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  2. El rey
  3. Capítulo 81
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tartamudeo no era una buena señal—. Yo pensé que tú era una ehros.

—Lo soy.

—Entonces, ¿cómo es posible que seas virgen?

—Porque no me han usado de esa manera.

Trez levantó las manos en un gesto de frustración.

—¿Por qué yo? —Enseguida soltó una maldición—. Me refiero a que…

—Ya te lo dije, quería estar contigo. Y todavía quiero hacerlo. —Después del dolor, solo había tenido una corta prueba del placer y quería saber qué más se sentía al hacer el amor.

Trez se agarró la cabeza y se quedó allí.

—Por Dios.

—Solo para que nos entendamos —dijo ella con tono cortante—, quiero que sepas que no espero nada de ti. Si es eso lo que te preocupa. No habrá apareamiento.

No con el futuro que le esperaba. Aunque, a juzgar por la cara que tenía Trez, eso tampoco habría sido posible de todas maneras…

—¿Estás segura de que tu Gran Padre pensará de esa manera?

Selena levantó el mentón.

—¿Y quién se lo va a contar? —Al ver que eso parecía detener a Trez, Selena se encogió de hombros—. No seré yo. Y en esta casa no hay nadie más. Así que si tú no lo haces, él nunca lo sabrá.

En realidad, Selena no sabía qué haría Phury si lo averiguaba. Técnicamente, después de haber mantenido relaciones sexuales con alguien distinto del Gran Padre o un Hermano, ella había caído en desgracia. Pero era difícil saber cuánto de las viejas costumbres sobrevivía aún en estos nuevos tiempos.

Aunque tampoco importaba. Su tiempo se estaba agotando.

Lo cual explicaba por qué Selena había tomado el asunto en sus manos, cuando Trez se detuvo después de notar que su sexo era muy estrecho. Ella estaba decidida a no perder esa oportunidad, en especial después del episodio que había tenido lugar abajo, en la mesa de la cocina.

De repente Selena pensó en la persona a la que Trez estaba atado… y sintió una punzada de dolor en el pecho.

—No te preocupes —dijo con cansancio—. No tendrás que hacer nada.

—Pero yo también tengo algo de honor, ¿sabes? —respondió él con brusquedad.

—No fue mi intención ofenderte.

Trez cerró los ojos y murmuró:

—Tú no deberías estar disculpándote.

—Es que no veo el problema. Mi cuerpo es mío, yo decido a quién me entrego y te he elegido a ti. Y tú también me deseabas.

Al oír eso, Trez abrió los ojos.

—Pero te he hecho daño.

—Lo doloroso fue que te detuvieras.

Trez movió la cabeza.

—Esto es un desastre.

—¿Según quién?

—Tú no sabes ni la mitad de la historia —dijo, pero al menos ahí Trez vino a sentarse en la cama. Volvió a agarrarse la cabeza y exhaló con fuerza—. Yo no debería haber sido el elegido, Selena. Cualquiera menos yo.

—Te lo digo de nuevo, ¿no crees que eso es un juicio que me corresponde solo a mí?

—Pero tú no me conoces.

—Te conozco lo suficiente. —Después de todo, él le había contado sobre las humanas. Sobre sus padres. Sobre el compromiso que tenía con otra hembra. ¿Qué más podía haber?

—No. Tú no…

En ese momento se oyó un sonido que atravesó la habitación y a ella le llevó un momento darse cuenta de que era un móvil sonando.

—¡Joder! —se quejó Trez mientras se estiraba para agarrar el móvil que estaba sobre la almohada. Con la pantalla mirando hacia arriba, era evidente que se le había salido del bolsillo de los pantalones cuando habían terminado sobre la cabecera de la cama.

Trez miró el número… y luego miró el reloj.

—¿Qué hora es…? Ay, mierda.

—¿Qué sucede? —preguntó ella.

—Tengo que contestar. —Trez miró a su alrededor, como buscando un poco de privacidad—. Vuelvo ahora.

Al ver que él se salía al pasillo, Selena admiró su magnífico cuerpo desnudo y el solo hecho de verle la espalda la hizo preguntarse si alguna vez tendría la oportunidad de volver a estar con él.

Selena cerró entonces los ojos, se estiró y descubrió un dolor en la pelvis que nunca antes había sentido.

Sí, tal vez sí le había hecho daño. Pero no lo suficiente para hacer que ella se arrepintiera de nada… o para que no quisiera volver a hacerlo.

Sin embargo, algo le decía que ese no era su futuro.

Debería haberle dicho algo a Trez.

Pero ya no había manera de cambiar esa decisión.

53

Al final Wrath sí firmó la maldita proclama de la disolución.

Lo que lo ayudó a decidirse fue ver el anillo de su madre en su meñique: ese rubí era un símbolo del solemne compromiso de Beth hacia él y lo hizo pensar en todo lo que su hembra había hecho por él. Con el fin de aparearse con él, había puesto su fe, su corazón y su futuro en él y en su pueblo, y había aceptado sus tradiciones y sus costumbres, dándole la espalda a su lado humano, hasta el punto de que ya no tenía contacto con esa raza, y con nadie más aparte de él y sus Hermanos, pues su trabajo se había apoderado de sus vidas.

Ella había ganado mucho, claro. Pero había perdido todo lo que había conocido. Y lo había hecho por él, por ellos.

En este momento lo más importante no era el trono. No, lo más importante era estar a la altura del nivel que ella había fijado: él necesitaba poner su firma en el documento para respaldar lo que había dicho con sus palabras. Aunque todo este maldito asunto le resultaba detestable, desde los aristócratas y la Pandilla de Bastardos hasta el sentido de pérdida que implicaba ese puto papel, Wrath tenía que honrar lo que le había prometido a su Beth.

Las tradiciones de ella eran tan significativas e importantes como las suyas propias.

Si no firmaba, la estaría tratando con la misma falta de respeto que los había tratado el Consejo.

Y esta era la manera más lógica de evadir a la glymera.

Una bonita venganza frente a sus maquinaciones.

—¿Dónde está el bolígrafo? —preguntó Wrath.

Cuando Rehv se lo puso en la mano con la que empuñaba la daga, Wrath apretó la mano de Beth.

—¿Dónde firmo?

—Aquí —dijo ella—. Aquí.

Wrath dejó que ella llevara la punta del bolígrafo al lugar en que debía de haber una línea y luego garabateó su nombre.

—¿Y ahora qué pasa? —preguntó.

Rehv soltó una carcajada llena de malicia.

—Voy a enrollar esta pequeña misiva y la haré llegar a donde el sol nunca brilla. —Se oyó el rumor del pergamino al ser enrollado—. Han programado la «coronación» para esta medianoche. Es una maldita pena que tenga que esperar hasta ese momento. Vamos, Saxton, necesitas comer algo. Pareces estar a punto de desmayarte.

Wrath miró hacia donde estaba la silenciosa concurrencia.

—¿Y bien? ¿Nadie va a comer nada?

Cuando la conversación brotó en medio del silencio, como si sus Hermanos supieran que él necesitaba un poco de espacio, Wrath tomó a Beth del brazo.

—Salgamos de aquí —dijo con voz apurada.

—Entendido.

Con rápida eficacia, su shellan lo llevó lejos del ruido y la comida, y cuando Wrath percibió un olor a leña quemada, adivinó que lo había guiado hasta la biblioteca.

—Acuéstate, George —dijo ella, mientras empujaba lo que Wrath suponía que era la puerta—. Ya sé que no quieres sentarte aquí fuera, pero necesitamos un minuto.

Buena señal, pensó Wrath, mientras se soltaba de la mano de Beth y caminaba solo, con la mano derecha extendida. Cuando sintió que estaba frente a la chimenea, deseó poder ver el fuego encendido. Le gustaría atizarlo para hacerlo chisporrotear.

Un clic-clic le informó de que Beth acababa de cerrar la puerta.

—Gracias —dijo su Beth.

Wrath dio media vuelta.

—Gracias a ti.

—Todo irá bien.

—Si estás hablando de la Pandilla de Bastardos, yo no estaría tan seguro. Siempre encontrarán otra salida. Hemos ganado algo de tiempo, pero el problema no está resuelto todavía.

Joder, la amargura que se sentía en su voz era una cosa muy extraña. Pero esta situación lo había cambiado.

Gracias a Dios, su padre estaba muerto, pensó Wrath…, y eso era algo que nunca había creído que llegaría a pensar.

Desde detrás, Beth se apretó contra su cuerpo, mientras hacía resbalar las manos por los hombros y le acariciaba los músculos tensos.

—Ha sido una ceremonia preciosa.

Wrath soltó una carcajada.

—Elvis ha hecho un gran trabajo.

—¿Sabes cuál es la tradición entre los humanos, después de que el matrimonio sea oficial?

—¿Qué?

Mientras deslizaba los brazos hasta la cintura de Wrath, Beth se detuvo frente a él y se puso de puntillas para besarlo a un lado de la garganta. Y, mira por dónde, el estado de ánimo de Wrath comenzó a mejorar.

—Consumar el matrimonio —murmuró Beth—. Es tradición que el marido y su mujer sellen el pacto, ya sabes a qué me refiero.

Wrath empezó a sonreír, pero luego recordó la última vez que habían estado juntos… y las circunstancias.

—¿Estás segura de que estás preparada para esto después de…, bueno, ya sabes?

—Muy segura.

Para demostrárselo, Beth se restregó contra él y Wrath tuvo que lanzar una maldición. Loco de deseo al instante, hizo un esfuerzo con contener su lado salvaje mientras bajaba la cabeza y se apoderaba de la boca de su esposa.

—Levántame —dijo ella con un suspiro.

Cuando él obedeció, ella se levantó el vestido hasta la cintura y abrió las piernas para rodear con ellas las caderas de Wrath.

—No llevas bragas —gruñó él.

—Quería estar preparada para esto.

—Por Dios, me alegra no haberlo sabido antes, porque habría…

Wrath no se molestó en terminar la frase. Mientras Beth le apretaba el cuello, él metió una mano entre ambos para desabotonarse los pantalones. Su polla quedó libre de inmediato, palpitante y ardiente, y cuando ella se acomodó un poco más abajo, Wrath encontró su centro…

—¡Mierda! ¿Y si estás embarazada? —dijo Wrath de repente, separándola un poco—. Mierda…

—Las mujeres embarazadas pueden practicar sexo. De verdad. Créeme.

Beth se estiró para besarlo en la boca y luego le mordisqueó el labio inferior con los colmillos.

—A menos que estés diciendo que no me deseas.

Wrath se tambaleó un poco.

—No, no es el caso.

Y enseguida Wrath se encargó de resolver cualquier confusión posible penetrándola lentamente, haciendo presión, hasta llegar al fondo con total delicadeza. Ella no pareció sentir ningún dolor, pero Wrath no quería arriesgarse y le agarró el culo con firmeza mientras empezaba a moverse dentro de ella.

—Te quiero —dijo Wrath contra el pelo de Beth—. Para siempre.

Al oír que ella murmuraba lo mismo en su oído, un ataque de paranoia lo hizo enfriarse un poco.

¿Acaso su padre le habría dicho lo mismo a su madre?

Y Wrath ya sabía cómo había terminado todo.

De repente, Wrath recordó la advertencia de V, sobre el campo blanco y aquello de que el futuro estaba en sus manos. ¿Qué…?

—Wrath —le susurró su esposa—. Regresa aquí. Concéntrate en el aquí y el ahora…

Con un gruñido de obediencia, Wrath se olvidó de toda esa mierda e hizo lo que ella le decía, sintiendo solamente cómo entraba y salía de ella. El orgasmo fue bastante silencioso, una oleada que se aproximó y se retiró con el trueno de una brisa de verano. Pero cuando Wrath se corrió dentro de su hembra y sintió cómo ella contraía los músculos alrededor de su polla, le pareció que aquel era el orgasmo más poderoso que había sentido hasta entonces.

Wrath no quería dejarla ir.

Nunca.

‡ ‡ ‡

Fuera de la habitación de Selena, Trez aceptó la llamada, pero no escuchó ningún saludo.

—¿Dónde demonios estás? —le preguntó furioso el verdugo de la reina—. ¿Y dónde está lo que me prometiste?

Trez cerró los ojos con fuerza.

—Voy de camino.

—No trates de engañarme.

La llamada se cortó.

—¿Trez? —preguntó Selena desde dentro—. ¿Va todo bien?

No. Ni lo más mínimo.

¿Cómo era posible que ya fuera mediodía?

Trez abrió la puerta.

—Sí, pero me tengo que ir.

Maldiciendo, Trez se dirigió al lugar donde estaban sus pantalones y se

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