antes de que llegara Fritz, silbando con un tono ascendente para indicarle al marido que la esposa acababa de regresar.
Tan pronto como oprimió el botón, la puerta interna del vestíbulo se abrió de par en par.
John nunca olvidaría la apariencia de Beth cuando entró a la casa: tenía la cara pálida y escuálida, con los ojos muy abiertos y se movía con torpeza. Llevaba la chaqueta en la mano y, tan pronto entró, la dejó caer al suelo, igual que el bolso.
Entonces se desparramaron por el suelo una serie de objetos mundanos: una cartera. Un cepillo de pelo. Una barra de cacao para labios Chapstick.
¿Por qué estaba fijándose en todo eso…?
Y luego lo único en lo que pudo fijarse fue en la forma en que su hermana empezó a correr por encima del mosaico… como si la persiguiera un loco.
Cuando Beth saltó sobre Wrath, no parecía muy feliz.
En respuesta, Wrath la recibió en sus brazos sin esfuerzo y la levantó del suelo, sin que la tensión de su mentón tuviera nada que ver con el peso de su hembra.
—¿Qué sucede, leelan? —preguntó Wrath.
—Estoy embarazada. Voy…
—Ay, Dios…
—… a tener un varón.
John tuvo que agarrarse a algo para no caerse. No podía haber oído bien. No era posible que…
Wrath bajó a Beth al suelo muy lentamente. Y luego se sentó un segundo, como si se le hubieran aflojado las rodillas.
Y, joder, John hizo lo mismo, mientras una curiosa combinación de desesperación, incredulidad y dicha le quitaban la fuerza hasta hacerlo sentarse en el suelo.
¿Cómo podía ser posible…?
‡ ‡ ‡
Durante el silencio que siguió al gran anuncio de Beth, Wrath no logró que su cerebro empezara a funcionar de nuevo. Ni sus brazos, ni sus piernas. Cuando se sentó sobre el escalón que había estado calentando, se sentía como si estuviera en una especie de pesadilla.
—No… lo entiendo. —¿Un hijo varón? ¿Iban a tener un hijo?—. Tu periodo de fertilidad fue hace solo una…, dos noches, a lo sumo.
—Lo sé, lo sé —dijo ella con voz ahogada.
Al instante, Wrath entró en acción. Y olvidándose de su propia confusión, entendió que su shellan lo necesitaba. Así que se controló y volvió a ponerla sobre sus piernas, feliz de saber que los únicos que estaban presentes eran John y iAm.
—Dime qué ha dicho la doctora.
El olor de las lágrimas de Beth le causó un gran dolor, pero Wrath se mantuvo firme mientras Beth se aclaraba la garganta un par de veces.
—Solo fui allí para que me dijeran que era demasiado pronto para saberlo. Nunca imaginé que estuviera embarazada de cuatro meses…
—¿Qué?
—Eso fue lo que dijo la doctora. —Beth volvió a sacudir la cabeza contra el pecho de Wrath—. Yo recuerdo que me sentía rara, pero pensé que era solo por la proximidad del periodo de fertilidad. Pero en lugar de eso, supongo que me quedé embarazada antes de que me llegara el periodo de fertilidad.
Por… Dios… Santo…
Beth se echó hacia atrás.
—La verdad es que hace un mes empecé a notar que la ropa me quedaba apretada. ¿Tal vez hace un poco más de un mes? Pero luego pensé que estaba comiendo mucho por la tensión, o que no estaba haciendo suficiente ejercicio. Y luego empecé a tener cambios de ánimo y, ahora que lo miro en perspectiva…, también sentía los senos hinchados. Pero nunca tuve el periodo ni nada. Así que, no sé. Ay, Dios, ¿y si le he hecho daño al bebé por estar con Layla? ¿Y si…?
—Beth, shhhh… Beth, escúchame. ¿Qué dijo la doctora sobre el bebé?
—Dijo que… —Wrath resopló—. Dijo que estaba precioso. Que es perfecto. Que tiene el corazón de un león…
Al decir esto, Beth estalló en sollozos de emoción. Y mientras Wrath la sostenía entre sus brazos, se quedó mirando al vacío por encima de la cabeza de Beth.
—¿Un hijo? —dijo con voz ronca.
—La doctora dijo que está grande y fuerte. Y yo lo vi moverse —dijo Beth entre lágrimas—. No sabía que era un bebé, pensé que era una indigestión…
—Así que estabas embarazada ya antes del periodo de fertilidad.
—Esa es la única explicación que se me ocurre —aulló ella.
Wrath la apretó contra su pecho palpitante.
—¿… un hijo?
—Sí. Un hijo.
De repente, Wrath sintió que esbozaba la sonrisa más grande, amplia y feliz, y que esta se extendía a sus mejillas hasta hacerlas doler, llenarle los ojos de lágrimas y hacerle palpitar las sienes. Pero la felicidad no se reflejaba solo en su cara. A continuación Wrath sintió en el cuerpo un rubor tan intenso que lo quemó vivo y purificó todos sus pliegues, quitando las telarañas que habían aparecido en los rincones y haciéndolo sentir más vivo de lo que se había sentido en mucho, mucho tiempo.
Antes de darse cuenta de lo que hacía, Wrath se puso de pie con Beth en sus brazos, se inclinó hacia atrás y gritó a todo pulmón, con más orgullo del que podía contener en su enorme cuerpo.
—¡Un hijoooooooooooooooooo! ¡Voy a tener un hijooooooooooooooooooooo!
65
Beth se enamoró de su hijo en ese momento.
Mientras Wrath le aullaba a la luna con orgullo paterno, ella sonrió en medio de las lágrimas y la preocupación. Hacía tanto tiempo que no veía a Wrath verdaderamente feliz, y sin embargo ahí estaba, después de recibir una noticia que ella esperaba que lo asustara, resplandeciente como el sol.
Y la causa de ello era su hijo.
—¿Dónde diablos está todo el mundo? —renegó Wrath, mientras miraba hacia arriba.
—Los has llamado hace solo dos segundos…
La gente llegó corriendo de todos lados: un montón de personas bloquearon las escaleras, a pesar de lo grandes que eran; y en el vestíbulo se sentían las pisadas de los Hermanos que llegaban con sus compañeras de la mano.
—Mira —dijo Beth, al tiempo que sacaba un pedacito de papel—. Muéstrales esto: es una imagen de la ecografía.
Wrath pasó el peso de Beth a uno solo de sus brazos y con la otra mano tomó la imagen y la levantó como si fuera del tamaño de una pizarra y estuviera hecha de oro.
—¡Mirad! —rugió—. ¡Mirad! ¡Mi hijo! ¡Mi hijo!
Beth no pudo contener la risa ni las lágrimas.
—¡Mirad!
Los Hermanos formaron un círculo alrededor de lo que Wrath les estaba enseñando y Beth estaba asombrada… Todos tenían un cierto brillo en los ojos y su sonrisa masculina y tensa indicaba que estaban conteniendo sus emociones.
Y luego Beth miró a Tohr, que estaba un poco atrás, con Otoño a su lado. Mientras su pareja lo miraba con preocupación, Tohr pareció reunir fuerzas para acercarse.
—Estoy tan feliz por vosotros —dijo el Hermano con voz ronca.
—Ay, Tohr —dijo Beth acercándole las manos.
Cuando el Hermano se las tomó, Wrath bajó el brazo, como si quisiera ocultar la imagen.
—No —le dijo Tohr—. Sigue mostrándola, siéntete orgulloso. Tengo un buen presentimiento sobre esto y me alegro con vosotros.
—Ah, mierda —dijo Wrath, al tiempo que abrazaba con fuerza a Tohr—. Gracias, Hermano.
En medio de tantas voces y felicitaciones, había otra cara que Beth quería ver.
John también se había quedado en la periferia, pero cuando su mirada se cruzó con la de Beth, empezó a sonreír, aunque no tanto como Wrath. John estaba preocupado.
—Voy a estar bien —le dijo Beth articulando las palabras en silencio.
Aunque ella misma no estaba segura de creerlo. Beth se culpaba por no haberse dado cuenta de que estaba embarazada, por tratar de acelerar artificialmente su periodo de fertilidad y, especialmente, por haber tenido éxito. ¿Y si las náuseas le hubiesen provocado un aborto? ¿Y si…?
Beth hizo un esfuerzo por controlarse y se aferró a dos cosas: en primer lugar, había oído los latidos de aquel corazón, claros y sonoros; y en segundo lugar, la doctora había elogiado la fortaleza del bebé.
De repente, el mar de gente se abrió… y ahí estaban.
Bella, con Nalla en los brazos, y Z junto a sus chicas.
Beth volvió a estallar en lágrimas, mientras Bella se acercaba. Dios, era imposible no recordar que Nalla era la que había comenzado todo aquello, poniendo en movimiento un deseo que se había vuelto innegable.
Bella también estaba llorando.
—Solo queríamos decir que estamos felices por vosotros.
En ese momento, Nalla le echó los brazos a Beth, con una sonrisa que irradiaba pura felicidad.
Y aquello era una cosa imposible de rechazar.
Beth tomó a la chiquilla de los brazos de su madre y la acomodó contra su pecho, agarrándole una manita para darle muchos besos.
—¿Estás lista para ser una hermana… —Beth miró a Z y luego a su marido—… mayor?
Sí, pensó Beth. Porque eso era lo que eran la Hermandad y sus familias. Tan unidos como hermanos de sangre, y aún más unidos porque habían sido elegidos.
—Sí, claro que lo está —dijo Bella, mientras se secaba los ojos y miraba a Z—. Está completamente lista.
—Mi Hermano —dijo Z y le tendió la mano a Wrath, con un esbozo de sonrisa en la cara y un brillo cálido en sus ojos amarillos—. Enhorabuena.
Pero en lugar de estrechar la mano de Z, Wrath le mostró la imagen de la ecografía.
—¿Lo ves? ¿Ves a mi hijo? Es grande, ¿no es cierto, Beth?
Beth le dio un beso a Nalla en el pelo.
—Sí.
—Grande y sano, ¿no?
Beth se rio.
—Grande y sano. Absolutamente perfecto.
—¡Perfecto! —gritó Wrath—. Y lo ha dicho la doctora, es decir, alguien que estudió medicina.
En ese momento, hasta Z soltó una carcajada.
Beth entregó a Nalla a sus padres.
—Y la doctora Sam me ha dicho que ella ha llevado más de quince mil embarazos a lo largo de su carrera…
—¡Veis! —gritó Wrath—. Ella sabe de estas cosas. ¡Mi hijo es perfecto! ¿Dónde está el champán? ¡Fritz! ¡Trae el champán!
Sacudiendo la cabeza, Beth respiró profundamente y decidió dejarse llevar por el momento. Todavía les quedaba un largo camino por delante, al final del cual estaba el alumbramiento, el cual, por Dios, era horriblemente aterrador. Con tantos obstáculos delante, y tantas incertidumbres, era fácil dejarse llevar por la angustia.
Pero durante la próxima hora ella solo quería vivir con Wrath este momento de alto voltaje y ser parte de la celebración de ese milagro.
Era muy gracioso: mientras discutían la conveniencia de tener o no un hijo, la verdad es que ya estaban esperando uno.
A veces, la vida era realmente irónica.
Mientras se relajaba en los brazos de su marido, Beth disfrutaba de ver a Wrath dándose palmaditas con sus Hermanos e incluso aceptó una de las copas de cristal que trajo Fritz.
Su hellren era un tío alto. Pero ahora mismo parecía más alto que el Everest.
—Ya me puedes bajar —dijo Beth con una sonrisa.
Pero la cara con la que Wrath la miró fue como estrellarse con una pared.
—¡Por supuesto que no! Tú eres mi esposa y llevas a mi hijo dentro. Así que tendrás suerte si te dejo tocar el suelo en los próximos tres años.
Y con esas palabras, Wrath se inclinó hacia delante y la besó en la boca.
Ah, joder, tal vez ella debía empezar con el discurso de que aquel bebé no era solo de él, que era de los dos, pero eso no era lo que Beth sentía. Tenía tanto miedo de que Wrath no aceptara y quisiera al niño que se sentía feliz de verlo adoptar esa actitud posesiva.
De verlo enamorándose desde ya de su hijo.
Lo cual era la mejor noticia que podía recibir su niño aún no nato. Porque cuando Wrath, hijo de Wrath, decidía declarar posesión sobre algo, era capaz de arrastrar la luna a la Tierra si era necesario.
La reacción de Wrath era exactamente la que ella deseaba, pero que tanto le asustaba desear.
Wrath levantó su copa.
—Por mi hijo —gritó—. Y,