una vez que Rand acabó de explicarse—. ¿Es esto un chiste Aiel? Nunca he llegado a entender vuestro sentido del humor.
—Para los Ogier —adujo suavemente Rand—, ha pasado mucho tiempo desde que se crearon los Atajos. Para los humanos es como si hubiese transcurrido una eternidad.
—¿Pero es que no recordáis siquiera Mafal Dadaranell o Ancohima o Londaren Cor o…?
Covril posó una mano en el hombro de Haman, pero la compasión reflejada en sus ojos estaba dirigida a Rand.
—No se acuerda —dijo suavemente—. Sus recuerdos se han borrado. —Lo dijo de un modo que sonaba como la mayor pérdida imaginable.
Erith, con las manos sobre la boca, parecía a punto de llorar. Sulin regresó, obviamente sin correr de manera deliberada, seguida por un nutrido grupo de gai’shain cargados hasta los topes con mapas enrollados de todos los tamaños, algunos lo bastante largos para que arrastraran por el pavimento del patio. Un varón gai’shain llevaba una escribanía trabajada con incrustaciones de marfil.
—He puesto a otros gai’shain a buscar más —informó, envarada, la Doncella—. Y también a algunos de los habitantes de las tierras húmedas.
—Gracias —le dijo Rand. La tirantez del rostro de la mujer se suavizó un poco.
Rand se puso en cuclillas y empezó a extender mapas allí mismo, sobre el pavimento, haciendo una selección. Algunos eran de la ciudad, y muchos de regiones de Andor. Enseguida encontró uno que mostraba toda la extensión de las Tierras Fronterizas, y la Luz sabría qué haría eso allí, en Caemlyn. Algunos eran tan antiguos que estaban hechos jirones, y marcaban unas fronteras que ya no estaban vigentes o tenían escritos nombres de países que habían desaparecido cientos de años atrás.
Las fronteras y los nombres bastaban para organizar los mapas por antigüedad. En los más viejos, Hardan limitaba con Cairhien al norte; después Hardan ya no estaba y las fronteras cairhieninas se desplazaban a mitad de camino de Shienar, antes de retroceder de nuevo como prueba palpable de que el Trono del Sol no podía dominar tal extensión de tierra. Maredo aparecía entre Tear e Illian, y a continuación Maredo desaparecía, y la frontera de Tear e Illian se situaba en los llanos de Maredo, retrocediendo lentamente por la misma razón que Cairhien. Habían desaparecido Caralain, Almoth, Mosara, Irenvelle y otras, a veces absorbidas por otras naciones y más frecuentemente convertidas en territorios deshabitados y agrestes que nadie reclamaba como suyos. Esos mapas relataban una historia de decadencia desde el desmoronamiento del imperio de Hawkwing, de una humanidad en lento retroceso. Un segundo mapa de las Tierras Fronterizas mostraba sólo Saldaea y parte de Arafel, pero también situaba la frontera de la Llaga ochenta kilómetros más al norte. La humanidad retrocediendo y la Sombra avanzando.
Un hombre muy delgado y calvo, vestido con una librea de palacio que le quedaba grande, entró en el patio con otro montón de mapas; Rand suspiró y prosiguió con la tarea de seleccionar y descartar.
Haman examinó seriamente la escribanía que le había entregado el gai’shain y después sacó una casi igual de grande, aunque muy sencilla, de un bolsillo muy amplio de su chaqueta. La pluma que cogió era de madera pulida, bastante más gruesa que el pulgar de Rand y lo bastante larga para resultar esbelta. Encajaba a la perfección en los dedos del Ogier, gordos como salchichas. A continuación se puso a gatas y repasó los mapas seleccionados por Rand, mojando de vez en cuando la pluma en el tintero sostenido por el gai’shain y haciendo anotaciones en una letra que parecía demasiado grande hasta que uno caía en la cuenta de que para él debía de resultar muy pequeña. Covril lo seguía, asomándose sobre su hombro aun después de que Haman le hubo preguntado por segunda vez si creía realmente que podía cometer un error.
Fue una sesión instructiva para Rand, empezando con siete steddings repartidos por las Tierras Fronterizas. Claro que a los trollocs los atemorizaba entrar en un stedding, e incluso los Myrddraal necesitaban de un motivo imperioso para inducirlos a entrar en ellos. En la Columna Vertebral del Mundo, o la Pared del Dragón, había trece, incluido uno en la Daga del Verdugo de la Humanidad, desde el stedding Shangtai, al sur, hasta el stedding Qichen y el stedding Sanshen al norte, distantes sólo unos cuantos kilómetros entre sí.
—El mundo cambió realmente en el Desmembramiento —explicó Haman cuando Rand hizo un comentario, pero siguió haciendo apuntes rápidamente; o, al menos, rápidamente tratándose de un Ogier—. Territorios secos pasaron a ser mares y viceversa, pero también la tierra se plegó. En ocasiones, lo que estaba lejos acabó encontrándose cerca, y al contrario. Aunque, naturalmente, nadie sabía si Qichen y Sanshen habían estado distantes o no.
—Has olvidado Cantoine —manifestó Covril, provocando que otro sirviente uniformado dejara caer otro montón de mapas que traía, al sufrir un sobresalto.
Haman le echó una mirada y luego escribió el nombre justo encima del río Iralell, un poco al norte de Haddon Mirk. En la franja occidental de la Pared del Dragón, desde la frontera meridional de Shienar hasta el Mar de las Tormentas, sólo había cuatro, todos ellos nuevos según la estimación del Ogier, lo que significaba que el más reciente, Tsofu, estaba habitado por su raza desde hacía seiscientos años y ninguno de los otros durante más de mil. Algunas de las ubicaciones resultaron ser una sorpresa tan grande como las de las Tierras Fronterizas, tales como en las Montañas de la Niebla, que contaban con seis, y en la Costa de las Sombras. Las Colinas Negras estaban incluidas, así como los bosques por encima del río Ivo y las montañas situadas más arriba del río Dhagon, justo al norte de Arad Doman.
Más triste fue la lista de los steddings abandonados, debido a que el número de habitantes se había reducido en exceso. La Columna Vertebral del Mundo, las Montañas de la Niebla y la Costa de las Sombras también estaban en esa lista, al igual que un stedding ubicado en el interior del llano de Almoth, cerca de la gran foresta llamada Paerish Swar, y otro en los montes que se alzaban a lo largo de Punta Toman, por el norte, orientados al Océano Aricio. Quizá más triste era el señalado al mismo borde de la Llaga, en Arafel; los Myrddraal serían reacios a entrar en los steddings, pero a medida que la Llaga ganaba terreno hacia el sur año tras año barría todo a su paso. Haman hizo una pausa.
—A Sherandu se lo tragó la Gran Llaga hace mil ochocientos cuarenta y tres años —dijo tristemente—. Y a Chandar hace novecientos sesenta y ocho.
—Que su recuerdo florezca y alcance la plenitud en la Luz —musitaron al unísono Covril y Erith.
—Conozco uno que no habéis marcado —apuntó Rand. Perrin le había contado que se había refugiado en él en una ocasión. Acercó un mapa de Andor al este del río Arinelle y señaló un punto bastante por encima de la calzada que iba de Caemlyn a Puente Blanco. Una ubicación bastante aproximada, esperaba.
Haman hizo una mueca que casi era un gruñido.
—Donde tenía que levantarse la ciudad de Hawkwing. Aquél no se reclamó nunca. Fueron varios los steddings encontrados que nunca ocupamos. Tratamos de mantenernos todo lo lejos posible de las tierras de los humanos.
En efecto, todas las marcas se hallaban en montañas abruptas, en lugares a los que los humanos no les era fácil acceder o, en unos pocos casos, a cierta distancia de núcleos habitados. El stedding Tsofu se encontraba bastante más cerca de una población que cualquier otro, y a pesar de ello Rand sabía que había un día de distancia con el pueblo más próximo.
—Éste sería un buen tema para discutir, pero en otro momento —adujo Covril; aunque le habló a Rand, las miradas de reojo de la Ogier dejaban claro que sus palabras iban dirigidas a Haman—. Quiero emprender camino hacia el oeste y recorrer la mayor distancia posible antes de que caiga la noche.
Haman soltó un sonoro suspiro.
—Supuse que os quedaríais un tiempo —protestó Rand—. Debéis de estar exhaustos tras recorrer a pie todo el camino desde Cairhien.
—Las mujeres no se agotan, sólo agotan a los demás —dijo Haman—. Es un viejo dicho entre nosotros.
Covril y Erith aspiraron ruidosamente el aire por la nariz en perfecta sincronización. Mascullando entre dientes, Haman continuó con la lista, pero ahora se trataba de ciudades que los Ogier habían construido, urbes donde había habido arboledas, cada una de ellas con su correspondiente puerta a los Atajos a fin de facilitar los desplazamientos de los Ogier desde los steddings y hacia ellos sin necesidad de pasar a través de las tierras de los humanos, tan a menudo envueltas en conflictos.
Marcó, naturalmente, Caemlyn; y Tar Valon, Tear, Illian, Cairhien, Maradon y Ebou Dar. Eso completaba la lista en lo referente a ciudades que todavía existían, y en el caso de la última, Ebou Dar, la apuntó como Barashta. Quizá Barashta perteneciera, en cierto modo, más a las otras, a esos puntos marcados en lugares de los mapas donde no aparecía nada o, como mucho, un pueblo: Mafal Dadaranell, Ancohima y Londaren Cor; y, por supuesto, Manetheren, Aren Mador, Aridhol, Shaemal, Deranbar, Braem, Condaris, Hai Ecorimon, Iman… A medida que la lista crecía, Rand empezó a ver puntos húmedos en cada mapa que Haman le pasaba cuando había terminado. Le costó un momento comprender que el Mayor Ogier estaba llorando en silencio, y que sus lágrimas caían mientras señalaba las ciudades muertas y olvidadas. Tal vez lloraba por la gente o tal vez por los recuerdos. Lo que sí entendió Rand es que las lágrimas no eran por las ciudades en sí ni por las obras perdidas de los albañiles Ogier. Para ellos, la construcción era sólo algo que habían llevado a cabo durante el Exilio y ¿qué trabajo en piedra podía compararse con la majestuosidad de los árboles?
Unos de aquellos nombres despertó algo más que recuerdos en Rand, así como la localización, al este de Baerlon, a varios días de camino al norte de Puente Blanco, en el Arinelle.
—¿Había una arboleda aquí? —inquirió, apuntando con el dedo.
—¿En Aridhol? Sí —respondió Haman—. Sí, la había. Un caso triste, ése.
—En Shadar Logoth —corrigió Rand sin levantar la cabeza—. Un caso muy triste, sí. ¿Podríais…? ¿Querríais mostrarme esa puerta a los Atajos si os llevo allí?
21. A Shadar Logoth
—¿Llevarnos allí? —repitió Covril mientras miraba con un extraordinario ceño el mapa que Rand sostenía en las manos—. Nos apartaría mucho de nuestra ruta, si no recuerdo mal la localización de Dos Ríos. No pienso perder un solo día más en encontrar a Loial.
Erith asintió con un categórico cabeceo.
—No puedo permitirlo —dijo Haman, con las mejillas todavía húmedas por las lágrimas—. Aridhol, o Shadar Logoth como la llamáis ahora con toda razón, no es lugar para alguien tan joven como Erith. A decir verdad, no es un lugar adecuado para nadie.
Rand dejó caer el mapa y se puso de pie. Conocía Shadar Logoth mejor de lo que habría sido de su agrado.
—No perderéis tiempo. De hecho, lo ganaréis. Os llevaré allí mediante el Viaje, por un acceso. De ese modo habréis recorrido hoy gran parte del camino a Dos Ríos. No tardaremos mucho. Sé que podéis conducirme directamente a la puerta a los Atajos.
Los Ogier eran capaces de percibir estos accesos si se encontraban cerca de ellos.
Esta propuesta requirió otra conferencia detrás de la fuente y en la que exigió tomar parte Erith. Rand sólo logró