a punto de matar a alguien. Egwene se puso en jarras.
—Somara dice que deberías lavarte las orejas ahora mismo, jovencito —manifestó, y él levantó bruscamente la cabeza.
La sorpresa, y un atisbo de irritación, duró sólo un momento. Luego esbozó una mueca, bajó del estrado y echó el fragmento de lanza sobre el asiento del solio.
—¿Dónde demonios te has metido? —Salvó la distancia que los separaba, la cogió por los hombros y le hizo dar media vuelta para que se mirase en un espejo.
Egwene dio un respingo a despecho de sí misma. Vaya pinta tenía. El polvo —o más bien el barro al mezclarse con el sudor— se había colado a través del chal dejando churretes en las mejillas y en la frente, donde había intentado limpiárselo con el pañuelo.
—Le diré a Somara que mande traer un poco de agua. A lo mejor cree que es para mis orejas —observó fríamente Rand.
—No es menester —contestó con toda la dignidad de que fue capaz. No estaba dispuesta a lavarse con él allí plantado, mirándola. Sacó de nuevo el mugriento pañuelo y procuró limpiar los churretes más llamativos—. Vas a reunirte con Coiren y las otras dentro de poco. Supongo que no es necesario que te advierta que son peligrosas, ¿verdad?
—Me parece que acabas de hacerlo. No vienen todas. Puntualicé un máximo de tres, de modo que son ésas las que envían. —Reflejado en el espejo, lo vio ladear la cabeza como si estuviese escuchando algo y asentir. Cuando habló lo hizo en un susurro—. Sí, puedo vérmelas con tres, si no son demasiado fuertes. —De pronto advirtió que la joven lo observaba—. Ni que decir tiene que si una de ellas es Moghedien disfrazada con peluca o Semirhage puedo tener serios problemas.
—Rand, tienes que tomarte esto en serio. —El pañuelo no estaba sirviendo de mucho. Muy a regañadientes, escupió en él; no existía una forma digna de escupir en un pañuelo, simplemente—. Sé lo fuerte que eres, pero ellas son Aes Sedai. No puedes actuar como si fueran mujeres que vienen del campo. Aunque creas que Alviarin va a arrodillarse a tus pies, y todas sus amigas con ella, ten en cuenta que a éstas las envía Elaida. No puedes pensar que tiene otro propósito que ponerte una correa. Resumiendo, lo mejor que podrías hacer es mandarles que se marchen.
—¿Y confiar en tus desconocidas amigas? —preguntó suavemente. Demasiado suavemente.
No había nada que hacer con la suciedad de la cara; debería haberle dejado que mandara traer agua. Pero pedírselo ahora, después de haber rehusado, quedaba descartado.
—Sabes que no puedes fiarte de Elaida —manifestó con cuidado mientras se volvía hacia él. Teniendo muy presente lo ocurrido la última vez, no quería mencionar siquiera a las Aes Sedai de Salidar—. Lo sabes.
—No me fío de ninguna Aes Sedai. Ellas —hubo una vacilación en su voz, como si hubiese pensado utilizar otra palabra, aunque Egwene no supo imaginar cuál— intentarán utilizarme, y yo a mi vez intentaré utilizarlas a ellas. Un bonito círculo, ¿no te parece?
Si la joven había considerado alguna vez la posibilidad de permitirle un acercamiento con las Aes Sedai de Salidar, sus ojos, tan duros, tan fríos que la hicieron estremecerse por dentro, la desengañaron.
Tal vez si Rand se encolerizaba lo bastante, si saltaban las chispas suficientes entre él y Coiren para que la delegación regresara a la Torre con las manos vacías…
—Si a ti te parece bonito, supongo que lo será. Al fin y al cabo eres el Dragón Renacido. En fin, puesto que tienes intención de seguir adelante con esto, más vale que lo hagas lo mejor posible. Recuerda que son Aes Sedai y que hasta un rey les muestra respeto, aun en el caso de no estar de acuerdo con ellas, y que se pondrá en camino hacia Tar Valon de inmediato si se lo llama allí. Incluso los Grandes Señores de Tear, o Pedron Niall, lo harían así. —El muy necio volvió a sonreírle o, mejor dicho, le enseñó los dientes en una mueca; el resto de su semblante continuaba tan impenetrable como un trozo de piedra.
»Espero que estés prestando atención a lo que te digo, porque mi intención es ayudarte. —No del modo que él esperaba, claro—. Si te propones utilizarlas no puedes encresparlas como a gatos escaldados. El Dragón Renacido no les causará más impresión que a mí, a pesar de tus ostentosas chaquetas, tus tronos y tu ridículo cetro. —Lanzó una mirada despectiva al fragmento de lanza; ¡Luz, esa cosa le ponía los pelos de punta!—. No van a caer de hinojos cuando te vean, y no vas a morirte por eso. Como tampoco por actuar con cortesía. Dobla tu envarado cuello, que no es degradante mostrar la debida deferencia ni un poco de humildad.
—La debida deferencia —repitió, pensativo. Con un suspiro, sacudió la cabeza y se pasó los dedos por el pelo—. Supongo que puedo hablar con una Aes Sedai del mismo modo que lo hago con algún lord que ha estado intrigando a mi espalda. Es un buen consejo, Egwene. Seré tan humilde como un ratón.
Procurando no dejar ver su prisa, volvió a frotarse la cara con el pañuelo a fin de disimular su estupefacción. No estaba segura de que sus ojos no parecieran a punto de salirse de las órbitas, pero así era como se sentía. ¡Durante toda su vida, cada vez que le había dicho que el camino de la derecha era el mejor, él había adelantado la barbilla replicando que era el izquierdo! ¿Por qué había elegido aquel momento para hacerle caso?
¿Servía para algo positivo tal como estaban las cosas? Al menos no lo perjudicaría mostrar cierto respeto. Aunque estas mujeres siguieran a Elaida, la idea de que cualquier persona se mostrara impertinente con una Aes Sedai la irritaba sobremanera. Sólo que, en este caso, habría querido que Rand fuera impertinente, más arrogante que nunca. Sin embargo, no tenía sentido decirle lo contrario ahora; y no porque fuera corto de entendederas. Sólo exasperante.
—¿Has venido sólo por eso? —preguntó.
Todavía no podía marcharse. Tal vez tenía la oportunidad de poner las cosas en su sitio o, al menos, asegurarse de que no iba a ser tan idiota como para ir a Tar Valon.
—¿Sabes que hay una Señora de las Olas en un barco en el río? El Espuma blanca. —Aquél era un tema tan bueno como cualquier otro para dar un nuevo enfoque a la conversación—. Vino a verte y he oído decir que se está impacientando. —Se lo había contado Gawyn. Al parecer, Erian en persona había ido en un bote hasta el velero para enterarse de qué hacían los Marinos tan tierra adentro, y le fue negado el permiso para subir a bordo. Había regresado con lo que podría considerarse un humor de perros en cualquier mujer que no fuera Aes Sedai. Egwene tenía la fundada sospecha de saber a qué habían venido, pero no pensaba decírselo a Rand; le estaría bien empleado conocer a alguien de quien no esperaba que se inclinara ante él.
—Por lo visto los Atha’an Miere están por todas partes. —Rand tomó asiento en uno de los sillones; por alguna razón, parecía divertido, pero Egwene habría jurado que no era por nada relacionado con los Marinos—. Berelain dice que debería entrevistarme con esa tal Harine din Togara Dos Vientos; pero, si su genio es tal como lo pinta Berelain, por mí puede esperar. De momento ya tengo a mi alrededor mujeres furiosas más que de sobra.
Aquello casi le daba pie para hablar de lo que quería, pero no del todo.
—No entiendo por qué, con ese encanto irresistible que tienes siempre. —Al punto Egwene deseó tragarse las palabras; sólo reafirmaría lo que no quería que Rand hiciera.
Él tenía fruncido el entrecejo y no parecía haberla oído.
—Egwene, sé que no te gusta Berelain, pero la cosa no va más allá ¿o sí? Me refiero a que has hecho tan buen trabajo en identificarte con los Aiel que casi te imagino ofreciéndole danzar las lanzas contigo. Estaba preocupada por algo, intranquila, pero no quiso decirme el motivo.
Probablemente la Principal había topado con un hombre que le había dicho «no»; eso sería suficiente para que el mundo de Berelain se tambaleara en sus cimientos.
—No he cambiado una docena de palabras con ella desde que salimos de la Ciudadela de Tear, y no muchas más antes. Rand, no creerás que…
Una de las hojas de la puerta se abrió justo lo suficiente para que Somara pasara, y la Doncella volvió a cerrarla rápidamente a su espalda.
—Las Aes Sedai están aquí, Car’a’carn.
Rand volvió la cabeza hacia la puerta, el semblante convertido en un pedazo de roca.
—¡No tenían que llegar hasta dentro de…! Así que intentando cogerme con la guardia baja, ¿no? Tienen que aprender quién da las órdenes aquí.
En ese momento a Egwene le importaba poco si trataban de pillarlo en paños menores. Olvidó por completo a Berelain. Somara hizo un ligero gesto que podría ser de conmiseración. Tampoco le importaba nada eso. Rand podía impedir que se la llevaran si se lo pedía. Sólo que tal cosa significaría tener que permanecer pegada a él de ahora en adelante para que no la aislaran con un escudo y se la llevaran sin contemplaciones en cuanto asomase la nariz a la calle. Significaría tener que pedírselo, ponerse bajo su protección. La diferencia entre eso y ser conducida dentro de un saco de vuelta a la Torre era tan mínima que sintió un nudo en el estómago. Para empezar, jamás se convertiría en Aes Sedai escondiéndose detrás de él; además, la idea de esconderse detrás de cualquiera le daba dentera. Sólo que estaban allí, al otro lado de la puerta, y antes de una hora la tendrían metida en el saco o algo por el estilo. Respirar lenta y profundamente varias veces no sirvió para templarle los nervios.
—Rand, ¿hay otro camino para salir de aquí? Si no, me esconderé en uno de los cuartos. No deben saber que me encuentro aquí. Rand… ¡Rand! ¿Me estás escuchando?
—Estás ahí —susurró él con voz ronca, pero definitivamente no hablaba con ella—. Sería demasiada coincidencia que pensases eso precisamente ahora. —Miraba fijamente al vacío, enfurecido y, tal vez, un tanto asustado—. ¡Maldito seas, respóndeme! ¡Sé que estás ahí!
Egwene se humedeció los labios con la punta de la lengua sin poder remediarlo. Puede que Somara lo estuviese observando con una expresión que podía describirse como la cariñosa preocupación de una madre —y él ni siquiera se daba cuenta de lo absurdo del gesto— pero a Egwene empezó a revolvérsele el estómago. No podía haberse vuelto loco tan de repente. Imposible. No obstante, hacía un momento parecía estar escuchando alguna voz oculta y quizá también respondiéndole.
La joven no recordaba haber salvado el trecho que los separaba, pero de pronto se encontró poniéndole una mano en la frente. Nynaeve decía siempre que lo primero era comprobar si la persona tenía fiebre, aunque eso no serviría para mucho en estas circunstancias. Ojalá supiera hacer algo más que sanar un arañazo con la Curación. Claro que tampoco eso serviría de gran cosa. No si Rand se había…
—Rand, ¿estás…? ¿Te encuentras bien?
Él reaccionó, echando atrás la cabeza bruscamente para retirarse de su mano al tiempo que le lanzaba una mirada desconfiada. Un instante después se ponía de pie, la aferraba del brazo y casi la llevaba a rastras hacia el fondo de la sala, tan deprisa que la joven estuvo a punto de tropezarse con la