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  2. El rey
  3. Capítulo 62
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servilletas de lino blanco—. Todos vuestros colores están aquí.

Abalone bajó la mirada hacia el enorme anillo de oro con el sello que llevaba en la mano. Era el mismo que había usado su padre, con el escudo familiar tan profundamente grabado en el metal que todavía se veían con claridad todos los íconos y los adornos, a pesar del paso de los siglos.

Ciertamente el oro del anillo debió de haber sido brillante cuando fue forjado, pero ahora tenía una pátina creada por el uso de varios machos de su familia. Una pátina que habían ido forjando de manera honorable.

Esto no estaba bien, volvió a pensar Abalone. Todo este complot contra Wrath era falso, orquestado solo para satisfacer las ambiciones de aristócratas que no eran dignos del trono: a ellos no les importaba la pureza de la sangre del heredero. Ese solo era el pretexto con el que querían justificar su objetivo.

—¿Votamos? —Ichan miró a la audiencia—. ¿Ya?

Esto era un error.

Abalone sintió que le empezaban a temblar las manos y dejó caer el puro al suelo…, y luego no pudo moverse para recogerlo.

Dile que no a esto, se dijo a sí mismo. Defiende lo que es…

—Todos los que estén a favor digan: «Sí».

Sin embargo, Abalone no dijo nada. Pero no porque tuviera el valor de ser el único en decir «no» cuando preguntaran si alguien se oponía.

En ese momento tampoco abrió la boca.

Abalone dejó caer la cabeza cuando el martillo golpeó la madera.

—La moción es aceptada. El voto de recusación ha sido aprobado. Reunámonos ahora todos para enviar este mensaje de cambio a toda la raza.

Abalone se inclinó y recogió su puro. El hecho de que este hubiera dejado un pequeño agujero en el barniz del suelo parecía apropiado.

Porque él también estaba dejando una mancha en el legado de sus ancestros.

En lugar de ir a firmar el pergamino, Abalone se quedó donde estaba, mientras los representantes de cada familia y todas las hembras se levantaban y se situaban junto a Ichan, desempeñando su papel mientras se añadían los sellos y las cintas. Era como mirar a un grupo de actores en un escenario, mientras cada uno disfrutaba de su momento de popularidad.

¿Acaso sabían lo que estaban haciendo?, pensó Abalone. Le estaban entregando las riendas de la raza a ¿quién? ¿A Ichan?, ¿como fachada de esos guerreros? Esto era un desastre…

—¿Abalone?

Al oír su nombre, Abalone se estremeció y levantó la mirada. Todo el salón lo estaba observando.

Ichan sonrió desde el frente.

—Tú eres el último, Abalone.

Esta era la oportunidad de mostrar que estaba a la altura del nombre de su abuelo. Era el momento de expresar su opinión de que esto era un crimen, de que era…

—Abalone. —Ichan seguía sonriendo, pero había un contundente tono de exigencia en su voz—. Es tu turno. Por tu linaje.

Cuando Abalone puso el puro en el cenicero, vio que sus manos estaban temblando de nuevo y sintió las palmas sudorosas. Entonces se aclaró la garganta y se puso de pie, mientras pensaba en el coraje de su linaje y en la forma en que su ancestro había hecho lo correcto a pesar de los riesgos.

La imagen de su hija se atravesó entonces sus pensamientos, interrumpiendo la emoción.

Y Abalone sintió los ojos de los demás encima, como si fueran miles de rayos láser apuntando hacia él.

Con la intención de matar.

‡ ‡ ‡

Cuando Wrath oyó un golpe en la puerta de su habitación matrimonial, soltó una maldición y decidió hacer caso omiso.

—Wrath, debes recibir a quienquiera que sea.

Wrath llenó otra cucharada de la sopa que habían preparado frente a sus ojos, con las verduras que él mismo había arrancado de la tierra. El sabor era suave, pero el caldo era muy aromático y los trozos de carne provenían de una vaca recién sacrificada y criada en sus establos.

Una vaca que él mismo había sacrificado.

Entonces se oyó otro golpe en la puerta.

—Wrath —chilló Anha, al tiempo que se enderezaba sobre las almohadas—. Hay gente que te necesita.

Wrath había perdido la noción del tiempo y ya no sabía si era de día o de noche, ni cuántas horas o noches habían pasado desde que ella había regresado a él. Pero no le importaba. Así como tampoco daba un céntimo por los caprichos de la corte, o las preocupaciones de los cortesanos…

Se oyó otro golpe.

—Wrath, dame la cuchara y ve a atender la puerta —le ordenó su hembra.

Ah, y vaya si eso lo hizo sonreír. Su Anha realmente estaba de vuelta.

—Tus deseos son órdenes para mí —dijo Wrath y dejó el plato de sopa en el regazo de su compañera, mientras le entregaba el utensilio que estaba usando.

Habría preferido continuar alimentándola él mismo. Pero verla ser capaz de comer sin desparramar nada y encargarse de nutrirse representaba un gran alivio interno para Wrath.

Sin embargo, aún pendía una sombra sobre ellos: ni él ni ella se habían atrevido a hablar todavía de su hijo, acerca de si lo que le había pasado a Anha podría privarlos de su mayor deseo.

Era un tema demasiado doloroso, en especial a la luz de la revelación que le había hecho Tohrture…

—Wrath. La puerta.

—Sí, mi amor.

Mientras caminaba sobre las alfombras de la habitación en dirección a la puerta, Wrath se sentía preparado para decapitar a quienquiera que se hubiese atrevido a entrometerse en el proceso de sanación de su amada.

Solo que cuando abrió los pesados paneles, se quedó inmóvil.

En el pasillo se hallaba reunida la Hermandad de la Daga Negra, y sus cuerpos de guerreros parecían reducir al máximo lo que, de otra forma, era un espacio más que amplio.

El instinto de proteger a su shellan lo hizo desear tener una daga en su mano cuando salió al pasillo y cerró la puerta tras él.

En efecto, la necesidad de defender su territorio lo hizo apretar los puños, aunque nunca en la vida lo habían entrenado para pelear. Pero estaba dispuesto a morir para salvarla a ella…

Sin decir palabra, los Hermanos sacaron sus dagas negras y la luz de las antorchas se reflejó en sus hojas con un destello.

Con el corazón palpitándole en el pecho, Wrath se preparó para un ataque.

Solo que no se trataba de eso: al unísono, los Hermanos se arrodillaron sobre una pierna, bajaron la cabeza y clavaron en el suelo de piedra la punta de sus dagas.

Tohrture fue el primero en levantar aquellos increíbles ojos azules.

—Nos comprometemos contigo y solo contigo.

Y luego todos levantaron la vista para mirarlo, reflejando en sus rostros de forma evidente el respeto que hacia él sentían, mientras aquellos increíbles cuerpos se comprometían a servirlo y defenderlo y a luchar a su lado.

Wrath se puso una mano sobre el corazón, pero no pudo decir nada. Hasta ese momento no se había dado cuenta de lo solo que estaba, solo él y su shellan contra el mundo…, aunque eso le había parecido suficiente… hasta ahora.

Además esto era el opuesto absoluto de la glymera. Los cortesanos solo se preocupaban por hacer gestos públicos que no tenían mayor profundidad que una representación teatral.

Pero estos machos…

El rey nunca se inclinaba ante nadie por tradición.

Pero esta vez se inclinó ante los Hermanos. De manera pronunciada y con reverencia.

Y recordando palabras que le había oído a su padre, declaró:

—Vuestra promesa de servicio es aceptada por vuestro rey con gratitud.

Luego agregó algo que le salió del alma:

—Y yo también os la devuelvo y me comprometo con vosotros, con todos y cada uno, a ofreceros la misma lealtad que vosotros me habéis ofrecido y yo he aceptado.

Luego miró a cada uno de los Hermanos a los ojos.

Su padre había usado a estos machos especialmente criados por su fuerza, pero su lealtad pasaba primero por la glymera.

Sin embargo, el instinto le indicaba al hijo que el futuro era más seguro si hacía lo opuesto: con estos machos respaldándolo, él y su amada y cualquier descendencia que tuvieran tendrían más oportunidades de sobrevivir.

—Hay alguien que desea veros —dijo entonces Tohrture desde el suelo—. Nos sentiremos honrados de montar guardia aquí, frente a vuestra puerta, mientras vos os ocupáis de este asunto en vuestro despacho.

—Pero no voy a dejar sola a Anha.

—Si lo deseáis, mi lord, por favor pasad a vuestro despacho. Ahí se encuentra la persona con quien tenéis que hablar.

Wrath entrecerró los ojos. Pero el Hermano no titubeó. Todos ellos permanecían impasibles.

—Dos de vosotros, venid conmigo —se oyó decir entonces Wrath—. El resto podéis permanecer aquí y montar guardia para protegerla.

Con un grito de guerra, la Hermandad se levantó al unísono y sus expresiones lúgubres constituían la mejor representación del estado en que se encontraban las cosas. Pero mientras se organizaban ante la puerta de su habitación matrimonial, Wrath supo desde el fondo del corazón que ellos estaban dispuestos a dar su vida por él y por su shellan.

Sí, pensó. Ellos serían su guardia privada.

Cuando partió, Tohrture tomó la delantera y Ahgony se hizo cargo de la retaguardia, y mientras los tres avanzaban, Wrath sintió que lo protegían como si fueran una armadura.

—¿Quién nos está esperando? —preguntó Wrath en voz baja.

—Lo hemos hecho entrar a escondidas —le respondieron también en voz baja—. Nadie puede conocer su identidad o no sobrevivirá a esta noche.

Tohrture fue el que abrió la puerta, pero debido a su tamaño, no había manera de ver quién estaba…

En el extremo de la habitación había una figura, envuelta en una capa y con la capucha puesta, que no se quedaba quieta: quienquiera que fuera, estaba temblando, lo que hacía que la tela de la capa se moviera gracias al temor que parecía albergar aquel cuerpo.

Ahgony cerró entonces la puerta y los Hermanos permanecieron junto a Wrath.

Al tomar aire, Wrath reconoció el olor.

—¿Abalone?

Unas manos tan pálidas como las de un fantasma subieron hasta la capucha para retirarla.

El joven macho abrió mucho los ojos, tenía la cara blanca como el papel.

—Mi lord —dijo, arrojándose al suelo e inclinando la cabeza.

Era un joven cortesano sin familia, el último eslabón de un linaje de dandis que se encontraba allí solo por la honra de la sangre que corría por sus venas.

—¿Qué te sucede? —preguntó Wrath, al tiempo que volvía a tomar aire por la nariz.

Wrath percibió el aroma del miedo, sí, pero había algo más. Y cuando logró definir de qué se trataba, se sintió… impresionado.

La nobleza no era, por lo general, una emoción que se pudiera oler. Ese era más bien el ámbito del miedo, la tristeza, la felicidad, la excitación…, pero este macho diminuto, que apenas un año antes habría pasado por una transición que no había contribuido mucho a aumentar el peso de su cuerpo ni su estatura, tenía un propósito que subyacía a su miedo, una motivación principal que solo podía ser… noble.

—Mi señor —dijo con voz ahogada—, perdonadme por mi cobardía.

—¿En relación con qué?

—Yo sabía…, yo sabía lo que ellos iban a hacer y no… —dijo y se le escapó un sollozo—. Perdonadme, mi lord…

Mientras el macho se desesperaba, Wrath pensó que había dos maneras de afrontar esto. Una era la agresiva y la otra era la conciliatoria.

Y Wrath sabía que llegaría más lejos si optaba por la segunda.

Así que se acercó al macho y le tendió la mano.

—Levántate.

Al parecer, Abalone se sintió confundido al oír esa orden. Pero luego aceptó la mano que le tendían y que lo llevó hasta una de las sillas de roble tallado que estaban junto al hogar.

—¿Aguamiel? —preguntó Wrath.

—N-n-n-o, gracias.

Wrath se sentó frente al macho y la silla crujió bajo su peso.

—Respira profundamente.

Al ver que el macho obedecía, Wrath se inclinó

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