con el trasero en el suelo cuando un cuchillo apareció en la mano del Hombre Gris, que aprestó el arma mientras se abalanzaba hacia adelante. Rand lo envolvió en flujos de Aire casi con desdén. Y entonces, de repente, un haz de fuego, grueso como la muñeca de un hombre, le pasó junto al hombro y abrió en el tórax del Hombre Gris un agujero lo bastante ancho para que cupiera un puño. El asesino murió sin tener tiempo siquiera de estremecerse; su cabeza se dobló hacia abajo con aquellos ojos, tan muertos como antes, todavía prendidos en Rand al’Thor.
Muerto, lo que quiera que se le hubiese hecho al Hombre Gris para que resultara casi imposible de ver dejó de funcionar. Muerto, de repente se tornó tan visible como cualquier persona. Aviendha, que empezaba a levantarse del suelo, soltó un grito de sobresalto y Rand notó que se le ponía la piel de gallina, prueba de que la joven había abrazado el Saidar. La mano de Nandera subió rápidamente hacia el velo a la par que ahogaba una exclamación, y Jalani se cubrió a medias con el suyo.
Rand dejó que el cadáver se desplomara, pero no soltó el Saidin al volverse para mirar a Taim, que estaba plantado en el umbral del dormitorio.
—¿Por qué lo has matado? —Sólo una parte de la fría dureza de su voz podía achacarse a encontrarse en el vacío—. Lo tenía inmovilizado; podría habernos contado algo, tal vez incluso quién lo había enviado. En cualquier caso ¿qué haces aquí, metiéndote a hurtadillas en mi dormitorio?
Taim entró en la antesala haciendo gala de una absoluta tranquilidad; llevaba una chaqueta negra con bordados de dragones enroscados alrededor de las mangas, en azul y oro. Aviendha se incorporó precipitadamente y, a despecho del Saidar, la expresión de sus ojos daba a entender que lo mismo podía utilizar contra Taim el cuchillo que empuñaba que enfundarlo de nuevo. Nandera y Jalani se habían cubierto con el velo y estaban de puntillas y con las lanzas prestas. Taim hizo caso omiso de las mujeres; Rand notó que el hombre cortaba el contacto con el Poder. Taim no parecía siquiera preocupado por que el Saidin hinchiera a Rand todavía. Aquel peculiar gesto que insinuaba una sonrisa bailó en sus labios cuando miró al Hombre Gris muerto.
—Qué repugnantes estos Sin Alma. —Cualquier otra persona se habría estremecido, pero no Taim—. Llegué a vuestro balcón a través de un acceso porque pensé que querríais saber la noticia cuanto antes.
—¿Hay alguien que aprende demasiado deprisa? —lo interrumpió Rand y de nuevo apareció aquel atisbo de sonrisa en el otro hombre.
—No, ninguno de los Renegados se esconde tras un disfraz, a no ser que se las haya ingeniado para hacerse pasar por un muchacho de apenas veinte años. Se llama Jahar Narishma y posee el don innato, aunque todavía no lo ha desarrollado. Por lo general en los hombres suele manifestarse después que en las mujeres. Deberíais volver a la escuela; os sorprenderían los cambios habidos.
Rand no lo dudaba. Jahar Narishma no era un nombre andoreño; que él supiera, el Viaje no tenía límites, pero al parecer Taim estaba llevando a cabo su reclutamiento en lugares muy lejanos. Rand no dijo nada y se limitó a contemplar fijamente el cadáver desplomado en la alfombra. Taim torció el gesto, irritado, pero no perdió la compostura.
—Creedme, desearía tanto como vos que aún viviera. Lo vi y actué sin pensar; lo último que querría es que murieseis. Lo inmovilizasteis en el momento en que encaucé, pero ya era demasiado tarde para frenarlo.
«Tengo que matarlo», murmuró Lews Therin, y el Poder hinchió a Rand. Petrificado, Rand se esforzó denodadamente para apartar el Saidin, y tuvo que emplearse a fondo porque Lews Therin trataba de aferrarlo, trataba de encauzar. Por último, lentamente, el Poder Único lo abandonó como el agua en un cubo con un agujero en el fondo.
«¿Por qué? —demandó—. ¿Por qué quieres matarlo?» Por toda respuesta hubo una risa demente y un lejano sollozo.
Aviendha lo observaba con una profunda preocupación plasmada en su semblante. Había enfundado el cuchillo, pero el hormigueo en la piel le reveló a Rand que no había soltado el Saidar. Las dos Doncellas se habían bajado el velo, ahora que parecía evidente que la aparición de Taim no era una amenaza; con todo, se las ingeniaron para no perder de vista al hombre al tiempo que vigilaban el resto de la sala y además se dirigían miradas avergonzadas la una a la otra por alguna razón.
Rand tomó asiento en una silla que había junto a la mesa donde había dejado su espada encima del Cetro del Dragón. El forcejeo interno sólo había durado unos instantes, pero sentía flojas las piernas. Lews Therin había estado a punto de hacerse con el control o, al menos, a punto de aferrar el Saidin. En otras ocasiones anteriores, en la escuela, Rand se había engañado a sí mismo, pero no esta vez.
Si Taim había advertido algo no dio señales de ello. Se inclinó para recoger la carta y le echó una ojeada antes de tendérsela a Rand con una mínima reverencia.
Rand se guardó el pergamino en un bolsillo. Nada alteraba a Taim; nada perturbaba su aplomo. ¿Por qué quería matarlo Lews Therin?
—Habida cuenta de lo dispuesto que estabas a dar caza a las Aes Sedai me sorprende que no hayas sugerido atacar a Sammael. Tú y yo y tal vez unos cuantos de los estudiantes más fuertes, cayendo de repente sobre él en Illian a través de un acceso. Tuvo que ser él quien mandó a ese hombre.
—Quizá —fue la escueta respuesta de Taim mientras echaba un vistazo al Hombre Gris—. Daría cualquier cosa por estar seguro. —Sus palabras tenían visos de realidad—. En cuanto a Illian, dudo que fuera tan fácil como deshacerse de un par de Aes Sedai. No dejo de pensar qué haría yo si estuviese en la piel de Sammael. Protegería la ciudad dividiéndola en pequeños sectores e instalando salvaguardias en cada uno de ellos de manera que si un hombre intentara encauzar sabría exactamente dónde localizarlo y reduciría a cenizas ese sector hasta sus cimientos antes de que tuviese tiempo de respirar.
Era exactamente lo mismo que Rand había pensado; nadie sabía defender un lugar mejor que Sammael. Quizá lo único que pasaba era que Lews Therin estaba loco. O puede que también celoso. Rand intentó convencerse de que no había estado evitando ir a la escuela porque él sintiera celos, pero lo cierto es que siempre lo asaltaba una sensación de irritación cuando Taim estaba cerca.
—Ya me has comunicado la noticia que traías, de modo que te sugiero que vuelvas para ocuparte de instruir a ese tal Jahar Narishma. Y entrénalo bien. Es posible que tengamos que hacer uso de su habilidad muy pronto.
Los oscuros ojos de Taim relampaguearon un instante, pero enseguida saludó con una ligera inclinación de cabeza. Sin pronunciar palabra, aferró el Saidin y abrió un acceso allí mismo. Rand se obligó a permanecer sentado, sin entrar en contacto con la Fuente, hasta que el hombre se hubo ido y el acceso se estrechó en una línea perpendicular de brillante luz hasta desaparecer; no podía arriesgarse a sostener otra pugna con Lews Therin cuando cabía la posibilidad de perderla y encontrarse luchando contra Taim en contra de su voluntad. ¿Por qué ese afán de Lews Therin por verlo muerto? Luz, Lews Therin parecía desear verlos muertos a todos, incluido él mismo.
La mañana estaba transcurriendo con una continua sucesión de acontecimientos, sobre todo considerando que apenas había claridad en el cielo. Las buenas noticias superaban a las malas. Observó el cadáver del Hombre Gris despatarrado sobre la alfombra; probablemente la herida se había cauterizado en el mismo momento de producirse, pero la señora Harfor se aseguraría de hacérselo saber, sin necesidad de pronunciar una palabra, si había alguna mancha de sangre. En cuanto a la Señora de las Olas de los Marinos, por lo que a él respectaba podía cocerse en su propio mal genio hasta reventar; ya tenía bastantes problemas que afrontar para añadir el de otra mujer susceptible.
Nandera y Jalani seguían paradas cerca de la puerta, cambiando el peso ora en un pie ora en otro. Tendrían que haber salido para ocupar sus puestos en el pasillo tan pronto como Taim se hubo marchado.
—Si estáis preocupadas por lo del Hombre Gris, olvidadlo ya —dijo Rand—. Sólo un necio esperaría advertir la presencia de un Sin Alma a no ser por casualidad, y ninguna de vosotras es una necia.
—No es por eso —repuso, envarada, Nandera.
Jalani tenía tan tensa la mandíbula que resultaba obvio su esfuerzo por contener la lengua.
De repente Rand lo comprendió. No es que creyesen que tendrían que haber visto al Hombre Gris, pero aun así se sentían avergonzadas de no haberlo hecho. Avergonzadas por eso y temerosas de la vergüenza que sería si se corría la voz de su «fallo».
—No quiero que nadie sepa que Taim ha estado aquí ni lo que dijo. La gente ya está bastante nerviosa sabiendo que la escuela se encuentra en algún lugar cerca de Caemlyn para que además le asuste la posibilidad de que él o cualquiera de los estudiantes puedan aparecer de repente. Creo que lo mejor es guardar silencio sobre todo lo ocurrido esta mañana. Es imposible ocultar un cadáver, pero quiero que me prometáis que no diréis nada salvo que un hombre intentó matarme y murió por ello. Eso es lo que me propongo decirles a todos y no me gustaría que me hicieseis pasar por mentiroso.
La gratitud reflejada en sus semblantes era palpable.
—Tengo toh contigo —manifestaron casi al unísono las dos Doncellas.
Rand se aclaró la garganta sonoramente; no era eso lo que pretendía, pero al menos había conseguido aliviarles el cargo de conciencia. De repente se le ocurrió un modo de ocuparse del asunto de Sulin. A la Doncella no le gustaría, pero con ello seguiría cumpliendo su toh, puede que más aun puesto que no sería de su agrado; además de que también él se quitaría en parte su sensación de culpabilidad y pagaría hasta cierto punto su toh con ella.
—Bien, id a hacer vuestra guardia o empezaré a pensar que queréis quedaros contemplando mis cejas. —Eso era lo que Nandera había dicho. ¿De verdad estaría Aviendha fascinada con sus cejas?—. Vamos. Y buscad a alguien que se lleve a este tipo de aquí. —Las dos se marcharon sonriendo de oreja a oreja e intercambiando signos del lenguaje de señas mientras Rand se incorporaba del sillón y cogía a Aviendha por el brazo—. Dijiste que querías hablar conmigo. Vayamos al dormitorio hasta que hayan limpiado la antesala.
Si había alguna mancha a lo mejor podría encauzar para limpiar. Aviendha se soltó de un tirón.
—¡No! ¡Ahí dentro no! —Inhaló hondo y suavizó el tono, pero seguía mostrándose desconfiada y un poco furiosa—. ¿Por qué no podemos hablar aquí?
Ninguna razón aparte de que había un hombre muerto en el suelo, pero eso a ella no le importaba. Lo empujó casi con violencia para que se sentara de nuevo en el sillón y después lo observó atentamente e hizo otra profunda inhalación antes de seguir hablando:
—El ji’e’toh es la