cosa salvo hacer daño o perjudicar a Elayne o a Andor, o convertirme en seguidor del Dragón. Todo lo demás que esté en mi mano, es tuyo.
Las cabezas se volvían hacia ellos. Cualquier mención a los seguidores del Dragón despertaba el interés. Cuatro hombres malcarados, con látigos de carreteros enrollados al hombro, lanzaron una mirada feroz a Gawyn al tiempo que hacían chascar los nudillos como hacen los hombres antes de luchar. Gawyn se limitó a clavar los ojos en ellos. No eran tipos pequeños, pero su beligerancia desapareció bajo la intensidad de su mirada. De hecho, dos de ellos se llevaron la mano a la frente en una especie de saludo antes de desaparecer entre el gentío. Pero seguía habiendo demasiados ojos prendidos en ellos, demasiadas personas haciendo como si no estuviesen escuchando. Vestida con esas ropas, Egwene llamaba la atención incluso sin hablar. Si a ello se añadía la compañía de un hombre de cabello rubio rojizo, con su más de metro ochenta de estatura y aspecto de Guardián, la combinación no podía menos de llamar la atención.
—He de hablar contigo en privado —dijo Egwene. «Si alguna mujer ha vinculado a Gawyn como Guardián, la…» Curiosamente, no había acaloramiento en la idea.
Sin decir palabra, Gawyn la condujo hacia una posada que había cerca, El Hombre Largo, donde una corona de oro lanzada a la oronda posadera les procuró una exagerada reverencia y un pequeño comedor reservado, forrado con oscuros paneles de madera, amueblado con una mesa y sillas muy lustradas y con unas flores secas en un jarrón azul encima de la repisa de la chimenea. Gawyn cerró la puerta y de repente una fuerte sensación de embarazo se adueñó de los dos al encontrarse a solas, frente a frente. Luz, qué guapo era, tanto como Galad; y ese modo en que su cabello se ensortijaba alrededor de sus orejas…
Gawyn se aclaró la garganta.
—Parece que el calor es peor cada día. —Sacó un pañuelo y se enjugó la cara; luego se lo ofreció a ella. De pronto cayó en la cuenta de que estaba usado y volvió a carraspear—. Creo que tengo otro.
Egwene sacó el suyo mientras el joven rebuscaba en los bolsillos.
—Gawyn, ¿cómo puedes servir a Elaida después de lo que hizo?
—Los Cachorros sirven a la Torre —replicó, envarado, pero ladeó la cabeza en un gesto de incomodidad—. Lo hacemos mientras que… Siuan Sanche… —Durante un momento sus ojos se tornaron gélidos. Sólo un instante—. Egwene, mi madre solía decir: «Hasta una reina debe obedecer la ley que dicta, o no es ley». —Sacudió la cabeza con irritación—. No debería sorprenderme encontrarte aquí. Tenías que estar donde estuviese al’Thor.
—¿Por qué lo odias? —Estaba segura de que lo que denotaba su voz era odio—. Gawyn, es realmente el Dragón Renacido. Tienes que haber oído lo que ocurrió en Tear. Él…
—Me importa poco si es el mismísimo Creador encarnado —replicó, prietos los dientes—. ¡Al’Thor mató a mi madre!
A Egwene casi se le salieron los ojos de las cuencas.
—¡Gawyn, no! ¡Él no lo hizo!
—¿Puedes jurarlo? ¿Estabas allí cuando ella murió? Lo dice todo el mundo. El Dragón Renacido tomó Caemlyn y mató a Morgase. Y probablemente también mató a Elayne. No he conseguido saber nada de ella. —Toda la ira pareció abandonarlo repentinamente y se vino abajo, la cabeza agachada, los puños prietos, los ojos cerrados—. No he sabido nada de ella —musitó.
—Elayne está ilesa —dijo Egwene, sorprendida de encontrarse delante de él, muy cerca. Alzó la mano y volvió a sorprenderse al pasar los dedos por el cabello del joven. Su tacto era tal como lo recordaba. Retiró la mano como si se hubiese quemado. Estaba segura de que sus mejillas arderían por el sofoco, pero… Gawyn se puso colorado. Por supuesto. También él lo recordaba, sólo que como si fuera únicamente su propio sueño. Eso tendría que haberle puesto la cara roja como la grana, pero en cambio tuvo el efecto contrario. El rubor de Gawyn le calmó el nerviosismo e incluso la hizo sonreír—. Elayne está sana y salva, Gawyn, eso sí puedo jurártelo.
—¿Dónde se encuentra? —Había angustia en su voz—. ¿Dónde ha estado? Su puesto está en Caemlyn ahora. Bueno, no en Caemlyn mientras al’Thor siga allí, pero sí en Andor. ¿Dónde está, Egwene?
—Yo… No puedo decírtelo. No puedo, Gawyn.
Él estudió su rostro, con gesto inexpresivo, y luego suspiró.
—Cada vez que te veo eres más Aes Sedai. —Soltó una risa que sonó forzada—. ¿Sabes que solía pensar en ser tu Guardián? ¿No te parece una gran necedad?
—Serás mi Guardián. —La joven no se dio cuenta de que las palabras salían de su boca hasta que las hubo pronunciado, pero después de dichas supo que eran verdad. Ese sueño. Gawyn arrodillado para que ella le pusiera las manos en la cabeza. Podía significar cientos de cosas o ninguna, pero estaba convencida de lo que decía.
Él sonrió. ¡El muy tonto creía que estaba bromeando!
—No seré yo, a buen seguro. Creo que será Galad. Aunque para ello tendrás que espantar con un palo a otras Aes Sedai. Aes Sedai, sirvientas, reinas, camareras, mercaderes, granjeras… He visto a todas mirándolo. No te molestes en afirmar que es…
El modo más sencillo de hacerlo callar era poner una mano sobre sus labios.
—No amo a Galad. Te amo a ti.
Gawyn siguió intentando fingir que era una broma, sonriendo bajo sus dedos.
—No puedo ser un Guardián. Seré el Primer Príncipe de la Espada de Elayne.
—Si la reina de Andor puede ser Aes Sedai, un Primer Príncipe también puede ser Guardián. Y tú serás el mío. Que eso te entre de una vez en tu dura cabeza. Lo digo en serio. Y te amo.
Se quedó mirándola fijamente. Al menos había dejado de sonreír. Pero no pronunció palabra; sólo la miraba. Egwene retiró la mano de su boca.
—¿Y bien? —preguntó—. ¿Es que no vas a decir nada?
—Cuando se desea durante tanto tiempo escuchar algo —musitó lentamente—, y entonces, de repente, sin previo aviso, se oye, es como la descarga de un rayo y la lluvia sobre un suelo reseco a la vez. Uno se queda atónito, pero lo que ha oído no basta: desea escucharlo una y otra vez.
—Te amo, te amo, te amo —repitió, sonriendo—. ¿Es suficiente?
Por toda respuesta, la tomó en sus brazos, levantándola en vilo, y la besó. Era exactamente igual que en el sueño, hasta el último detalle. No, era mejor. Era… Cuando por fin la soltó en el suelo, Egwene siguió agarrada a él porque sentía las piernas como si fuesen de goma.
—Milady Aiel Egwene Aes Sedai —dijo él—. Te amo y ardo en deseos de que me vincules. —Deshaciéndose de la fingida formalidad, añadió en un susurró—: Te amo, Egwene al’Vere. Dijiste que querías un favor. ¿Qué es? ¿La luna en un collar? Tendré a un orfebre trabajando en ello antes de una hora. ¿Quieres las estrellas para entretejerlas en tu pelo? Haré que…
—No le digas a Coiren ni a las otras que estoy aquí. Ni siquiera me menciones ante ellas.
Esperaba alguna vacilación, pero Gawyn se limitó a responder:
—No lo sabrán por mí. O por nadie, si puedo evitarlo. —Hizo una breve pausa y después la agarró de los hombros—. Egwene, no preguntaré por qué estás aquí. No, escucha. Sé que Siuan te enredó en sus maquinaciones, y comprendo que sientas lealtad por un hombre que es de tu pueblo. Eso no importa. Deberías estar en la Torre, estudiando. Recuerdo que todas decían que algún día serías una poderosa Aes Sedai. ¿Tienes algún plan para regresar sin… consecuencias? —Ella respondió sacudiendo la cabeza y el joven se apresuró a añadir—: Quizá se me ocurra algo, si no se te ocurre a ti antes. Sé que no tenías otra opción que obedecer a Siuan, pero dudo que eso cuente demasiado para Elaida; hasta el hecho de pronunciar el nombre de Siuan Sanche en su presencia puede costarte la cabeza. Pero encontraré la solución de algún modo. Lo juro. Sin embargo, prométeme que hasta entonces no… No harás ninguna tontería. —Sus manos apretaron los hombros de la joven hasta el punto de hacerle casi daño—. Prométeme que tendrás cuidado.
Luz, menudo lío. No podía decirle que no tenía la menor intención de regresar a la Torre mientras Elaida se sentara en la Sede Amyrlin. Y lo de hacer una tontería sin duda estaba relacionado con Rand. Qué preocupado parecía. Preocupado por ella.
—Tendré cuidado, Gawyn, lo prometo. —«Todo el cuidado que pueda», rectificó para sus adentros; la posibilidad era mínima, pero de algún modo le puso más difícil lo que iba a decirle a continuación—. Tengo que pedirte otro favor. Rand no mató a tu madre. —¿Cómo plantearle esto para causarle la menor tensión posible? Fuera como fuese, debía decirlo—. Prométeme que no levantarás una mano contra Rand hasta que pueda probarte que no lo hizo.
—Lo juro.
Tampoco hubo ahora la menor vacilación, pero el timbre de su voz era áspero y sus dedos apretaron de nuevo con mayor fuerza que antes. Egwene no dejó traslucir que le hacía daño; ese pequeño dolor era el justo pago por el que ella le estaba causando.
—Tiene que ser así, Gawyn. Él no lo hizo, pero tardaré tiempo en poder demostrarlo. —¿Cómo demonios iba a lograrlo? La palabra de Rand no bastaría. Qué horrible enredo. Debía concentrarse en una sola cosa a la vez. ¿Qué se proponían esas Aes Sedai?
Gawyn la sorprendió al inhalar de manera entrecortada, con dificultad.
—Renunciaré a todo, traicionaré a todos por ti. Ven conmigo, Egwene. Dejemos atrás todo. Tengo un pequeño predio al sur de Puente Blanco, con viñedos y un pueblo, un lugar tan aislado, tan atrasado, que el sol sale con dos días de retraso. El mundo no nos alcanzará allí. Podríamos casarnos en el camino. No sé cuánto tiempo tendremos, con al’Thor y el Tarmon Gai’don. No lo sé, pero lo viviremos juntos.
Egwene lo miró sin salir de su asombro. Entonces se dio cuenta de que había expresado en voz alta su última idea —¿qué se proponían esas Aes Sedai?— y la palabra clave, «traicionar», encajó en su sitio. Gawyn creía que le pedía que las espiara. Y lo haría. Aunque buscase desesperadamente una salida para evitarlo, lo haría si ella se lo pedía. Cualquiera cosa, le había prometido, y lo había dicho totalmente en serio, le costara lo que le costase. Entonces se hizo una promesa a sí misma; en realidad se la hizo a él, pero no era la clase de promesa que se pronunciaba en voz alta. Si se le escapaba algo que ella pudiera utilizar, lo aprovecharía —no le quedaba otro remedio— pero no hurgaría, no presionaría para sacarle ninguna información. Costara lo que costase. Sarene Nemdahl jamás lo entendería, pero era la única forma que tenía de igualar lo que él había puesto a sus pies.
—No puedo —musitó—. Nunca imaginarías lo mucho que lo deseo, pero no puedo. —Se echó a reír inopinadamente, sintiendo el calor de las lágrimas en los ojos—. Y tú, ¿traicionar? Gawyn Trakand, esa palabra encaja contigo tanto como la oscuridad encaja con el sol. —Lo de las promesas sin darles voz estaba muy bien, pero Egwene sabía que no podía dejarlo así. Utilizaría aquello que le diera, lo usaría en contra de lo que él creía. Así pues, también debía ofrecerle alguna compensación—. Duermo en las tiendas, pero todas las mañanas vengo a la ciudad. Entro por la puerta del Muro del Dragón, un poco después de amanecer.
Él lo entendió, claro