besaba la mano, murmuró:
—Lo sé. Yo también te quiero. Para siempre.
Entonces John se inclinó sobre ella y le rozó los labios con la boca.
Un par de minutos después salieron del cuarto, Xhex vestida con pantalones y una camisa de seda negra. Lo cual, al igual que lo que llevaba puesto cuando vino al mundo, resultaba un atuendo bastante atractivo. En especial porque, por primera vez, calzaba unos espectaculares zapatos de tacón.
Algo que planeaba seguir haciendo cada vez que tuvieran un minuto a solas.
Más gente estaba saliendo también de las otras habitaciones: Blay y Qhuinn, los dos de traje. Z y Bella, con la pequeña Nalla vestida con otro adorable modelo rosa de seda y tul…, lo que la hacía parecer la cosa más adorable que John hubiera visto en la vida.
Y eso que ni siquiera le gustaban los niños.
Mientras recorrían el pasillo de las estatuas y bajaban las escaleras, nadie iba hablando mucho. La conversación había disminuido notablemente desde que Rehv había leído aquella proclama en el comedor. Y las cosas seguirían así durante un tiempo todavía.
Sin embargo, esto podría servir de ayuda.
En el vestíbulo ya se habían reunido otros miembros de la casa, pero todavía no había señas de Wrath ni Beth, y John se unió al grupo, que también estaba muy callado. Joder, hasta Rhage parecía serio, aunque todavía faltaba que apareciera el maldito ángel…
—¿Qué coño es eso?
Al oír la voz de V, John se giró con el resto de la concurrencia… y, cuando vio lo que se encontraba en lo alto de la gran escalera, parpadeó una vez. Dos veces. Doce veces.
Lassiter estaba a punto de empezar a bajar los escalones alfombrados, con su pelo rubio y negro peinado al estilo Elvis, una pesada Biblia bajo el brazo, y sus piercings brillando bajo la luz…
Pero eso no era lo más llamativo.
El ángel caído iba vestido con un resplandeciente disfraz de Elvis, que incluía pantalones de campana, mangas abullonadas y solapas lo suficientemente grandes como para cubrir el jardín posterior. Ah, y alas de arcoíris que se veían cuando abría los brazos como un predicador.
—Hora de que empiece la fiesta —dijo, mientras bajaba las escaleras corriendo y las lentejuelas se sacudían y resplandecían—. ¿Y dónde diablos está mi púlpito?
V se atoró con el humo que acababa de inhalar.
—¿Te ha pedido ella que presidas el servicio?
El ángel se arregló el enorme cuello.
—Dijo que quería que lo presidiera el mayor santo de la casa.
—Y por eso recurrió al más loco —murmuró alguien.
—¿Esa es la Biblia de Butch? —preguntó V.
El ángel mostró lo que llevaba en la mano.
—Sip. Y su Libro de Plegarias, ¿fue así como lo llamó? También tengo un sermón que escribí yo mismo.
—Que los santos nos protejan —se oyó que alguien decía desde el otro extremo.
—Espera, espera. —V agitó su cigarrillo recién liado—. Yo soy el hijo de una deidad… y ella ¿te ha elegido a ti?
—Puedes llamarme «padre»… Y antes de que el fanático de los Sox entre en pánico, quiero que todo el mundo sepa que soy un pastor legítimo. Hice un curso de ministro online que duraba menos de una hora y ahora soy un ministro ordenado, baby.
Rhage levantó la mano.
—Padre Gilipollas, tengo una pregunta.
—Sí, hijo mío, irás al Infierno. —Lassiter hizo la señal de la cruz y luego miró a su alrededor—. Y ¿dónde está nuestra novia? ¿Y el novio? Estoy listo para casar a alguien.
—No he traído suficiente tabaco para soportar esto —se quejó V.
Rhage suspiró.
—Hay Goose en el bar, tío… Ah, no, espera. Ya no tenemos bar.
—Creo que me pondré una inyección de morfina.
—¿Te la puedo clavar yo? —preguntó Lassiter.
—Eso es lo que dijo ella —comentó alguien.
—Ay…, caramba. Eso es, ay, eso sí que es un atuendo.
Todo el mundo miró por encima del hombro al oír la voz de Beth. Estaba saliendo de la biblioteca, acompañada de Saxton y Rehv. Este último llevaba un pergamino enrollado debajo del brazo y parecía totalmente perplejo.
—Lo sé, ¿vale? —dijo Lassiter, que dio un giro para hacer volar la capa.
Aunque John Matthew no estaba prestándole ninguna atención a nadie.
Sin pensarlo conscientemente, se adelantó hacia donde estaba su hermana. Beth llevaba un sencillo vestido blanco de tubo, que le cubría los hombros y le llegaba más abajo de las rodillas. Mientras se acercaba, John vio que el vestido era lo que había visto que usaban las Elegidas en casa, cuando querían sentirse cómodas. Sin embargo, a diferencia de las Elegidas, Beth llevaba el pelo suelto y este le caía por la espalda en ondas negras.
Parecía una muchacha inocente. Y adorable. Y perfecta.
Estás preciosa, le dijo John con señas.
—Ay, gracias. —Beth hizo volar el vestido—. Me lo ha prestado Layla. Entonces, ¿estás listo para llevarme hasta el altar?
Pasó un largo rato antes de que John lograra que sus manos dejaran de temblar. Y cuando respondió con señas, pensó que, a pesar de todas las mierdas que estaba haciendo la glymera, y el estrés que se vivía en la casa, y la tristeza por Wrath…, esto era algo que había esperado toda la vida. Algo que le había hecho recorrer una larga distancia. Una especie de meta que quería alcanzar, aunque no fuera consciente de ella.
Sí, lo estoy, dijo John con orgullo.
‡ ‡ ‡
Beth nunca había querido tanto a su hermano. Cuando John Matthew se detuvo a su lado, Beth pudo sentir cómo resonaba en su interior la tranquila energía que él irradiaba… y que ella tanto necesitaba.
Aunque había sido ella quien lo había organizado todo, Beth no tenía ni idea de cómo iba a reaccionar Wrath.
Mirando por encima de los inmensos hombros de su hermano, Beth volvió a fijarse en Lassiter y volvió a levantar las cejas. Al menos su hellren no tendría que ver al ángel en esa facha.
—Te encanta, ¿no? —preguntó Lassiter, mientras levantaba su Biblia—. Tú me dijiste que entrara en Internet. Y eso hice. Incluso imprimí el diploma, o como quiera que se llame.
Al abrir la tapa de la Biblia, Lassiter sacó una hoja de papel y la agitó en el aire.
—¿Estáis viendo? Todo es legal.
Beth se inclinó para mirar el papel.
—¡Caramba!
—Lo sé. Parece de Harvard.
—Impresionante.
—Definitivamente voy a mandarlo enmarcar. —Lassiter guardó el papel—. Y después de terminar, hice una pequeña investigación sobre las bodas humanas. Yo sabía que iba a necesitar un traje de ceremonia y esto fue lo que más me gustó. Lo encontré en Disfraces Gould y Mucho Más. ¡Eureka! Soy todo un sabueso.
Beth se masajeó las sienes. Vishous. Debería haberle pedido a Vishous que se encargara de esto.
—¿Cómo has logrado peinarte así?
—Con Aqua Net. Y horquillas. Y el número de diciembre de Cosmo, el que cubre las festividades. De nuevo, muchas gracias, señor Internet.
Rhage sacudió la cabeza.
—¿Tú tienes pelotas, o los ángeles nacen sin ellas?
Lassiter sonrió con sorna.
—Claro que tengo pelotas. En el Viejo Continente, solía jugar de día y de noche.
De veras, debería haberle pedido a Vishous que hiciera esto.
—Bueno, agradezco todo lo que has…
Al ver que todo el mundo guardaba silencio, Beth levantó la vista hacia las escaleras. Wrath acababa de aparecer, altivo y orgulloso, con George a su lado. A diferencia de John, no llevaba un esmoquin, pero se había puesto un traje que ella recordaba.
Era el mismo que había usado en su primera «cita» oficial en casa de Darius.
—¿Cuál es el propósito de la reunión? —preguntó Wrath.
—Solo baja —contestó ella.
Cuando Wrath comenzó a bajar, Beth sintió que le sudaban las manos y luego, un instante después, la golpeó un ataque de calor que recorrió todo su cuerpo.
Joder, estaba ansiosa por confirmar si finalmente estaba embarazada, o salir de una vez por todas de los estertores del periodo de fertilidad, pues este microondas interno ya la estaba volviendo loca.
Cuando el único par de zapatos distintos de unas botas de combate que tenía Wrath tocaron el suelo de mosaico, Beth pensó que no podía estar más magnífico. Con el pelo sobre aquellos hombros enormes y cayéndole hasta la cintura, y esa corbata colgando del cuello…, parecía un poderoso hombre de negocios. Un hombre de negocios que podía matar si lo deseaba.
Y vaya si eso no estimuló sus hormonas.
—¿Qué estamos haciendo aquí, Beth? —preguntó Wrath.
—Nos vamos a casar.
Al ver que Wrath daba un respingo, Beth se apresuró a explicarlo, antes de que él comenzara a enfurecerse.
—Tú dijiste que mis tradiciones humanas eran importantes; que eran tan importantes como las vampiras. Así que nos vamos a casar. Ahora mismo. A mi manera.
Wrath negó con la cabeza.
—Pero si ya estamos apareados. ¿Para qué…?
—Para que puedas divorciarte de mí y conservar el trono. —Al ver que Wrath abría la boca con asombro, Beth lo interrumpió—. Delante de nuestra familia, aquí presente. Con un ministro de verdad.
Lassiter levantó la mano.
—Me alegra poder ayudar. También presido bautizos. Para que lo sepan.
Wrath volvió a sacudir la cabeza.
—Esto es…
—¿Estás diciendo que mi lado humano vale menos?
—Bueno, no. Pero…
—Si hacemos la ceremonia aquí y ahora, no habremos perdido nada, ¿o sí? Podrás divorciarte de mí según las leyes vampiras, pero todavía estaremos casados, y podremos conservar el trono. —Beth levantó el mentón con orgullo, aunque él no pudiera verla—. Es un buen plan, ¿no crees?
A esto le siguió un largo silencio. Y luego uno de los Hermanos dijo:
—Adoro a esta hembra. De verdad que la adoro.
51
Mientras Wrath se dejaba conducir por el vestíbulo, George, como siempre, permanecía a su lado.
Francamente, es muy posible que Wrath se hubiera dejado guiar de la misma forma aunque todavía pudiera ver.
Al parecer, seguía esperando un estallido interno, pero la verdad es que Beth lo había atrapado de una manera muy audaz. Ella tenía razón: si sus costumbres culturales humanas eran tan importantes para ellos como pareja, entonces, el hecho de estar «casados» al modo humano significaba que eran una pareja y punto.
Sin embargo, Wrath no sabía qué pensar. Desde luego, hasta ahora habían hecho todo de acuerdo con las tradiciones de la raza vampira, y aunque nada de eso tenía significado para ella, Beth había accedido a hacerlo.
Por eso parecía justo que él hiciera lo mismo por ella.
—¿Estás preparado? —le preguntó Lassiter en voz baja.
La gente seguía acomodándose en el gran espacio del vestíbulo.
—¿Qué es lo que hacen todos? —susurró Wrath.
—Se están organizando en dos filas para formar una especie de pasillo que empieza en el comedor y llega hasta donde estamos nosotros. Estamos a unos cinco metros de la sala de billar. La sala ya no existe, así que han cerrado las puertas para que no la veamos a ella.
Wrath pensó en el día en que celebraron su ceremonia de apareamiento. La Virgen Escribana todavía estaba por allí. Beth se había puesto el vestido rojo de Wellsie y casi se desmaya mientras los Hermanos tallaban las nueve letras de su nombre en los hombros de Wrath. John Matthew, Blay y Qhuinn todavía no estaban en el panorama. Tampoco Rehv, ni Xhex, ni Payne, ni Manny, ni los hermanos Sombra.
Ni Xcor y la Pandilla de Bastardos.
Y desde entonces habían perdido a Wellsie. A nadie más, por fortuna.
De repente, la música invadió el vestíbulo, un tema clásico que Wrath ya había oído antes, por lo general en cintas para chicas que incluían… bodas, por supuesto.
—¿Listo? —preguntó Wrath.
—Sí. —Por Dios, esto no era lo que Wrath esperaba hacer.
—Acabo de hacerle una seña a Fritz —susurró el ángel—. Y ahora está abriendo las puertas del comedor.
Wrath se aclaró la garganta y se inclinó hacia delante.
—¿Qué lleva puesto Beth?
—Va de blanco. Un vestido que le llega hasta más abajo de la rodilla. Suelto. Va del