Ahora! Libro gratis para leer en línea ✅
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
Advanced
Sign in Sign up
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
  • Adult
  • Bestseller
  • Romanticas
  • Fantasía
  • Ciencia ficción
  • Thriller
  1. Home
  2. El señor del caos
  3. Capítulo 118
Prev
Next

Dylin o Delin, el nombre variaba con cada versión— ahora que Morgase había muerto, cosa que podía ser verdad; y que había Aes Sedai recorriendo Arad Domad de punta a punta llevando a cabo cosas increíbles, lo que era totalmente incierto. Que el Profeta se encaminaba hacia Cairhien; que el Profeta había sido coronado rey de Ghealdan —no, de Amadicia—; que el Dragón Renacido había matado al Profeta por blasfemo. Que todos los Aiel se marchaban; no, que se proponían quedarse y establecerse allí. Que Berelain iba a ser coronada reina del Trono del Sol. Un hombrecillo bajo y flaco, de mirada furtiva, estuvo a punto de recibir una paliza de quienes lo escuchaban a la puerta de una taberna por afirmar que Rand era uno de los Renegados, pero Egwene intervino sin pensar en las consecuencias.

—¿Es que no tenéis honor? —demandó fríamente. Los cuatro hombres malcarados que habían estado a punto de abalanzarse sobre el tipo flaco la miraron con desconcierto. Eran cairhieninos, no mucho más altos que ella, pero sí mucho más corpulentos, con las narices rotas y los nudillos hundidos habituales en los camorristas, pero los mantuvo a raya con su actitud firme. Por eso y por la presencia de Aiel en la calle; no eran tan necios como para tratar de mala manera a la que creían una mujer Aiel en tales circunstancias—. Si tenéis que enfrentaros a un hombre por lo que ha dicho, hacedlo de uno en uno, con honor. Esto no es una batalla; os deshonráis vosotros mismos yendo cuatro contra uno.

La miraron como si estuviese loca, y el semblante de Egwene enrojeció paulatinamente. La joven esperaba que creyeran que se debía a la rabia. No les había echado en cara que se lanzaran sobre alguien más débil, sino por no permitirle que se enfrentara a ellos uno a uno. Estaba avergonzada; acababa de reconvenirlos como si siguieran el ji’e’toh. Claro que, si lo hubiesen seguido, no habría sido menester el rapapolvo.

Uno de los hombres inclinó la cabeza en algo parecido a una ligera reverencia. La nariz del tipo no sólo estaba rota, sino que le faltaba la punta.

—Eh… Ese hombre se ha marchado ya… eh… señora. ¿Podemos irnos también?

Era verdad; el tipo flaco había aprovechado su intervención para desaparecer. Egwene sintió una repentina ira. Se había escabullido por temor a enfrentar a cuatro adversarios. ¿Cómo podía soportar semejante vergüenza? ¡Oh, Luz, ya estaba otra vez con lo mismo!

Abrió la boca para contestar que por supuesto podían marcharse, pero no emitió sonido alguno. Los tipos interpretaron su silencio como aquiescencia, o quizá como una excusa, y se alejaron a toda prisa, pero Egwene apenas si reparó en su marcha. Estaba demasiado absorta contemplando las espaldas de un grupo a caballo que avanzaba calle abajo.

No reconoció a los diez o doce jinetes con capas verdes que se abrían paso entre la apiñada multitud, pero las escoltadas eran harina de otro costal. Egwene sólo alcanzaba a ver las espaldas de las mujeres, unas cinco o seis, que cabalgaban entre los jinetes, pero era más que suficiente. Mucho más. Las amazonas llevaban ligeros guardapolvos en distintas tonalidades marrones, pero los ojos de la joven estaban prendidos en lo que semejaba un disco blanco bordado en la parte trasera de una de aquellas capas de viaje. El color del pespunte que bordeaba la Llama de Tar Valon, en este caso níveo, indicaba el Ajah Blanco. Egwene atisbó otros pespuntes en verde, en rojo. ¡En rojo! Eran cinco o seis Aes Sedai dirigiéndose hacia el Palacio Real, donde una copia del estandarte del Dragón tremolaba intermitentemente en lo alto de una de las torres escalonadas, junto con una de las banderas carmesí de Rand en la que aparecía el antiguo símbolo Aes Sedai. Algunos la llamaban a ésa el estandarte del Dragón y otros, el estandarte de al’Thor o incluso el estandarte Aiel y hasta una docena más de distintos nombres.

Avanzando dificultosamente entre la muchedumbre, Egwene fue en pos del grupo a unos veinte pasos de distancia, pero poco después se detuvo. Una hermana Roja —al menos una, que ella hubiera visto— significaba que ésta era la delegación de la Torre largo tiempo esperada, la que Elaida había anunciado por escrito que escoltaría a Rand hasta Tar Valon. Habían pasado más de dos meses desde que la misiva había llegado con un mensajero cabalgando sin descanso; este grupo debía de haber partido no mucho después.

No encontrarían a Rand, a no ser que éste hubiese regresado sin anunciarlo; Egwene estaba convencida de que Rand había descubierto de algún modo el Talento llamado Viaje, pero eso no le aclaraba a ella cómo se llevaba a cabo. Sin embargo, tanto si encontraban a Rand como si no, a quien no debían localizar era a ella. En el mejor de los casos, se la llevarían a la fuerza de vuelta a Tar Valon como una Aceptada que había salido de la Torre sin la supervisión de una Aes Sedai; y eso contando con que Elaida no hubiera dado orden de capturarla. En cualquier caso, la obligarían a regresar a Tar Valon; ante Elaida. No se hacía ilusiones respecto a ser capaz de resistirse a cinco o seis Aes Sedai.

Tras echar una última ojeada al grupo que se alejaba, se recogió los vuelos de la falda y echó a correr entre el gentío, sorteando a unos y a otros, a veces chocando con los transeúntes o cruzando delante de los animales que tiraban de carretas o carruajes. A su paso iba dejando una estela de gritos furiosos. Cuando finalmente salió por una de las grandes puertas cuadradas de la ciudad, el aire caliente la azotó de lleno en la cara. Sin el obstáculo de los edificios, el viento arrastraba nubes de polvo que la hicieron toser, pero la joven siguió corriendo todo el trecho hasta las tiendas de las Sabias.

Para su sorpresa, ante la entrada de la tienda de Amys había una yegua gris ensillada y embridada, al cuidado de un gai’shain que mantenía los ojos bajos excepto cuando palmeaba al brioso animal. Egwene se agachó y entró en la tienda, donde encontró a la amazona, Berelain, tomando té con Amys, Bair y Sorilea, todas ellas recostadas en cojines de vivos colores y rematados con borlas. Una mujer con ropas blancas, Rodera, se encontraba arrodillada a un lado, esperando sumisamente a rellenar las tazas.

—Hay Aes Sedai en la ciudad —anunció Egwene tan pronto como hubo entrado—, y se dirigen al Palacio del Sol. Debe de ser la delegación enviada por Elaida para Rand.

Berelain se incorporó grácilmente; Egwene tuvo que admitir, aunque a regañadientes, que la mujer poseía donaire. Y su traje de montar tenía una hechura decente, ya que ni siquiera ella era tan necia como para cabalgar bajo el ardiente sol con sus atuendos habituales. Las otras se levantaron al mismo tiempo.

—Por lo visto he de regresar a palacio —suspiró—. Sólo la Luz sabe cómo se tomarán el que no haya nadie allí para recibirlas. Amys, si sabéis dónde está Rhuarc, ¿seríais tan amable de mandarle un mensaje para que se reúna conmigo?

Amys asintió, pero Sorilea manifestó:

—No debes depender tanto de Rhuarc, muchacha. Rand al’Thor puso Cairhien en tus manos. Dale un dedo a cualquier hombre y te habrá cogido la mano antes de que te quieras dar cuenta de lo que pasa. Dale un dedo a un jefe de clan, y te cogerá el brazo entero.

—Eso es cierto —convino Amys—. Rhuarc es la sombra de mi corazón, pero lo que dice Sorilea es verdad.

Berelain sacó unos finos guantes de montar que llevaba metidos debajo del cinturón y empezó a ponérselos.

—Me recuerda a mi padre. Demasiado, a veces. —Un gesto compungido asomó fugazmente al rostro de la mayeniense—. Pero sabe dar buenos consejos. Y también cuándo y hasta qué punto plantarse con aire imponente. Creo que hasta unas Aes Sedai se impresionarán si Rhuarc las mira fijamente.

Amys rió entre dientes.

—Resulta imponente cuando quiere, sí. Te lo enviaré. —Besó levemente a Berelain en la frente y las mejillas.

Egwene se quedó boquiabierta; así era como una madre Aiel besaba a su hijo o a su hija. ¿Qué se estaba cociendo entre Berelain y las Sabias? No podía preguntarlo, naturalmente. Una pregunta así representaba una vergüenza para ella y para las Sabias. También para Berelain, aunque la Principal no lo sabría, aparte de que a Egwene no le importaría avergonzar a esa mujer hasta que se le cayera el pelo.

Cuando la mayeniense se volvía para salir de la tienda, Egwene puso una mano sobre su brazo.

—Hay que tratarlas con sumo cuidado. No se mostrarán amistosas hacia Rand, pero unas palabras equivocadas, un movimiento en falso, podrían ponerlas en contra de él abiertamente. —Tal cosa no podía ser más cierta, pero no era lo que realmente habría querido decir. Antes se arrancaría la lengua que pedirle un favor a Berelain.

—He tratado con Aes Sedai antes, Egwene Sedai —replicó secamente la Principal.

Egwene consiguió refrenar un profundo suspiro. Había que hacerlo, pero no dejaría que esta mujer viera lo difícil que era.

—Las intenciones de Elaida respecto a Rand no son mejores que las que tendría una comadreja hacia una gallina, y estas Aes Sedai están a sus órdenes. Si se enteran de que hay una Aes Sedai de parte de Rand, aquí, donde la tendrían a su alcance, esa mujer podría desaparecer a no tardar.

La joven enmudeció, incapaz de añadir nada más ante la expresión indescifrable de la mayeniense. Al cabo de unos segundos muy largos, Berelain sonrió.

—Egwene Sedai, haré todo cuanto esté en mi mano por Rand —manifestó. La sonrisa y el tono de su voz eran… insinuantes.

—Muchacha —reconvino Sorilea con un timbre cortante y, quién lo hubiese dicho, el rubor tiñó los pómulos de Berelain.

—Agradecería que no se lo contaseis a Rhuarc —manifestó la Principal en un estudiado tono indiferente, evitando mirar a Egwene. En realidad no miraba a nadie, pero procuraba hacer caso omiso de la presencia de la joven.

—No lo haremos —fue la pronta respuesta de Amys, que se adelantó a Sorilea—. No lo haremos.

La reiteración iba dirigida a la anciana Sabia y en ella había una mezcla de firmeza y súplica. Finalmente, Sorilea asintió, aunque un tanto a regañadientes. De hecho, Berelain suspiró con alivio antes de agacharse para salir de la tienda.

—La muchacha tiene carácter —rió Sorilea tan pronto como la Principal se hubo marchado. Volvió a reclinarse en los cojines y dio unas palmaditas al que había a su lado, indicando a Egwene que se sentara allí—. Deberíamos encontrarle el marido adecuado, un hombre que esté a su altura. Si es que existe alguien así entre los varones de las tierras húmedas.

Mientras se limpiaba la cara y las manos con el paño húmedo que le alcanzó Rodera, Egwene se preguntó si aquello bastaría para dar pie a preguntar por Berelain sin incurrir en la indiscreción. Aceptó una taza de té de porcelana de los Marinos y se acomodó en el círculo de las Sabias. Si alguna de las otras respondía a Sorilea, sería suficiente.

—¿Estás segura de que estas Aes Sedai quieren perjudicar al Car’a’carn? — preguntó, en cambio, Amys.

Egwene se puso colorada. ¡Mira que estar pensando en chismorreos cuando había cosas tan importantes de las que ocuparse!

—Sí —se apresuró a responder, y luego añadió más despacio—: Al menos… No tengo pruebas de que quieran hacerle daño, exactamente. Por lo menos de manera intencionada. —La misiva de Elaida hablaba de todo «el

Prev
Next

YOU MAY ALSO LIKE

Encrucijada en el crepúsculo
Encrucijada en el crepúsculo
August 3, 2020
Conan el triunfador
Conan el triunfador
August 3, 2020
El Dragón Renacido
El Dragón Renacido
August 3, 2020
El corazón del invierno
El corazón del invierno
August 3, 2020
  • Privacy Policy
  • About Us
  • Contact Us
  • Copyright
  • DMCA Notice

© 2020 Copyright por el autor de los libros. All rights reserved.