Ahora! Libro gratis para leer en línea ✅
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
Advanced
Sign in Sign up
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
  • Adult
  • Bestseller
  • Romanticas
  • Fantasía
  • Ciencia ficción
  • Thriller
  1. Home
  2. El señor del caos
  3. Capítulo 132
Prev
Next

con su cara.

—¿Creéis que realmente lo sabía? —continuó Galina, refiriéndose a Rand—. ¿Que estábamos abrazando…? No, imposible. Tuvo que ser una conjetura, nada más.

Nesune prestó atención, aunque siguió dándose golpecitos en los labios con los dedos. Aquello era claramente un intento de cambiar de tema, además de un indicio de que Galina estaba nerviosa. El silencio se había prolongado durante tanto rato porque ninguna quería mencionar a al’Thor y no había otro tema de conversación posible. ¿Por qué Galina no quería hablar de Alviarin? Las dos no eran ciertamente amigas; eran contadas las Rojas que tenían amigas fuera de su Ajah. Nesune añadió el asunto en su lista mental.

—Pues si sólo hacía suposiciones, podría ganar una fortuna en las ferias. —Coiren no era tonta. Grandilocuente hasta la exageración, pero no tonta—. Por ridículo que pueda parecer, hemos de presuponer que es capaz de percibir el Saidar en una mujer.

—Eso podría resultar desastroso —masculló Galina—. No. Es imposible. Tiene que haberlo supuesto. Cualquier hombre con capacidad de encauzar daría por hecho que abrazaríamos el Saidar.

El mohín de la Roja irritaba a Nesune. Toda esta expedición en sí la irritaba. Se habría sentido más que satisfecha de formar parte de ella si se lo hubiesen pedido, pero Jesse Bilal no había pedido su opinión, sino que prácticamente la había empujado hasta su caballo. Funcionasen las cosas como funcionasen en otros Ajahs, no era propio que la cabeza del consejo de Marrones actuara así. Lo peor, sin embargo, era que las compañeras de Nesune estaban tan concentradas en el joven al’Thor que parecían estar ciegas a todo lo demás.

—¿Tenéis alguna idea —reflexionó en voz alta— de quién era la hermana que compartió nuestra entrevista?

Tal vez no había sido una hermana —tres mujeres Aiel habían aparecido de repente en la Biblioteca Real cuando estaba allí y dos de ellas podían encauzar—, pero lo dijo porque quería ver sus reacciones. No se llevó una desilusión; o, mejor dicho, sí que la decepcionaron. Coiren se limitó a sentarse más erguida, pero Galina la miró de hito en hito. Nesune no pudo menos de soltar un suspiro. Realmente estaban ciegas. Sólo a unos pasos de distancia de una mujer capaz de encauzar y no se habían percatado por la simple razón de que no podían verla.

—Ignoro cómo estaba oculta —prosiguió Nesune—, pero será interesante descubrirlo.

Tenía que haber sido obra de él o de lo contrario habrían visto el tejido del Saidar. Sus compañeras no le preguntaron si estaba segura pues sabían que sus conjeturas siempre eran acertadas.

—Es la confirmación de que Moraine está viva. —Galina se recostó con una torva sonrisa—. Sugiero que encarguemos a Beldeine que la encuentre. Entonces la cogeremos y la encerraremos en el sótano. Así no sólo la apartaremos de al’Thor, sino que los llevaremos juntos a Tar Valon. Dudo que él se dé cuenta siquiera, siempre y cuando pongamos suficiente oro brillando delante de sus narices.

Coiren sacudió la cabeza con énfasis.

—No tenemos más confirmación respecto a Moraine de la que teníamos antes. Podría tratarse de esa misteriosa Verde. En lo referente a encontrar a quienquiera que sea, estoy de acuerdo, pero hemos de considerar cuidadosamente lo demás. No quiero arriesgar todo lo que se ha planeado tan concienzudamente. Hay que tener presente que al’Thor está en contacto con esa hermana, sea quien sea, y que su petición de disponer de un poco de tiempo podría muy bien ser una estrategia. Afortunadamente disponemos de tiempo.

Galina, aunque de mala gana, asintió; antes se casaría y se establecería en una granja que poner en peligro los planes.

Nesune se permitió soltar un quedo suspiro. Aparte de la pomposidad, el único fallo real de Coiren era señalar lo obvio. Tenía una buena cabeza cuando la utilizaba. Y era cierto que disponían de tiempo. Su pie volvió a tocar una de las cajas de especímenes. Tomaran el giro que tomaran los acontecimientos, el trabajo que se proponía escribir sobre al’Thor sería la culminación de su obra.

28. Cartas

Que Lews Therin estaba allí no le cabía duda alguna a Rand, pero en su cabeza no sonaba un solo susurro que no fuese suyo. Durante el resto del día procuró pensar en otras cosas, por superfluas que fuesen. Berelain estaba con los nervios de punta a causa de las muchas veces que se acercó a ella para preguntarle sobre algo que la mujer era perfectamente capaz de manejar sin su intervención; Rand no estaba seguro, pero tenía la impresión de que empezaba a esquivarlo. Hasta Rhuarc comenzó a traslucir cierta expresión de sentirse acosado después de que Rand lo atosigó por décima vez respecto a los Shaido; éstos no se habían movido, y las únicas alternativas que Rhuarc veía era o dejarlos en la Daga del Verdugo de la Humanidad o sacarlos de allí a la fuerza. Herid Fel andaba perdido por ahí como solía hacer, según se apresuró a señalar Idrien, y no había modo de dar con él; cuando Fel se sumía en reflexiones a veces también se perdía en la ciudad. Rand gritó a la mujer, a pesar de que ni era culpa suya que hubiese desaparecido ni responsable del estudioso, pero la dejó pálida y temblando. El mal humor de Rand tenía el mismo efecto que una serie de tormentas desplazándose desde el horizonte de manera consecutiva. Gritó a Meilan y a Maringil hasta que estuvieron temblando de pies a cabeza y se marchó dejándolos pálidos como cadáveres; redujo a lady Colavaere a un manojo de nervios, lágrimas y palabras incoherentes, e incluso consiguió que Anaiyella saliera corriendo con las faldas recogidas hasta las rodillas. De hecho, cuando Amys y Sorilea se presentaron para preguntarle qué le habían dicho las Aes Sedai, también les gritó a ellas; a juzgar por el gesto de Sorilea cuando se marchaban, Rand sospechó que quizás ésa era la primera vez que alguien le había levantado la voz. Y todo por saber, por tener la certeza, de que Lews Therin estaba realmente allí, no sólo una voz, sino un hombre, metido dentro de su cabeza.

Casi le dio miedo quedarse dormido cuando cayó la noche; miedo de que Lews Therin pudiera tomar el control mientras dormía. Cuando por fin se quedó dormido, los agitados sueños le hicieron dar vueltas en la cama y mascullar. Con las primeras luces del día colándose por la ventana, Rand despertó enredado en las sábanas empapadas de sudor, con los ojos irritados, un sabor a podredumbre en la boca y las piernas doloridas. Los sueños que recordaba eran todos de estar huyendo a la carrera de algo que no veía. Se levantó del enorme lecho de dosel e hizo sus abluciones en un lavamanos dorado. Como el cielo empezaba apenas a tomar el color gris que anuncia el alba, el gai’shain que traería agua caliente no había aparecido todavía, pero Rand se arregló con la que quedaba de la noche anterior.

Casi había terminado de afeitarse cuando se quedó en suspenso, con la cuchilla pegada a la cara, observándose en el espejo de pared. Corriendo. Había estado convencido de que era de los Renegados de quienes huía en sus sueños, o del Oscuro o del Tarmon Gai’don o puede que incluso de Lews Therin. Qué engreído; había dado por supuesto que el Dragón Renacido soñaría que lo perseguía el Oscuro. A pesar de todas sus protestas de ser Rand al’Thor, por lo visto le costaba tan poco trabajo olvidar eso como a los demás. Rand al’Thor había huido de Elayne, de su miedo de amar a Elayne, al igual que había huido por temor a amar a Aviendha.

El espejo se hizo añicos y los pedazos cayeron en la palangana de porcelana. Los trozos que quedaban en el marco le devolvían una imagen fragmentada de su rostro.

Soltó el Saidin y con deliberada lentitud arrastró el resto de espuma con la cuchilla y dobló la navaja de afeitar. Se acabó el correr. Haría lo que debía hacer, pero se había acabado el huir.

Dos Doncellas aguardaban en el corredor cuando salió de la habitación. Harilin, una larguirucha pelirroja que debía de tener más o menos su edad, corrió en busca de las demás tan pronto como lo vio aparecer por la puerta. La otra, Chiarid, una mujer rubia de ojos chispeantes y lo bastante mayor para ser su madre, lo acompañó por los pasillos, en los que se movían sólo unos pocos sirvientes que se sorprendieron al verlo levantado tan temprano. Por lo general a Chiarid le encantaba hacer bromas a sus expensas cuando estaban solos —Rand incluso entendía unas cuantas; la Doncella lo veía como a un hermano pequeño al que hacía falta bajarle un poco los humos—, pero la mujer advirtió su estado de ánimo y no dijo palabra. Y lanzó una mirada de desagrado a su espada, pero sólo una.

Nandera y el resto de las Doncellas los alcanzaron antes de que estuvieran a mitad de camino de la cámara de Viajes, y supieron interpretar su gesto y su silencio de inmediato. Otro tanto ocurrió con los mayenienses y los Ojos Negros que hacían guardia ante la cincelada puerta cuadrada. Rand pensaba ya que se marcharía de Cairhien sin que nadie hubiese pronunciado una palabra cuando una joven vestida con los colores rojo y azul de la servidumbre personal de Berelain entró corriendo en la estancia e hizo una profunda reverencia justo en el momento en que él abría el acceso.

—La Principal os envía esto —jadeó al tiempo que le tendía una carta lacrada con un gran sello verde. Por lo visto la muchacha había corrido todo el camino intentando dar con él—. Es de los Marinos, mi señor Dragón.

Rand se guardó la misiva en un bolsillo de la chaqueta y traspasó el acceso haciendo caso omiso de las preguntas de la joven sirvienta sobre si había alguna respuesta. El silencio le cuadraba perfectamente esa mañana. Pasó el pulgar sobre la talla del Cetro del Dragón. Sería firme y duro y dejaría atrás toda su autocompasión.

El oscuro Salón del Trono de Caemlyn trajo de nuevo a Alanna agazapada en un rincón de su mente. Allí era de noche todavía, pero la Aes Sedai estaba despierta; Rand lo sabía con tanta certeza como que la mujer había estado llorando, como que sus lágrimas habían cesado unos instantes después de que él cerró el acceso una vez que hubo pasado la última Doncella. Un pequeño resto de indescifrable emoción permanecía en el fondo de su mente, mas estaba seguro de que ella sabía que había vuelto. Sin duda la Aes Sedai y su vínculo habían tenido también parte de culpa en su huida, pero Rand aceptaba ahora el vínculo aunque no le gustara. Esa idea casi le hizo soltar una risa irónica; más le valía aceptarlo, puesto que le era imposible cambiarlo. La mujer le había atado un hilo —simplemente un hilo; Luz, que no fuera nada más— y no debería causar problemas a no ser que la dejara aproximarse lo suficiente para convertirlo en una correa. Ojalá Thom Merrilin estuviese allí; seguramente el juglar sabía todo cuanto había que saber sobre Guardianes y vínculos; sabía cosas realmente sorprendentes. En fin, si encontraba a Elayne encontraría a Thom y no había que darle más vueltas al asunto.

El Saidin creó un globo de luz, con Fuego y Aire, para alumbrarle el camino fuera del Salón del Trono. Las antiguas reinas, ocultas en la oscuridad allá arriba, no lo perturbaron en absoluto. Sólo eran

Prev
Next

YOU MAY ALSO LIKE

Conan el invencible
Conan el invencible
August 3, 2020
Encrucijada en el crepúsculo
Encrucijada en el crepúsculo
August 3, 2020
Conan el invicto
Conan el invicto
August 3, 2020
Conan el defensor
Conan el defensor
August 3, 2020
  • Privacy Policy
  • About Us
  • Contact Us
  • Copyright
  • DMCA Notice

© 2020 Copyright por el autor de los libros. All rights reserved.