de sus pistolas y la apuntó contra la cabeza de Throe.
—Cuidado con el tono que usas.
Throe levantó lentamente las manos.
—Solo estoy cuestionando el cambio de planes.
—No es por ella. No tiene nada que ver con ella.
—Entonces, ¿con qué?
Al menos Xcor pudo decir la verdad ahí.
—Ese macho renunció a la hembra de la cual estaba enamorado con el fin de retener el trono. Sé de buena fuente cómo fueron los hechos. Y si él está dispuesto a hacer eso, pues puede quedarse con su maldito trono.
Throe soltó el aire con fuerza.
Y no dijo nada más. El guerrero solo se quedó mirando a Xcor a los ojos.
—¿Qué? —preguntó Xcor.
—Si quieres que diga algo más, tienes que bajar esa pistola.
Pasó un rato antes de que el brazo de Xcor le hiciera caso a su cerebro.
—Habla.
—Estás cometiendo un error. Pudimos llegar muy lejos… y seguro que encontraremos otra salida.
—Pero no participaremos nosotros.
—No tomes esta decisión debido a un capricho.
Ese era el problema. Xcor temía que había llegado más lejos que eso.
—No lo hago.
Throe caminó a su alrededor, con las manos en las caderas y sacudiendo la cabeza.
—Esto es un error.
—Entonces forma tu propia camarilla y trata de imponerte. No va a funcionar, pero te prometo que tendrás un buen entierro si todavía estoy por aquí.
—Tus ambiciones también alimentaban mis ambiciones. —Throe lo miró fijamente—. Yo no quiero renunciar al futuro con tanta despreocupación.
—No entiendo la palabra «despreocupación», pero no me importa la definición. Esto es lo que pienso. Puedes marcharte si lo deseas, o puedes quedarte y pelear con nosotros como siempre lo hemos hecho.
—Hablas en serio.
—El pasado ya no me interesa tanto como me interesaba antes. Así que vete si quieres hacerlo. Y llévate a los otros, si lo deseas. Pero nuestra vida en el Viejo Continente fue suficiente durante muchos años, así que no veo por qué la identidad del rey ha de preocuparte tanto.
—Porque mi daga no ha sido afilada en la piedra de la corona…
—¿Qué vas a hacer ahora? Eso es lo único que me importa.
—Me temo que ya no te conozco.
—En el pasado, eso habría sido una bendición.
—Pero ya no.
Xcor se encogió de hombros.
—Depende de ti.
Throe miró hacia el cielo, como buscando inspiración.
—Está bien —dijo con voz tajante.
—¿Qué?
—A pesar de lo mucho que me gustaría cambiar —dijo Throe y su expresión se volvió lúgubre—, mi lealtad está contigo.
Xcor asintió una vez.
—Tu promesa es aceptada.
Pero Xcor no se engañaba. La ambición de Throe se interponía ahora entre ellos y ningún intercambio de palabras, o incluso pergaminos, iba a cambiar eso.
Todavía no habían terminado con esto, ni por asomo. Y quizás pasaran noches, o semanas, o años antes de que la división se hiciera evidente…, pero lo que estaba destinado a suceder, sucedería tarde o temprano.
Y Xcor tenía miedo de que el botín fuera una hembra.
69
Sentado en su escritorio del Iron Mask, Trez pensaba que ya estaba harto del club. El ruido, los olores, los humanos…, demonios, hasta el papeleo lo enervaba.
Mientras hacía a un lado un centenar y medio de recibos y se restregaba los ojos, Trez sintió que estaba a punto de estallar. Y luego, cuando bajó las manos y sus ojos se reacomodaron a la luz fluorescente, sintió un resplandor que nublaba su visión.
¿Otra migraña?
Tomó un pedazo de papel al azar, para comprobar si podía leer el texto.
No, todavía no tenía un punto ciego.
Entonces renunció a la idea de hacer algo, se recostó en la silla, cruzó los brazos y se quedó mirando la puerta cerrada. El estruendo lejano de los bajos lo hizo pensar que debía hacerse con unos tapones para los oídos.
Lo que realmente quería hacer era salir corriendo de allí. Y no solo del club. O del que estaba organizando en aquella bodega al otro lado de la ciudad. Trez quería abandonar toda la maldita empresa, desde las ventas de alcohol hasta las prostitutas, desde el dinero hasta la locura.
Por Dios santo, cada vez que cerraba los ojos veía la cara de Selena. Y oía su voz cuando dijo que quería vestirse. Y sentía el olor de su decepción.
Al pensar retrospectivamente en su «relación», si se podía llamar así, Trez la definía en términos de retiradas. Conversaciones fallidas. Medias verdades. Secretos ocultos.
Todo esto por parte suya.
Y era raro. ¿Cuántos años hacía que su hermano venía insistiéndole en que tenía que revisar su vida? Diciéndole que tenía que recuperar el control y dejar de lado el sexo, advirtiéndole de que el tiempo se le estaba acabando y rogando para que se presentara un cambio de rumbo, aunque eso pareciera imposible. Entretanto, él se pasaba el tiempo follándose putas en lugares públicos, teniendo migrañas y adelantando una exitosa campaña de autodestrucción, mientras hacía caso omiso de todo lo demás.
A pesar de los esfuerzos de iAm, Selena había sido la única que realmente lo había hecho mirarse a sí mismo.
Y aunque parecía poco respetuoso con su hermano admitir eso, era la verdad.
Dios, Trez esperaba que la reina tuviera una hija y que ella fuera la elegida. Tal vez así terminaría al menos una parte de esta pesadilla…
En ese momento se oyó un golpe muy suave en la puerta y Trez sintió el olor de un espray corporal incluso antes de abrir.
—Entra —dijo.
La chica que entró tenía unas piernas lo suficientemente largas para ser modelo, pero la cara no estaba a la altura. Tenía la nariz un poco muy grande, labios un poco pequeños y los ojos un poco desviados. Y eso incluso después de muchas operaciones de cirugía plástica. Sin embargo, desde lejos, o en la oscuridad, era todo un bombón.
—Me dijeron que querías verme.
Tenía una voz apta para un servicio de sexo por teléfono, profunda y ronca, y el pelo, que llevaba por detrás de los hombros, era espeso de forma natural.
—Sí. —Menos mal que ella no lo conocía lo suficiente como para darse cuenta de que estaba medio muerto—. Tengo un cliente especial que…
—¿Es el tío del que han estado hablando? —La mujer abrió los ojos de inmediato—. ¿El que es una especie de dios del sexo?
—Sí. Quería saber si puedes ir a un piso mañana para estar con él. —Trez y s’Ex habían acordado un horario de una vez por semana, pero cuando tu chantajista te llama y te dice que quiere una cita, pues tú cumples—. Yo te lo presento y luego…
—Joder, claro. Las otras chicas han estado hablando de él. Es un semental.
La mujer empezó a pasarse las manos por el cuerpo, acariciándose los senos y el sexo.
—Mañana al mediodía. —Trez le dio la dirección del Commodore—. Te veo allí.
—Gracias, jefe.
Al ver que la mujer entrecerraba los ojos, Trez se imaginó lo que veía. Y, en efecto, un segundo después ella dijo:
—¿Qué puedo hacer para mostrarte mi gratitud?
Trez negó con la cabeza.
—Nada. Solo llega a tiempo mañana.
—¿Estás seguro?
Mientras miraba a la mujer, una parte de Trez quería ceder. Así era todo era mucho más fácil: como caer de espaldas en una piscina en julio, splash, y ya no tenías calor. El problema era que, en esa situación hipotética, él no sabía nadar. Y cada vez que se dejaba caer para refrescarse, terminaba debajo del agua, sin poder respirar.
Y la lucha para salir a la superficie sencillamente no compensaba el momento de alivio.
—Gracias, cariño. Pero paso.
La mujer sonrió.
—¿Tienes mujer, jefe?
Trez abrió la boca para decir que no.
—Sí, así es.
Ja, pensó. Sí, claro.
Después de su última conversación, Selena no había vuelto a la mansión de la Hermandad y él, obviamente, tampoco había ido a la casa de campo.
Todavía podía recordar con exactitud la cara de Selena mientras lo miraba. Después de un rato él se había levantado y se había marchado. Después de que el silencio se hiciera muuuuuy largo. Sí, claro, él podría haberla presionado para tener una especie de respuesta final o algo así. Pero la conclusión era que, independientemente de que él tuviera que regresar al s’Hisbe o no, seguía estando contaminado.
Lo que tenía para ofrecerle a ella, o a cualquiera, no valía la pena.
—Ay, esa es una información explosiva —dijo la puta—. ¿Puedo contárselo a las otras chicas?
—Sí, claro. Como quieras.
La mujer se fue feliz.
Cuando la puerta se cerró, Trez volvió a quedarse mirándola. Sin embargo, lo único que podía ver sobre el panel de madera era la cara de Selena, como si ella hubiese muerto y su fantasma hubiese venido a acecharlo.
Durante un momento, Trez realmente deseó tener algo pendiente con Selena para poder usarlo como excusa y volver a verla. Pero, claro, la realidad era que aunque podía ir a buscarla con miles de pretextos…, lo único que tenía para ofrecer seguía siendo él mismo.
Y eso no era suficiente… Ni ayer. Ni hoy. Ni mañana.
En el fondo de Trez empezó a operarse un cambio. Al principio le pareció un pensamiento pasajero. Pero luego, cuando aquella idea siguió resonando en su cabeza, se dio cuenta de que era algo que iba mucho más lejos.
Al mirar hacia el futuro, Trez no veía nada importante en su vida salvo a su hermano. iAm era lo único valioso que tenía en este mundo. Y de repente la idea de entregarse a la reina y a su hija, y volverse un esclavo sexual que viviera preso entre los muros del palacio y solo fuera usado por su polla y su semen… no le pareció algo muy distinto de la manera en que había llevado su vida hasta ahora.
Había estado follando todo el tiempo sin que nada le importara.
Ninguna de esas mujeres había tenido significado para él.
¿Por qué la hija de la reina tenía que ser distinta?
Bueno, mierda, la única cosa que no sería igual es que su hermano quedaría en libertad para vivir su vida.
Liberado.
Y eso era lo único honorable que Trez podría hacer.
Al recostarse en la silla, Trez se dio cuenta… de que esa no era una mala forma de ponerle fin a todo aquello.
‡ ‡ ‡
Sola salió del bloque de apartamentos aunque era ya medianoche. Sencillamente no podía soportar más los confines del piso, y la terraza no bastaba para satisfacer su deseo de salir a deambular.
Después de bajar los escalones de cemento, pasó junto a la piscina resplandeciente, rumbo al camino que atravesaba unos arbustos. Al otro lado, la playa se extendía como un kilómetro en ambas direcciones y el viento fuerte y cálido le golpeó la cara.
Sola giró a mano derecha sin tener una razón en particular y metió las manos en los bolsillos de su chaqueta ligera, palpando el teléfono.
El móvil había permanecido totalmente en silencio.
Y mientras miraba el océano y escuchaba el golpe de las olas en la playa, Sola sabía que no iba a sonar.
Ah, claro, recibiría llamadas de su abuela. Tal vez de la compañía telefónica. Tal vez del taller donde estaban reparando la carrocería de su nuevo coche.
Pero ninguna llamada con el código de área 518.
Sola se detuvo y observó cómo la luz de la luna que venía de detrás de ella tocaba la superficie del mar. Aunque aquello le producía mareo, deliberadamente se acordó de lo que había sentido en el maletero de aquel coche y experimentó de nuevo el frío y la vibración, y el miedo de saber que lo que le esperaba sería muy doloroso.
Aferrándose a aquella sensación, se recordó una vez más por qué lo mejor era que el teléfono permaneciera en silencio…
Al principio, no supo exactamente qué fue lo que la hizo reaccionar.
No fue un olor, no; pues estaba en contra del viento. Y tampoco fue que viera algo, pues