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  2. El rey
  3. Capítulo 66
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se miró los antebrazos. Después de la transición, se había tatuado en los brazos las líneas familiares y pudo mirar quién estaba vivo, quién estaba muerto, quién tenía hijos y quién estaba esperando descendencia…

Wrath cerró los ojos cuando la solución al dilema apareció frente a sus ojos.

—Sí. Sí, así es.

—¿Mi lord?

Wrath dejó caer las mangas del abrigo.

—Ya sé en quién están pensando. Es un primo mío y su compañera está esperando un hijo ahora. La otra noche estaban diciendo que esperaban que la Virgen Escribana los premiara con un varón.

—¿De quién estás hablando?

—De Enoch.

—En efecto —dijo Tohrture con voz lúgubre—. Debería haberlo sabido.

Sí, pensó Wrath. Su consejero principal. Debía de estar buscando el trono para un hijo que aumentaría las riquezas de la familia en el futuro, mientras él mismo se ceñiría la corona durante varios siglos.

En medio del silencio, Wrath pensó en su despacho, el escritorio lleno de pergaminos que lo cubrían por completo, la pluma y los tinteros, las listas de temas pendientes. Wrath adoraba todo eso, las conversaciones, los juicios, el proceso de llegar a una decisión razonada.

Luego vio el cadáver de su padre con las manos enguantadas y las uñas azuladas de su shellan.

—Hay que encargarse de esto —declaró.

Tohrture asintió.

—La Hermandad encontrará y se encargará del…

—No.

Los dos Hermanos clavaron sus ojos en Wrath.

—Ellos atentaron contra mi sangre. Y yo iré tras la suya en respuesta, personalmente.

La expresión de los dos guerreros entrenados y criados para la guerra se volvió imperturbable, y Wrath sabía lo que estaban pensando. Pero eso no importaba. Tenía el deber de vengar su linaje y a su amada.

Al fondo del cuarto había un banco bajo que cabía bajo la mesa y Wrath lo acercó. Luego tomó asiento y señaló el caldero con la cabeza.

—Ahgony, ve y enaltece la fuerza vital de mi compañera. Que todos sepan que ella ha sobrevivido. Tohrture, quédate aquí conmigo. Vamos a esperar el regreso de los asesinos. Tan pronto como oigan la noticia, regresarán otra vez aquí para hacer un segundo intento… y yo les daré la bienvenida.

—Mi lord, tal vez pueda ofreceros mis servicios de otra manera. —Ahgony miró a su Hermano—. Permitidnos acompañaros de regreso a donde vuestra compañera y luego dejad que nosotros nos encarguemos de quienquiera que venga aquí.

Wrath cruzó los brazos sobre el pecho y se recostó contra la pared.

—Y llévate la antorcha.

41

Beth necesitaba mirarse al espejo.

Aunque se encontraba en un estado de agotamiento completamente nuevo para ella, sencillamente necesitaba levantarse de la cama, caminar derecha sobre las gruesas alfombras y ponerse bajo el potente rayo de luz de los lavabos del baño. A medida que avanzaba, sentía su cuerpo como un engendro de músculos doloridos y tensos, al lado de entrañas licuadas y fofas…, y al parecer su cerebro se inscribía en el segundo grupo: se sentía incapaz de mantener un solo pensamiento en la cabeza, mientras fragmentos del día y la noche previos seguían titilando en su memoria, pero sin agarrarse lo suficiente para componer una noción concreta.

Al ver su reflejo en el espejo, Beth se asombró: era como si estuviese viendo a su propio fantasma, y no porque estuviera pálida. De hecho, tenía la piel radiante y los ojos brillantes, aunque sentía un agotamiento absoluto en los huesos, como si hubiese ido a Sephora a que le hicieran un maquillaje profesional. Demonios, incluso el pelo parecía sacado de un anuncio de Pantene.

No, la parte espectral tenía que ver únicamente con el camisón Lanz que se había puesto: de franela y tan grande como una carpa de circo, el estampado blanco y celeste parecía una nube que la rodeara, inflada por todas partes.

La hizo recordar la película Bitelchús, con Geena Davis y un Alec Baldwin de tamaño reducido y menos enfadado, atrapados en la vida después de la muerte y deambulando por su casa en enormes camisones, tan aterradores como Casper.

Al bajar la vista, Beth se inclinó y recogió el kit con los medicamentos que nunca utilizaron. Lo volvió a cerrar y lo dejó en el lugar donde lo había encontrado, sobre la encimera, entre los dos lavabos.

Dios, Beth no sabía si sería efecto de la resaca, o de todas las hormonas que seguían circulando por su flujo sanguíneo, pero todo aquello le parecía una escena imaginaria, un recuerdo borroso que había sido, al mismo tiempo, una vívida y violenta experiencia.

Sin embargo, lo que había sucedido antes de la llegada del periodo de fertilidad sí se le presentaba cada vez más claro. Como alguien cuyos síntomas no parecen decir nada hasta que recibe un diagnóstico, Beth pensó en los cuatro meses que acababan de pasar… y sumó los repentinos cambios de humor, el deseo de tener un hijo, los antojos por cosas de comer y la ganancia de peso.

Un síndrome premenstrual al estilo vampiro.

Todo este asunto del periodo de fertilidad parecía estar cocinándose desde hacía tiempo. Solo que ella no había atado cabos…

Al volver a concentrarse en el espejo, Beth se acercó. No, sus rasgos parecían los mismos de siempre. Solo sentía que deberían ser distintos.

Tal como había ocurrido con la transición.

Wrath también la había ayudado a pasar la transición. Y era curioso que, al igual que con el periodo de fertilidad, ella se había sentido extraña durante algún tiempo antes de que tuviera lugar el cambio. Inquieta, con trastornos del apetito, dolores de cabeza cuando se exponía al sol…

Beth se preguntó si enterarse de que estaba embarazada representaría un descubrimiento tan grande como saber que era una vampira.

Mientras se ponía la mano en el vientre pensó que, de hecho, eso era lo más probable.

Por alguna razón, Beth recordó lo que había ocurrido después de la transición. Lo primero que había hecho después de superarla fue ir a mirarse al espejo del baño. Al menos en ese caso tenía unos colmillos que mostraban que todo era real. Pero ahora cualquier cambio que pudiera estar teniendo lugar sería solo interno.

Al menos su abdomen todavía estaba hinchado. Aunque eso se debía más bien a los kilos que había subido por cuenta de la dieta de Breyers a la que se había sometido.

O quizás estuviera embarazada. En este mismo momento.

Al imaginarse al tío del anuncio de AT&T del infinito x infinito, Beth supo que aunque Wrath había estado con ella todo el tiempo durante el periodo de fertilidad, sería una locura pensar que había cambiado completamente de opinión como por arte de magia y que de repente se iba a sentir feliz de formar una familia.

Suponiendo, claro, que sí estuviera embarazada.

Al ver el reflejo de sus propios ojos, se preguntó qué diablos era lo que había comenzado. Había cosas en la vida que se podían deshacer.

Pero esta no era una de esas cosas…

El estómago de Beth dejó escapar entonces un sonido que hacía pensar que su corazón acababa de descender hasta las profundidades de su trasero. Así que Beth echó un vistazo de reojo y murmuró:

—Muy bien, gente, vamos a ponernos todos de acuerdo.

Mientras sus entrañas procesaban la comida que acababa de darles, Beth giró sobre sus talones y regresó a la cama.

Pero no fue allí donde terminó su excursión.

En lugar de eso, se dirigió al armario, se puso una bata azul y metió sus pies enfundados en medias dentro de un par de botas UGG de color rosado que Marissa les había regalado a todas las hembras de la casa a modo de broma.

Las habitaciones de la Primera Familia eran tan suntuosas que Beth nunca le había dedicado mucho tiempo a pensar en cómo habían logrado componer algo así y más bien se sentía aliviada cada vez que salía de allí. Sí, claro, el lugar era encantador…, si eras un sultán. Por Dios Santo, era como tratar de dormir en la cueva de Alí Babá, pues las gemas brillaban desde las paredes y el techo, y ninguna era falsa.

Y no, tampoco se había acostumbrado nunca al inodoro de oro.

Todo el asunto le parecía absurdo…

Joder, pensó al cerrar la bóveda al salir. ¿Cómo podría alguien criar a un niño en ese ambiente?

Un niño que fuera medianamente normal, claro.

Mientras bajaba las escaleras hacia la segunda planta, Beth se dio cuenta de que ese era otro aspecto de toda esta historia sobre tener un hijo que ella tampoco había considerado: estaba tan concentrada en tener un bebé que no había pensado cómo sería tener un hijo cuando llevabas esta clase de vida.

El bebé sería un príncipe o una princesa. Y en el primer caso, también sería el heredero al trono.

Ah, y posdata, ¿cómo le cuentas a tu hijo que alguien que quería la corona le disparó a su padre en la garganta?

Dios, ¿por qué nunca se le había ocurrido pensar en todo eso?

Y ese era precisamente el razonamiento de Wrath, ¿no?

Al salir de la escalera, Beth se dirigió al despacho de Wrath, mientras oía a lo lejos la conversación que venía del vestíbulo.

Se sorprendió un poco al descubrir que Wrath no se encontraba en su escritorio. Cuando Fritz le llevó la comida, Beth supuso que su hellren ya se hallaba inmerso en el trabajo.

Sin embargo, Beth entró de todas formas al estudio y se quedó mirando ese inmenso trono de madera y luego entrecerró los ojos, tratando de imaginarse a su hijo, o hija, sentado allí. Porque, al diablo con las Leyes Antiguas, si tenían una niña, Beth misma se encargaría de que su marido cambiara las reglas.

Si la monarquía británica podía hacerlo, los vampiros también.

Dios…, ¿de verdad estaba pensando en eso?

Beth se masajeó las sienes y reconoció que todo esto no era más que la punta del iceberg contra el que se había estado estrellando Wrath… mientras ella jugueteaba infantilmente en su cabeza, disfrutando del debate interno acerca de si eran mejores los pañales de tela o los desechables, o qué clase de monitor deberían comprar para estar pendientes del bebé, o si le gustaban o no los nuevos estilos de cuna de Pottery Barn.

Cosas de niños, la clase de cosas sobre las que había visto discutir a Bella y a Z, y que al final terminaban comprando y usando.

Ninguno de sus pensamientos había tenido nada que ver con criar a un niño hasta que se convirtiera en adulto. Que era la parte en la que se había concentrado Wrath.

De repente Beth sintió como nunca antes las presiones que conllevaba esa enorme silla de madera tallada: aunque las había vivido en carne propia, la verdadera carga que ellas implicaban solo se hizo patente ante sus ojos en ese momento…, al imaginar a un hijo suyo sentado donde su compañero se sentaba todas las noches.

Beth salió rápidamente del estudio.

Había solo otros dos lugares donde podía estar Wrath: el gimnasio o, quizás, la sala de billar.

Ah, no, ya nadie iba a la sala de billar.

Al menos no hasta que compraran muebles nuevos.

Joder, ¡qué desastre!

Beth se levantó el camisón y la bata y bajó las escaleras corriendo, hasta que el meneo de sus propios órganos internos le produjo náuseas y tuvo que disminuir el paso.

Al cruzar el vestíbulo con el mosaico del manzano florecido, se imaginó que podría preguntarle a quienquiera que estuviera en el comedor…

Tan pronto como cruzó los arcos, Beth quedó paralizada.

A pesar de que no era la hora de comer, todos los miembros de la casa estaban sentados a la mesa… y algo horrible había sucedido: su familia era como una colección de versiones de cera de sí mismos, todos inmóviles en sus sillas, con rostros que tenían los rasgos correctos, pero una expresión

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