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  2. El rey
  3. Capítulo 92
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lo pide. Y, en cuanto a las náuseas, si está embarazada, muchas mujeres tienen mareos matutinos que son, más bien, mareos de todo el día, durante el primer trimestre… y eso es perfectamente normal.

—Por Dios, no puedo creer que esté diciendo esto.

La enfermera sonrió y terminó de rellenar la historia clínica.

—Muy bien, ahora, por favor, tenga la bondad de ponerse esta bata —dijo, y puso sobre las piernas de Beth un cuadrado de papel—. La doctora pasará en un minuto.

—Gracias.

Cuando la enfermera salió, la puerta se cerró con un clic.

—No puedo dejarte sola —dijo iAm al tiempo que se ponía de pie, daba media vuelta, se quedaba mirando la pared… y metía la cabeza entre las manos—. Pero sugiero que no le cuentes a tu marido que te desnudaste mientras yo estaba en el cuarto. Me gustan mis brazos y piernas donde están, muchas gracias.

—De acuerdo.

Mientras se apuraba a quitarse la ropa y ponerse aquella ligera bata, Beth deseó que Wrath estuviese con ella. Y, de hecho, aquello le hacía ver con claridad la forma en que la presencia de él la tranquilizaba. Como casi nunca estaban lejos el uno del otro, era fácil olvidar lo mucho que él significaba para ella, en especial cuando las cosas estaban tan tensas.

Luego salió y empezaron a esperar.

—Entonces, si quisieras casarte, ¿qué clase de hembra querrías para ti?

iAm miró a Beth.

—¿No podemos hablar sobre béisbol o algo así?

Ay, mierda.

—¿O de macho, si fuera el caso? Lo siento, no quise ofenderte.

iAm volvió a reírse.

—No soy gay.

—Entonces, ¿cómo sería ella?

—Joder, tú no te das por vencida, ¿no?

Ahora fue Beth la que se rio.

—Mira, estoy sentada aquí, congelándome de frío con esta bata de papel y esperando a que me digan que solo tengo un resfriado y no debería haberme molestado en venir hasta aquí. Hazme un favor y ayúdame a pensar en otra cosa para olvidarme de mi realidad, ¿vale?

iAm se recostó en la silla.

—Bueno, como ya te he dicho, no he pensado mucho en eso.

—¿Podría emparejarte con alguien…?

—No —gritó iAm—. Noooooooo. No, no, no, ni se te ocurra, amiga.

Beth levantó las manos.

—Está bien, está bien. Es solo que, no sé, me pareces un buen tío.

iAm no respondió.

Y cuando se quedó callado, Beth pensó que, maldición, quizás lo había hecho sentir incómodo…

—¿Puedo contarte algo que nadie sabe? —dijo él de repente.

Beth se enderezó.

—Sí, por favor.

La Sombra soltó un largo suspiro.

—La verdad es que…

Ay, Dios, por favor que la doctora no entre antes de que él…

—Nunca he estado con una hembra.

Cuando Beth sintió que sus cejas se alzaban por voluntad propia, les echó una buena regañina. No quería que iAm viera esa expresión de sorpresa en su cara.

—Bueno, eso es…

—Patético. Ya sé.

—No, no, en absoluto.

—Pero Trez ha hecho todo lo posible por compensarlo —murmuró iAm—. Si sumamos su vida sexual y la mía, el promedio todavía nos situaría en los estándares de Wilt Chamberlain.

—Caramba. Quiero decir que…

—Antes de que mi hermano huyera del s’Hisbe, yo era muy tímido. Y luego, después de que las cosas se fueran a la mierda, he estado tratando de que él no se salga totalmente de control. Además, no lo sé, a mí no me gustan las putas. Nuestra tradición dice que honras tu cuerpo al compartirlo solo con alguien con quien sientes afinidad… Supongo que no puedo quitarme eso de la cabeza.

Después de un momento, iAm miró a Beth con gesto inquisitivo.

—¿Qué pasa?

—Yo…, es solo que nunca te había oído decir tantas palabras seguidas. Es genial que te abras así conmigo.

—Pero ¿podemos mantenerlo entre tú y yo?

—Claro, desde luego.

Beth esperó un par de minutos.

—Pero si conociera a alguien que, ya sabes, una chica que pudiera ser adecuada, ¿podría presentártela?

iAm negó con la cabeza.

—Te lo agradezco. Pero no soy un buen partido.

—Entonces, ¿piensas vivir toda tu vida solo?

—Tengo a mi hermano —dijo con brusquedad—. Y, créeme, con eso me basta para estar ocupado.

—Sí, me imagino.

Cuando iAm volvió a guardar silencio, Beth supuso que habían llegado al final de la conversación. Pero, para su sorpresa, iAm volvió a hablar:

—Solo tengo otro secreto.

—¿Y cuál es?

—No se lo digas a nadie…, pero me gusta ese maldito gato tuyo.

Beth ladeó la cabeza y le sonrió a la Sombra.

—Y yo tengo el presentimiento… de que él también te quiere mucho.

‡ ‡ ‡

Pasó toda una hora antes de que la puerta volviera a abrirse.

Y ahí apareció solo una enfermera.

—Hola, soy Julie. La doctora Sam está atendiendo una emergencia. Les ruega que la disculpen y me ha pedido que le haga un análisis de sangre para ir adelantando.

Durante una fracción de segundo, Beth se asustó con la idea. Había diferencias anatómicas entre las dos especies. ¿Y si encontraban algo…?

—¿Señora Marklon?

iAm dijo que se encargaría de cualquier problema, se recordó Beth. Y ella sabía bien cómo iba a hacerlo.

—Sí, claro. ¿De qué brazo?

—Déjeme ver sus venas.

Cinco minutos, un algodón, dos banditas y tres tubos llenos de sangre después, Beth y iAm volvieron a quedarse solos.

Durante un rato.

—¿Esto siempre dura tanto? —preguntó iAm—. ¿Entre los humanos?

—No lo sé. Nunca he estado enferma antes y, ciertamente, nunca había tenido dudas sobre si estaba embarazada o no.

La Sombra se acomodó en la silla.

—¿Quieres llamar a Wrath?

Beth sacó su móvil.

—No tengo cobertura. ¿Tú sí?

iAm miró su móvil.

—No, tampoco.

Lo cual no era raro. Se encontraban en uno de los nuevos edificios del Hospital St. Francis, una torre de doce a quince plantas hecha de acero y cristal, y ellos solo estaban en la segunda planta. En el centro.

Sin ninguna ventana a la vista.

Dios, Beth deseaba estar con Wrath…

De repente se abrió la puerta y, mucho más tarde, Beth recordaría lo primero que le impresionó:

Me gusta esta mujer.

La doctora Sam medía metro y medio, tenía cincuenta años… y mostraba una preocupación absoluta por sus pacientes.

—Hola. Soy Sam, siento mucho que hayáis tenido que esperar.

Después de cambiarse a la otra mano la carpeta que llevaba, les tendió la mano derecha y sonrió, mostrando unos dientes bonitos y una cara que había envejecido muy bien de forma natural. Tenía el pelo corto, teñido de rubio, y llevaba unos lindos pendientes de oro y un anillo de diamante en la mano izquierda.

—Tú debes de ser Beth. Manny es un viejo amigo. Yo solía hacer consultas de obstetricia para él cuando estaba en Urgencias.

Sin tener ninguna razón en particular, Beth sintió unas ganas locas de llorar, pero las contuvo.

—Sí, soy Beth. Marklon.

—¿Y tú eres? —le dijo la doctora a iAm, tendiéndole también la mano.

—Un amigo.

—Mi marido no ha podido venir —dijo Beth, mientras la doctora y iAm se estrechaban la mano.

—Ay, lo siento.

—Lamentablemente no podrá venir a las citas.

La doctora Sam apoyó una cadera contra la camilla.

—¿Está en el ejército?

—Ah… —Beth miró de reojo a iAm—. De hecho, sí.

—Dale las gracias de mi parte, ¿quieres?

Dios, Beth odiaba mentir.

—Lo haré.

—Muy bien, ahora sí, a trabajar. —La doctora abrió la carpeta—. ¿Has estado tomando suplementos vitamínicos para embarazadas?

—No.

—Entonces eso será lo primero en nuestra lista. —La doctora Sam levantó la vista—. Tengo unas orgánicas que no te causarán náuseas…

—Espera, ¿entonces estoy embarazada?

La doctora frunció el ceño.

—Yo…, lo siento. Pensé que venías para una ecografía.

—No, vine para saber si tenía un trastorno estomacal o si estaba… ya sabes.

La doctora acercó la silla en la que se había sentado la enfermera y luego tomó la mano de Beth.

—Definitivamente, estás muy embarazada. Y llevas embarazada una buena temporada. Esa es la razón por la cual es urgente que empieces a tomar los suplementos vitamínicos… y también debes tratar de subir de peso.

Beth sintió que la sangre se le iba a los pies.

—Yo… pero eso no es posible.

—A juzgar por tus niveles de HGC, diría que estás en el segundo trimestre, aunque, claro, los niveles pueden variar mucho. Pero en este momento tienes más de cien mil. Así que, como ya te he dicho, espero que me dejes hacerte una ecografía para que podamos ver cómo va todo.

—Yo…, yo…, yo…

—Sí, por favor —dijo iAm desde lejos—. ¿Podríamos hacerla ahora mismo?

—Yo…, yo…

—Sí, ahora mismo —dijo la doctora Sam, pero no se movió—. Sin embargo, primero quisiera estar segura de que Beth está de acuerdo. ¿Quieres que te deje sola con tu amigo un momento?

—No puedo llevar cuatro meses embarazada. Tú no entiendes…, no es posible.

Tal ver fuera una particularidad vampira, pensó Beth. Tal vez los resultados no fueran precisos debido a que ella era…

—Bueno, como he dicho, los niveles de HGC solo son una indicación al principio…, y solo debido a lo mucho que aumentan. —La doctora se puso de pie, abrió un cajón y sacó un aparato similar a una caja, que tenía un sensor al cual lo unía un cable grueso—. ¿Puedo ver si se oye el corazón?

—No es posible —se oyó decir Beth—. Sencillamente no lo es.

—¿Me permites ver si podemos oír las palpitaciones del corazón?

Beth se dejó caer sobre la mesa y sintió que la doctora le ponía algo del tamaño de un pulgar sobre el estómago…

Entonces se oyó un lejano ritmo cardiaco.

—Sí, se oyen los latidos del corazón. Con claridad y suficiente fuerza. Lo que esperamos es ciento cuarenta, y tú tienes exactamente eso.

Beth solo era capaz de parpadear mientras contemplaba los azulejos del techo.

—Traed el ecógrafo —dijo de repente—. Ya.

64

Mientras se paseaba sobre el mosaico del vestíbulo, John era muy consciente de dos cosas: una, que ya hacía varias horas que su hermana había salido. Y dos, que a Wrath se le estaba empezando a acabar la paciencia.

El rey se había sentado en el último escalón de la gran escalera y movía el torso hacia delante y hacia atrás, como si estuviera midiendo el paso de los segundos con todo su cuerpo.

Sin ninguna razón en especial, John atravesó la cortina de plástico que cubría el arco hacia la sala de billar. El trabajo había progresado mucho durante la noche anterior; a pesar del tamaño del salón, ya habían retirado casi todo el suelo. Se suponía que esta noche traerían parte del nuevo mármol y empezarían a instalarlo. Luego tendrían que empezar a trabajar en las paredes, lo cual probablemente llevaría más tiempo…

Caramba. Realmente estaba tratando de distraerse.

John volvió a dejar la cortina de plástico cerrada y miró a Wrath. Uno pensaría que, en momentos como este, John sería la peor compañía para Wrath, considerando que él era mudo y el rey era ciego.

Pero Wrath no quería conversar, así que la cosa funcionaba muy bien.

Todos los demás habían desaparecido del panorama después de que Beth se fuera con la Sombra. Y John había tenido la intención de hacer lo mismo. El marido estaba por encima del hermano, en especial tratándose de una mierda como esta. Pero después de subir a su habitación, e incluso después de estar un rato con Xhex, sus pies habían vuelto a llevarlo abajo.

Así que estaba esperando.

Era curioso, pero John tenía la impresión de que, si se hubiera tratado de otro, Wrath ya lo habría echado de allí.

—¿Te ha sonado el teléfono? —preguntó Wrath sin levantar la vista.

John hizo un silbido corto y en tono descendente con la intención de indicar que no. Aunque, claro, si hubiese recibido una llamada, los dos habrían oído el timbre.

—¿Y mensajes?

John negó primero con la cabeza, pero luego recordó que tenía que volver a silbar…

De repente, se oyó el timbre del vestíbulo y apareció una imagen en el monitor discretamente instalado junto a las molduras en yeso de la entrada.

Beth y iAm estaban en la puerta.

Mientras Wrath se apresuraba a ponerse de pie, John corrió a oprimir el botón de acceso,

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