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  2. El rey
  3. Capítulo 95
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ti y para tu familia. Tengo algo de experiencia en tener que acomodarme al mundo.

El hombre no salía de su asombro.

Wrath sonrió.

—Sí, eso del Rey Ciego no es solo un rumor. Es la realidad…, pero no me avergüenzo de ello.

Joder… Wrath nunca se había dado cuenta de lo inferior que se sentía hasta que pronunció esas palabras. Nunca se había dado cuenta de todo lo que escondía. Cuántas disculpas había ofrecido por algo que estaba más allá de su control. Pero eso era algo del pasado.

Pero ya fuera ciego o tuviera una buena visión, tenía que dar ejemplo en este mundo y se sentiría fracasado si no era capaz de asumir su responsabilidad.

—Así que, por favor —le dijo al macho, que seguía perplejo—, descríbeme el regalo que acabas de darme.

Hubo una pausa muy larga. Y el obrero no fue el único sorprendido. Wrath podía percibir que Vishous tampoco podía creerlo, mientras fumaba como una chimenea en un rincón.

El obrero se aclaró la voz.

—Es…, ah, mi compañera, ella hace telas siguiendo la tradición del Viejo Continente. Y las vende dentro de la comunidad de la raza, para estandartes y ropa. Este es…, es su tejido más fino, uno que hizo hace muchos años, pero no había tenido corazón para vender. Le tomó un año entero tejerlo… —Al macho se le quebró la voz—. Dijo que ahora sabe por qué no había querido venderlo. Dijo que os contara que ahora sabe que lo estaba guardando para ofrecéroslo a vos.

Wrath dejó las gafas a un lado y pasó la mano por la tela.

—Nunca había tocado algo tan fino. Es como satén. ¿De qué color es?

—Roja.

—Mi color favorito. —Wrath hizo una pausa y luego lo decidió. Mierda—. Voy a tener un hijo.

El macho dio otro respingo.

—Sí, mi compañera y yo… hemos tenido suerte. —De repente, Wrath se dio cuenta de que su hijo no sería el heredero al trono… y se sintió triste. Pero también sintió una especie de alivio—. Usaré esta tela para recibirlo. Cuando nazca.

Yyyyyyyyy ahí se oyó otra exclamación.

—No, él no es el heredero al trono —dijo Wrath—. Mi esposa es en parte humana. Así que él no se podrá sentar donde yo me siento…, pero todo está bien.

Su hijo se labraría su propio camino. Era… libre.

Y mientras decía la verdad, sin tener que disculparse ni explicar, mientras se cubría con el manto de la sinceridad, mientras pronunciaba las palabras que llevaba tanto tiempo escondiendo, sin darse cuenta…

Wrath descubrió que él, también, había encontrado por fin la libertad. Y que sus padres, si tenían la oportunidad de mirar por encima de su hombro, aprobarían lo que estaba haciendo.

Y cómo era él en este momento.

66

El centro comercial Caldwell estaba abierto hasta las diez de la noche.

Cuando Xcor se materializó en un rincón escondido de su enorme aparcamiento, empezó a caminar entre las filas de coches aparcados hacia una entrada que tenía un gran letrero rojo sobre una multitud de puertas.

No tenía ni idea de qué estaba haciendo allí, a punto de entrar a un lugar lleno de humanos. Con un propósito que, si se lo hubiese planteado alguno de sus soldados, jamás lo habría siquiera considerado.

Al atravesar las puertas de cristal, Xcor frunció el ceño. Había tanta ropa femenina a derecha e izquierda, de toda clase de colores brillantes, que se le despertaban las ganas de atacar todo el lugar con un lanzallamas para proteger sus retinas de aquel espectáculo.

Frente a él había una sección de vitrinas de cristal con extrañas cosas, bufandas que colgaban de perchas y espejos, maldición, había espejos por todas partes.

Al pasar junto a ellos, Xcor bajó los ojos. No deseaba que le recordaran su fealdad. En especial no esta noche…

¿Tendrían en este lugar lo que él estaba buscando?

Mientras recorría la primera planta, podía sentir los ojos de los clientes sobre él, y era evidente que todos se preguntaban si irían a terminar en las noticias. Xcor hizo caso omiso de ellos y siguió hacia arriba, ascendiendo sobre unas escaleras que se movían.

Fue en la segunda planta donde encontró el departamento de ropa masculina.

Sí, aquí había toda clase de camisas y pantalones y jerséis y chaquetas para hombre, colgados en perchas y desplegados sobre mesas. Y como sucedía abajo, la música zumbaba mientras las luces del techo destacaban la mercancía.

¿Qué demonios estaba haciendo ahí?

—Hola, ¿puedo ayudarte? ¡Caramba!

Cuando Xcor giró sobre sus talones y se puso en posición de ataque, el vendedor humano y negro dio un salto hacia atrás y levantó las manos.

—Perdonadme —murmuró Xcor. Al menos no había sacado ninguna de sus armas.

—No hay problema. —El hombre, de cara atractiva y bien vestido, sonrió—. ¿Buscas algo en especial?

Xcor miró a su alrededor y casi retrocede hacia la curiosa escalera.

—Necesito una camisa nueva.

—Ah, perfecto, ¿tienes una cita romántica?

—Y pantalones. Y calcetines. —Ahora que lo pensaba, nunca usaba ropa interior—. Y ropa interior. Y una chaqueta.

El vendedor sonrió y levantó una mano, como si fuera a darle una palmadita en el hombro, pero luego se contuvo y claramente lo pensó mejor.

—¿Qué clase de look estás buscando? —preguntó.

—Vestido.

El tío hizo una pausa, como si no estuviera seguro de que fuera una broma.

—Ah…, bueno, seguro que encontramos algo. Además, así no te meterás en líos. Ven conmigo.

Xcor lo siguió, porque no sabía qué más hacer. Ya había puesto a rodar la bola y no había razón para no seguir adelante.

El hombre se detuvo frente a un muestrario de camisas.

—Entonces voy a imaginarme que se trata de una cita, a menos de que me corrijas. ¿Casual? No me has pedido un traje.

—Casual. Sí. Pero quiero verme… —Bueno, lo menos parecido a él mismo, en todo caso—… presentable.

—Entonces creo que lo que buscas es una camisa tradicional.

—Una camisa tradicional.

El tío lo miró detenidamente.

—No eres de por aquí, ¿verdad?

—No, no lo soy.

—Se nota por el acento. —El vendedor pasó una mano por el confuso muestrario de cuadrados doblados con cuellos—. Estos son nuestros cortes tradicionales. Puedo apostar, sin medirte, que el estilo europeo no te sentaría bien; tienes los hombros muy musculosos. Aunque acertáramos con el cuello y los brazos, te quedaría pequeña. ¿Te gusta alguno de estos colores?

—No sé qué me gusta.

—Mira. —El hombre tomó una camisa azul que le recordó a Xcor el protector de pantalla de su móvil—. Este te hace juego con los ojos. No es que a mí me gusten los hombres, pero debes fijarte en este tipo de cosas. ¿Tienes alguna idea de cuál es tu talla?

—XXXL.

—Necesitamos ser un poco más precisos. —El vendedor sacó un metro de tela—. ¿Cuello? ¿Brazos?

Como si quisiera explicar un poco más, el hombre hizo un pequeño círculo frente a su propia garganta.

Xcor se miró. Solo llevaba puesta la camiseta más limpia que tenía, un par de pantalones militares de combate y sus botas.

—No lo sé.

El hombre estiró la cinta métrica, pero luego vaciló.

—Te diré lo que vamos a hacer, ¿qué tal si te doy esto y tú te lo pones alrededor de tu cuello y yo anoto el número?

Xcor agarró el metro e hizo lo que le pedían.

—Muy bien, caramba. —El vendedor cruzó los brazos sobre el pecho—. Bueno, no llevarás corbata, ¿verdad?

—¿Corbata?

—Tomaré eso como un no. ¿Me dejas medirte el brazo?

Xcor extendió el brazo izquierdo y el hombre se movió rápido.

—Al menos este es casi normal. ¿Ancho? Pareces una roca, pero tengo una idea.

Minuto y medio después, Xcor tenía tres camisas diferentes para probarse.

—¿Y los pantalones? —preguntó el vendedor.

—No conozco la talla ni sé decir qué prefiero. —Y lo mejor era ser eficientes—. Y lo mismo me ocurre con las chaquetas.

—Tenía el presentimiento de que dirías eso. Ven conmigo.

Antes de darse cuenta, estaba completamente desnudo en un probador, metiendo su cuerpo entre la ropa, con las armas escondidas debajo de la pila de cosas que llevaba puestas al entrar.

—¿Qué tal? —preguntó su nuevo mejor amigo desde el otro lado de la puerta.

Xcor se miró al espejo y sintió que sus cejas se levantaban por voluntad propia. Estaba…, no estaba bien, no. Eso nunca se podría decir de él. Pero no parecía tan estúpido como se sentía, ni tan rudo como resultaba con su propia ropa.

Luego se quitó la chaqueta negra que le habían sugerido, se puso las armas y los cuchillos y volvió a ponerse la chaqueta. Le quedaba un poco ajustada en la espalda, y no se la podía abotonar, pero era mucho mejor que su chaqueta de cuero manchada de sangre. Y los pantalones apenas se ajustaban a sus muslos.

Al salir, Xcor devolvió las otras dos camisas.

—Me llevaré todo esto.

El vendedor aplaudió.

—Genial. Mucho mejor. ¿Necesitas zapatos?

—Tal vez después.

—Tendremos rebajas a fin de mes. Regresa entonces.

Xcor lo siguió hasta el punto de pago y tomó un par de tijeras para cortar las etiquetas que colgaban de su muñeca y su cintura.

—¿Tenéis aromas?

—Ah, ¿te refieres a agua de colonia?

—Así es.

—Eso está en otra sección, allí enfrente. Te puedo mostrar dónde están, de hecho, mira esto. —El vendedor abrió un cajón—. Aquí tengo algunas muestras: sí, la tradicional Drakkar. Égoïste, esa es buena. Polo, la original. Ah, prueba esta.

Xcor aceptó un frasquito diminuto, abrió la tapa y aspiró. Olía a fresco, a limpio…, a lo que olería un tío atractivo que se echara agua de colonia.

Básicamente, todo lo que él no era.

—Me gusta esta.

—Calvin Klein Eternity. Muy tradicional, y a las chicas les encanta.

Xcor asintió como si supiera de qué estaba hablando. Vaya mentira.

El vendedor lo sumó todo.

—Muy bien, en total son quinientos noventa y dos.

Xcor sacó los billetes que se había metido en el bolsillo posterior.

—Tengo esto —dijo y desplegó el dinero entre sus manos abiertas.

El vendedor levantó las cejas.

—Sí, bueno, no es tanto. —Hubo una pausa—. ¿Quieres que…? Bueno, necesito cinco de estos, cuatro de estos y dos de estos.

Xcor trató de facilitar el proceso sacando las denominaciones específicas que, al parecer, tenían algún significado.

—Y aquí tienes tu cambio y tu recibo. ¿Quieres una bolsa para guardar la ropa vieja?

—Sí, por favor. Gracias.

El vendedor le pasó por encima del mostrador una gran bolsa blanca, con una estrella roja.

—Gracias por visitarnos. Mi nombre es Antoine, por cierto. Por si quieres volver a buscar los zapatos.

Después de meter su ropa vieja dentro de la bolsa, Xcor se sorprendió haciendo una reverencia.

—Os agradezco mucho la ayuda.

Antoine levantó la mano como si, otra vez, fuera a darle una palmadita, pero nuevamente se contuvo y sonrió.

—Vas a dejar a tu chica asustada, amigo.

—Ah, no. —Xcor negó con la cabeza—. Eso no será necesario. Esta hembra me gusta.

‡ ‡ ‡

Layla salió de la mansión a las once y cuarenta y ocho por las puertas francesas de la biblioteca. Nadie pareció notarlo; pero, claro, Rhage y John Matthew estaban vigilando a los obreros que trabajaban en la sala de billar, Wrath se encontraba arriba en su estudio con Saxton, Beth estaba descansando, los otros Hermanos combatiendo, y Qhuinn y Blay disfrutando de un rato de intimidad en su noche libre.

Ah, y los doggen estaban ocupados limpiando después de las celebraciones de la Primera Comida.

Aunque tampoco es que Layla estuviera pendiente de todos en la casa.

No.

Al desmaterializarse desde la terraza, viajó hasta la pradera que se le estaba volviendo tan familiar y volvió a tomar forma al pie del arce.

Vestida con su ropa tradicional, llevaba un abrigo para mantener el calor y, en el bolsillo, un espray de gas pimienta.

Qhuinn había insistido en enseñarle defensa personal y también en darle clases de conducir. Para que, en caso de que apareciera ese otro macho, estuviera preparada.

Layla se metió la

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