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  2. El rey
  3. Capítulo 64
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de pie, Saxton se arregló la ropa que tenía puesta desde que fuera a la casa de su padre y descubrió la verdad, aunque ya era demasiado tarde.

¿Qué pasaría ahora? Él estaba del lado de Wrath, y no solo porque su padre y él se encontraran tan separados.

Saxton sabía muy bien lo que era que te forzaran a entrar en un molde en el que no encajabas, y luego te satanizaran por no seguir la convención.

Él y Wrath eran espíritus afines.

Trágicamente.

‡ ‡ ‡

En silencio y con el corazón apesadumbrado, Sola recorría la casa que solía compartir con su abuela e iba de una habitación a otra, mirándolo todo, pero sin concentrarse en nada.

—Puedo contratar a alguien para que haga esto —dijo Assail en voz baja.

Sola se detuvo en la cocina, junto a la mesita redonda, y miró por la ventana. Aunque las luces exteriores no estaban encendidas, se imaginó el porche trasero cubierto de nieve. Y vio a Assail parado ahí, en medio del frío.

Todo era un poco frustrante. Había ido allí con una provisión de cajas plegadas y nuevas para empaquetar sus objetos personales… y no los recuerdos sobre este hombre. Pero mientras abría armarios y hacía cálculos sobre la cantidad de papel de periódico que iba a necesitar, en lo único en lo que podía pensar era en él. No en la casa que estaba dejando, ni en las cosas que iba a tener que abandonar, ni en los años que habían pasado desde aquel día de otoño en que ella y su abuela llegaron y decidieron que sí, que esta casa les gustaba.

Había pasado mucho tiempo.

Y sin embargo, en lo único en lo que podía pensar era en el hombre que estaba detrás de ella.

—¿Marisol?

Sola miró por encima del hombro.

—¿Perdón?

—Te pregunté por dónde querías empezar.

—Ah…, por arriba, supongo.

Al salir de la sala, Sola agarró algunas cajas, se metió en la muñeca un par de rollos de cinta y subió las escaleras. En el rellano, decidió empezar… por su habitación.

Solo le tomó un momento armar una de las cajas de tamaño mediano, la cual aseguró con trozos de cinta que cortó con los dientes y que produjeron un sonido similar al que produciría una tela al rasgarla. Finalmente, los cuatros lados de la caja quedaron sólidos y parecían capaces de recibir cosas.

Como su abuela llevaba tantos años encargándose del lavado de la ropa, nadie sabía mejor que ella cuáles eran las prendas favoritas de Sola y por eso todo aquello ya estaba en la casa de Assail. Lo que quedaba en la cómoda eran cosas menores y Sola las arrojó en la caja sin tomarse la molestia de doblarlas: pantalones de chándal que se habían lavado tantas veces que ya eran grises y no negros; jerséis de cuello alto que habían perdido el elástico en el cuello, pero que todavía servían para una emergencia; sujetadores que estaban un poco gastados; forros polares ya raídos; vaqueros de su época de adolescente que Sola usaba para ver cuánto había subido de peso.

—Toma —le dijo Assail con voz suave.

—¿Qué…? —Al ver el pañuelo que él le ofrecía, Sola se dio cuenta de que estaba llorando—. Lo siento.

Antes de advertir lo que hacía, se sentó en su cama doble y, después de secarse los ojos, se quedó mirando el pañuelo y acariciando la tela entre sus dedos.

—¿Qué te aflige? —preguntó Assail y sus rodillas crujieron cuando se arrodilló junto a ella.

Sola lo miró estudiando su cara. Dios, no podía creer que alguna vez hubiera pensado que Assail tenía un rostro duro. Él era… hermoso.

Y sus extraordinarios ojos del color de la luna eran como pozos llenos de compasión.

Pero ella tenía el presentimiento de que eso iba a cambiar.

—Tengo que irme —dijo Sola con voz ronca.

—¿De esta casa? Claro, por supuesto. Y vamos a ponerla en venta, y tú…

—No, de Caldwell.

La quietud que se apoderó de él fue tan intensa como un estallido de actividad. Y todo cambió, a pesar de que permaneció en la misma posición.

—¿Por qué?

Sola respiró profundamente.

—No puedo… No puedo quedarme contigo para siempre.

—Pero claro que sí.

—No, no puedo. —Sola volvió a concentrarse en el pañuelo—. Me iré por la mañana y me llevaré a mi abuela.

Assail se puso de pie y empezó a pasearse por la pequeña habitación.

—Pero estás a salvo conmigo.

—Sí, pero no puedo ser parte de la vida que llevas. Yo simplemente… no puedo.

—¿Mi vida? ¿Qué vida?

—Yo sé lo que sigue ahora. Sin Benloise en el panorama, vas a necesitar conseguir tu mercancía en algún lado… y vas a resolver ese problema de una manera que te convierta no solo en el proveedor de muchos consumidores y pequeños vendedores de Caldwell, sino en el proveedor de toda la costa Este.

—Tú no sabes cuáles son mis planes.

—Pero te conozco. Lo tuyo es tener el control… y eso no es malo. A menos que seas alguien que está tratando de alejarse de todo —dijo Sola y movió la mano hacia delante y hacia atrás—… esto.

—Pero tú no tienes por qué formar parte de mi trabajo.

—Así no es como funciona y tú lo sabes. —Sola levantó la mirada—. Eso puede ser cierto si eres abogado, pero tú no eres abogado.

—¿Y se te ocurre una mejor opción?

Curioso, una parte de ella se animó al sentir que él estaba hablando como si fueran una pareja. Pero la realidad aplastó enseguida ese pequeño rayo de sol.

—¿Acaso crees que podrías empezar una nueva carrera?

El silencio que siguió respondió la pregunta de la forma en que ella sabía que lo haría.

La voz de Assail sonaba contrariada:

—Me cuesta trabajo entender ese cambio de opinión tan abrupto.

—Me sacaron de mi casa y me secuestraron. Me retuvieron en contra de mi voluntad y casi me violan. —Al ver que Assail retrocedía como si ella acabara de darle una bofetada, Sola soltó una maldición—. Es solo que… es hora de que salga de la ilegalidad y me mantenga en el camino correcto. Tengo suficiente dinero, así que no tendré que conseguir un trabajo enseguida, y tengo otra casa.

—¿Dónde?

Ella bajó los ojos.

—Lejos de aquí.

—Ni siquiera me vas a decir a dónde te vas.

—Creo que irías a buscarme. Y por ahora soy demasiado débil para negarme.

Un olor peculiar se difundió por el aire y Sola miró a su alrededor, pensando en esas muestras de perfume que suelen venir en las revistas. Pero todo estaba igual: solo estaban ellos dos en la casa y por ninguna parte se veía un ambientador.

Assail se le acercó.

—No quiero que te vayas.

—Tal vez eso me convierta en una loca, pero me alegra que lo digas. —Sola se llevó el pañuelo de Assail a la boca y lo frotó contra sus labios—. No quiero ser la única que está sintiendo esto.

—Puedo mantenerte alejada del negocio. No tendrás que saber nada acerca de las operaciones, la distribución, el efectivo.

—Solo que mientras sea tu novia, o lo que sea, seré un objetivo. Y si mi abuela vive contigo, ella también será un objetivo. Benloise tiene familia, no aquí en los Estados Unidos, pero sí en Sudamérica. Tarde o temprano van a encontrar su cuerpo, o alguien notará su ausencia, y tal vez no sepan que fuiste tú. Pero tal vez sí.

—¿Acaso crees que no puedo protegerte? —le preguntó Assail con arrogancia.

—Creo que me puedo cuidar sola. Y yo sé que tu casa es una fortaleza. Tú sabes que la he examinado bien. Pero siempre pasan cosas. La gente puede entrar. La gente puede… acabar herida.

—No quiero que te vayas.

Sola levantó los ojos para mirarlo y supo que nunca, jamás, olvidaría la imagen de ese hombre, de pie en el centro de su pequeña habitación, con las manos en las caderas, el ceño fruncido y un aire de confusión.

Como si estuviera tan acostumbrado a hacer las cosas a su manera en todos los aspectos de la vida que no pudiera entender lo que sucedía.

—Te voy a echar de menos —dijo ella con voz quebrada—. Todos los días, todas las noches.

Pero Sola tenía que ser inteligente. La atracción había estado presente entre ellos desde el principio, y el hecho de que él fuera a rescatarla le agregaba otra dimensión a todo eso, una conexión emocional forjada en el fuego de su miedo y su dolor. El problema era que nada de eso era la base para una relación sólida.

Joder, ella lo había conocido mientras lo espiaba por orden de un narcotraficante. Él la había pillado entrando ilegalmente en su propiedad. Los dos se habían seguido a escondidas durante la noche, hasta que ella lo vio haciendo el amor con otra mujer, por Dios Santo. Luego llegó la casi tragedia y un sexo increíble que había sido como una espada de doble filo para su recuperación.

Sola se aclaró la voz.

—Simplemente necesito irme. Y a pesar de lo mucho que duele…, eso es lo que voy a hacer.

40

Era mejor hacer el anuncio aquí abajo, pensó Wrath al entrar al comedor con George a su lado.

Después de ocupar su puesto en la cabecera de la mesa de más de nueve metros de longitud, Wrath esperó a que llegaran todos los demás. No estaba dispuesto a tener esta clase de reunión sentado en el trono de su padre. Eso nunca sucedería. Y no había razón para excluir a nadie de la casa. Esto iba a afectar a todo el mundo.

Tampoco había necesidad de hacer una reunión previa. Wrath no necesitaba un cónclave privado con Rehv y Saxton, donde le contaran los detalles, para luego tener que sentarse a oír cómo se los resumían a todos los demás. No tenía nada que esconderle a su familia y nada iba a hacer que esto fuera más fácil de escuchar.

Wrath se quitó las gafas de sol, se restregó los ojos y pensó en otra razón por la cual le alegraba no estar arriba… El estudio estaba demasiado cerca de Beth. Fritz le había asegurado que ella estaba en cama y comiendo, pero Wrath sabía bien que su shellan era muy capaz de bajar después de los rigores del periodo de fertilidad, para verlo y reconectar con el mundo exterior.

Y aunque esto tuviera que ver con ella, no había ninguna necesidad de que se enterara ahora mismo. Dios sabía que habría mucho tiempo para contárselo…

—Tomad asiento —murmuró Wrath, al tiempo que se ponía de nuevo sus gafas de sol—. Tú también, Z.

Wrath podía sentir a Phury vacilando en la entrada del comedor con su gemelo, y durante los tensos segundos que siguieron, sacudió la cabeza.

—Hoy vamos a olvidarnos del beso del anillo, ¿vale? Solo necesito un poco de espacio.

—Muy bien —murmuró Phury—. Lo que tú digas.

Así que los habían alertado. O tal vez Wrath tenía tan mala pinta como sentía que tenía.

Cuando los otros fueron llegando en pequeños grupos, Wrath supo exactamente quién iba entrando gracias al olor. Nadie decía nada y él se imaginaba a Phury haciéndole señas a todo el mundo y diciéndoles que cerraran la boca y guardaran la distancia.

—Estoy a tu derecha —anunció Rehv—. Y Saxton está a mi lado.

Wrath asintió con la cabeza en dirección hacia ellos.

Unos minutos después, Tohr dijo:

—Ya estamos todos aquí.

Wrath tamborileó en la mesa con los dedos, mientras se sentía abrumado por el olor a tristeza y ansiedad que percibía, y también por el silencio.

—Cuéntanos, Rehv —ordenó Wrath.

Se oyó el sonido de una silla que se deslizaba hacia atrás sobre la alfombra y luego el rey de los symphaths y leahdyre del Consejo de la glymera empezó a manipular algo.

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