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  2. El rey
  3. Capítulo 73
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de pasar otro minuto con el caos que se agitaba en su mente era sencillamente horrible.

La primera parada fue la habitación de Layla, pero la Elegida no estaba. Lo cual probablemente fuera bueno, pues Beth suponía que lo único que habría hecho sería importunar a la pobre hembra con preguntas acerca de los primeros síntomas del embarazo, lo que era una locura por dos cosas: en primer lugar, porque si se había producido la concepción, esta no debía tener más de, ¿qué?, ¿veinticuatro horas a lo sumo? Y en segundo lugar, porque Layla había tenido aquella horrible amenaza de aborto.

Por lo que este no era exactamente un buen tema de conversación si Beth no quería volverse loca.

Mientras caminaba por el pasillo de las estatuas, Beth pensó… en la cocina. Sí, la cocina podía ser una buena parada a continuación, ya que no quería molestar a Wrath en la sala de pesas del centro de entrenamiento.

Era evidente que él necesitaba un poco de espacio en este momento.

Al bajar las escaleras, Beth sintió que era imposible no procesar su realidad en paralelo. La primera capa era la que tenía frente a sus ojos: Wrath y la destitución, el triste silencio de la casa, el estrés por el futuro de la raza. El segundo nivel era totalmente interno y físico: un tirón en la pelvis —¿sería la implantación… o la llegada de su periodo…, lo cual significaría que no había quedado embarazada?—; un dolor en los senos —¿síntoma de la concepción… o el resultado de tanto sexo con Wrath?—; oleadas de calor —¿producto del desequilibrio hormonal… o del camisón de franela?—.

Lo único que evitaba que Beth se sumergiera por completo en las minucias de su cuerpo era la gravedad de la situación en que los habían puesto los actos del Consejo. Y, mientras tanto, en el fondo de su corazón, Beth no sabía si desear estar embarazada… o no.

En realidad, eso era mentira.

Con la mano puesta en la parte inferior de su vientre, Beth se sorprendió rezando para que la cosa no hubiese funcionado. Lo único peor que el hecho de que Wrath hubiese perdido el trono… sería descubrir que iba a ser padre justo en este momento.

Si ya estaba sintiendo que había perdido el legado de sus padres, aquello sería como lanzarle una roca encima. Indudablemente sentiría que también estaba defraudando a su hijo.

En el vestíbulo, Beth cruzó hacia el comedor y luego entró en la cocina. Dios, estaba vacía; el lugar siempre solía encontrarse lleno de actividad incluso durante las pausas entre las comidas. Pero el hecho de entrar justo cuando las persianas metálicas se estaban cerrando, y ver que no había nada sobre el fogón, ni en el horno ni en las encimeras la asustó.

Maldición…, ¿qué iba a pasar ahora?

¿Se separaría la Hermandad? ¿A dónde irían ella y Wrath? Técnicamente, no deberían quedarse durante más tiempo en aquellas suntuosas recámaras de la tercera planta, considerando que ya no eran la Primera Familia.

De hecho…, sería todo un alivio salir de allí.

Aunque la causa de la mudanza fuera un horror.

Al abrir la nevera Sub-Zero, Beth vio… un montón de cosas que no quería comer. Pero debería tener hambre, ¿no? Solo había ingerido lo que Fritz le había llevado hacía ¿cuántas horas? Y ciertamente no se había alimentado nada durante el periodo de fertilidad.

Necesitaba ir al baño.

Después de desaparecer en el baño de la cocina, Beth se encargó del asunto, se lavó las manos y le echó otro vistazo a la nevera.

Alguien acababa de poner un gran recipiente con algo en el nivel inferior. Un rápido vistazo bajo la tapa y Beth descubrió… cacciatore. Normalmente era un entrante que valía la pena probar, en especial porque el cocinero debía de haber sido iAm. Sin embargo, el olorcillo que llegó hasta su nariz le hizo rechazarlo de inmediato. Lo mismo le pasó con los restos de jamón. Y con un plato de linguini con boloñesa que encontró guardado en un Tupperware. Y con la sopa de tomate…

Enseguida lo intentó con el congelador y sacó una bolsa de Eggos…, pero la devolvió de inmediato.

El helado no le atraía lo más mínimo. El solo hecho de pensar en toda esa crema le daba ganas de vomitar…

Beth vaciló mientras le echaba un vistazo a su cuerpo.

—¿Hay alguien ahí? —le dijo a su pelvis.

Muy bien, ya era oficial. Se había vuelto totalmente loca.

Después de recorrer la despensa, una excursión que resultó parecida a tratar de hallar algo comestible en la lavandería, Beth regresó a la nevera y se obligó a sacar un frasco de pepinillos.

—Son pepinillos, por favor —murmuró—. Pepinillos, eso es un cliché.

Solo que cuando le dio vuelta a la tapa y miró aquellas rodajas de pepinillos que bailaban en su pequeña piscina de vinagre, Beth puso una mueca de asco y tuvo que cerrar el frasco.

Como último recurso miró el cajón de las hortalizas…

—Sí —dijo al tiempo que estiraba la mano para coger algo—. Ay, sí, sí, sí…

Cuando llevó el manojo de zanahorias orgánicas hasta el cajón de los cuchillos, Beth no podía creer que estuviera a punto de ingerir todo ese betacaroteno.

Ella odiaba las zanahorias. Bueno, no del todo… Si las encontraba en la ensalada, se las comía. Pero nunca en su vida se le había ocurrido sacar una zanahoria de la nevera.

De pie junto al fregadero, Beth arrancó la primera, sacó el pelador y dejó una pequeña montaña de peladuras de zanahoria en el fondo del fregadero de acero inoxidable. La lavó rápidamente, la cortó por la mitad, luego la cortó dos veces más a lo largo y, voilà, crudités.

Después se la comió feliz.

Era algo tan fresco que crujía cada vez que ella le daba un mordisco, y tan dulce, con ese sabor a tierra que era mejor que el chocolate.

Una más, pensó cuando terminó el último cuarto. Solo que al llegar al final de la número dos, pensó… ¿y si tomo otra?

Mientras avanzaba con la tercera, Beth se acordó de la proclama del Consejo. Tratar de hacer algo se había convertido para ella en una obsesión. Aunque no tenía la culpa de la identidad racial de su madre, Beth se sentía responsable por haberle traído ese problema a Wrath.

Si solo pudiera encontrar una salida…

Por el lado del Consejo, evidentemente las cosas se estaban moviendo. Ya habían programado una ceremonia donde ese tal Ichan prestaría juramento… y Rehv se había enterado porque el imbécil del secretario del Consejo se había olvidado de eliminarlo de la lista de correos electrónicos.

Eso tendría lugar a medianoche.

Beth miró hacia donde estaban los hornos. El reloj digital azul decía que eran las cuatro y cincuenta y cuatro. Así que tenían diecinueve horas.

¿Qué se podía hacer en diecinueve horas?

Cuando se volvió a concentrar en sus zanahorias, Beth…

Oyó que el sistema de seguridad anunciaba que se acababa de abrir y cerrar una puerta exterior y se sorprendió. Frunciendo el ceño, Beth salió de la despensa por una de las puertas batientes que usaban los criados…

Layla estaba saliendo de la biblioteca y parecía como si viniera de un accidente de tráfico: tenía el pelo todo desarreglado, la cara blanca como un papel y las manos en las mejillas.

—Layla —la llamó Beth—. ¿Estás bien?

La Elegida se sobresaltó tanto que tuvo que apoyarse en los dos brazos para no caerse.

—¡Ay! Ah…, sí. Sí, estoy bien. Estoy bien, gracias, sí. —La hembra frunció el ceño de inmediato—. ¿Y tú? ¿Estás…?

Considerando lo que estaba sucediendo, había muchas maneras de terminar esa frase cuando eras una hembra: ¿Estás… a punto de suicidarte? ¿Estás… tomando un descanso entre las sesiones de llanto? ¿Estás… embarazada?

—Ah, sip, estoy bien. Sí, bien.

Era tan fácil jugar a las apariencias.

—Bueno, ahora voy a subir. Me voy a la cama. Voy a darme una ducha y después a la cama. —Cuando Layla empezó a quitarse la parka, su sonrisa parecía tan auténtica como la de Courtney Stodden—. Te veo en…, bueno, más tarde. Te veo más tarde. Chao.

La Elegida subió las escaleras como si la estuvieran persiguiendo, aunque no hubiera nadie detrás de ella.

Cuando Beth regresó a la cocina, se sintió mal por no averiguar un poco más de lo que obviamente le ocurría a la Elegida, pero la triste realidad es que ella ya tenía suficiente con sus problemas…, no le quedaba espacio para preocuparse por los dramas de los demás.

De regreso al fregadero, peló otra zanahoria. La cortó por la mitad y la giró para…

La solución se le ocurrió con tal claridad que casi se corta un dedo.

Beth bajó el cuchillo y levantó las dos mitades… y las puso juntas, buscando la manera de que encajaran perfectamente.

Luego las separó deliberadamente. Y volvió a unirlas. Y las separó.

En las dos encarnaciones… las mitades seguían siendo la misma zanahoria.

Así que arrojó los trozos de zanahoria sobre la encimera y salió corriendo de la cocina.

‡ ‡ ‡

Lo que los salvó fue un grueso seto redondeado.

Cuando Xcor se materializó frente al jardín de su vivienda en un barrio residencial de la ciudad, tuvo que tomarse un momento para recuperar el control…, aunque el sol ya empezaba a salir por el oriente.

Hablando de prisas…, casi no logra que Layla regresara a tiempo. E incluso en ese momento no estaba seguro de haber tenido éxito.

Pero había hecho cuanto había podido.

Después de que se hiciera evidente que Layla estaba tan desorientada como él en medio de la neblina, Xcor decidió tomarla de la mano y empezó a subir la montaña con ella. No confirmó con Layla si efectivamente el refugio secreto de la Hermandad se encontraba en la cima, pues pensó que seguramente habían empleado el mismo principio con el que habían construido su hogar en el Viejo Continente.

Cuando más alto se encontraran, mejores serían las posibilidades de defenderse.

Caminando tan rápido como podía con ella de la mano, Xcor terminó encontrándose contra un muro de más de tres metros de alto y cubierto de estuco…, buena señal de que se encontraban cerca del hogar de la Elegida. El problema era que ella estaba demasiado agitada para desmaterializarse hasta el otro lado.

Enfrentado a decidir si giraba a mano derecha o izquierda, Xcor era muy consciente de que su seguridad dependía de aquella decisión.

En muchos sentidos.

Había pensado que incluso aunque lograra construir un refugio apropiado para ellos, algo capaz de protegerlos de la luz del sol durante el día, la ausencia de Layla no tardaría en hacerse evidente y eso le traería preguntas al día siguiente cuando regresara. ¿Cómo iba a responder algo que no complicara su vida de forma irreparable? No lo sabía.

Xcor eligió girar hacia la derecha, basándose en la teoría de que quería hacer lo correcto.

Cuando encontraron un arbusto bien podado y cuidado…, y luego otros semejantes a ese, Xcor tuvo la certeza de que estaban en el camino hacia la casa. Sin embargo, no la acompañó hasta el final. Siguió hasta encontrar la primera jardinera y luego la soltó y le dijo que se apresurara…

A él también se le estaba agotando el tiempo.

Xcor se quedó observándola solo un segundo antes de que ella se perdiera entre la neblina y dejaran de oírse sus pisadas.

Era como si ella hubiese desaparecido para siempre.

Y a pesar de que una parte de él había tenido la tentación de quedarse allí y dejar que el sol lo quemara, al final se obligó a marcharse, calculando el camino de descenso hasta que se tropezó, casi literalmente, con una carretera.

Aunque solo podía ver un metro más allá, la superficie nivelada le brindó la posibilidad

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