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  2. El rey
  3. Capítulo 75
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exigirle que diera media vuelta y regresara.

Pero en lugar de eso Assail se obligó a entrar en la casa.

En la cocina, sus primos se estaban sirviendo unas sobras que habían sido cocinadas especialmente para ellos y que la abuela les había dejado envueltas en papel de aluminio dentro de la nevera. A juzgar por su estado de ánimo, parecía que alguien se hubiera muerto.

—¿Dónde están los móviles? —preguntó Assail.

—En la oficina. —Ehric frunció el ceño al quitar el Post-it que reposaba sobre el paquete—. Calentar a 190 grados.

Su hermano se acercó a la pared donde estaban los hornos y comenzó a oprimir botones.

—¿Horno de convección?

—No dice.

—Maldición.

Bajo cualquier otra circunstancia, Assail jamás habría creído que Evale gastaría las pocas palabras que le gustaba pronunciar en un tema relacionado con la cocina. Pero Marisol y su abuela lo habían cambiado todo…, a pesar del poco tiempo que habían estado ahí.

Assail dejó a sus primos en paz y no se sorprendió de que no le ofrecieran que comiera con ellos. Después de siglos de llevar una vida errante, tenía el presentimiento de que se iban a convertir en acaparadores de comida.

En la oficina, se sentó tras el escritorio y miró los dos teléfonos idénticos que tenía delante. Naturalmente, su mente recordó cómo los había conseguido y vio a Eduardo en el suelo y luego a Ricardo atado a aquella pared de tortura.

Assail les ordenó entonces a sus manos que los cogieran y…

Pero sus brazos se negaron a obedecer y, de hecho, su cuerpo cayó contra la silla como si se hubiese desplomado. Mientras miraba al vacío, Assail se dio cuenta de que su motivación en la vida había desaparecido.

Entonces abrió el cajón central del escritorio, sacó uno de sus frascos y esnifó un poco de coca primero por una fosa y después por la otra.

Por lo menos el golpe de la droga le permitió sentarse derecho y, un momento después, cogió los teléfonos… y los conectó a su ordenador.

Su concentración era artificial y tenía que obligarse a prestar atención, pero él sabía que tendría que acostumbrarse a eso.

Su negro corazón lo había abandonado.

E iba rumbo a Miami.

48

Si corrías con la suficiente fuerza y durante el tiempo suficiente, era posible hacer que tu cuerpo se sintiera como si hubieses participado en una pelea a puñetazos durante toda la noche.

Mientras seguía aplastando sus Nike contra la cinta de correr, Wrath pensaba en su última sesión de entrenamiento con Payne.

Lo cierto es que le había mentido. Cuando finalmente había asumido el trono en serio, los Hermanos y Beth lo habían obligado a enfrentarse a una serie de «directrices» destinadas a sacarlo de su viejo perfil de vivir arriesgando la vida físicamente. No había sido una conversación muy amable y él había roto las reglas al menos en una ocasión que todo el mundo conocía y en otras cuantas en las que no lo habían pillado. Y después de que lo encontraran peleando en el centro, había aceptado de nuevo dejar las dagas solo para el trabajo ceremonial… y, desde entonces, el olor de la decepción de su shellan había sido suficiente para mantenerlo a raya.

Bueno, eso y el hecho de que había perdido totalmente lo que le quedaba de vista.

Sus Hermanos no estaban equivocados. Por encima de todas las cosas, el rey necesitaba estar vivo; matar a asesinos en el fondo de un callejón de Caldwell no podía seguir siendo su principal mandato.

Y tampoco entrenar con los Hermanos.

Ninguno de ellos quería arriesgarse a hacerle daño.

Solo que luego se había presentado Payne, y aunque al principio Wrath pensó que se trataba de un macho, cuando se reveló su verdadera identidad, le habían dado permiso…, precisamente porque se trataba de una hembra.

Wrath pensó entonces en la forma en que ella se había colado en el vestuario y le había puesto un cuchillo contra la garganta.

Suponía que ahora… podría combatir con quien quisiera. Y que le debía una disculpa a Payne.

Wrath bajó la mano para subir la velocidad de la cinta. Esta máquina había sido equipada con ganchos en la consola y un cinturón acolchado que habían mandado hacer especialmente para él. Con resortes que unían los dos ganchos, Wrath podía soltarse y aun así seguir en la máquina, pues las sutiles presiones que sentía en la cintura le informaban de dónde se encontraba en relación con la superficie de la cinta.

Lo cual resultaba muy práctico para una noche como hoy. Ah, espera…, pero si ya era de día.

Mientras adoptaba un ritmo más acelerado, Wrath descubrió que, como siempre, su cabeza tenía la facultad de flotar por encima del ejercicio físico, como si el hecho de que el cuerpo estuviera trabajando le diera rienda suelta a su imaginación. Desgraciadamente, al igual que un helicóptero defectuoso, su cabeza insistía en estrellarse siempre contra las mismas paredes de roca: sus padres, su shellan, la posibilidad de que hubiese un bebé en el futuro, todos los años vacíos que tenía por delante.

Si tan solo conservara aún la vista… Al menos así podría salir a pelear contra el enemigo. Pero ahora estaba atrapado, por su ceguera, por Beth y por la posibilidad de que ella se hubiera quedado embarazada.

Desde luego, si Wrath no la tuviera a su lado, ya habría puesto en peligro su vida en un combate y probablemente habría muerto de manera honorable en el campo de batalla. Aunque, joder, sin ella, probablemente tampoco se habría molestado en hacer nada para ascender al trono, para empezar.

Wrath sabía que nunca debería haber intentado ponerse esa maldita corona en la cabeza.

Después de todo lo que había hecho su padre en un tiempo tan trágicamente corto, él debería haberle hecho caso a sus instintos y alejarse. La raza había estado bien sin timón durante un par de siglos y es probable que eso hubiera seguido siendo así.

Wrath pensó en Ichan. Tal vez el desgraciado terminara por descubrir que las poblaciones modernas no necesitaban reyes que las gobernaran.

O, más aún, tal vez Xcor y los Bastardos terminarían por aprender esa lección.

En todo caso…

Cuando Wrath trató de subir de nuevo la velocidad, descubrió que ya había llegado al tope de la máquina. Así que soltó una maldición y volvió a adoptar el ritmo anterior, mientras pensaba en su padre, sentado tras el mismo escritorio que él ya no podría ver ni usar, rodeado de pergaminos y tinteros, plumas y volúmenes forrados en cuero.

Solo podía imaginarse al macho detrás de todo aquello, con una media sonrisa de alegría, mientras derretía la cera él mismo y presionaba el sello real contra esta…

—¡Wrath!

—¿Qué…? —En ese momento se oyó un chirrido de goma, al tiempo que Wrath quitaba la llave de seguridad y saltaba para apoyarse en los rieles laterales—. ¿Beth?

—Wrath, ay, por Dios…

—¿Estás bien?

—Wrath, tengo la solución…

Wrath apenas podía respirar.

—¿Sobre… qué?

—¡Ya sé lo que tenemos que hacer!

Wrath frunció el ceño, mientras resoplaba y apoyaba los brazos en los rieles, por si acaso sus piernas de gelatina cedían y lo hacían desplomarse. Pero, a pesar de la hipoxia, el olor de su hembra presentaba un matiz tan claro de propósito y convicción que sus tonos naturales se acentuaban y lograban llegar hasta él con claridad.

Wrath agarró la toalla que había dejado sobre la consola y se secó la cara.

—Beth, por amor de Dios. ¿Tendrías la bondad de dejar de…?

—Divórciate de mí.

A pesar del sofoco inducido por el ejercicio, Wrath dejó de respirar.

—¿Perdón? —dijo con voz ronca—. Lo siento, pero no he oído lo que has dicho.

—Disolvamos nuestra unión. A partir de ayer, cuando todavía eras el rey.

Wrath empezó a negar con la cabeza mientras sentía cómo se acumulaban en ella toda clase de pensamientos.

—No quiero oírte decir que…

—Si te deshaces de mí, desaparecerán las justificaciones que han utilizado. Y sin argumentos, no puede haber destitución. Así recuperas el trono y…

—¿Acaso te has vuelto loca? —gritó Wrath—. ¿De qué diablos estás hablando?

Hubo una pequeña pausa. Como si a Beth le sorprendiera que él no estuviera de acuerdo con su brillante idea.

—Wrath, en serio. Esa es la manera de recuperar el trono.

Mientras el macho enamorado que llevaba dentro empezaba a gritar a todo pulmón, Wrath sentía que estaba a punto de explotar…, pero ya había destrozado un salón del complejo y sus Hermanos lo matarían si acababa con su sala de musculación.

A pesar de que trató de mantener una voz neutral, y fracasó estruendosamente, Wrath dijo:

—¡Ni de coña!

—Pero ¡si solo es un pedazo de papel! —le gritó ella a su vez—. ¿Qué demonios importa?

—¡Tú eres mi shellan!

—Es como con las zanahorias.

Yyyyyyyyy, eso lo hizo frenar en seco. Wrath sacudió la cabeza como para aclarar sus ideas y dijo:

—¿Perdón?

Era un poco difícil pasar de hablar del fin de su relación a hacerlo de hortalizas.

—Mira, tú y yo estamos juntos porque nos amamos. Un pedazo de papel que diga una cosa o la otra no va a cambiarnos…

—No, de ninguna manera. No voy a darles a esos cabrones la satisfacción de renunciar a ti…

—Escúchame. —Beth le agarró el brazo y se lo apretó—. Quiero que te calmes y me escuches.

Era la cosa más extraña. A pesar de lo alterado que estaba, cuando ella le daba una orden directa como esa, Wrath obedecía como un soldado raso.

—Fija la disolución del matrimonio, o apareamiento, o lo que sea, en una fecha anterior a esta. No les des ninguna explicación, no quieres que parezca una reacción a sus actos. Luego podrás decidir si deseas seguir siendo rey o no. Pero de esa manera ya no será culpa mía. Ahora mismo, te guste o no, yo soy la razón por la cual estás perdiendo el trono y no puedo seguir el resto de nuestra vida sintiéndome responsable por algo así. La culpa me mataría.

—Pero sacrificarte tampoco es el camino…

—No me estaría sacrificando en lo más mínimo. A mí no me importa en absoluto el tema de ser reina. Me importa estar a tu lado… y no hay corona o edicto o lo que sea que vaya a cambiar eso.

—Pero en este momento podrías estar llevando a nuestro hijo en el vientre. ¿Estás diciendo que quieres traer al mundo a ese bebé siendo un bastardo?

—No lo sería para mí. Y tampoco para ti.

—Pero para los demás…

—Como ¿quién? ¿Me estás diciendo que Vishous miraría con desprecio a nuestro hijo? ¿O Thor? ¿O Rhage? ¿O cualquiera de los Hermanos… o sus shellans? ¿Y qué hay de Qhuinn y Blay? Qhuinn no está casado con Layla. ¿Significa eso que vas a despreciar a su hijo?

—Los miembros de esta casa no son «los demás» de los que estoy hablando.

—Entonces, ¿a quién te refieres? Nunca vemos a la glymera, gracias a Dios, y no creo que alguna vez me haya cruzado con lo que vosotros llamáis la gente común. Bueno, a excepción de Ehlena y Xhex, supongo. Quiero decir que los ciudadanos de la raza…, ellos nunca vienen aquí, ¿y acaso eso va a cambiar? No lo creo. —Beth volvió a apretarle el brazo—. Además, te preocupaba el hecho de poner a nuestro hijo en el trono. Pues esto también se encarga de ese problema.

Wrath se soltó y quería caminar, pero no conocía suficientemente bien la distribución del salón de pesas y no quería terminar en el suelo.

Así que se conformó con secarse la cara de nuevo.

—Mi deseo de conservar el trono no es tan grande como para divorciarme de ti. Sencillamente no lo es. Es el principio, Beth.

—Bueno, si eso te hace sentir mejor, seré yo la que me divorcie de ti.

Wrath parpadeó

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