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  2. El señor del caos
  3. Capítulo 110
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Oscuro que los salvara. La noche no era un tiempo para pasarlo en Shadar Logoth.

«Este lugar me asusta —murmuró Lews Therin más allá del vacío—. ¿A ti no?»

Rand contuvo la respiración. ¿Estaba la voz dirigiéndose realmente a él? «Sí, claro que me asusta.»

«Hay oscuridad aquí. Una negrura más profunda que el negro. Si el Oscuro decidiese vivir entre los hombres, escogería este lugar.»

«Lo haría, sí.»

«He de matar a Demandred.»

Rand parpadeó desconcertado. «¿Tiene Demandred alguna relación con Shadar Logoth? ¿Con este sitio?»

«Recuerdo haber matado finalmente a Ishamael. —Había un dejo de sorpresa en la voz ante un nuevo descubrimiento—. Merecía morir. También Lanfear lo merecía, pero me alegro de no haber sido yo quien la mató.»

¿Sería sólo casualidad que la voz se estuviese dirigiendo a él? ¿Estaba Lews Therin oyéndolo, respondiéndole? «¿Cómo maté…? ¿Cómo mataste a Ishamael? Dime cómo lo hiciste.»

«Morir. Anhelo el descanso de la muerte. Pero no aquí. No quiero morir aquí.»

Rand suspiró. Sólo coincidencia. Tampoco él querría morir en este lugar. Un palacio que se alzaba a corta distancia, con las columnas del pórtico rotas, estaba claramente inclinado hacia la calle. Se desplomaría en cualquier momento y los enterraría donde estaban parados.

—¡Adelante! —le dijo a Haman, y añadió dirigiéndose a los Aiel—: Recordad lo que os he advertido. No toquéis nada, no cojáis nada, y permaneced donde pueda veros.

—No imaginé que estaría tan mal —murmuró Haman.

—Casi se ha llevado la puerta a los Atajos —gimió Erith.

Covril daba la sensación de que habría salido corriendo de no ser por su dignidad. Los Ogier eran muy perceptivos del ambiente de un lugar. Haman, cuyo sudoroso rostro no tenía nada que ver con el calor, señaló:

—Por ahí.

El pavimento roto crujía bajo las botas de Rand como huesos desmenuzándose. Haman los condujo girando en esquinas y a lo largo de calles, pasando ante montones y montones de ruinas, pero manteniendo la dirección sin vacilar. Los Aiel, a su alrededor, avanzaban de puntillas; por encima de los negros velos, sus ojos no parecían estar esperando un ataque, sino como si éste ya se hubiese producido.

Los observadores ocultos y los desmoronados edificios revivieron en Rand unos recuerdos que habría preferido evitar. Aquí Mat había iniciado el camino que lo llevó al Cuerno de Valere, un periplo que casi había acabado con él y que tal vez lo había conducido a Rhuidean y al ter’angreal del que no quería hablar. Aquí Perrin había desaparecido cuando todos se vieron obligados a huir en plena noche, y cuando Rand volvió a verlo, muy lejos de este lugar, tenía los ojos dorados, un aire triste y secretos que Moraine jamás había compartido con Rand.

Él mismo no había salido indemne, aunque Shadar Logoth no lo afectó directamente. Padan Fain los siguió a todos hasta aquí: a él, a Mat y a Perrin, a Moraine y a Lan, a Nynaeve y a Egwene. Padan Fain, un Amigo Siniestro. Ahora más que eso, y peor, según dijo Moraine. Fain los había seguido a todos hasta este lugar, pero cuando se marchó era algo más que Fain; o algo menos. Fain, hasta donde siguiera siendo Fain, quería ver muerto a Rand. Había amenazado a todos sus seres queridos si no se reunía con él. Y Rand no había acudido. Perrin se había ocupado de ese asunto, poniendo a salvo Dos Ríos, pero ¡Luz, cómo dolía! ¿Qué habría estado haciendo Fain con los Capas Blancas? ¿Es que Pedron Niall era un Amigo Siniestro? Si podían serlo unas Aes Sedai, entonces también podía un capitán general de los Hijos de la Luz.

—Ahí está —anunció Haman, y Rand sufrió un sobresalto. Shadar Logoth era el lugar menos indicado para quedarse absorto en reflexiones.

Donde el Mayor se había parado había sido una espaciosa plaza antaño, aunque ahora un erosionado montículo de escombros llenaba uno de los extremos. En medio de la plaza, donde tendría que haber habido una fuente, se alzaba en cambio una ornamentada valla afiligranada de algún tipo de metal brillante, de altura adecuada para los Ogier, y sin sufrir los estragos del óxido. Rodeaba lo que parecía ser un tramo de un alto muro de piedra, con tallas de parras y enredaderas tan delicadas que uno esperaba sentir la brisa que las agitaba, que sorprendía que fueran grises en vez de verdes. Era la puerta a los Atajos, aunque ciertamente su aspecto no correspondía a ninguna clase de puerta.

—Talaron la arboleda tan pronto como los Ogier partieron de regreso al stedding —murmuró Haman enfadado; las largas cejas colgaban en un gesto de disgusto—. Antes de veinte o treinta años, y ampliaron la ciudad.

Rand tocó la valla con un flujo de Aire mientras se preguntaba cómo cruzarla, y parpadeó cuando todo el conjunto se desmoronó en veinte trozos o más con un sonoro y estremecedor golpeteo metálico que hizo saltar a los Ogier. Rand sacudió la cabeza. Por supuesto. Un metal que había sobrevivido durante tanto tiempo sin una sola picadura de óxido tenía que estar forjado con el Poder; tal vez incluso era una reliquia de la Era de Leyenda, pero las junturas que habían mantenido ensambladas las distintas piezas estaban corroídas hacía mucho tiempo, esperando un ligero empellón para venirse abajo.

—Os pediría que no la abrieseis —dijo Covril al tiempo que ponía una mano sobre su hombro—. Sin duda Loial os habrá dicho cómo hacerlo, ya que siempre mostró demasiado interés en esa clase de cosas, pero los Atajos son peligrosos.

—Puedo clausurarla —sugirió Haman—, de manera que para abrirla de nuevo sea necesario el Talismán de Nacimiento. Ummm. Ummm. Una tarea sencilla de fácil ejecución. —Empero, no parecía muy deseoso de hacerlo. En realidad, no avanzó un solo paso.

—Tal vez sea necesario utilizarla en algún momento y sin tiempo para ir a buscar ningún talismán —le dijo Rand.

Cabía la posibilidad de tener que utilizar todos los Atajos, por muy peligrosos que fueran. Si fuese capaz de limpiarlos de algún modo… Esa era una idea tan pretenciosa por su parte como la fanfarrona afirmación ante Taim de que limpiaría el Saidin.

Empezó a tejer el Saidin alrededor de la puerta a los Atajos, utilizando los Cinco Poderes al completo, e incluso volvió a levantar los fragmentos de la valla y los puso en su lugar. Desde el primer flujo que encauzó, la infección pareció vibrar dentro de él, una trepidación que aumentó lentamente. Tenía que deberse a la perversidad de la propia Shadar Logoth, una resonancia de dos influjos malignos. Aun estando dentro del vacío se sintió mareado con esas vibraciones, como si el mundo oscilara bajo sus pies al mismo compás; la horrible náusea lo hizo desear vomitar hasta la última papilla. Aun así, perseveró. No podía destacar hombres allí para montar guardia por la misma razón que no se había planteado enviarlos a buscar la puerta.

Lo que tejió y después invirtió era una especie de trampa perversa muy apropiada a un lugar perverso; una salvaguarda de indescriptible maldad. Los humanos podían cruzarla sin sufrir daño, puede que incluso los Renegados —tenía capacidad para protegerla contra humanos o Engendros de la Sombra, no contra ambos— y ni siquiera un Renegado varón podría detectarla. Si cualquier tipo de Engendro de la Sombra la cruzaba… Ahí estaba la perversidad. No morirían de inmediato; puede que sobrevivieran incluso para tener tiempo de llegar más allá de las murallas de la ciudad. El suficiente para morir lejos, no allí, donde pondrían sobre aviso a los próximos Myrddraal que llegaran. El suficiente para que un ejército de trollocs saliera al completo, y fuera recogiendo a sus muertos a medida que lo hacía. Lo bastante cruel para ser digno de un trolloc. Crear la trampa le revolvió el estómago tanto como la infección del Saidin.

Atar el tejido y soltar la Fuente sólo conllevó un ligero alivio. El residuo de la contaminación que siempre persistía vibraba aún en su interior; era casi como si el suelo bajo sus pies palpitara. Le dolían los oídos y los dientes. Ardía en deseos de marcharse de allí.

Inhaló profundamente y se preparó para encauzar otra vez y abrir un acceso, pero se detuvo, fruncido el entrecejo. Contó rápidamente a todos; los contó por segunda vez, más despacio.

—Falta alguien. ¿Quién?

Los Aiel sólo tardaron unos segundos en comprobarlo.

—Liah —respondió Sulin a través del velo.

—Estaba justo detrás de mí. —Era la voz de Jalani, no cabía la menor duda.

—Quizá vio algo —dijo otra Doncella que Rand creyó identificar como Desora.

—¡Os dije a todos que permanecieseis juntos! —La ira chocó contra el vacío como olas rompiendo en un acantilado. Faltaba una de ellas, sola en este lugar, y se lo tomaban con aquella maldita frialdad Aiel. Faltaba una Doncella. Una mujer, en Shadar Logoth—. ¡Cuando la encuentre…!

Reprimió poco a poco, con denuedo, la cólera que amenazaba con desbordar el vacío que lo rodeaba. Lo que deseaba hacerle a Liah era gritarle hasta que se desmayara, enviarla a Sorilea para el resto de su vida. Esa ira ansiaba matar con una intensidad candente.

—Dividíos en parejas. Gritad, buscad en todas partes, pero no entréis en los edificios en ninguna circunstancia. Y manteneos alejados de las sombras. Podéis morir aquí antes de daros cuenta de lo que pasa. Todos podéis morir antes de que nadie se dé cuenta. Si la veis en un edificio, aunque parezca encontrarse bien, llamadme a no ser que ella salga a vuestro encuentro.

—Acortaríamos la búsqueda si vamos solos en lugar de hacerlo en parejas —adujo Urien, a lo que Sulin asintió en señal de conformidad. Fueron muchos los asentimientos de cabeza.

—¡En parejas! —Rand tuvo que reprimir de nuevo la cólera. «¡Así la Luz abrase la obstinación Aiel!»—. Al menos de ese modo tendréis alguien que os cubra la espalda. Por una vez, haced lo que os digo sin discutir. Ya he estado aquí, y sé un poco lo que es este sitio.

Unos minutos después, en su mayoría perdidos discutiendo cuántos debían quedarse con Rand, veinte parejas de Aiel se desplegaron por los alrededores. La que se quedó con él era Jalani, creía Rand, aunque no resultaba fácil de asegurar con el velo. Por una vez no parecía contenta de ocuparse de la seguridad de Rand; los verdes ojos traslucían un atisbo de malhumor.

—Supongo que nosotros podríamos formar otro par —sugirió Haman, mirando a Covril.

—Sí —asintió ésta—. Y Erith que se quede aquí.

—¡No! —protestaron casi al unísono Rand y Erith. Los dos Ogier mayores se volvieron hacia la joven con un gesto de severa desaprobación. Las orejas de Erith se hundieron hasta dar la impresión de que se le iban a caer.

Rand controló su genio firmemente. En tiempos parecía que estando envuelto en el vacío la ira quedaba lejos, en alguna parte, unida a él por un mero hilo; pero cada vez parecía estar más próxima a superarlo, a traspasar la barrera del vacío. Cosa que seguramente sería desastrosa. Aparte de eso, sin embargo…

—Lo lamento. No tenía derecho a gritaros, Mayor Haman, ni a vos, Oradora Covril. —¿Era ésa la forma correcta de dirigirse a ella? ¿Era siquiera algún tipo de título? Sus expresiones no le aclararon ni lo uno ni lo otro—. Os agradecería mucho que todos os quedaseis conmigo. Así podremos buscar juntos.

—Por supuesto —respondió Haman—. En realidad no veo cómo puedo ofreceros más protección de la que vos mismo os podéis dar, pero es vuestra.

Covril y Erith asintieron con aprobación. Rand no tenía la más remota idea de a qué se refería Haman, pero no consideró que fuera el momento más oportuno para hacer

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