tan fugaz como el acto sexual mismo, y ahora todo había acabado. El placer parecía haberse evaporado.
—Selena, por favor, di lo que estás pensando, lo que sea…
—Desearía haber nacido con otro destino —dijo de repente—. Me habría gustado enamorarme de un macho y encontrar con él un lugar humilde donde vivir. No creo que hubiese querido nada más, independientemente de lo poco que tuviéramos.
—Pero eso todavía es posible para ti —dijo Trez con un tono particularmente tenso—. Eso puede suceder…, cualquier macho te desearía.
Ah, sí, pero solo había una persona a quien ella deseaba. E incluso si Trez fuera un santo, lo que claramente no era el caso, ella carecía de tiempo.
—Está bien. —Selena luchó por controlar las lágrimas… y tuvo éxito. Después de todo, pronto estaría sola—. Las cosas son como son. Hace tiempos que aprendí que no hay manera de negociar con el destino.
Los dos se quedaron en silencio durante un rato.
—Yo no la amo —dijo Trez entre dientes—. No sé por qué, pero siento que tengo que decirlo.
—¿A la hembra con la que estás comprometido? Sí, eso me has dicho ya. —De repente, Selena se quedó mirándolo y vio que Trez tenía la cabeza gacha y toda su aura emanaba tristeza—. Resulta irónico, pero tú y yo no somos tan distintos.
Al ver que él levantaba la vista para mirarla, ella se encogió de hombros.
—Yo tampoco he tenido ninguna influencia sobre mi destino. La tragedia es que algunas cosas nos siguen como sombras… y permanecen con nosotros adondequiera que vayamos.
—Sí. Solo que nunca me había importado. Hasta que te conocí.
Selena pensó en el cementerio del Santuario, y en todas sus hermanas que habían sido condenadas a tener una vida breve y habían tenido que esperar a morir en la prisión de sus propios cuerpos. Luego recordó lo que había sentido mientras él se movía dentro de ella y la tibieza que fluía por sus músculos y sus huesos.
—¿Las amaste? —preguntó ella.
—¿A quiénes? Ah, a esas mujeres…, no. Nunca. En absoluto. Joder, la mitad de las veces ni siquiera lo disfrutaba. —Trez torció el cuello, como si los músculos de sus hombros se estuvieran poniendo tiesos otra vez—. En realidad no sé en qué coño estaría pensando. Estaba fuera de control y solo trataba de escapar de mis propios pensamientos. El problema es que ahora todas esas mujeres están dentro de mí.
—¿Dentro…?
—Mi pueblo cree que te puedes envenenar si tienes…, si estás con gente de la manera en que yo lo hice. Y por eso… yo mismo me envenené. Y eso me ha devorado por dentro hasta no dejar nada aquí.
Cuando Trez se tocó el centro del pecho, Selena se dio cuenta de que él estaba, en realidad, vacío. Ya no tenía luz en los ojos, su alma había abandonado su cuerpo y su aura se disipaba, como si nunca hubiese existido.
Abrumada por la tristeza, Selena sacudió la cabeza.
—Estabas equivocado.
—Sobre ¿qué?
Trez estaba tan vacío… que no tenía alma.
—Lo que veo ahora… es en realidad la peor parte de todo.
‡ ‡ ‡
De pie, a la orilla del Hudson, Assail iba nuevamente de negro y llevaba una máscara negra sobre la cara. Tras él se encontraba Ehric, quien, vestido igual que su primo, guardaba silencio y permanecía alerta.
Los dos tenían las armas en la mano.
—Llegan tarde —dijo su primo.
—Sí. —Assail aguzó el oído—. Vamos a darles cinco minutos. Ni uno más.
A su izquierda, unos cuatro metros más allá de la fila de árboles, se encontraba su Range Rover blindado, con la puerta trasera hacia el río, con Evale sentado tras el volante y el motor en marcha.
Assail levantó la vista hacia el cielo nocturno. Después de la tormenta de nieve, varias nubes perezosas cubrían la cara de la luna y Assail deseó que se quedaran allí un buen rato. No necesitaban más luz, aunque el lugar era suficientemente discreto: remoto, sobre una curva del río, con un bosque que llegaba casi hasta el borde congelado del agua. Además, la entrada era un sendero tortuoso que había sido difícil de transitar aun para el Range Rover…
—Estoy preocupado por ti.
Assail miró por encima del hombro.
—¿Perdón?
—No duermes.
—No estoy cansado.
—Y consumes mucha coca.
Assail dio media vuelta y rogó para que apareciera lo que estaban esperando.
—No te preocupes, primo.
—¿Sabes si llegaron a su destino?
Hacía tanto que Ehric no preguntaba por nadie, que Assail tuvo que girarse de nuevo. Y, en efecto, su primer instinto fue bloquear la pregunta, pero la preocupación genuina que vio en la cara de su primo lo detuvo.
Así que volvió a concentrarse en el agua congelada.
—No, no lo sé.
—¿Vas a llamarla?
—No.
—Ni siquiera para asegurarte de que están bien.
—Ella no quiere que lo haga. —Y las razones de esta espera junto al Hudson eran prueba de lo prudente que había sido la decisión de Marisol de dejarlo—. Las cosas entre nosotros han terminado.
Pero hasta Assail podía oír el vacío que transmitía su voz.
Dios, cómo deseaba no haber conocido nunca a esa mujer…
Al principio, fue imposible distinguir el sonido de los otros ruidos de la noche, pero, rápidamente, el zumbido se volvió muy claro: venía de la izquierda y anunciaba que, tal vez, la espera había llegado a su fin.
El bote pesquero que apareció al salir de un recodo era tan bajo que parecía apenas una hoja que flotara sobre el agua, y no hacía casi ruido. Tal como les habían informado de que sucedería, había tres hombres en él, todos ellos vestidos de color oscuro, y cada uno tenía un sedal que se hundía en las profundidades, como si solo estuvieran navegando en busca de alimento.
Entonces se acercaron, después de dirigir la proa hacia la orilla.
—¿Han pescado algo? —preguntó Assail, tal como le habían dicho que hiciera.
—Tres truchas.
—Anoche pesqué dos.
—Y quiero una más.
Assail asintió con la cabeza, guardó el arma y dio un paso adelante. Desde ese momento, todo sucedió en silencio y rápidamente: levantaron una lona y cuatro bolsas de tela cambiaron de manos, pasando del bote a las manos de Assail y luego a Ehric, quien se las colgó de los hombros. A cambio, Assail les pasó a los hombres un maletín negro de metal.
El más alto tecleó el código que le habían dado, abrió la tapa, inspeccionó el despliegue de billetes y asintió.
Hubo un rápido estrechón de manos… y luego Assail y Ehric se metieron entre los árboles. Pusieron las bolsas en la parte trasera del Range Rover, Ehric se subió atrás y Assail, en el puesto del pasajero.
Mientras se alejaban, saltando sobre los baches del sendero de tierra, abrieron las ventanas para estar atentos a cualquier ruido u olor especial.
Pero no había nada.
Al salir a la carretera, se detuvieron a esperar un momento, mientras todavía estaban entre los árboles. Pero no se oía ningún coche yendo ni viniendo. Como suele decirse, no había moros en la costa.
Siguiendo una orden de Assail, Evale pisó el acelerador y se adentraron en la noche.
Con quinientos mil dólares en cocaína y heroína.
Hasta ahí todo iba bien.
Después de extraer toda la información de los teléfonos móviles de los Benloise, Assail estudió los números y los mensajes, en particular los internacionales. Encontró dos contactos en Sudamérica, con quienes parecía haber mucha comunicación, y cuando Assail llamó desde el móvil de Ricardo, lo introdujeron en una red de conexiones seguras, de las que se dio cuenta por la cantidad de clics que sonaron antes de que se oyera un timbre normal.
Ni que decir tiene que al otro lado de la línea se sorprendieron mucho cuando Assail se presentó y explicó el propósito de su llamada. Sin embargo, Benloise les había informado a sus compatriotas acerca de su nuevo cliente importante, así que tampoco les supuso un shock enterarse de que el antiguo distribuidor se había vuelto superfluo… y había sido eliminado.
Assail les ofreció un trato diseñado para empezar la relación con buen pie: un millón de dólares en efectivo por medio millón en mercancía; como gesto de buena fe.
Después de todo, había que cuidar a los socios.
Además, a Assail le habían gustado los hombres con los que había hecho la transacción. Representaban un nivel más alto que los matones callejeros de Benloise, eran más profesionales.
Ahora él y sus primos solo tenían que dividir y empaquetar el producto para la venta en las calles, y entrar en contacto con el jefe de los restrictores para que los asesinos se encargaran de la distribución. Y el negocio podría seguir su curso, como si Benloise nunca hubiese existido.
Todo perfectamente planeado.
—Esto ha ido bien —dijo Ehric, cuando salieron a la carretera que los llevaría hasta la casa de cristal de Assail.
—Sí.
Assail debería estar más complacido. Después de todo, la operación iba a abrir un enorme potencial de ganancias para él. Y a él le gustaba el dinero, con todo su poder. Realmente le gustaba.
Sin embargo, la única cosa en la que podía pensar era dónde estaba su hembra, y si habría logrado llegar a Miami sana y salva con su abuela.
El problema era que él no podía hacer nada al respecto.
Ella se había ido.
Para siempre.
61
Cuando despertó, lo primero que hizo Beth fue analizar si sentía urgencia de salir corriendo al baño. Al ver que no tenía náuseas por el momento, se incorporó y puso los pies en el suelo. ¿Cuánto tiempo habría dormido? Las persianas metálicas seguían levantadas, lo que significaba que todavía no era de día, pero, joder, sentía como si llevara días durmiendo.
Al echarle un vistazo a su cuerpo, se llevó las manos al vientre…
Joder, no recordaba haberse comido un balón de baloncesto.
Bajo las palmas de las manos, notaba el estómago hinchado y duro, y sobresalía tanto que no creía poder ponerse unos pantalones.
Su primer instinto fue buscar el teléfono y llamar a la doctora Jane, pero luego se tranquilizó y se puso de pie.
—Me siento bien —murmuró—. Me siento bastante bien.
Mientras caminaba hacia el armario, sentía como si su cuerpo fuera una bomba a punto de estallar…, y, joder, era una sensación horrible. Beth no sabía cuántas cosas había dado siempre por sentadas en lo referente a la salud hasta que deliberadamente había tratado de complicarlo todo…
Sin tener una razón aparente, el rubí saturnino se deslizó y se salió de su dedo.
Beth bajó la mirada y lo vio rebotar contra la alfombra, y frunció el ceño cuando se agachó a recogerlo. Ella y Wrath habían vuelto a intercambiar los anillos por conveniencia, debido a que los dos se habían quedado con algo que no les ajustaba bien, y los símbolos de su matrimonio tenían mucho significado, sin importar en qué mano estuvieran.
O de qué mano se estuvieran cayendo…
—¿Qué demonios sucede? —murmuró Beth.
Cuando trató de ponerse el anillo de nuevo, se dio cuenta de que sus dedos parecían los de un esqueleto, con la piel tensa sobre los nudillos huesudos y la palma de la mano hinchada.
Cuando su corazón empezó a palpitar como loco, Beth corrió al espejo del baño, encendió las luces y…
Dio un respingo. El reflejo que le devolvía el espejo era un error; estaba totalmente distorsionado. De la noche a la mañana, literalmente, tenía la cara chupada y le había desaparecido la grasa de las mejillas y las sienes, mientras que el mentón le sobresalía como un cuchillo y los tendones del cuello brotaban como si fueran un altorrelieve.
Un pánico absoluto se apoderó de su pecho. En especial cuando levantó el brazo y se agarró la piel que cubría sus tríceps. Estaba floja. Muy floja.
Era como si hubiese perdido unos diez o doce kilos en