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  2. El rey
  3. Capítulo 88
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hace cuando recibe un golpe en el plexo solar.

—Eh…, ¿podemos hablar?

—Creo que ya lo hemos hecho. —Selena abrió los párpados y lo miró—. O ¿acaso hay más?

Cuando ella movió las piernas, el agua hizo ondas por encima de aquel cuerpo increíble, cuyas curvas se veían amplificadas como si se estuviera moviendo… y los pezones recibieron entonces un lametazo de agua para quedar después expuestos al aire.

—Hay más —dijo Trez con voz ronca, al tiempo que se pasaba la lengua por los labios.

—Entonces, por favor alcanza un taburete. A menos de que quieras venir aquí conmigo.

Joder.

—¿Hay alguna forma de que aceptes salir de ahí y vestirte?

—Si quieres sacarme tú mismo, por favor no contengas tu impulso.

Sí, porque ponerle las manos encima ciertamente iba a ser de muuuuucha ayuda…

Maldiciendo entre dientes, Trez acercó un taburete, porque tenía miedo de que, si se quedaba de pie, terminaría tropezando y cayendo sobre ella. Literalmente.

Cuando se sentó, Trez se agarró la cara con las manos y se la restregó con fuerza… y luego se quedó así.

Se oyó un chapoteo, como si ella se hubiera sentado.

—¿Trez? ¿Estás bien?

—No.

Trez se había caído por muchos abismos en la vida, cada vez que las cosas que había hecho, o que le habían hecho, regresaban a patearle el trasero. Pero nunca se había enfrentado a nada como esto.

—¿Trez? —Al ver que él no respondía, ella agregó—: Me estás asustando.

—Yo… —Joder, ¿por dónde comenzar?—. Selena, yo lo lamento de verdad.

—¿Por qué? —La tensión de su voz era evidente—. ¿Por qué te estás disculpando?

La vergüenza hizo que se le cerrara la garganta y Trez sintió que apenas podía respirar.

—Necesito ser honesto contigo. Cien por cien sincero.

—Pensé que habías sido honesto.

Lo único que Trez pudo hacer fue negar con la cabeza.

—Mira, tú sabes que yo he tenido… extensos tratos con los humanos.

—No fue así como lo planteaste la vez pasada —comentó ella.

Más movimientos de cabeza.

—Mi negocio es…, es un club. ¿Sabes qué es eso?

—¿De rugby? ¿O de béisbol?

—Un club de baile. Un lugar donde la gente va a beber… y a escuchar música. —Por Dios—. Y a hacer otras cosas.

—¿Y?

Trez dejó caer las manos. Ella se había sentado. Sus pezones de color rosa estaban justo por encima del nivel del agua y Trez pudo ver cómo esta los acariciaba de nuevo, aunque ella no pareció notarlo.

—¿Te molestaría salirte de ahí y ponerte una bata? —preguntó Trez.

—No tengo nada de qué avergonzarme.

Tenía toda la razón en eso.

—Lo sé. Solo que es difícil concentrarse.

—Tal vez quiero que hagas un esfuerzo.

Muy bien, no se suponía que las vírgenes fueran tan provocadoras. Pero, claro, ella ya no era virgen… Él se había encargado de ello.

Mierda.

—Misión cumplida —murmuró Trez.

—Me estabas hablando de tu trabajo.

Trez clavó los ojos en el suelo. Era de baldosín blanco y muy limpio, de esos que logran parecer nuevos a pesar de los desconchados ocasionales.

—¿Trez? —Él vio con el rabillo del ojo que ella extendía un pie y abría la llave del agua caliente—. ¿Decías?

Solo hazlo.

Genial, su vida se había reducido a un anuncio de Nike.

—Yo trafico con mujeres. ¿Entiendes lo que eso significa?

Selena frunció el ceño.

—¿Las llevas a la calle?

—Las vendo. Vendo sus cuerpos. Por lo general a hombres.

Silencio absoluto.

Trez la miró a los ojos.

—Y me pagan por eso. Yo las vendo. ¿Entiendes?

Después de un momento, Selena quitó las manos de los lados de la bañera y las cruzó sobre sus senos.

Exacto, pensó Trez.

—Y eso no es lo peor.

Hubo una pausa muy larga. Y luego ella dijo:

—Creo que quiero vestirme.

Trez se levantó y se dirigió a la puerta.

—Sí, eso pensaba.

‡ ‡ ‡

En el campo cubierto de nieve, Layla giró sobre sus talones. Estaba a punto de gritar cuando reconoció al macho que salió de detrás del gran árbol. Era el soldado, aquel al que habían herido y había sido llevado al centro de entrenamiento de la Hermandad. El que no la había corregido cuando ella pensó que era un aliado de los Hermanos.

El que la había llevado allí, para ayudar a Xcor, aquella noche hacía tanto tiempo.

—Lo siento —dijo él, mientras se inclinaba, pero sin quitarle los ojos de encima—. No ha sido un saludo muy formal.

Ella estuvo a punto de hacerle una reverencia, pero luego recordó que él no se merecía ese gesto de respeto. Al igual que Xcor, él estaba en el otro bando.

—Estáis excepcionalmente hermosa en esta fría noche —murmuró el macho.

Su acento no se parecía al de Xcor: en lugar de gruñir, él pronunciaba perfectamente cada palabra y tenía una voz modulada. Pero Layla no se iba a dejar engañar. Este macho ya la había utilizado una vez.

Y no le cabía duda de que estaba dispuesto a hacerlo de nuevo.

—Entonces, ¿sobre qué versaba la conversación que estabais teniendo? —preguntó y entrecerró los ojos.

Layla se cerró más el abrigo.

—Creo que, si deseáis saberlo, deberíais preguntárselo a él. Y, si me disculpáis, ahora tengo que marcharme…

La mano que se cerró sobre su brazo le apretó la carne, mientras la cara apuesta del macho se oscurecía hasta volverse amenazante.

—No, no lo creo. Quiero que vos me digáis qué era lo que hablabais con él.

Levantando el mentón, Layla miró al soldado a los ojos.

—Él quería saber si era verdad.

El macho apretó las cejas y pareció aflojar un poco la mano.

—¿Perdón?

—La proclama del divorcio. Quería saber si Wrath había renunciado a su reina… Y yo le aseguré que era cierto.

El soldado la soltó.

—Suponiendo que seáis de fiar.

—El hecho de que yo sea o no de fiar no cambia la verdad. Ya lo averiguaréis vosotros en otro lado, estoy segura.

De hecho, probablemente no, considerando el poco contacto que tenía Wrath con el resto de la raza. Pero quizás este macho lo sabría.

—Así que se trataba de un apareamiento arreglado que no significaba nada para el rey.

—Por el contrario, su amor era evidente para todos. Él estaba realmente enamorado. —Layla se obligó a encogerse de hombros con indiferencia—. Pero, nuevamente, esto es algo que podréis saber por boca de otra gente, estoy segura.

Throe movió la cabeza.

—Entonces él no puede haberla dejado ir.

—Tal vez deberíais considerar esto frente a cualquier ambición que tengáis por el trono. —Layla dio un paso atrás disimuladamente—. Un macho que es capaz de dejar de lado a su compañera hará lo que sea para conservar aquello que otros buscan quitarle. El rival que estáis buscando a través de vuestros actos no se dejará vencer… y luego vendrá a buscaros a todos. Habéis de recordar mis palabras.

—Sois una criaturilla valiente, ¿no es verdad?

—De nuevo, se trata de un hecho que podréis descubrir en cualquier momento. O no. En todo caso, no es de mi incumbencia.

Al ver que el macho permitía que ella diera otro paso hacia atrás, Layla pensó que tenía una buena oportunidad de marcharse de allí.

—Había algo más —dijo él—. ¿No es así?

—No.

—Entonces, ¿por qué no se desmaterializó?

Layla frunció el ceño. No lo había pensado.

—Tendréis que preguntárselo a él.

—No es su costumbre. —El soldado la miró de arriba abajo—. Y creo que puedo imaginarme la razón. Tened cuidado, Elegida. Él no es quien vos creéis que es. Es capaz de traiciones que una hembra como vos no puede ni imaginar.

—Si me disculpáis, ahora sí debo marcharme. —Layla hizo una reverencia y luego un esfuerzo para concentrarse, concentrarse…

—Tened cuidado.

Aquellas palabras la persiguieron hasta que desapareció de la pradera… y encontró el camino de regreso hasta la entrada principal de la mansión.

Mientras contemplaba la pesada puerta, sintió un estremecimiento. Ese guerrero le resultaba más aterrador que el propio Xcor: este último nunca le haría daño. Layla no sabía cómo podía estar tan segura, pero era como los latidos de su corazón, algo que podía sentir en el centro del pecho.

En cambio, ese otro macho era completamente distinto.

Layla cerró los ojos y pensó que odiaba esta especie de interregno en el que se encontraba con Xcor. ¿Cómo iba a sobrevivir las horas que faltaban para llegar hasta la medianoche siguiente? ¿Y por qué él la hacía esperar?

Layla ya sabía cuál sería la respuesta de Xcor.

60

Selena se vistió totalmente. Con ropa interior y todo. A pesar del hecho de que sus manos temblaban tanto que apenas podía controlarlas.

Cuando por fin salió a la habitación, encontró a Trez sentado en un asiento de respaldo recto, delante del escritorio que ella a veces utilizaba para escribir en su diario. Y, de hecho, se alegró de haber cerrado su diario forrado en cuero después de terminar el último pasaje de la noche anterior.

Naturalmente, todo el pasaje versaba sobre Trez.

Pero ahora tenía el presentimiento de que tendría que hacerle unas correcciones.

Trez la miró y sus ojos oscuros brillaron por un momento.

—¿Estás preparada?

Querida Virgen Escribana, de todas las cosas sobre las que ella había pensado que él podría hablarle… nunca se le había ocurrido algo así.

—¿Cómo puedes… venderlas? —preguntó ella con voz ronca.

Trez suspiró.

—Ellas quieren dinero. Y yo hago posible su trabajo. Yo hago que sea seguro.

—Y ellas…, ellas también te pagan por eso.

—Sí.

Selena tenía que sentarse porque, de lo contrario, sentía que se iba a caer. Así que se dirigió a la cama antes de pensar: No, mejor ahí no. En su lugar eligió un sofá de dos plazas que había frente a la chimenea. Se sentó con los pies debajo del trasero y luego se aseguró de que la falda le cubriera toda la piel.

—¿Durante cuánto tiempo? —se oyó preguntar.

—Años. Décadas. Primero fui supervisor. Pero ahora soy el jefe.

—No me puedo imaginar… eso.

Trez se masajeó las sienes.

—Ya sé que no puedes.

De repente, Selena se sorprendió haciendo un esfuerzo para quedarse quieta. Su brújula interna giraba con tanta rapidez que apenas podía articular una frase.

—¿Sabes qué? Solo cuéntamelo todo. En este momento me estoy imaginando toda clase de cosas horribles y yo…

—Lo peor es que yo he estado con unas dos mil mujeres. Fácilmente.

Al principio Selena pensó que había oído mal. Pero la oleada de frío que recorrió su cuerpo sugirió que, en realidad, había oído bien.

—Dos mil —repitió ella con voz débil.

—Y estoy calculando a la baja. El número podría ser más bien diez. Diez mil. Mierda, quizás incluso más.

Selena parpadeó. Muy bien, cuando él había dicho antes que había estado con «muchas» humanas, ella había pensado en un par de docenas, como máximo. Pero los números de los que estaba hablando ahora… eran inconmensurables, incluso para los estándares de una ehros.

Mientras ella trataba de imaginar todos los distintos escenarios en los que él…

—¿Y alguna de esas mujeres eran de las que tú…?

—Sí. Durante mucho tiempo. No vendía a ninguna puta que yo no hubiera probado antes.

Mientras sentía unas náuseas horribles, Selena solo pudo quedarse mirándolo.

—Tienes razón —se oyó decir—. No te conozco.

—Por Dios, Selena, lo lamento tanto. Nunca he debido estar contigo. Y no porque no te deseara, sino porque yo…, bueno, sí, porque yo sabía que esta era la reacción que obtendría si te decía la verdad. Y de hecho, anoche vine aquí para tratar de explicártelo todo, pero luego solo…

Selena metió la cara entre las manos y recordó imágenes de él besándola, acariciándola, follándosela.

—Creo que voy a vomitar.

—No te culpo —dijo él con aire lúgubre.

Y sin embargo, no había razón para reestructurar la realidad como una manera de reclamar la virtud que había perdido voluntariamente.

—Yo te seduje. —Selena dejó caer las manos—. Yo pedí lo que obtuve.

—No, con seguridad fue mi…

—Basta.

—Está bien. Lo siento.

Ella también lo sentía. Porque la triste realidad era que Selena había disfrutado de estar con él. De hecho, se había sentido en el paraíso mientras eso sucedía. Desgraciadamente, aquella ilusión fue

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