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  2. El rey
  3. Capítulo 91
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al contado, y que luego había decorado con muebles baratos de Rooms To Go. El bloque de apartamentos tenía una piscina y canchas de tenis, pero se encontraba básicamente desierto, gracias a la proximidad de las festividades y a que las aves aún no habían migrado hacia el sur para pasar el resto del invierno.

Arqueando la espalda, Sola trató de aliviar un poco el dolor. Pero no tuvo suerte. Probablemente necesitaría consultar a un fisioterapeuta después del esfuerzo que acababa de hacer.

Lo bueno era que ya nunca tendría que preocuparse por volver a hacerlo.

Mierda, eso era deprimente.

Sola se llevó la mano al bolsillo trasero y sacó su iPhone. Ninguna llamada. Ningún mensaje.

No pensó que dejar atrás a Assail fuera a ser tan doloroso. Y, sin embargo, tampoco podía decir que se arrepintiera de haberlo hecho.

¿Qué estaría haciendo Assail ahora?, se preguntó Sola. Probablemente descansando, después de una noche de ajetreo en las oscuras alcantarillas de la economía de Caldwell.

¿Acaso regresaría con aquella mujer? ¿Con la que lo había visto follar?

Sola cerró los ojos, respiró profundamente un par de veces y el hecho de poder oler a mar le sentó genial. Ya no estaba en el norte, se recordó. Ya no estaba con él, aunque, la verdad es que tampoco habían estado nunca juntos.

Así que lo que él hiciera, y con quién lo hiciera, no era de su incumbencia.

Ya no.

Esto iba a funcionar bien, se dijo Sola, mientras volvía a guardar el teléfono y miraba el océano. Había hecho lo correcto…

Y, sin embargo, las imágenes de Assail acechaban su mente, interponiéndose y privándola de la hermosa vista que tenía frente a ella.

Sola se inclinó, puso la mano sobre el muslo y se hizo presión con los dedos en las vendas. Cuando un dolor agudo brotó de su torso y le llegó hasta el corazón, se recordó cómo había terminado ahí. Y por qué había decidido mudarse.

Y cómo habían sido escuchadas sus plegarias.

Sí, el viaje le había brindado más cosas que un cuerpo dolorido y una mente cansada: todos esos kilómetros recorridos le habían sentado de maravilla a su forma de verlo casi todo.

Cuando estaba en el norte, había llegado a pensar que su escapada había sido producto de sus propios esfuerzos.

Pero ahora, mientras aquel sol se elevaba frente a ella, los rayos se reflejaban en el agua y los delfines jugueteaban entre las olas matutinas…, Sola se daba cuenta de que no era así. Aquello había sido un pretexto.

Porque admitirse a sí misma que creía en Dios era demasiado aterrador, una completa locura.

Lejos de todo lo que había dejado atrás en el norte, en un territorio neutral donde tenía la intención de empezar de nuevo, Sola era capaz de ser honesta consigo misma. Aquella plegaria que había ofrecido al cielo había sido realmente escuchada…, y al viajar hacia el sur, estaba cumpliendo con su parte del trato.

Lo cual había resultado un gran sacrificio… porque Sola sabía que le llevaría mucho tiempo dejar de consultar el móvil.

Sola se levantó de la silla y regresó dentro y, cuando se detuvo para cerrar la puerta, miró las puertas correderas de cristal… y se acordó del primer piso de la casa de Assail. Y cuando levantó la maleta que había dejado junto a la puerta…, en lo único en lo que pudo pensar era en que había empaquetado aquella ropa cuando todavía estaba con él.

Lo mismo ocurrió cuando se cepilló los dientes: la última vez que había usado el cepillo de dientes había sido en el baño del segundo piso de Assail.

Y cuando se metió entre las sábanas blancas, se vio acostada junto a él, después de que él fuera a buscarla a la ducha y se la follara con esa increíble energía.

Sola cerró los ojos y se quedó escuchando los ruidos desconocidos que la rodeaban: alguien hablaba en voz alta desde el aparcamiento, el vecino de arriba estaba bañándose, un perro ladraba al otro lado de la pared.

La casa de Assail era tan tranquila.

—Mierda —dijo en voz alta.

¿Cuánto tiempo le llevaría dejar de comparar todo con lo que había dejado atrás?

Así había sido cuando murió su madre. Durante meses, el metrónomo de la vida había estado dominado por recuerdos de ella: la última película que habían visto juntas, el último regalo de cumpleaños que le había dado y que ella había recibido, aquella Navidad que, desde luego, nadie había sabido que sería la última.

Todos esos recuerdos implacables la habían atormentado durante un año largo hasta que se agotaron todos los aniversarios, los internos y los externos. Atravesarlos había sido como traspasar una pared cada vez, pero ella lo había logrado, ¿no? Había ido poniendo un pie delante del otro hasta que la vida había recuperado una cierta normalidad…

Ay, mierda. Realmente no debería estar comparando su despedida de un narcotraficante con el dolor que le causó la muerte de la mujer que le dio la vida y que la crio durante varios años, antes de que su abuela se hiciera cargo.

Pero así eran las cosas.

Antes de que Sola se durmiera por fin, terminó estirando el brazo hacia la mesilla, para abrir el cajón, sacar la Biblia de su padre y ponerla bajo su almohada.

Era importante mantener un vínculo con algo, cualquier cosa.

De otra manera le aterraba ceder a la tentación de volver a meter todo en el maldito Ford que había alquilado y regresar hacia el norte. Pero esa estupidez sencillamente no era una opción.

Después de todo lo que había sucedido últimamente, Sola en realidad no quería saber qué le ocurría a la gente que rompía un pacto con el jefe.

Y no, no estaba hablando de San Nicolás.

63

¡Menos mal que Beth nunca había tenido una fantasía hipotética sobre lo que sería descubrir que estaba embarazada!

Mientras esperaba en una sala muy agradable, rodeada de sillas acolchadas de tono neutro, revistas sobre la maternidad y la menopausia, y mujeres que tenían veintitantos o cincuenta y tantos años, Beth tenía muy claro que cualquiera que fuera el resultado de esta cita (positivo, negativo o es-demasiado-pronto-para-saber), nunca podría haber imaginado una situación como aquella.

Estar sin su marido. Escoltada por una Sombra que llevaba suficientes armas escondidas como para volar un tanque, o quizás un portaviones. Después de haberse alimentado de la vena, por Dios santo, unos veinte minutos antes de salir de una casa del tamaño y el lujo de Versalles.

Sí, esa no era exactamente la situación que encontraría descrita, digamos, en…, Beth tomó la revista que tenía más próxima, Maternidad moderna, por ejemplo.

Ojeando las coloridas páginas de la revista, Beth vio toda clase de Madres Felices y Satisfechas, que sostenían en brazos a sus Angelitos en la Tierra, mientras predicaban sobre las bondades de la lactancia, la importancia del contacto piel con piel y la primera cita médica después del nacimiento.

—Voy a vomitar —murmuró Beth, haciendo a un lado la propaganda.

—Mierda —dijo iAm, al tiempo que se ponía de pie de un salto—. Buscaré dónde está el baño…

—No, no. —Beth lo agarró del brazo—. Quiero decir que, sí, no, fue solo un comentario.

—¿Estás segura?

—Totalmente. Y la próxima vez que algo me moleste, prometo decirlo tal cual y no usar una metáfora.

iAm tuvo que volver a acomodarse en la silla: era tan grande que casi no cabía entre los apoyabrazos y el cojín de atrás, y atraía mucha atención.

Aunque no necesariamente por su tamaño.

Cada mujer que entraba, pasaba al lado o trabajaba en la recepción le echaba una mirada que probaba que no estás muerta del cuello para abajo aunque estés embarazada, o tus ovarios estén llegando al final de su labor, o estés acosada por teléfonos que suenan, millones de pacientes y toneladas de papeles.

—¿Alguna vez has estado casado? —le preguntó Beth a iAm.

iAm negó con la cabeza de forma distraída, mientras inspeccionaba constantemente a su alrededor, como si estuviera listo a defenderla con su vida.

Lo cual era, en realidad, muy tierno.

—¿Y alguna vez has estado enamorado?

Otro movimiento de cabeza.

—¿Quieres tener hijos?

Después de girarse para mirarla, iAm soltó una risita.

—Me parece haber escuchado que solías ser periodista.

—¿Por qué? ¿Te parece que hago muchas preguntas?

—Sí. Pero está bien, no tengo nada que ocultar. —iAm cruzó las piernas apoyando el tobillo sobre la rodilla—. Ya sabes, con todo lo que ha sucedido con mi hermano en estos años, ni siquiera pienso en eso, ¿me entiendes? Yo tengo que estar pendiente de él y, joder, la verdad es que ha sido difícil.

—Lo siento mucho. —Beth había oído suficientes chismes en la casa como para saber de qué estaba hablando iAm—. Para serte sincera, no me sorprendería que una de estas noches ya no estuvierais en la mansión.

iAm asintió.

—Bien podría suceder…

—¿Marklon, Beth? —dijo una enfermera desde una puerta abierta que estaba al fondo.

—Esa soy yo. —Beth se puso de pie, se colgó el bolso del hombro y avanzó hacia allá—. Aquí estoy.

Por Dios, y hablando de náuseas: ante la perspectiva de encontrarse por fin con la doctora, Beth sintió ganas de vomitar, esta vez de verdad…

La enfermera sonrió y dio un paso atrás mientras señalaba una pequeña salita detrás de ella.

—Solo voy a tomarle la tensión y a anotar su peso, siga.

—¿Puedes sostenerme esto? —le preguntó Beth a iAm, al tiempo que le alcanzaba su bolso Coach.

—Sip.

Cuando iAm agarró el bolso, la enfermera le echó una mirada de arriba abajo. Luego se puso roja y tuvo que aclararse la garganta.

—Bienvenido —le dijo entonces a la Sombra.

iAm solo asintió y siguió inspeccionando el lugar. Como si un grupo de ninjas fueran a aparecer en cualquier momento en aquella sala de revisión o algo así.

Beth no pudo evitar reírse cuando la enfermera volvió a concentrarse en su trabajo.

Después de terminar, la enfermera los acompañó por un pasillo flanqueado por una docena de cuartos numerados. Mientras avanzaban, Beth notó que la decoración continuaba el mismo esquema de color de la sala de espera: marrón y crema, con la misma clase de «arte» texturizado y montado sobre cristal, cuyo propósito era darle a un lugar lleno de equipos médicos y gente en pijama quirúrgico y bata blanca la apariencia menos institucional posible.

—Entren en el cinco, por favor —dijo la enfermera y nuevamente se hizo a un lado para dejarlos pasar.

Cuando iAm pasó junto a ella, la enfermera dio otro paso hacia atrás y abrió mucho los ojos, como si le gustara el olor de la Sombra.

Luego ella pareció recuperar el control, entró y cerró la puerta.

—Usted, por favor, siéntese en la camilla. Y usted puede sentarse donde quiera, señor.

La Sombra eligió el asiento que estaba justo frente a la puerta, la cual vigilaba como si estuviera desafiando a alguien a entrar.

Con otra sonrisa, Beth pensó en qué diría la enfermera si supiera que iAm estaba dispuesto a matar a cualquiera que no le gustara mucho.

Y, tal vez, a convertirlo en picadillo para cocinarlo después.

Dios, esperaba que la sustancia de la sopa fuera realmente pollo…

—¿Señora Marklon? ¿Hola?

Beth volvió a concentrarse en el presente.

—Ay, perdón, ¿qué me decía?

La parte del historial médico fue muy rápida, pues después de la transición Beth había gozado de perfecta salud, y tampoco les iba a contar que hacía apenas dos años se había convertido en vampira.

—¿Y desde cuándo cree que lleva embarazada? —le preguntaron.

—No sé si estoy embarazada o no, para serle sincera. Aunque es una posibilidad, pues tengo muchas náuseas. Solo quiero asegurarme de que todo está bien.

—¿Se ha hecho una prueba de embarazo casera?

—No. ¿Debería?

La enfermera negó con la cabeza.

—No, aquí podemos hacerle un análisis de sangre, si la doctora

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