Ahora! Libro gratis para leer en línea ✅
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
Advanced
Sign in Sign up
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
  • Adult
  • Bestseller
  • Romanticas
  • Fantasía
  • Ciencia ficción
  • Thriller
  1. Home
  2. El señor del caos
  3. Capítulo 121
Prev
Next

joven mantuvo un paso regular. Sólo había salido para hacer ejercicio.

Ya en la ciudad, a la primera persona que preguntó, una desgarbada mujer que vendía manzanas arrugadas en una carretilla a un precio desorbitado, no supo indicarle la dirección del palacio de lady Arilyn, como tampoco supo decírselo una regordeta modista que abrió los ojos como platos al ver entrar en su establecimiento a la que tomó por una mujer Aiel; ni un cuchillero calvo, que pensó que estaría mucho más interesada en sus mercancías. Finalmente, una orfebre de ojos entrecerrados que la observó de hito en hito todo el tiempo que permaneció en su tienda le dio la información que buscaba. Mientras se abría paso entre la multitud, Egwene sacudió la cabeza. A veces olvidaba lo grande que era una urbe como Cairhien, que no todo el mundo sabía dónde estaba todo.

De hecho, se extravió en tres ocasiones y tuvo que preguntar el camino dos veces más antes de encontrarse pegada contra la pared lateral de un establo público, asomándose a la esquina cautelosamente, para desde allí examinar un edificio cuadrado de oscura piedra que había al otro lado de la calle, con todas las ventanas estrechas, los balcones angulares y las torres escalonadas. Para ser un palacio, la construcción no era grande, aunque sí enorme para una casa; Arilyn ocupaba un rango algo más alto que la nobleza media de Cairhien, si Egwene no recordaba mal. Soldados uniformados en verde, con petos y yelmos, hacían guardia en la amplia escalinata principal, así como en todas las puertas que alcanzaba a ver, e incluso en los balcones. Cosa extraña, todos aquellos hombres parecían jóvenes. Aun así, eso no era lo que le interesaba realmente. Había mujeres encauzando dentro del edificio y para que ella lo notara desde la calle de forma tan contundente tenía que ser grande la cantidad de Poder que se estaba manejando. La intensidad decreció de manera repentina, pero con todo siguió siendo bastante considerable.

Egwene se mordisqueó el labio. Imposible saber lo que estaban haciendo mientras no viera los flujos. Sin embargo, del mismo modo, también ellas tenían que verlos para tejerlos. Aunque estuviesen encauzando desde una ventana, cualesquiera flujos proyectados fuera de la mansión, puesto que ella no los veía, tendrían que estar dirigidos hacia el sur, lejos del Palacio del Sol; lejos de todo. ¿Qué demonios estaban haciendo?

Las hojas de unas puertas se abrieron y permanecieron así el tiempo suficiente para que saliera por ellas un tronco de seis caballos castaños que tiraban de un carruaje negro, cerrado, con un emblema pintado en la puerta: dos estrellas plateadas sobre un campo de franjas rojas y verdes. Se encaminó hacia el norte a través de la multitud, con el cochero uniformado haciendo restallar un largo látigo tanto para hacer que la gente se apartara de su camino como para azuzar a los animales. ¿Lady Arilyn iba a alguna parte o era alguna de las componentes de la delegación?

Bueno, no había acudido allí sólo para mirar. Se echó hacia atrás poco a poco, de manera que sólo asomaba un ojo por la esquina, lo suficiente para tener la gran casa a la vista, y sacó una pequeña piedra roja de la bolsita del cinturón; respiró hondo y empezó a encauzar. Si una de ellas estaba mirando por alguna ventana de este lado vería los flujos, pero no a ella. A pesar de todo, tenía que correr el riesgo.

La suave piedra sólo era eso, un canto pulido de un arroyo, pero Egwene había aprendido este truco de Moraine, y Moraine utilizaba una piedra como foco del Poder —en realidad usaba una gema, pero el tipo de mineral no importaba— de modo que Egwene hacía lo mismo. En su mayor parte era Aire lo que tejió, con un toque de Fuego. Ello permitía escuchar a escondidas. Espiar, como dirían las Sabias. A Egwene le importaba poco si se lo llamaba de una u otra forma siempre y cuando se enterara de algo respecto a lo que se proponían las Aes Sedai de la Torre.

Su tejido rozó cuidadosamente la abertura de una ventana, con gran delicadeza, y a continuación otra, y otra. Silencio. De pronto…

—… y le dije —oyó una voz en su oído—, si quieres que haga las camas, será mejor que dejes de hacerme cosquillas en la mejilla, Alwin Rael.

—Oh, cómo fuiste capaz de hacer eso —rió otra mujer.

Egwene torció el gesto. Eran doncellas.

Una mujer robusta que llevaba un cesto de pan cargado en el hombro miró a Egwene con estupor cuando pasó a su lado. Y con razón, ya que se oían las voces de dos mujeres cuando sólo estaba ella plantada en la esquina y sus labios no se movían. La joven solucionó el problema de la mejor y más rápida forma que sabía: asestó una mirada tan furibunda a la mujer que ésta soltó un chillido y a punto estuvo de dejar caer el cesto al salir corriendo para perderse entre la multitud.

De mala gana, Egwene disminuyó la potencia del tejido; puede que así no oyese igual de bien, pero eso era mejor que atraer a más mirones. En las circunstancias actuales, ya había gente más que de sobra echando ojeadas a una supuesta Aiel que estaba pegada contra la pared, aunque ninguno más aflojó el paso; nadie quería tener problemas con los Aiel. La joven se olvidó de los transeúntes y movió el tejido de ventana en ventana; sudaba copiosamente, y no sólo debido al calor crecientemente intenso. Con que sólo una Aes Sedai viera sus flujos y aunque no reconociera qué eran sabría que alguien estaba encauzando hacia ellas. Lógicamente sospecharían cuál era el propósito. Egwene empezó a retirarse más, centímetro a centímetro, hasta que sólo asomó la mitad del ojo.

Silencio. Silencio. Un apagado roce. ¿Alguien moviéndose? ¿El susurro de unos escarpines sobre una alfombra? Ni una sola palabra, sin embargo. Silencio. Los rezongos de un hombre que, al parecer, vaciaba las bacinillas con evidente desagrado; aguzando al máximo el oído, la joven prosiguió el registro aceleradamente. Silencio. Silencio. Silencio.

—¿… de verdad lo crees necesario? —A pesar de llegarle como un susurro, la voz de la mujer rebosaba firmeza y engreimiento.

—Debemos estar preparadas para cualquier eventualidad, Coiren —respondió otra mujer con un timbre férreo—. He oído un rumor perturbador…

Una puerta se cerró de golpe, cortando el resto de la frase. Egwene se derrumbó contra la pared de piedra del establo. Habría querido gritar de frustración. Era la hermana Gris que estaba al mando de la delegación, y la otra tenía que ser una de las otras Aes Sedai o de otro modo no habría hablado así a Coiren. Estaban discutiendo lo que quería oír y habían tenido que marcharse. ¿A qué rumor perturbador se referiría? Haciendo otra profunda inhalación, Egwene empezó de nuevo, obstinadamente.

A medida que el sol ascendía, la joven escuchó muchos ruidos por lo general indeterminables y bastante chismorreo y charlas entre sirvientes. Alguien llamada Ceri iba a tener otro niño; las Aes Sedai tomarían vino de Arindrim, fuera lo que fuera eso, con el almuerzo. La noticia más interesante fue que, efectivamente, era Arilyn quien había salido en el carruaje para reunirse con su esposo en el campo. Si es que saber tal cosa servía de algo. Toda una mañana perdida.

Las puertas principales de la mansión se abrieron de par en par y unos sirvientes uniformados se inclinaron haciendo una reverencia. Los soldados no se pusieron firmes, pero sí parecieron estar más atentos. Nesune Bihara salió, seguida por un hombre joven que parecía extraído de una roca.

Egwene soltó el tejido precipitadamente y cortó el contacto con el Saidar. Respiró hondo y despacio; no era el mejor momento para dejarse llevar por el pánico. Nesune y su Guardián conferenciaron y después la morena hermana Marrón escudriñó la calle, primero a un lado y luego a otro. Definitivamente estaba buscando algo.

Egwene decidió que quizá sí era un buen momento para asustarse, después de todo. Retirándose muy lentamente a fin de no llamar la atención de la Aes Sedai con un brusco movimiento, giró sobre sí misma tan pronto como estuvo fuera del alcance de la vista de la mujer, se recogió las faldas y echó a correr abriéndose paso a empujones entre la multitud. O, mejor dicho, dio tres zancadas y entonces chocó contra una pared, rebotó y cayó de nalgas en la calle con tanta fuerza que volvió a rebotar en los adoquines.

Atontada, alzó la vista y el aturdimiento dio paso a la estupefacción. La pared contra la que había chocado era Gawyn, que la contemplaba de hito en hito, tan atónito como ella. Sus ojos, tan azules, brillaban; y esos rizos dorado rojizos. La joven deseó enredar los dedos en ellos de nuevo. Notó que se ponía roja como la grana. «Nunca hiciste eso —se increpó firmemente—. ¡Solamente fue un sueño!»

—¿Te he hecho daño? —preguntó él, anhelante, mientras empezaba a arrodillarse a su lado.

Egwene se puso de pie rápidamente y se sacudió el polvo de la falda; si le hubiesen concedido un deseo en ese instante, habría pedido no ponerse colorada nunca más. Ya habían atraído la atención de varios mirones, así que la joven enlazó su brazo en el de él y lo condujo calle abajo, en la misma dirección hacia donde había echado a correr. Una ojeada por encima del hombro le confirmó que no había nada fuera de lo normal entre la apiñada multitud. Aunque Nesune viniera por esa misma esquina, no vería nada más. Con todo, Egwene no aflojó el paso; la gente se apartaba ante una mujer Aiel y un hombre lo bastante alto para ser también Aiel de no haber llevado una espada. El modo en que se movía ponía de manifiesto que sabía cómo utilizar el arma; Egwene lo comparó con un Guardián.

Al cabo de una docena de pasos, soltó su brazo del de él, aunque de mala gana. Gawyn la tomó de la mano antes de que se apartara, sin embargo, y Egwene dejó que la llevara cogida así mientras caminaban.

—Supongo —musitó él al cabo de un momento— que he de pasar por alto el que vayas vestida como una Aiel. La última vez que supe algo de ti fue que estabas en Illian. Y supongo que tampoco tengo que hacer ningún comentario respecto al hecho de que te alejaras corriendo de un palacio donde se albergan seis Aes Sedai. Qué conducta tan extraña en una Aceptada.

—Nunca he estado en Illian —dijo Egwene, que echó una rápida ojeada en derredor para ver si había cerca algún Aiel que pudiera escucharla. Varios miraban en su dirección, pero todos estaban muy lejos para poder oír. De repente, lo que Gawyn había dicho se abrió paso en su cerebro. Reparó en la chaqueta verde, del mismo tono que las de los soldados.

—Estás con ellas. Con las Aes Sedai de la Torre. —Luz, qué necia era por no haberse dado cuenta en el momento en que lo vio.

La expresión de Gawyn se suavizó; durante un instante se había tornado muy dura.

—Estoy al mando de la guardia de honor que las Aes Sedai han traído para escoltar al Dragón Renacido hasta Tar Valon. —En su voz se advertía una curiosa mezcla entre ironía, cólera y agotamiento—. Es decir, si decide ir. Y si estuviese aquí. Tengo entendido que… aparece y desaparece. Coiren está enojada.

Egwene tenía el corazón en la garganta.

—Yo… He de pedirte un favor, Gawyn.

—Cualquier

Prev
Next

YOU MAY ALSO LIKE

Conan el victorioso
Conan el victorioso
August 3, 2020
Conan el destructor
Conan el destructor
August 3, 2020
Conan el invencible
Conan el invencible
August 3, 2020
El Despertar de los Heroes
El Despertar de los Heroes
August 3, 2020
  • Privacy Policy
  • About Us
  • Contact Us
  • Copyright
  • DMCA Notice

© 2020 Copyright por el autor de los libros. All rights reserved.