en voz baja, como si le estuviera hablando a un retrasado mental:
—Si tienen un descendiente, el heredero al trono será un cuarto humano.
—Nadie tiene una sangre totalmente pura —murmuró Abalone.
—¿Qué le vamos a hacer? Sin embargo, estaréis de acuerdo en que hay una tremenda diferencia entre tener parientes humanos lejanos… y un rey que lleva en su sangre una cuota significativa de esa horrible raza. Pero aun si eso no os ofende, y estoy seguro de que no es así, las Leyes Antiguas establecen un mandato. El rey debe ser un macho de sangre pura, y Wrath, hijo de Wrath, no puede ofrecernos un heredero.
—Suponiendo que eso sea cierto…
—Lo es.
—¿Qué esperáis de mí?
—Solo quiero que seáis consciente de la situación. No soy más que un ciudadano preocupado.
Entonces, ¿para qué venir con refuerzos armados?
—Bueno, os agradezco que me hayáis informado…
—El Consejo va a tener que tomar medidas.
—¿En qué sentido?
—Pronto habrá una votación.
—¿Para rechazar a un heredero?
—Para derrocar al rey. Su autoridad es tal que puede cambiar las leyes en cualquier momento, anular esa cláusula y debilitar aún más la raza. El rey debe ser depuesto de manera legítima lo más pronto posible. —El aristócrata miró de reojo hacia donde estaba el retrato de la hija de Abalone—. Confío en que durante la sesión especial del Consejo, vuestro linaje esté bien representado por vuestro sello y vuestro escudo.
Abalone miró al guerrero que seguía recostado contra la pared. El macho apenas parecía respirar, pero estaba lejos de estar dormido.
¿Cuándo tiempo pasaría antes de que la ruina cayera sobre su familia si él no comprometía su voto? ¿Y qué forma tomaría esa desgracia?
Abalone pensó en su hija, llorando la muerte de su padre y quedando en el abandono durante el resto de la vida. Y en él mismo siendo torturado y luego asesinado de una manera espantosa.
Querida Virgen Escribana, los ojos entrecerrados de aquel guerrero estaban fijos en él como si fuera un objetivo.
—¡Larga vida a un rey apropiado! —dijo Ichan—. Sería mejor así.
Y con esas palabras, el emperifollado «ciudadano preocupado» se despidió y salió del salón con el abogado.
Abalone sintió que el corazón se le salía del pecho cuando se quedó solo con el guerrero… y después de un momento de tenso silencio, el macho salió de su parálisis y se acercó al recipiente lleno de manzanas.
Con una voz baja de fuerte acento, dijo:
—Supongo que puedo tomar una, ¿verdad?
Abalone abrió la boca, pero lo único que pudo emitir fue un graznido.
—¿Es eso un sí? —se oyó que murmuraba el guerrero.
—En efecto. Sí.
El guerrero se llevó la mano al arnés del pecho y sacó una daga cuya hoja plateada parecía tan larga como el brazo de un macho adulto. Con un movimiento rápido, lanzó la daga al aire, donde brilló con la luz, y con la misma seguridad la atrapó de nuevo por la empuñadura y la clavó en una de las manzanas.
Todo esto sin quitarle los ojos de encima a Abalone.
Después de sacar su manzana del recipiente, sus ojos se dirigieron al dibujo.
—Es muy hermosa. Por ahora.
Abalone se interpuso entre los ojos del guerrero y el cuadro, listo para sacrificarse si era necesario. No quería que aquel macho mirara siquiera la pintura, mucho menos que la comentara… o hiciera algo mucho peor.
—Hasta pronto, entonces —dijo el guerrero y salió con la manzana en alto, incrustada en la daga.
Cuando Abalone oyó que la puerta principal se cerraba, no pudo evitar desplomarse sobre el sofá de seda mientras el corazón se le salía del pecho. Aunque las manos le temblaban, logró sacar un cigarrillo de la caja de cristal y encenderlo con un pesado mechero también de cristal.
Después de inhalar profundamente, se quedó mirando el dibujo de su hija y sintió verdadero terror por primera vez en su vida.
—Querida Virgen Escribana…
Había indicios de agitación desde hacía un año: corrían rumores acerca de que el rey estaba perdiendo el favor de cierta parte de la aristocracia; que había habido un intento de asesinato; que se había formado una camarilla que estaba preparada para tomar medidas. Y, claro, había habido una reunión del Consejo a la que había asistido Wrath con toda la Hermandad y en la que les había planteado una amenaza frontal.
Había sido la primera vez que veían al rey desde…, bueno, desde antes de que Abalone pudiera recordar. De hecho, no podía recordar que alguien hubiese tenido alguna audiencia con el soberano. Siempre había proclamas, desde luego, y edictos que habían impulsado unas medidas progresistas que, en opinión de Abalone, se necesitaban desde hacía tiempo.
Pero otros no estaban de acuerdo con él.
Y obviamente estaban preparados para forzar la respuesta de aquellos cuya forma de pensar no coincidía con la de ellos.
Dirigiendo ahora los ojos hacia el retrato de su padre, trató de hallar algo de coraje en su yo interno, algún fundamento en el cual apoyarse y luchar por lo que sabía que era lo correcto: ¿qué tenía de malo que Wrath se hubiese apareado con una mestiza si la amaba? Muchas de las Leyes Antiguas que él estaba reformando eran discriminantes, y al menos su elección de shellan demostraba que el rey estaba dispuesto a poner en práctica sus propias ideas de modernización.
Sin embargo, el rey también tenía rasgos anticuados. Dos aristócratas habían sido asesinados recientemente. Montrag y Elan. Los dos habían muerto de manera violenta en su casa. Y los dos habían estado asociados con la oposición.
Estaba claro que Wrath no se iba a quedar sin hacer nada mientras se planeaban complots contra él. La mala noticia era que sus enemigos de la corte también estaban tomando medidas y habían reunido su propio ejército.
Abalone metió la mano en el bolsillo de su bata y sacó su iPhone. Buscó un número entre sus contactos, inició una llamada y se quedó escuchando el sonido del teléfono.
Cuando respondió una voz masculina, tuvo que aclararse la garganta.
—Necesito saber si os han visitado.
Su primo no vaciló.
—Sí, así es.
Abalone soltó una maldición.
—No quiero ser parte de esto.
—Nadie quiere. Pero tienen una justificación legal —dijo su primo respirando profundamente—. ¿La historia sobre el heredero? La gente está reaccionando.
—Pero no está bien. Wrath ha estado haciendo cosas buenas, nos está llevando hacia la modernidad. Abolió la esclavitud de sangre e instaló una casa para hembras que han sufrido abusos y sus hijos. Ha sido justo y tiene a todo el mundo en cuenta en sus proclamas…
—Pero podrán con él, Abalone. Lo van a derrotar porque todavía quedan muchos a los que les asquea la noción de una reina mestiza y un heredero de sangre diluida. —Su primo bajó la voz todavía más—. No os decantéis por el bando equivocado, primo. Ellos están dispuestos a hacer lo que sea necesario para garantizar una votación unánime cuando llegue el momento y la ley es como es.
—Pero el rey la puede cambiar. Me sorprende que no lo haya hecho.
—No cabe duda de que ha tenido cosas más urgentes de que ocuparse que esos viejos libros llenos de polvo. Y, francamente, incluso si él vuelve a redactar la cláusula, no estoy seguro de que encuentre suficiente apoyo.
—Pero puede tomar represalias contra la aristocracia.
—¿Y qué puede hacer? ¿Matarnos a todos? Y luego ¿qué?
Cuando Abalone colgó, se quedó mirando los ojos de su padre. Su corazón le decía que la raza estaba en buenas manos con Wrath, incluso a pesar de que el rey se hubiera aislado en muchos sentidos. Pero su primo tenía mucha razón.
Después de un rato, hizo otra llamada que le revolvió el estómago. Cuando le respondieron, ni siquiera se molestó en hacer ningún preámbulo.
—Tenéis mi voto —dijo con voz ronca.
Antes de que Ichan pudiera felicitarlo por su buen juicio, Abalone colgó. Y corrió hacia una papelera para vomitar.
Lo único peor que no tener ningún legado… era no estar a la altura del que te había sido entregado.
‡ ‡ ‡
Cuando Xcor salió de la casa del aristócrata, se molestó al ver que Ichan, el representante del Consejo, y Tyhm, el abogado, lo estaban esperando a la luz de la luna.
—Creo que fuimos lo suficientemente persuasivos —declaró Ichan.
Hablaba con tanto orgullo que parecía que ya hubiese puesto su maldito culo sobre el trono.
Xcor miró hacia la mansión de estilo Tudor. A través de las ventanas, se podía ver que el macho al que se habían enfrentado estaba hablando por teléfono y fumándose un cigarrillo como si sus pulmones necesitaran más nicotina que oxígeno. Luego hizo una pausa y se quedó mirando fijamente algo. Un momento después, con los hombros caídos en gesto de derrota, volvió a llevarse el móvil al oído.
El teléfono de Ichan sonó y él sonrió al sacarlo de su bolsillo.
—¿Sí? ¡Qué bien que hayáis llamado…! —Hubo una pausa—. Ah, creo que es muy acertado por vuestra parte… ¿Sí? ¿Hola?
Ichan guardó el móvil mientras se encogía de hombros.
—Ni siquiera me voy a ofender por el hecho de que me haya colgado.
Otro más que caía en su plan.
Xcor agarró la manzana y la sacó de la hoja de la daga. Con mano segura, empezó a quitarle la piel roja, dándole vueltas y vueltas hasta que una espiral de piel quedó colgando debajo de su cuchillo.
Aunque no tenía nada que ver con su estrategia favorita, que era la de recurrir al asesinato, este nuevo enfoque legal para forzar una abdicación iba muy bien. Tenían que visitar a otra media docena de miembros de las familias importantes y luego llegaría la hora de hacerlo oficial en el Consejo. ¿Y después? Los asesinatos tendrían que llegar; no cabía duda de que alguno o incluso todos los aristócratas con los que estaban tratando tendrían ilusiones monárquicas.
Sin embargo, eso se arreglaría fácil y ahí tendría lo que deseaba.
—… comer?
Al ver que Ichan y Tyhm lo estaban mirando, Xcor se dio cuenta de que acababan de invitarlo a comer.
Xcor dejó caer la piel de la manzana sobre la nieve que yacía a sus pies. No cabía duda de que el dandy que vivía dentro tendría sirvientes que se encargarían de recogerla, aunque teniendo en cuenta lo alterado que estaba, tal vez él mismo se aventurara a dar un paseo por su elegante jardín y la vería con sus propios ojos.
Las amenazas funcionaban mejor cuando se hacían a varios niveles.
—Ahora me espera el campo de batalla —dijo Xcor, mientras cortaba una sección de la manzana y enseñaba los colmillos. Luego se llevó el cuchillo a la boca junto con el trozo.
El crujido de sus mandíbulas tuvo el efecto deseado.
—Sí, desde luego, muy cierto —dijo Ichan, y el ritmo de sus palabras recordó a una bailarina girando sobre las puntas y dirigiéndose hacia la orquesta.
¡Qué bonito!
Y luego hubo una pausa, como si Xcor tuviera que responder a la despedida. Al ver que solo levantaba una ceja, los otros dos se desmaterializaron como si tuvieran cada uno una emergencia en su respectiva mansión.
Eran tan irrelevantes estos peones; Xcor ya había acabado con algunos y no cabía duda de que, bien uno, bien los dos que acababan de irse terminarían encontrando la tumba mientras estaban a su servicio.
Dentro de la gran casa, el miembro del Consejo al que habían visitado todavía tenía la cabeza en su sitio, pero no por mucho tiempo. Alguien entró en la habitación y, quienquiera que fuera, era evidentemente alguien a quien el aristócrata no quería perturbar, porque se enderezó enseguida, sonrió y estiró los brazos. Cuando vio a la joven hembra que se le acercaba, Xcor se imaginó que debía de ser la hija.
Era hermosa, es cierto; el