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  2. El rey
  3. Capítulo 86
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rato para asegurarse de los efectos.

Y luego estaba la preocupación que ella observaba en el rostro de su hellren cada vez que lo pillaba descuidado.

Y hablando de preocupación, ¿dónde estaría Wrath?

—Vuestro rey no tardará en regresar.

Anha dio un respingo y miró por encima del hombro. Tohrture estaba sentado en el rincón, «leyendo» un libro de sonetos. Pero en realidad Anha no creía que él estuviera siguiendo los símbolos del libro. En lugar de eso, movía los ojos continuamente entre las ventanas, la puerta, ella, las ventanas, la puerta, ella. Ocasionalmente rompía el ritmo y hablaba con alguno de los Hermanos o se levantaba para probar la comida que estaban preparando en el hogar.

—¿A dónde ha ido? —volvió a preguntar Anha.

—Regresará pronto. —La sonrisa del Hermano tenía la intención de calmarla, pero la sombra que nublaba su mirada no resultaba en absoluto tranquilizadora.

Anha entrecerró los ojos.

—Él no me ha explicado nada de esto.

—Todo está bien.

—No os creo.

El Hermano solo le sonrió con esa manera de hacerlo que no revelaba nada.

Anha dejó el cepillo del pelo sobre el tocador y se giró totalmente.

—Entonces, él cree que me envenenaron. De lo contrario, ¿por qué esta protección? Y los alimentos. Y la preocupación.

—Todo está bien.

Justo cuando ella levantaba las manos movida por la frustración, la puerta se abrió…

Anha se puso de pie tan rápido que el tocador se tambaleó y se cayeron algunos frascos.

—¡Querida Virgen Escribana! ¡Wrath!

Recogiéndose las enaguas, corrió descalza por el suelo de madera hacia el horror que tenía frente a sus ojos: su compañero colgaba de los brazos de dos Hermanos y estaba completamente cubierto de sangre. La camisa que llevaba estaba roja debido a la sangre que escurría de su boca y su cara llena de golpes; tenía los nudillos en carne viva y la cabeza colgaba totalmente derrumbada, como si no pudiera levantarla.

—¿Qué le habéis hecho? —gritó Anha, cuando la puerta de la recámara se cerró tras ellos.

Y antes de que pudiera detenerse, empezó a golpear a los que lo llevaban, aunque sus puños no causaban impacto alguno en aquellos machos gigantes que lo llevaron hasta la plataforma donde estaba la cama.

—Anha…, Anha…, detente… —Wrath levantó la mano izquierda, mientras lo acostaban en la cama—. Anha…, detente.

Ella quería agarrarle la mano y aferrarse a ella, pero no parecía haber ningún lugar que no estuviera lastimado.

—¿Quién te ha hecho esto?

—Yo les pedí que lo hicieran.

—¿Qué?

—Me has oído bien.

Mientras se sentaba, Anha se dio cuenta de que ahora quería golpear también a Wrath.

Su marido tenía la voz tan débil que ella se preguntó cómo es que todavía estaba consciente.

—Hay un trabajo que es necesario ejecutar. Y que debo hacer con mis propias manos. —Wrath flexionó los dedos e hizo un gesto de dolor—. Solo puedo hacerlo yo.

Anha miró a su marido con odio… y luego hizo lo mismo con los machos que se habían reunido a su alrededor y que seguían llegando, seguramente atraídos por los gritos.

—Tenéis que explicaros inmediatamente —ordenó ella—. Todos vosotros. O me marcharé enseguida de esta habitación.

—Anha. —Wrath hablaba con dificultad y también le costaba trabajo respirar—. Sé razonable.

Ella se levantó y se puso las manos en las caderas.

—¿Debo empaquetar mis cosas, o hay alguien entre vosotros que esté dispuesto a hablar conmigo?

—Anha…

—Hablad o me voy a empaquetarlas.

Wrath exhaló una maldición.

—No es nada por lo que debas preocuparte…

—Después de haberte visto llegar a nuestra habitación como si te acabara de atropellar un carruaje, ¡claro que debo preocuparme! ¿Cómo te atreves a excluirme de esto?

Wrath levantó una mano como si quisiera tocarse la cara y luego puso una mueca de dolor.

—Creo que tienes la nariz rota —dijo secamente.

—Entre otras cosas.

—En efecto.

Wrath finalmente la miró.

—Debo cobrar venganza por ti. Esto es todo.

Anha se oyó resoplar. Y luego sintió que las rodillas le temblaban y se agachó sobre la plataforma en la que estaba la cama. No era ingenua y, sin embargo, oír la confirmación de aquello que había sospechado la impactó.

—Así que es cierto. Alguien hizo que yo enfermara.

—Así es.

Al mirar con nuevos ojos las heridas de su hellren, Anha sacudió la cabeza.

—No, no voy a permitirlo. Si debes cobrar venganza, deja que uno de estos machos lo haga.

—No.

Anha miró el pesado escritorio tallado que reposaba en el otro extremo de la habitación y que habían trasladado recientemente allí. El mismo en el cual él se sentaba feliz, durante horas y horas, a gobernar y pensar y planear. Luego miró la cara lastimada de su marido.

—Wrath, tú no estás preparado para las tareas violentas —dijo ella con voz ronca.

—Pero lo estaré.

—No. Yo lo prohíbo.

Ahora fue él quien la miró con furia.

—Nadie le da órdenes al rey.

—Solo yo —lo contradijo ella con delicadeza—. Y los dos lo sabemos.

En ese momento se oyó un rumor de risas… de respeto.

—Ellos le hicieron lo mismo a mi padre —dijo Wrath con voz neutra—. Solo que lo envenenaron hasta el punto de causarle la muerte.

Anha se llevó una mano a la garganta.

—Pero no…, tu padre murió por causas naturales…

—No fue así. Y como su hijo, estoy obligado a vengar ese crimen, así como lo que te hicieron a ti. —Wrath se limpió la sangre de la boca—. Ahora escúchame, mi Anha, y oye esto con claridad… No permitiré que ni tú ni nadie me castre en esto. El alma de mi padre me persigue ahora, caminando por los pasillos de mi mente y hablando conmigo. Y tú harás lo mismo si ellos finalmente tienen éxito y logran llevarte a la tumba. El destino me ha obligado a vivir con lo primero. Pero no esperes que viva también con tu fantasma.

Anha se inclinó sobre su marido.

—Pero tú tienes a la Hermandad. Esa es su función, ese es su deber. Ellos son tu guardia privada.

Mientras que ella le imploraba a su marido, sintió la presión de los machos que la rodeaban, en el mejor sentido.

—Sé su comandante —le rogó Anha—. Envíalos al mundo a cobrar esta venganza.

Wrath movió la mano y Anha pensó que iba a agarrarle la suya, pero en lugar de eso la puso sobre su vientre.

—Estás esperando un hijo —dijo él con voz ronca—. Puedo olerlo.

Ella también había estado pensando lo mismo, aunque por distintas razones.

Wrath la miró con el único ojo que le funcionaba.

—Así que no puedo permitir que otros hagan lo que es mi deber hacer. Incluso si pudiera volver a mirarte a sabiendas de mi debilidad…, nunca podría mirar a un hijo o una hija a la cara con la conciencia de que me faltó el coraje para encargarme de mi linaje.

—Por favor, Wrath…

—¿Qué clase de padre sería?

—Uno que está vivo.

—¿Por cuánto tiempo? Si no protejo lo que es mío, alguien terminará quitándomelo. Y no estoy dispuesto a perder a mi familia.

Abrumada, Anha sintió las lágrimas que rodaban por sus mejillas y dejaban surcos ardientes en su cara.

Luego dejó caer la frente sobre el diamante negro del rey y lloró.

Porque en el fondo de su corazón, ella sabía que él tenía razón…, y por eso odiaba el mundo en que vivían… y al que pronto traería un hijo.

58

En el centro, en el corazón urbano de Caldwell, Xcor corría a toda velocidad por un callejón y sus botas de combate aplastaban el lodo cubierto de sal, mientras el aire helado le golpeaba en la cara y las sirenas y los gritos lejanos formaban una especie de coro para la batalla.

Delante, el asesino al que iba persiguiendo era tan rápido como él. Sin embargo, el bastardo no iba tan bien armado, en especial después de que vaciara su cargador y, llevado por la rabia de un chiquillo de quince años, le arrojara la pistola automática a Xcor.

Gran estrategia. Como si hubieras ido a llorarle a tu mamá.

Y luego siguió la cacería.

A Xcor no le importaba que el restrictor gastara sus últimas energías en aquella carrera. Siempre y cuando las cosas no terminaran en la clase de complicaciones en que se había metido la otra noche.

No tenía ganas de asustar a otro humano.

Después de otro medio kilómetro, el asesino llegó al final del callejón, donde se vio obligado a actuar como si estuviera grabando un vídeo musical y tuvo que lanzarse contra una reja de tres metros que comenzó a escalar con admirable habilidad.

Y es que el Omega lo había dotado con una especie de superpoder después de su reclutamiento.

Aunque eso tampoco iba a salvarlo.

Xcor dio tres saltos largos y lanzó su cuerpo hacia el aire, haciendo que su peso se elevara hasta aterrizar sobre la espalda del asesino, justo antes de que este alcanzara la parte superior de la reja. Entonces tiró de él con fuerza para separarlo de la valla, girando luego en el aire para aterrizar de manera que él quedara encima del muerto en vida.

La guadaña se moría de ganas de entrar en acción, pero, en lugar de liberarla de su funda, Xcor sacó un pequeño primo de esta que llevaba en la cintura.

El machete tenía mango de acero con un agarre de caucho y, al levantarlo por encima del hombro, a Xcor le pareció que era como una extensión de su brazo.

Podía terminar rápidamente con todo esto si apuntaba el machete directamente al centro del pecho. Pero ¿dónde estaría entonces la diversión? Así que agarró la cara del asesino con una mano y le torció la cabeza hacia un lado para cortarle una oreja…

El grito que lanzó el restrictor fue como música para los oídos de Xcor.

—Y ahora el otro lado —gruñó Xcor, mientras le giraba la cabeza—. Debe haber simetría.

La hoja del machete cortó el aire por segunda vez y la precisión de Xcor era tal que solo desprendió la oreja, sin tocar nada más. Sin embargo, el dolor fue suficiente para incapacitar a su presa. Bueno, eso y el hecho de que seguramente el asesino sabía que lo que vendría sería mucho peor.

El temor paralizaba a la gente.

Y el muerto en vida tenía motivos para estar aterrorizado.

Con una rápida serie de hachazos, Xcor bajó por el cuerpo del asesino, hundiendo la hoja en cada hombro para cortar los tendones e incapacitar el torso. Luego siguió con la parte posterior de las rodillas.

Después se sentó y se quedó observando cómo el asesino se retorcía, mientras él aspiraba la pestilencia, y el sufrimiento, de su víctima. Ser la causa de ese dolor alimentaba a su bestia interna; aquello era como una comida para su lado perverso, pero una comida que lo había dejado con hambre de más.

Hora de ponerse un poco más invasivo. Xcor decidió, entonces, cortar lentamente el pie izquierdo. Con la mitad de la fuerza, lanzó el machete una vez, dos…, tres veces antes de que la hoja terminara de hacer el corte. El pie derecho fue igual de divertido.

En medio de aquella labor, su mente se retiró hacia pensamientos que garantizaban que su depravación fuera en aumento.

Xcor no dejaba de pensar en la manera en que Wrath había evadido al Consejo. Tyhm, el abogado, había evaluado luego el documento que certificaba la disolución de su unión y había declarado que era legal, pero Xcor sabía que debían de haberle puesto una fecha anterior.

Que no le vinieran con el cuento de que el rey no había firmado sobre aquella línea tan pronto como había aterrizado sobre su escritorio el pergamino que ordenaba su destitución.

Xcor se concentró ahora en los tendones que estaban debajo de la rodilla y volvió a aplicarse en su trabajo, cuyo ritmo le recordaba aquella época en el Viejo Continente en que tenía

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