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  2. El rey
  3. Capítulo 65
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Luego se oyó un pop… seguido de un roce, como si estuviera sacando algo de una funda.

Después se oyó que desenrollaba un pergamino y que algo rozaba contra la mesa.

Las cintas de las familias, pensó Wrath.

—No voy a leer toda esta mierda —vociferó Rehv—. No voy a perder mi tiempo en eso. La conclusión es que todos estamparon su firma y su sello en esto. Y, para ellos, Wrath ya no es el rey.

Un montón de expresiones de rabia brotaron enseguida de las gargantas de los miembros de la casa, muchas voces que se mezclaron y se alzaron hasta el techo.

De hecho, fue la shellan de Butch, Marissa, la hembra más refinada de toda la casa, quien hizo el mejor resumen de la situación:

—Esos malditos hijos de puta.

En otras circunstancias, Wrath habría soltado una carcajada al oír esto. Joder, nunca le había escuchado decir una grosería. No creía que algo así pudiera salir de sus perfectos labios.

—¿Con qué argumento? —preguntó alguien.

Wrath interrumpió el parloteo con dos palabras.

—Mi compañera.

A eso le siguió un silencio sepulcral.

—Pero el apareamiento fue totalmente legal —señaló Tohr.

—Sí, pero ella no es totalmente vampira. —Wrath se masajeó las sienes y pensó en lo que él y Beth habían estado haciendo durante las últimas dieciocho horas—. Y eso significa que si tenemos descendencia, ellos tampoco serán del todo vampiros.

Por Dios, qué desastre. Un desastre absoluto. Podría haber tenido una oportunidad si no tuviera descendencia; en ese caso el trono pasaría a su pariente más cercano. Por ejemplo, Butch. O al hijo que tuvieran ese Hermano y su pareja.

Pero ahora…, las cosas habían cambiado, ¿no?

—Nadie es de sangre pura…

—… no estamos en la Edad Media…

—… tenemos que sacarlos a todos…

—Esto es ridículo…

—… ¿por qué están gastando tiempo en…?

Wrath puso orden en medio del caos estrellando un puño contra la mesa.

—Lo que está hecho, hecho está. —Dios, eso dolió—. La pregunta es qué viene ahora. Cómo vamos a responder y quién diablos piensan ellos que va a gobernar.

Entonces habló Rehv.

—Dejaré que Saxton se ocupe de los aspectos legales de la primera parte, pero yo puedo responder la segunda. Es un tío llamado Ichan, hijo de Enoch. Aquí dice —dijo y se oyó cómo crujía el pergamino— que es ¿primo tuyo?

—Qué diablos voy a saber yo. —Wrath se movió en su silla—. Nunca lo he visto. El tema es dónde está la Pandilla de Bastardos. Ellos tienen que estar involucrados en esto.

—No lo sé —dijo Rehv mientras volvía a enrollar la proclama—. Me parece un poco sofisticado para el gusto de Xcor. Su estilo es más bien meterte una bala en la cabeza.

—Pero él está detrás de esto —dijo Wrath sacudiendo la cabeza—. Mi suposición es que va a dejar que las cosas se tranquilicen, luego va a matar a ese cabrón de Ichan y a apropiarse del trono.

Entonces habló Tohr:

—Pero ¿acaso no puedes modificar las Leyes Antiguas? Como rey puedes hacer lo que quieras, ¿no?

Al ver que Wrath le hacía una seña, Saxton se levantó y su silla crujió suavemente.

—Desde el punto de vista legal, el significado de este voto de impugnación es que ellos le quitan al rey todos los poderes para mandar y gobernar. Cualquier intento de cambiar la redacción de las leyes sería ahora nulo. Wrath sigue siendo el rey en el sentido de que todavía posee el trono y el anillo, pero, en la práctica, no tiene ningún poder.

—Entonces ¿pueden designar a alguien más? —preguntó Wrath—. ¿Así, sin más?

—Me temo que sí. Encontré una nota de procedimiento oculta que estipula que, en ausencia de un rey, el Consejo puede designar a un soberano de facto, gracias a una mayoría absoluta, y eso es lo que han hecho. El pasaje tenía la intención de cubrir la situación en tiempos de guerra, en el caso de que toda la Primera Familia fuese asesinada, junto con sus herederos inmediatos.

Eso ya lo he vivido, pensó Wrath.

El abogado siguió diciendo:

—Han usado esa cláusula y, desgraciadamente, desde el punto de vista legal, todo es válido, aunque la están usando de una forma que no estaba contemplada en los borradores originales de las leyes.

—¿Cómo es posible que no hayamos previsto esto? —dijo alguien.

—Es culpa mía —dijo Saxton con brusquedad—. Y por eso, ante todos vosotros, presento mi renuncia como abogado. Es imperdonable que se me haya pasado esto…

—A la mierda con eso —dijo Wrath con voz agotada—. No acepto tu…

—Pero es mi propio padre quien lo ha hecho. Y lo peor es que yo debería haber investigado esto. Debería haber…

—Basta —lo cortó Wrath—. Si seguimos ese argumento, yo debería haber sabido lo que pasaría desde el principio, porque los que redactaron esa mierda fueron mis padres. No acepto tu renuncia, así que olvídate de toda esa historia de la renuncia y siéntate, pues te voy a necesitar.

Joder, vaya si Wrath tenía habilidades sociales.

Después de maldecir un poco más, Wrath murmuró:

—Entonces, si he entendido bien, no hay nada que yo pueda hacer.

—Desde el punto de vista legal —dijo Saxton—, eso es correcto.

En la larga pausa que siguió, Wrath se sorprendió pensando que, después de sentirse tan miserable no solo durante los siglos que transcurrieron antes de decidir asumir el legado de su padre, sino durante todas las noches que llevaba en el cargo, lo lógico sería que se sintiera aliviado. No más papeleo sobre su escritorio, ni exigencias de la aristocracia, ni cosas anticuadas, ah, y también estaba el hecho de tener que estar encerrado en la casa, luchando solo con Payne, con una atrofia en la mano con la que manejaba la daga…

Hasta el punto de que se sentía como una figurita de Hummel.

Así que sí, debería estar feliz de que lo liberaran de toda esa mierda.

Pero en lugar de eso se sentía descorazonado.

Esto era como perder a sus padres de nuevo.

‡ ‡ ‡

Al final, Wrath decidió que tenía que ver el cuarto secreto con sus propios ojos. Escondido bajo una capa humilde, para que nadie se diera cuenta de que era él, procedió a atravesar el castillo con Ahgony, Tohrture y Abalone, quien también estaba disfrazado.

Moviéndose rápido por los pasillos de piedra, pasaron junto a miembros de la casa, doggen, cortesanos y soldados. Sin el peso de las venias y los saludos formales que le hubieran hecho al rey, lograron atravesar el castillo en minutos y Wrath notó cómo este se iba volviendo más burdo a medida que se alejaban de las áreas que habitaba la corte y entraban en el dominio de los criados.

Los olores eran distintos aquí. Nada de flores ni aromas frescos, o ramilletes de especias, o hembras perfumadas. En esta extensa área del castillo todo era oscuro y húmedo y los hogares no se limpiaban con regularidad, lo que implicaba que el aire estaba lleno de hollín. Sin embargo, al llegar a la cocina, el glorioso perfume de las cebollas asadas y el pan horneándose lo elevaban todo.

No entraron propiamente en la zona de la cocina. En lugar de eso tomaron unas escaleras estrechas que bajaban todavía más. Al pie de ellas, uno de los Hermanos tomó una antorcha encendida y se llevó aquella luz titilante para alumbrar el camino.

Las sombras los seguían, alargándose por el suelo de tierra pisada como ratas que se arremolinaban a sus pies.

Wrath nunca había estado allí abajo. Como rey, siempre había permanecido en las partes bonitas de la propiedad.

Sin embargo, este parecía un lugar apropiado para ejercer la maldad, pensó, mientras Abalone se detenía frente a un tramo de pared que no parecía distinto de los otros.

—Aquí —susurró el macho—. Pero no sé cómo entraron.

Ahgony y Tohrture empezaron a tantear la pared, utilizando la luz para examinarlo todo.

—¿Qué es esto? —dijo Ahgony—. Hay un borde.

La «pared» era en realidad una fachada, una frágil fachada pintada del mismo color para que pareciera un pedazo más de la construcción de piedra. Y dentro…

—No, mi lord —dijo Ahgony, antes de que Wrath se diera cuenta de que iba a entrar—. Yo iré primero.

Con la antorcha en alto, el Hermano penetró en la oscuridad y las llamas revelaron lo que parecía ser un taller lleno de utensilios: a un lado había una mesa burda, que se asentaba sobre patas sin ninguna gracia y sobre la cual reposaban frascos de cristal con tapas de pesado metal; un mortero con su mano; una tabla de cortar, muchos cuchillos. Y, en el centro, un caldero sobre un hogar.

Wrath se acercó a la marmita.

—Traed la luz.

Ahgony dirigió la iluminación hacia el interior del caldero.

Un horrible cocido, frío ya, pero que evidentemente había sido cocinado allí, reposaba en el interior como los restos de una inundación de aguas negras.

Wrath metió el dedo y lo levantó para estudiar aquel fango de color marrón. Al olerlo, pensó que, a pesar de su consistencia y la profundidad de su color, no tenía mucho aroma.

—No vayáis a probarlo, mi lord —le dijo Tohrture—. Si es necesario, lo haré yo.

Wrath se limpió el dedo en la capa y se acercó a los frascos de cristal. Ahí no reconoció ninguna de las distintas raíces que contenían, ni las hojas, ni los polvos. Tampoco había receta, ni ningún trozo de pergamino con notas para la preparación.

Así que quienes lo habían preparado debían de conocer los ingredientes de memoria.

Y habían usado este espacio desde hacía tiempo, pensó Wrath, al pasar sus dedos por la mesa llena de marcas. Luego inspeccionó el agujero de ventilación que había sobre la marmita.

Al dar media vuelta, se dirigió a Abalone.

—Has honrado tu linaje. Esta noche has demostrado tu valía. Vete ahora, pero recuerda que lo que suceda a partir de ahora no caerá sobre ti.

Abalone hizo una profunda reverencia.

—Mi lord, nuevamente os digo que no soy digno de esto.

—Eso es algo que yo decidiré y ya he realizado mi declaración. Ahora vete. Y guarda silencio sobre todo esto.

—Tenéis mi palabra. Es lo único que tengo para ofreceros y es vuestra y de nadie más.

Abalone se inclinó hacia el diamante negro y estampó un beso sobre la gema. Luego se marchó y sus pisadas se fueron alejando mientras avanzaba por el pasillo.

Wrath esperó hasta no oír nada. Luego dijo en voz baja:

—Quiero que os hagáis cargo de ese joven. Proporcionadle suficiente riqueza del tesoro para que pueda salir adelante con su familia y las generaciones por venir.

—Como digáis, mi lord.

—Y ahora cerrad la puerta.

No se oía nada. Tampoco se veía nada. Cuando cerraron la puerta no se oyó ni un crujido.

Wrath empezó a pasearse durante largo rato por aquel espacio diminuto, mientras imaginaba que el fuego estaba encendido y calentaba el ambiente, al tiempo que descomponía las diferentes sustancias del material vegetal, las raíces, los polvos…, convirtiendo la riqueza de la naturaleza en un veneno.

—¿Por qué ella? —preguntó—. Si mataron a mi padre y quieren el trono, ¿por qué no atacarme a mí?

Ahgony sacudió la cabeza.

—Es lo mismo que me pregunto yo. Quizás no querían un heredero. ¿Quién debe sucederos según vuestro linaje? ¿Quién sería el próximo en la línea de sucesión al trono si vos no tenéis hijos?

—Hay primos. Primos lejanos.

Las familias reales tendían a tener pocos hijos. Si la reina sobrevivía al alumbramiento, por lo general no la arriesgaban innecesariamente, en especial si el primogénito era un varón.

—Pensad, mi lord —dijo Ahgony—. ¿Quién seguiría en la línea de sucesión? ¿Tal vez alguien que pronto va a nacer? Ellos podrían estar haciendo tiempo en espera de que nazca, después de lo cual os apuntarían a vos.

Wrath se levantó las mangas del abrigo y

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