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  2. El rey
  3. Capítulo 74
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de acelerar el paso. Luego corrió con la gravedad a su favor, preocupado solamente por la posibilidad de que alguien viniera subiendo la montaña y lo iluminara con los faros del coche.

Por fortuna eso no sucedió y finalmente llegó al final de la pendiente logrando salir de aquel paisaje brumoso y confuso.

La sensación de pavor que había experimentado al principio, después de entrar en aquella parte, volvió a golpearlo. ¿Qué pasaría si Layla no hubiera logrado llegar a tiempo? ¿Qué pasaría si alguien la hubiera encontrado e interrogado? ¿Qué pasaría si…?

Xcor había revisado su móvil varias veces, pero sin resultado alguno, y luego se vio forzado a cerrar los ojos, concentrarse y rogar que tuviera la energía suficiente para desmaterializarse.

Lo único que había hecho posible que sus moléculas se dispersaran por el aire era que no podía morirse sin saber qué había pasado con ella.

Xcor volvió a sacar su móvil, con la esperanza de que ella hubiese llamado y él no hubiera oído el timbre mientras escapaba por la montaña. Pero… no.

Mientras caminaba hacia la puerta de la casa de estilo colonial, el resplandor en el cielo hizo que le picara la piel y luego se le humedecieran los ojos…, lo que terminó cuando entró en la casa.

Para encontrar una escena de absoluta depravación.

Lo único que faltaba era la presencia de hembras. Pero, por el resto, el aire olía a ron y ginebra, y se oían risotadas groseras que se combinaban con la clase de violencia masculina que suele brotar después de una victoria.

—¡Habéis regresado! —gritó Zypher—. ¡Ha regresado!

Los gritos habrían despertado a los vecinos si los hubiera habido, pero lo cierto era que llenaban la casa.

—Y tenemos noticias —dijo Throe con satisfacción mezclada ligeramente con borrachera—. La ceremonia de investidura será a medianoche. En la biblioteca de Ichan. Y hemos sido invitados, desde luego.

Xcor tuvo la tentación de decirles que fueran ellos en su lugar, pero guardó silencio, asintió con la cabeza y desapareció escaleras arriba.

Por fortuna, sus soldados estaban acostumbrados a que él se retirara en soledad y lo dejaron marcharse.

Al cerrar la puerta de su habitación, el ruido de abajo se rebajó un poco, aunque no desapareció del todo; sin embargo, Xcor estaba acostumbrado a hacer caso omiso de aquel grupo de machos.

Xcor se sentó en la cama, que era un revuelto de sábanas y mantas enredadas, se quitó las armas y sacó su móvil. Acunándolo entre las manos, se quedó mirando la pantalla.

No tenía forma de llamarla: ella siempre usaba un número oculto.

Acostado, mirando al techo, Xcor experimentó un vacío que le resultó una revelación.

La idea de que ella pudiera estar muerta y él no lo supiera lo golpeó tan profundamente que sintió como si su personalidad se partiera en dos.

Para no volver a unirse nunca.

47

¿Dónde estaba él?

Mientras Sola merodeaba por la cocina de Assail, hurgando entre las pocas cosas que había bajado para empaquetar, no dejaba de mirar por encima del hombro con la esperanza de verlo llegar para tratar de persuadirla de que se quedara.

Pero eso era algo que ya había hecho, ¿o no?

En la ducha.

Joder, por una vez, el recuerdo de haber estado con él no la excitó sino que la hizo llorar.

—No entiendo por qué tenemos que salir tan temprano —dijo su abuela al subir desde el sótano—. Ni siquiera ha amanecido.

Su abuela estaba vestida con la versión en amarillo de su ropa de casa, pero preparada para el viaje, con sus mejores zapatos y el bolso a juego colgando de su muñeca gracias a la correa de cuero falso. Tras ella, los guardias gemelos de Assail llevaban cada uno una maleta, y no parecían muy contentos. Aunque, vamos, con esa cara seguramente nunca lo parecieran.

—Es un viaje de veintitrés horas, vovó. Necesitamos salir temprano.

—¿No vamos a hacer paradas?

—No. —Sola no quería arriesgarse en compañía de su abuela—. Puedes conducir un rato a mediodía. A ti te encanta conducir.

Su abuela dejó escapar un sonido que cualquier otra persona habría reemplazado con un juramento.

—Deberíamos quedarnos aquí. Se está bien aquí. Me gusta la cocina.

Pero no era la cocina lo que había captado el interés de su abuela. Joder, su abuela podía cocinar en una estufa Coleman sin ningún problema…, y lo había hecho.

Pero él no es católico, quería decirle Sola. De hecho, es un narcotraficante ateo. Y pronto se convertirá en el proveedor de…

¿Y si estuviera embarazada?, se preguntó Sola. Porque hacía dos días que no se tomaba la píldora. ¿No sería…?

Una mierda, como dicen.

Sola hizo un esfuerzo para volver a la realidad y cerró la maleta de ruedas.

—¿Y bien? —dijo su abuela—. ¿Nos vamos? ¿O no?

Como si supiera con exactitud qué era lo que Sola estaba esperando.

O a quién.

A Sola no le quedaba suficiente orgullo para tratar de disimular, mientras volvía a mirar a su alrededor y escrutaba la puerta que venía del comedor, el arco que separaba las escaleras de la oficina, el pequeño salón que había al subir del sótano. No había nadie allí. Y tampoco se oían pasos acelerados, ni pisadas en la planta superior que indicaran que había alguien poniéndose rápidamente una camisa para bajar a la planta inferior.

Aparte de aquel rato en la ducha, ¿cómo era posible que Assail no quisiera despedirse…?

En ese momento su abuela respiró profundamente y el crucifijo de oro que siempre llevaba al cuello captó la luz del techo.

—Nos vamos —se oyó decir Sola.

Y con esas palabras, cogió su maleta y se dirigió a la puerta trasera. Fuera, un Ford corriente y moliente estaba aparcado cerca de la casa, con un contrato de alquiler a nombre de la otra identidad de Sola.

Aquella que nadie sabía que tenía. Y en la guantera había otro conjunto de documentos y tarjetas de identificación para su abuela.

Sola quitó los seguros con el mando a distancia y abrió el maletero. Entre tanto, los hombres de Assail trataban a su abuela como con pinzas, ayudándola a bajar las escaleras y llevándole el equipaje y el abrigo, el cual, desde luego, se había negado a ponerse para expresar su protesta.

Cuando instalaron a la mujer en el asiento del pasajero y su maleta en la parte trasera, Sola escrutó la parte posterior de la casa. Al igual que antes, esperaba verlo, tal vez corriendo a través del salón para alcanzarla antes de que se marchara. Tal vez subiendo del sótano y atravesando el garaje a toda velocidad para salir. Tal vez patinando en una esquina al bajar de las escaleras…

En ese momento sucedió algo extraño. Todas las ventanas de la casa se estremecieron de repente y los paneles de cristal que se extendían entre las repisas de las ventanas y las puertas correderas se sacudieron levemente.

¿Qué era…?

Contraventanas, pensó Sola. Había contraventanas que cubrían las ventanas y cuyo sutil movimiento era algo que podías pasar por alto con mucha facilidad…, a menos que estuvieras mirando justo en el instante en que sucedía. ¿Y después? Era como si nada hubiese cambiado. Todos los muebles seguían a la vista, las luces encendidas, todo normal, normal, normal.

Otro de sus trucos de seguridad, pensó Sola.

Después de tomarse un tiempo para abrir la puerta, Sola metió un pie en el coche y se giró para mirar hacia atrás. Los dos guardaespaldas habían retrocedido y tenían los brazos cruzados sobre el pecho.

Le habría gustado decirles…, pero no, ellos no parecían interesados en llevarle un mensaje a Assail.

De hecho, parecían absolutamente contrariados ahora que habían dejado a su abuela en el coche.

Sola esperó un momento más, con los ojos fijos en la puerta. A través de la apertura, vio los zapatos y los abrigos que colgaban en aquel salón trasero. Parecían tan comunes y corrientes…, bueno, comunes para una persona rica. Porque aquella casa no se parecía en nada a una casa americana media, y no solo porque probablemente costara cinco millones. O diez.

Sola dio media vuelta, se sentó tras el volante, cerró la puerta y respiró profundamente para aspirar el olor a limón del ambientador. Debajo del cual sintió un ligero tufo a humo de cigarrillo.

—No sé por qué tenemos que irnos.

—Lo sé, vovó. Lo sé.

El motor se encendió, Sola puso la marcha atrás, dio la vuelta y le lanzó un último vistazo a aquella puerta abierta.

Después, ya no hubo más excusas para seguir retrasándose.

Puso el pie sobre el acelerador y parpadeó con fuerza al ver que los faros del coche iluminaban el sendero de entrada y luego la carretera de un solo carril que las llevaría lejos de la península.

Assail no iba a salir a perseguirla.

—Estás cometiendo un error —dijo su abuela con un resoplido—. Un gran error.

No conoces toda la historia, pensó Sola, mientras se detenía frente a una señal y ponía el intermitente.

Lo que Sola no sabía, sin embargo… era que ella tampoco conocía toda la historia.

‡ ‡ ‡

Assail las vio partir desde un círculo de árboles que estaba detrás de la casa.

A través de las ventanas de la cocina, vio a Sola parada junto a la mesa, escarbando dentro de una maleta, como si estuviera buscando algo que estaba dejando atrás.

Aquí fuera, mi amor, pensó él. Lo que has perdido está aquí fuera.

Y luego apareció su abuela con los primos, y quedó claro que la hembra no estaba de acuerdo con que se fueran.

Un detalle más para adorarla.

También era obvio que sus primos estaban en contra de ello. Porque, claro, nunca habían comido tan bien y respetaban a cualquiera que fuera capaz de hacerles frente.

No había ningún problema con la grandmahmen de Marisol.

Mientras Assail veía cómo su hembra buscaba algo, como si estuviera esperando a que él se presentara, sintió una pequeña satisfacción en medio de su tristeza. Pero el imperativo superior era convencer a su bestia interna de que la dejara elegir el camino que quería seguir.

Assail no podía oponerse al sentido de autoprotección, así como tampoco podía comprometerse a acabar con su negocio. Había trabajado durante mucho tiempo y muy duro para conformarse con un estilo de vida de noches sedentarias…, aunque las pasara con Sola. Además, le preocupaba que las cosas con la familia Benloise todavía no hubiesen llegado a su fin. Solo el tiempo diría si había otro hermano por ahí, o tal vez un primo codicioso y con sed de venganza por lo que le había sucedido a su familia.

Sola estaría más segura sin él.

Cuando Marisol puso el equipaje en el maletero del coche, su abuela se acomodó en la parte delantera del vehículo. Y ahí hubo otra pausa. En efecto, mientras ella miraba a su alrededor, Assail sintió como si lo hubiese visto, pero no. Sus ojos pasaron sobre él, sin identificarlo en su escondite.

Una vez dentro del coche, cerró la puerta, encendió el motor y giró.

Luego, lo único que quedó fueron las luces traseras que desaparecían por el camino.

Los primos se quedaron allí solo un momento más. A diferencia de su hembra, ellos sí sabían con precisión dónde se encontraba él, pero no se acercaron. Se retiraron a la casa y dejaron la puerta abierta para que él entrara cuando ya no pudiera soportar más el sol.

El corazón le aullaba en el pecho cuando por fin salió de su escondite.

Mientras caminaba a través de la nieve, sentía el cuerpo tan flojo que se preguntó si se iría a desplomar allí. Y la cabeza le daba vueltas y vueltas, al igual que los intestinos. Lo único que se mantenía firme eran sus instintos masculinos, que lo impulsaban a salir al camino a buscarla, cruzarse delante del coche y

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