Parecía relajado, sonriendo de oreja a oreja—. Siempre puedo encontrar un buen uso para el oro.
Egwene parpadeó. ¡Hablaba de un modo que casi parecía avaricioso! Coiren respondió con otra sonrisa, ahora la viva imagen del aplomo y la satisfacción de sí misma.
—La Sede Amyrlin es, naturalmente, muy generosa. Cuando lleguéis a la Torre Blanca…
—Cuando llegue a la Torre Blanca —la interrumpió Rand como si pensase en voz alta—. Sí, espero con impaciencia ese día. —Se echó hacia adelante, acodado en una rodilla y haciendo oscilar el Cetro del Dragón—. Pero todavía tardaré un poco, ya sabéis. Tengo obligaciones que atender primero, aquí, en Andor y en otros lugares.
Los labios de Coiren se apretaron un instante. Su voz, empero, continuó tan sosegada y sonora como antes:
—Claro. No tenemos nada que objetar a descansar unos cuantos días antes de iniciar el viaje de regreso a Tar Valon. Entre tanto, ¿puedo sugeriros que una de nosotras se quede con vos para aconsejaros si así lo deseáis? Nos hemos enterado, claro es, de la lamentable muerte de Moraine. No puedo prestarme personalmente a ello, pero Nesune o Galina estarían encantadas.
Rand estudió, ceñudo, a las dos Aes Sedai nombradas, y Egwene contuvo la respiración. Parecía estar escuchando de nuevo a alguien o esperando oír algo. Nesune lo examinó a su vez tan directamente como él a ella. Los dedos de Galina alisaron la falda del vestido sin que la mujer fuera consciente de ello.
—No —dijo Rand finalmente, sentándose hacia atrás, con los brazos apoyados en los del sillón. Por alguna razón, su gesto hizo que el mueble pareciese más trono que antes—. No sería seguro. A lo mejor ocurriría un percance. No querría que ninguna de vosotras acabara con una lanza en las costillas por accidente. —Coiren abrió la boca, pero él se le adelantó:
»Por vuestra propia seguridad, ninguna de vosotras deberá acercarse a mí sin permiso a menos de un kilómetro. Y mejor aun sería que os mantuvieseis a esa distancia de palacio si no se os ha dado permiso. Os lo haré saber cuando esté dispuesto a acompañaros. Eso lo prometo. —De repente se puso de pie. Allí, encaramado en el estrado, estaba tan alto que las Aes Sedai tuvieron que doblar el cuello para mirarlo, y saltaba a la vista que eso les hacía tan poca gracia como las restricciones que acababa de imponerles. Tres rostros que parecían tallados en piedra se alzaron hacia él—. Podéis regresar a vuestra residencia ahora. Cuanto antes me ocupe de ciertas cosas, antes podré ir a la Torre. Os mandaré aviso cuando pueda recibiros otra vez.
No les gustaba nada que las despidiera tan repentinamente; o puede que fuera el hecho de despedirlas —eran las Aes Sedai quienes decían cuándo había terminado una audiencia—, mas poco podían hacer al respecto salvo reducir al máximo las reverencias; la contrariedad casi se hizo patente a través de la calma Aes Sedai. Mientras se volvían para marcharse, Rand habló de nuevo, en un tono coloquial:
—Oh, por cierto, casi lo olvido. ¿Cómo está Alviarin?
—Está bien. —Galina se quedó boquiabierta un momento, con los ojos como platos. Parecía sorprendida de haber hablado.
Coiren vaciló, a punto de aprovechar la ocasión para añadir algo más, pero Rand ofrecía una actitud impaciente, como si estuviese en un tris de empezar a dar golpecitos en el suelo con el pie. Cuando las mujeres se hubieron marchado, bajó del estrado, sopesando el trozo de lanza y con los ojos prendidos en las puertas por las que habían salido. Egwene fue a reunirse con él sin perder un momento.
—¿A qué juegas, Rand al’Thor? —Había dado media docena de pasos antes de que, al atisbar su imagen en los espejos, cayera en la cuenta de que había pasado a través de su tejido de Saidin. Bueno, al menos no sabía cuándo la había tocado—. ¿Y bien?
—Es una de las de Alviarin —musitó, pensativo—. Me refiero a Galina. Es una de las amigas de Alviarin. Apostaría por ello.
Plantándose delante de él, Egwene resopló.
—Perderías tu apuesta y además te clavarías una horca en el pie. Galina es una Roja, o yo no conozco a ninguna.
—¿Porqué no le caigo bien? —Ahora la miraba, y la joven casi deseó que no lo hubiese hecho—. ¿Porque me tiene miedo? —No sonreía ni estaba irritado; ni siquiera la miraba con especial dureza, pero sus ojos parecían saber cosas que ella ignoraba. Y eso era algo que Egwene detestaba. Su sonrisa surgió tan de repente que la joven parpadeó—. Egwene, ¿esperas que crea que puedes descubrir el Ajah de una mujer por su cara?
—No, pero…
—De todos modos, hasta las Rojas pueden acabar siguiéndome. Conocen las Profecías tan bien como cualquiera. «La torre impoluta se rompe e hinca la rodilla ante el símbolo olvidado.» Escrito antes de que hubiese una Torre Blanca, pero ¿qué otra cosa podría ser «la torre impoluta»? ¿Y el símbolo olvidado? Mi estandarte, Egwene, con el antiguo símbolo de los Aes Sedai.
—¡Maldito seas, Rand al’Thor! —El juramento le salió con más torpeza de la que habría deseado; no estaba acostumbrada a decir esas cosas—. ¡Así te ciegue la Luz! No es posible que estés pensando realmente ir con ellas. ¡No es posible!
Sonrió divertido. ¡Divertido!
—¿Acaso no he hecho lo que querías? Lo que me dijiste que hiciera y lo que querías.
Egwene apretó los labios, furiosa. Malo era que él lo supiese, pero que encima se lo restregara en las narices, era de mala educación.
—Rand, por favor, escúchame. Elaida…
—La cuestión ahora es cómo hacerte volver a las tiendas sin que se enteren de que estabas aquí. Sospecho que tienen espías en palacio.
—¡Rand, tienes que…!
—¿Qué te parece un viajecito en uno de esos grandes cestos de ropa del lavadero? Podría encargar a un par de Doncellas que lo transportaran.
Faltó poco para que Egwene alzara las manos en un gesto exasperado. Estaba deseoso de librarse de ella, como lo había estado con las Aes Sedai.
—Mis propios pies bastarán, gracias. —¡Un cesto de ropa, vaya!—. No tendría que preocuparme por eso si me dijeses cómo vas y vienes de Caemlyn aquí cada vez que se te antoja. —No entendía por qué preguntárselo le escocía tanto, pero así era—. Sé que no puedes enseñarme; pero, si me dijeses cómo, quizá fuese capaz de discurrir cómo llevarlo a cabo con el Saidar.
En lugar de la broma a sus expensas que casi esperaba, Rand cogió un extremo de su chal con las dos manos.
—El Entramado —dijo—. Caemlyn. —Un dedo de la mano izquierda levantó el pico como si fuese el poste de una tienda—. Y Cairhien. —Un dedo de la otra mano hizo lo mismo con el otro pico, y luego unió ambos—. Doblo el Entramado y abro un agujero desde un punto al otro. No sé qué abro a través, pero no hay espacio entre un lado del agujero y el otro. —Dejó caer el chal—. ¿Te ayuda eso?
Egwene se mordió el labio y miró el chal frunciendo el ceño. No la ayudaba en absoluto. La mera idea de abrir un agujero en el Entramado le revolvía el estómago. Había esperado que fuera como algo que había descifrado respecto al Tel’aran’rhiod. No es que tuviese intención de utilizarlo nunca, naturalmente, pero había tenido todo ese tiempo en sus manos, y las Sabias seguían rezongando de que las Aes Sedai preguntaban cómo entrar en persona. Pensó que la manera más sencilla sería crear una similitud —similitud parecía la única forma de describirlo— entre el mundo real y su reflejo en el Mundo de los Sueños. Ello debería originar un espacio donde fuera posible pasar simplemente del uno al otro. Si el método de viajar de Rand hubiese tenido aunque sólo fuese un ligero parecido con eso, Egwene habría estado dispuesta a intentarlo, pero así… El Saidar realizaba lo que una quería, siempre y cuando se recordase que era infinitamente más fuerte que una y que había que guiarlo con delicadeza; si se intentaba forzar algo indebido, el resultado era la muerte o la consunción antes de que se tuviera tiempo siquiera de gritar.
—Rand, ¿estás seguro de que no tendría más sentido hacer como una copia de las cosas o…? —No sabía cómo exponerlo pero, en cualquier caso, él sacudió la cabeza antes de que dejara la frase en el aire.
—Eso suena como cambiar el tejido del Entramado, ¿no? Creo que me haría pedazos si lo intentara. Abro un agujero. —Le dio un golpecito con la punta del dedo a modo de demostración.
Bien, no tenía sentido continuar con ese tema. Egwene se ajustó el chal en un gesto irritado.
—Rand, respecto a esos Marinos, no sé nada más que lo que he leído sobre ellos. —Sí que sabía más, aunque todavía no pensaba decírselo—. Sin embargo, creo que tiene que ser algo importante si se han visto empujados a llegar tan lejos a fin de hablar contigo.
—Luz —rezongó con aire abstraído—, saltas de un asunto a otro como una gota de agua al caer sobre una plancha caliente. Los recibiré cuando tenga tiempo. —Se frotó la frente y, por un instante, dio la impresión de que sus ojos miraban a través de la joven, sin verla. Luego parpadeó y de nuevo enfocó la vista en ella—. ¿Es que piensas quedarte hasta que regresen?
Luz, sí que tenía ganas de librarse de ella. Egwene se detuvo en la puerta, pero Rand parecía haberse olvidado ya de ella y, con las manos enlazadas a la espalda, hablaba consigo mismo, en tono muy quedo, pero la joven alcanzó a escuchar algo:
—¿Dónde te escondes, maldita sea? ¡Sé que estás ahí!
Sacudida por un escalofrío, Egwene salió al pasillo. Si en realidad empezaba a volverse loco ya, no había nada que hacer para cambiarlo. La Rueda giraba según sus designios, y había que aceptarlo así.
Al caer en la cuenta de que estaba observando a los sirvientes que pasaban arriba y abajo del pasillo, preguntándose cuáles podrían ser espías de las Aes Sedai, Egwene se obligó a dejar de hacerlo. La Rueda giraba según sus designios. Tras despedirse de Somara con un gesto de la cabeza, la joven cuadró los hombros y se esforzó al máximo para no dirigirse a hurtadillas hacia la puerta de servicio más próxima.
Apenas se habló mientras el mejor carruaje de Arilyn se alejaba del Palacio del Sol, seguido por la carreta que había transportado los arcones y que ahora sólo cargaba con las sirvientas y el conductor. Dentro del carruaje, Nesune se daba golpecitos en los labios con los dedos, pensativa. Un joven fascinante. Un objeto de estudio francamente interesante. Su pie tocaba una de las cajas de especímenes que había debajo del asiento; nunca iba a ninguna parte sin llevar consigo las cajas de especímenes correspondientes. Cualquiera pensaría que el mundo tenía que estar catalogado desde hacía mucho tiempo; sin embargo, desde su partida de Tar Valon había recogido y guardado cincuenta plantas y el doble de insectos, así como las pieles y los huesos de un zorro, tres variedades de alondra y no menos de cinco especies de ardillas de tierra que estaba segura de que no aparecían en los registros.
—No sabía que mantuvieses amistad con Alviarin —dijo Coiren al cabo de un rato.
Galina aspiró sonoramente el aire por la nariz.
—No hace falta ser amigas para saber que estaba bien cuando nos marchamos.
Nesune se preguntó si la hermana Roja era consciente de estar haciendo un mohín. Quizá no era un gesto, sino la forma de su boca, pero una tenía que aprender a vivir