marido—. Y dejamos una de repuesto en el pasillo.
La doctora Jane se rio al tiempo que se ponía de pie.
—Tu esposa está bien. Pero prometió llamarme si algo pasa, y tengo el presentimiento de que, si ella no lo hace, me avisarás tú.
Wrath asintió.
—Puedes estar segura de ello.
Beth entornó los ojos, pero, por dentro, la verdad es que no le importaba que él se portara de esa manera. Su marido iba a cuidarla de la mejor manera posible, estuviera embarazada o no.
Y eso era verdadero amor.
56
Después de acompañar a la doctora Jane a la salida, Wrath regresó a la cama. Cuando se sentó, Beth le agarró la mano y se la apretó.
—Voy a estar bien —dijo.
Dios, eso esperaba, pensó Wrath.
—¿Estás bostezando?
—Sí, de repente me siento exhausta.
—Déjame alcanzarte un ginger ale…
—No, gracias… Solo quiero descansar un par de minutos. Luego afrontaré la idea de comer algo.
—¿Todavía tienes náuseas?
—No. Solo que no quiero volver a tenerlas. —Beth le acarició la palma de la mano con el pulgar—. Podemos hacerlo, Wrath. Todo.
Como no quería manifestar su paranoia, Wrath solo asintió con la cabeza.
—Sí, todo va a salir bien.
Solo que, por dentro, no era eso lo que sentía. En absoluto.
—Deberías bajar a trabajar —murmuró ella, como si tuviera mucho sueño—. Saxton se ha quedado a dormir. Así que podría ayudarte a revisar el correo y otras cosas.
Como si la glymera tuviera algo que decirle esta noche.
Cuando bajó a traer la comida, se encontró con Rehvenge, feliz de informarle sobre la malograda ceremonia de coronación de Ichan. Rehv no cabía en sí de gozo por la victoria: los aristócratas habían recibido un buen golpe y les habían cortado la pierna sobre la que se estaban sosteniendo.
Pero no había razón para ser ingenuos y suponer que ellos no se lo devolverían.
Simplemente encontrarían otra manera de atacarlo.
Gracias a Xcor.
Joder, si pudiera agarrar a ese hijo de puta…
—No puedo dormir así —dijo Beth—. Contigo mirándome así.
—Pero quiero quedarme.
—No hay nada que hacer aquí. Hasta que tengamos confirmación de una cosa o la otra, vamos a estar en ascuas.
—¿Y quién te dará de comer cuando quieras tomar algo?
Beth respondió con un tono realmente gentil.
—Pues antes de conocerte había logrado hacerlo bastante bien.
Está bien, joder.
Al final Wrath entendió que lo que ella necesitaba era descansar, más de lo que él necesitaba vigilarla. Después de darle un par de besos en la boca, Wrath dejó que George lo acompañara fuera de la suite y hasta las escaleras. Al salir a la segunda planta, se detuvo. El último lugar en el que quería estar era el estudio…
El sonido de un martilleo abajo llamó su atención. ¿Qué estaría…?
—Escaleras —le dijo al perro.
Cuando George lo llevó hasta la primera planta, los ruidos se volvieron más fuertes, pero todavía estaban amortiguados… y su nariz percibió un rastro de polvo de cemento en el aire. Y algo más…
—Hola —dijo Rhage—. ¿Qué haces?
Wrath extendió la mano y dejó que su Hermano se la estrechara.
—Nada. ¿Cómo van las cosas ahí dentro?
—Están levantando el suelo. Pusimos un plástico bastante grueso en la puerta para evitar el polvo, aunque Fritz tenía la esperanza de que lo dejáramos abierto para poder limpiar todas las mañanas después de que se fueran los obreros. Pero no le dejamos.
—Buena idea.
Al otro lado del plástico, se oían voces masculinas que charlaban por encima del ruido de los martillos con que estaban golpeando la piedra. Era una conversación casual, que mostraba una gran familiaridad.
—¿Cuántos obreros hay?
—Siete. Queremos que terminen lo más pronto posible porque todos estamos un poco nerviosos. John está aquí conmigo.
—Hola, JM —dijo Wrath y movió la cabeza hacia donde sentía el olor del macho.
—John también te dice hola y quiere saber cómo está Beth.
—Está bien. Muy bien…, gracias por todo, hijo.
—Dice que lo hizo con mucho gusto.
Buen chico. Ya se estaba convirtiendo en un gran macho, pensó Wrath.
—Quiero entrar y conocerlos —dijo Wrath de forma inesperada.
Hubo un momento de silencio, durante el cual Wrath sabía que Rhage y John se estaban mirando con desconcierto.
—Genial, me alegro de que estéis de acuerdo —murmuró Wrath, al tiempo que le daba una orden a George.
El perro indicó que habían llegado a una barrera al detenerse, pero Wrath estiró la mano y tocó un plástico duro y grueso. Entonces soltó el arnés y usó las dos manos para abrir la cortina de plástico sin desprenderla de donde estaba pegada.
Las voces guardaron silencio de inmediato.
Salvo por alguien que dijo entre dientes:
—Joder…
Luego se oyó un estruendo, como si hubiesen soltado todas las herramientas, y luego un susurro.
Como si siete machos de cierto tamaño acabaran de arrodillarse.
Por un momento, los ojos de Wrath se llenaron de lágrimas detrás de sus gafas de sol.
—Buenas noches —dijo Wrath, tratando de sonar casual—. ¿Cómo va el trabajo?
Nada. Wrath podía oler el asombro y el desconcierto de los machos; recordaba al aroma a cebollas salteadas, no era desagradable.
—Excelencia —dijeron los machos en voz baja—. Es un gran honor estar en vuestra presencia.
Wrath abrió la boca para quitarle la solemnidad a la escena…, pero cuando tomó aire, se dio cuenta de que era auténtica. Para todos y cada uno. Ellos estaban genuinamente emocionados y llenos de admiración.
Así que dijo con voz ronca:
—Bienvenidos a mi casa.
‡ ‡ ‡
Cuando John atravesó el plástico y se colocó detrás de Wrath, en lo único en lo que pudo pensar era en que ya era hora.
Los siete obreros estaban arrodillados sobre una pierna, con la cabeza inclinada y los ojos nerviosos, como si Wrath fuese el sol y ellos no pudieran contemplarlo durante mucho tiempo.
Luego habló el rey y las cuatro palabras que salieron de su boca fueron como una transformación, pues los machos se giraron para mirarlo al unísono con… una especie de adoración.
Wrath hizo como que miraba a su alrededor.
—Entonces, ¿cómo creen que va a quedar esto?
Los machos se miraron unos a otros y luego habló el que parecía el jefe de todos, quien había presentado a los trabajadores uno por uno, mientras los registraban al entrar.
—Vamos a levantar el suelo. Y pondremos uno nuevo.
Más miradas nerviosas mientras Wrath seguía moviendo sus gafas a derecha e izquierda, como si estuviera contemplándolo todo.
—¿Acaso Su Majestad…? —El jefe se aclaró la garganta, como si estuviera sufriendo—. ¿Acaso Su Majestad preferiría tener otro equipo de trabajo?
—¿Qué?
—¿Acaso os hemos causado alguna molestia y por eso estáis aquí abajo?
—Dios, no. Solo tenía curiosidad. Eso es todo. Yo no sé nada sobre construcción.
El jefe miró a sus compañeros.
—Bueno, eso es porque es algo que no es digno de vos, Excelencia.
Wrath soltó una carcajada.
—Claro que sí. Es un trabajo honesto y no tiene nada de vergonzoso. ¿Cómo os llamáis?
El jefe abrió los ojos como platos, como si eso fuera lo último que esperaba oír. Pero luego se levantó del suelo y se arregló el cinturón con las herramientas.
—Yo soy Elph. Este es… —El macho hizo las presentaciones rápidamente.
—¿Y todos tenéis familia? —preguntó Wrath.
—Yo tengo una hija y una compañera —dijo Elph—. Aunque mi primera shellan murió al dar a luz.
Wrath se puso la mano en el corazón, como si algo lo hubiese golpeado.
—Joder… Lo siento.
El jefe parpadeó.
—Yo… os lo agradezco, Excelencia.
—¿Hace cuánto que la perdiste?
—Doce años. —El macho se aclaró la voz—. Doce años, tres meses y diecisiete días.
—¿Y cómo está tu hija?
El jefe se encogió de hombros. Luego movió la cabeza.
—Está bien…
Luego habló el que estaba en el fondo, el mismo que había dicho «joder…» cuando entraron.
—No puede caminar. Pero es un ángel.
De inmediato, el jefe lo fulminó con la mirada, como si no quisiera molestar a Wrath con eso.
—Ella está bien —repitió.
—¿No puede caminar? —Wrath pareció ponerse pálido—. ¿Desde el nacimiento?
—Ah…, sí. Sufrió una lesión al nacer. No tuvimos asistencia. El único que estaba ahí para ayudar era yo.
—¿Y dónde diablos estaba Havers?
—No pudimos llegar a la clínica.
Wrath infló las fosas nasales.
—No puede ser cierto.
El jefe levantó las cejas con miedo.
—No fue culpa de nadie, Excelencia. Solo mía.
—Pensé que trabajabas en construcción. ¿O acaso has estudiado medicina?
—No.
—Entonces, ¿por qué iba a ser culpa tuya? —Wrath sacudió la cabeza con tristeza—. Lo siento. Mira, me alegra que tu hija haya sobrevivido.
—Es mi mayor bendición, Excelencia.
—No lo dudo. Y supongo que debes de extrañar mucho a tu compañera.
—Cada noche. Todos los días. Aunque mi segunda shellan me mantiene vivo.
Wrath asintió como si supiera exactamente de qué le estaban hablando.
—Lo entiendo. Claro que lo entiendo. Algo similar le sucedió a mi hermano Tohr.
Hubo una larga pausa. Luego el jefe dijo lentamente:
—No sé qué más decir, Excelencia. Aparte de que nos habéis honrado mucho con vuestra presencia.
—No tienes que decir nada. Y ahora os dejaré solos. Estoy haciéndoos perder el tiempo. —Wrath levantó la mano con la que manipulaba la daga con un gesto casual—. Hasta pronto.
Cuando la cortina de plástico volvió a quedar en su sitio después de que saliera el rey, los obreros quedaron sin palabras.
—¿Siempre es así? —preguntó el jefe con gesto aturdido.
Rhage asintió.
—Es un macho de gran valía.
—No creí que él fuera… de esa forma.
—De esa forma ¿cómo?
—Tan accesible.
—¿Y por qué no?
—Por los rumores. Dicen que es muy altivo. Que es intocable. Y que no se interesa por la gente como nosotros. —El jefe se estremeció, como si no pudiera creer que acabara de decir eso en voz alta—. Lo que quiero decir es que…
—No, no te preocupes. Puedo imaginarme de dónde ha salido eso.
—Se parece a su padre —dijo el macho mayor—. Es la viva imagen.
—¿Tú lo conociste? ¿Al padre de Wrath? —preguntó Rhage.
El anciano asintió.
—Y una vez los vi a los dos. Wrath, el joven, tendría unos cinco años. Siempre estaba junto a su padre cuando el rey tenía audiencias con la gente común. Yo tenía una disputa con el propietario de la tierra donde trabajaba, el cual pertenecía a la glymera. Y el rey me favoreció a mí, por encima del aristócrata. —Un aire de tristeza pareció apoderarse del aura del macho—. Recuerdo cuando el rey y la reina fueron asesinados. Estábamos seguros de que el heredero también había muerto… Pero cuando supimos que no era así… este Wrath ya se había ido.
—Oí que le dispararon recientemente —le dijo a Rhage el que parecía el jefe—. ¿Es eso cierto?
—Es un tema confidencial.
El jefe se inclinó en una reverencia y dijo:
—Desde luego. Por favor, excusadme.
—Ya te he dicho que no hay de qué preocuparse. Vamos, JM, dejemos trabajar a estos hombres. —Al ver que John asentía, Rhage siguió—: Avisadnos si necesitáis algo.
John hizo el además de seguir a Rhage, pero luego se detuvo en la división de la cortina plástica. Los obreros todavía estaban mirando fijamente el lugar en el que Wrath se había parado a conversar con ellos, como si estuvieran recreando todo en su cabeza otra vez. Como si hubiesen sido testigos de un hecho histórico.
Al salir, se preguntó si Wrath sería consciente del efecto que había tenido sobre ellos.
Probablemente no.
57
Sentada frente a su tocador, Anha no notaba más que un ligero agotamiento después de su episodio: con cada noche que pasaba se sentía mejor y su cuerpo parecía estar recuperándose, mientras la mente recobraba su agilidad usual.
Pero todo había cambiado.
En primer lugar, la Hermandad se había mudado a la recámara contigua. Los doce. Y se turnaban para vigilar, de modo que la puerta hacia el espacio privado que ella y Wrath compartían nunca estuviera sola.
Y luego estaba el tema de la comida. Wrath se negaba a dejar que ella comiera nada que él o los Hermanos no hubiesen probado antes, después de lo cual había que esperar un