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  2. El rey
  3. Capítulo 68
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tienes que entender muy bien esto: yo te quiero, a ti entera, amo todas y cada una de tus moléculas. Tú eres perfecta en todos los sentidos…

—Excepto por el hecho de que mi madre era humana.

—Eso es problema de ellos —vociferó Wrath—. Me importan un comino sus putos prejuicios. Eso no me afecta en lo más mínimo…

—Pero eso no es del todo cierto, ¿o sí? Porque yo soy la causa de que tú ya no estés sentado en ese trono, ¿no es así?

—¿Sabes qué? Esa mierda no merece ninguna consideración. Lo más importante aquí eres tú. Tú eres lo único que importa. Todo lo demás…, todos los demás se pueden ir a tomar por culo.

Beth miró el trono de reojo.

—¿Estás tratando de decirme que no te importa que el trono de tu padre ya no sea tuyo?

—Odiaba el trabajo.

—Pero no me refiero a eso.

—El pasado es el pasado y mis padres llevan varios siglos muertos.

Beth sacudió la cabeza.

—Pero eso sí importa. Yo sé por qué aguantabas todo eso: por ellos. No me mientas, pero, sobre todo, no te mientas a ti mismo.

Wrath se volvió a sentar bruscamente.

—No me estoy mintiendo.

—Sí, yo creo que sí. Te he observado a lo largo de estos últimos dos años. Yo sé qué es lo que te motivaba… y sería un error pensar que ese compromiso va a desaparecer simplemente porque un tercero diga que ya no puedes llevar la corona.

—En primer lugar, no se trata de «un tercero». Es el Consejo. En segundo lugar, es un fait accompli. Lo hecho, hecho está.

—Pero debe de haber algo que puedas hacer. Alguna solución…

—Solo olvídalo, Beth. —Wrath se volvió a levantar, mientras volvía la cabeza hacia el trono—. Sigamos adelante…

—No podemos.

—A la mierda con eso.

—Una cosa es que renuncies, o abdiques, o como se diga. Eso es libre albedrío. Pero a ti no te gusta recibir órdenes de otra gente —dijo Beth con tono contundente—. Eso es algo que ya hemos discutido.

—Beth, tienes que olvidarlo…

—Piensa en el futuro, piensa en lo que pasará en un año, en dos años… ¿No crees que vas a odiarme por esto?

—¡Claro que no! No puedes cambiar quien eres. No es culpa tuya.

—Eso dices ahora, y te creo. Pero en una década, cuando mires a tu hijo o hija a la cara, ¿crees que no me odiarás por haberles quitado a ellos…?

—¿La posibilidad de que los maten? ¿De que todos los critiquen? ¿De que te pongan en un pedestal en el cual no quieres estar? ¡Joder, no! Todo eso es parte de la razón por la cual yo no quería un maldito hijo.

Beth volvió a sacudir la cabeza.

—Yo no estoy tan segura de eso.

—Por Dios Santo —murmuró Wrath, al tiempo que se ponía las manos en las caderas—. Hazme un favor y no creas conocer mis putos pensamientos mejor que yo, ¿vale?

—Pero no podemos olvidar la posibilidad de que…

—Perdón, ¿acaso me he perdido algo? ¿Acaso algún adivino te ha prestado su bola de cristal o una mierda así? Porque, no te ofendas, pero no puedes conocer el futuro más de lo que lo conozco yo.

—Exacto.

Wrath levantó las manos y volvió a pasearse.

—No lo entiendes. Sencillamente no lo entiendes. Esto es un hecho. Es caso cerrado. Ya han aprobado el voto a favor de la impugnación. Me han castrado como soberano, ya no tengo ningún poder ni autoridad. Así que incluso si hubiese algo que pudiésemos hacer desde el punto de vista legal, yo ya no soy la persona que puede cambiar las cosas.

—¿Y quién es?

—Un primo lejano. Un tipo encantador.

El tono de Wrath sugería que en lugar de «un tipo encantador» había querido decir «un completo idiota».

Beth cruzó los brazos sobre el pecho.

—Quiero ver la proclama o el documento. Tiene que haber un documento, ¿no? No creo que te hayan dejado ese mensaje en el buzón de voz.

—Ay, por Dios, Beth, ¿tendrías la bondad de olvidarte del tema?

—¿Lo tiene Saxton? ¿O se lo han enviado a Rehv…?

—¿Por qué no puedes ser normal? —le gritó Wrath—. Acabas de pasar por tu periodo de fertilidad. La mayoría de la hembras se quedan una semana en cama, ¿por qué no puedes ser así? Tú quieres tener un bebé, entonces acuéstate… Eso es lo que se supone que debes hacer. Me sorprende que, con todo el tiempo que has pasado con esa maldita Layla, ella no te lo haya dicho…

Mientras Wrath seguía y seguía, Beth sabía que eso solo era una manera de expulsar la rabia. Pero no tenían tiempo para quedarse así indefinidamente.

Así que se levantó, caminó hasta donde él estaba y…

Le dio una bofetada.

Mientras Beth llevaba la mano hasta el otro lado, el ruido del golpe se desvaneció y su amado compañero por fin se calló.

Luego se quedó mirándolo con mucha tranquilidad y dijo:

—Y ahora que he captado tu atención y ya has dejado de maldecir como un lunático, te agradecería que me dijeras dónde puedo encontrar el documento que nos han enviado.

Wrath dejó caer la cabeza hacia atrás como si estuviera totalmente exhausto.

—¿Por qué estás haciendo esto?

De repente Beth se acordó de lo que él le había dicho cuando su periodo de fertilidad estaba empezando y él la encontró tratando de inyectarse los medicamentos.

Así que respondió con voz quebrada:

—Porque te quiero. Y tal vez no quieras reconocerlo, o tal vez no puedas ver lo que pasará en el futuro, pero esto sí es algo que te importa y mucho. Créeme, Wrath, esta es la clase de cosas que nunca se superan. Y, como ya te he dicho, una cosa muy distinta sería que quisieras renunciar. Eso sería elección tuya. Pero nunca permitiré que nadie te quite esto.

Wrath volvió a bajar la cabeza y dijo:

—Tú no lo entiendes, leelan. Se acabó.

—No, dado que es algo que me concierne.

Hubo un largo momento de silencio… y luego Wrath la abrazó y la apretó contra él con tanta fuerza que Beth pudo sentir cómo se le doblaban los huesos.

—No soy lo suficientemente fuerte para soportar esto —le susurró Wrath al oído, como si no quisiera que nadie más oyera lo que salía de su boca. Jamás.

—Pero yo sí —dijo ella, mientras le acariciaba la espalda y lo apretaba con la misma fuerza.

‡ ‡ ‡

La espera duró una eternidad.

Wrath esperó durante siglos en aquella habitación secreta que olía a tierra y especias. En medio de la penumbra, sus pensamientos parecían tan nítidos como gritos, tan vívidos como un rayo y tan indelebles como una inscripción en piedra.

Y justo cuando empezaba a pensar que nunca pasaría nada, y que él y su silencioso compañero se quedarían para siempre a oscuras, literal y figuradamente, se oyó un sonido áspero y el panel ficticio empezó a moverse.

—No importa lo que ocurra —le susurró Wrath al Hermano—, no debes interferir. Oye la orden que te doy y no la olvides.

La respuesta de Tohrture fue apenas un susurro.

—Como deseéis.

La luz titilante de una antorcha arrojó apenas un poco de luz, pero eso fue más que suficiente para que Wrath identificara al macho: un clérigo que se hallaba en la periferia de la corte…, pero cuyo padre había sido sanador de la raza.

Un entendido en el uso de hierbas y pociones.

El macho farfullaba:

—… haz un poco más esta noche. Yo no puedo hacer lo imposible…

Cuando el macho se acercó a la mesa, el cuerpo de Wrath actuó sin pensar. Saltó desde las sombras de manera improvisada y agarró con toda su fuerza la parte superior de un brazo delgado. En respuesta, se oyó un grito agudo de sorpresa, pero en ese momento la antorcha se cayó y Wrath casi suelta al macho cuando las llamas pasaron cerca de sus ojos.

—¡Cierra la puerta! —gritó Wrath, al tiempo que intentaba agarrar al clérigo de la cintura.

Aunque el tamaño de sus cuerpos era incomparable, al ser Wrath dos veces más grande, las vestiduras del clérigo eran lisas y difíciles de agarrar y Wrath sintió que le costaba trabajo controlar el forcejeo de su presa. Y esa antorcha era un peligro, en la medida en que los dos trataban de controlarla. En medio de las sombras que se sacudían sobre las paredes, y el caldero y la mesa, Wrath se quemó las manos al tratar de…

Y luego la capa que se había puesto para disimular su identidad se prendió en llamas.

Cuando un calor abrasador llegó a su costado y amenazó con pasar al pelo, Wrath dio un salto atrás y trató de sacar su daga para cortar el lazo con que tenía la capa atada al cuello. Pero la daga se encontraba bajo el abrigo y lo único que Wrath pudo hacer fue tocar la empuñadura a través de la tela.

Cuando trató de quitarse de encima la voluminosa capa por encima de la cabeza, tuvo que retirar la mano con un grito de dolor. Un segundo después, estaba cubierto en llamas y aunque trataba de apagarlas, intentarlo era como tratar de alejar a una nube de avispas. Sacudiéndose, cegado por la agonía y el calor, Wrath se dio cuenta de que…

No iba a salir vivo de aquello.

Con la respiración agitada, el corazón saliéndosele del pecho y el alma gritando por la injusticia de todo lo que sucedía, Wrath deseó ser un macho distinto, un macho de armas, no de libros; un macho que pudiera dominar a otro con rapidez y confianza…

El diluvio llegó desde arriba y tenía un olor y un sabor inmundos. También era tan viscoso que parecía más bien que le hubieran echado encima una manta mojada y no un líquido. Pero las llamas se apagaron enseguida con un siseo y un chisporroteo, mientras el hedor le hacía llorar los ojos.

Enseguida se oyó un estruendo, mientras Tohrture lanzaba el caldero a un lado.

—¡No vayáis a beberlo, mi lord! ¡Debéis escupirlo si os ha entrado algo en la boca!

Wrath se inclinó hacia delante y escupió lo que se le había quedado en los labios.

Y cuando sintió que le ponían un trozo de tela en las manos, pudo limpiarse lo que le goteaba de los ojos.

Con las manos apoyadas sobre las piernas, Wrath respiró profundamente, con la esperanza de dejar de jadear, pues el esfuerzo físico hacía que le diera vueltas la cabeza. O tal vez era el humo. O el dolor. O esa cosa asquerosa que le habían echado encima.

Después de un momento, se dio cuenta de que la luz se había vuelto estable y miró en dirección de la fuente de iluminación. El Hermano había recuperado el control de la antorcha… y también había sometido al clérigo, el cual yacía ahora en el suelo con el tronco hecho un ovillo y las piernas extendidas de cualquier manera.

—¿Cómo has hecho para…? —Un ataque de tos interrumpió la pregunta de Wrath—. ¿Qué le has hecho?

—Le he cortado los tendones de la parte posterior de las rodillas, de modo que no podrá huir.

Wrath dio un respingo al pensar en ello. Pero aparentemente era una estrategia muy útil.

—Ahora es vuestro, para que hagáis con él lo que queráis, mi lord —dijo Thorture y dio un paso atrás.

Mientras miraba al clérigo, a Wrath le costó trabajo no comparar la actitud tranquila del Hermano, y su exitosa maniobra, con el lamentable estado en que él se encontraba después de lo que había tratado de hacer. A Tohrture el asunto le había llevado apenas un momento.

Wrath se acercó entonces al macho, lo giró sobre la espalda y sintió una oleada de satisfacción al ver cómo esos ojos se abrían como platos cuando su

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