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  2. El rey
  3. Capítulo 61
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de violencia, mientras su aliento contra el aire helado lo hacía parecer un dragón que escupiera fuego.

Después de un largo momento, entrelazó las manos tras la espalda y regresó.

Pasó un rato antes de que por fin hablara y, cuando lo hizo, ni siquiera miró a Trez. Estaba observando el apartamento a través de los cristales.

—Me gusta este lugar.

Trez mantuvo el arma bajo su mentón, pero sintió una punzada de… ¿esperanza? Bueno, tal vez no tanto. Pero quizás sí había una solución, después de todo.

s’Ex levantó una ceja.

—Tres habitaciones, dos baños, una bonita cocina. Mucha luz. Pero lo mejor son las camas…, camas grandes.

—¿Quieres esto? Es tuyo.

Cuando los ojos de s’Ex volvieron a fijarse en él, Trez oyó cómo en su cerebro repicaba la frase «hacer un pacto con el diablo».

—Pero falta algo.

—¿Qué?

—Mujeres. Quiero que me traigan mujeres aquí. Yo te diré cuándo. Y quiero tres o cuatro al tiempo.

—Trato hecho. Dime el número y la hora y te las traeré.

—Pareces muy seguro.

—¿Cómo diablos crees que me gano la vida?

Los ojos de s’Ex brillaron.

—Pensé que eras el dueño de un club.

—Pero no solo vendo alcohol —murmuró Trez.

—Hmmm, vaya trabajo. —El verdugo frunció el ceño—. Pero debes tener claro que ella puede ordenarme que vaya tras tu hermano.

—Entonces voy a tener que matarte.

s’Ex echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.

—¡Que pretencioso!

—Déjame explicarte bien esto. Si tocas a iAm, te voy a encontrar. Y tu último aliento será mío y tu corazón todavía estará caliente cuando lo saque de tu pecho para comérmelo.

—¿Sabes? No entiendo por qué no nos llevamos mejor tú y yo.

Trez extendió la mano que tenía libre.

—Entonces, ¿tenemos un pacto?

—No podemos olvidarnos de la reina. Es posible que no pueda persuadirla. Y debes ser consciente de que, si ella no acepta, tu plazo ya se habrá agotado.

—Entonces mátalos. —Trez le sostuvo la mirada al verdugo sin vacilar—. Es mi última palabra.

El verdugo ladeó la cabeza, como si estuviera considerando todos los aspectos posibles.

—Sí, es evidente que es tu última palabra. Encontrémonos aquí mañana a mediodía con una muestra…, y yo veré qué puedo hacer en el Territorio.

Antes de desaparecer, el macho estrechó brevemente la mano de Trez. Y luego se marchó, como una pesadilla que se desvanece al despertar.

Desgraciadamente…, Trez sabía que el verdugo sí regresaría.

La pregunta era con qué clase de noticias. Y con qué clase de apetito.

38

Hacía una hora que había oscurecido cuando Abalone salió de su casa y se desmaterializó desde el jardín lateral. La noche estaba horriblemente fría y, cuando volvió a tomar forma en la propiedad de una de las familias más ricas de la glymera, se detuvo un momento a respirar hasta que sus senos nasales se anestesiaron.

Estaba llegando más gente: los machos y las hembras aparecían en medio de la oscuridad y enseguida empezaban a arreglarse las pieles y la ropa elegante y las joyas antes de dirigirse hacia la zona iluminada.

Abalone los siguió con el corazón apesadumbrado.

Un doggen mantenía abiertas las inmensas puertas talladas de la mansión, y estaba tan inmóvil en su librea que parecía un poste.

La señora de la casa se hallaba debajo de una araña de cristal en el vestíbulo, vestida con un traje de color rojo brillante diseñado por un famoso modisto, cuyos pliegues caían al suelo en cascadas de seda. Sus joyas eran rubíes que producían ostentosos destellos desde la garganta, las orejas y las muñecas.

Sin tener una razón en particular, Abalone pensó que los rubíes de la verdadera reina de la raza eran mucho mejores, más grandes y más traslúcidos. Él había visto un óleo de la hembra en el Viejo Continente e incluso a pesar de los años y la pintura, el rubí saturnino y sus compañeros tenían un brillo que haría palidecer las pretensiones de los que tenía ahora frente a él.

El cónyuge de la anfitriona no parecía estar por ninguna parte. Pero, claro, ese macho tenía dificultad para mantenerse en pie durante periodos de tiempo largos.

No se encontraba muy lejos de la muerte.

La fila que se había formado para saludar avanzaba rápidamente y pocos minutos después llegó el turno de Abalone de besar la mejilla empolvada de la hembra.

—Me alegra tanto que hayas podido venir —dijo ella con tono pomposo y luego señaló con la mano hacia atrás—. Sigue al comedor, por favor.

Mientras los rubíes de la hembra brillaban con la luz, Abalone se imaginó a su hija así, como la gran señora de una gran casa y una mirada glacial.

Tal vez el castigo por oponerse a esta afrenta contra el trono no era tan terrible. Él había encontrado el amor con su shellan durante los años que ella había estado en la Tierra, pero Abalone había llegado a entender que había tenido mucha suerte. La mayoría de sus contemporáneos, muchos de los cuales habían sido asesinados en los últimos ataques, habían vivido encerrados en relaciones sin amor y sin sexo, que giraban en torno a las fiestas de sociedad en lugar de hacerlo alrededor de la mesa del comedor familiar.

Abalone no quería eso para su hija.

Sin embargo, si él había tenido la suerte de encontrar el amor, seguramente su hija podría tener la misma oportunidad en la glymera.

¿No?

Al entrar en el comedor, Abalone vio que todo estaba arreglado exactamente igual a como se encontraba el día en que el rey se había reunido con todos ellos hacía poco: habían sacado la mesa, y los veintitantos asientos estaban organizados en filas. Esta vez, sin embargo, los supervivientes de la aristocracia llegaban con sus parejas.

Por lo general las shellans no asistían a las reuniones del Consejo, pero esta convocatoria no tenía nada de ordinaria. Tal vez fuera la última.

De hecho, mientras tomaba asiento en una de las sillas forradas en seda del fondo, Abalone pensó que los invitados deberían mostrar una actitud más lúgubre. Pero en lugar de mostrar aunque fuera un poco de respeto por el significado histórico, el riesgo que representaba y la naturaleza sin precedentes de todo esto, charlaban animadamente entre ellos, los caballeros fanfarroneando, mientras las damas movían las manos a diestra y siniestra para hacer brillar sus joyas.

En efecto, Abalone se encontraba solo en la última fila y, en lugar de saludar a los conocidos, se desabrochó la chaqueta del traje y cruzó la pierna a la altura de la rodilla. Cuando alguien encendió un cigarro, él sacó un puro e hizo lo mismo, solo por hacer algo. Y cuando un doggen apareció de inmediato junto a él con un cenicero sobre un soporte de bronce, Abalone le dio las gracias y se concentró en golpear suavemente el puro para que cayera la ceniza.

Él resultaba insignificante para todos ellos, debido a que hacía tiempo que había decidido mantener un perfil bajo. Su linaje había visto de primera mano las crueldades de la corte y la sociedad, y él había aprendido esa lección a través de la lectura de los diarios que había heredado de sus antepasados. Sin embargo, la verdad era que disponía de recursos financieros con los que podría comprar a todos los que se encontraban en ese momento en la habitación.

Gracias a los ordenadores Apple.

La mejor inversión que alguien podía haber hecho en los años ochenta. Y luego fueron las inversiones en las grandes farmacéuticas, en los años noventa. ¿Y antes de eso? Las corporaciones del acero y las compañías ferroviarias en los albores del siglo veinte.

Él siempre había tenido la habilidad de saber a dónde se dirigirían los humanos con sus entusiasmos y sus necesidades.

Si la glymera lo supiera, su hija sería una mercancía de gran valor.

Pero esa era otra razón por la cual a Abalone no le gustaba hablar de su dinero.

Era increíble ver lo lejos que había llegado su linaje a través de los siglos. Y pensar que le debían todo eso al padre del rey.

Diez minutos después, el salón estaba lleno y eso, más que el ánimo de fiesta, mostraba que la glymera sí reconocía, al menos en parte, la magnitud de lo que estaba teniendo lugar. Llegar tarde era inconcebible en una noche como hoy; las puertas debían estar a punto de cerrarse…

Abalone miró su reloj.

… Ya.

De inmediato se oyó la reverberación de la madera cerrándose.

En ese momento todo el mundo se sentó y guardó silencio, y ahí fue cuando Abalone pudo contar las cabezas y ver quién faltaba. Rehvenge, el leahdyre, claro: él se había aliado con Wrath y nadie podría deshacer ese vínculo. Marissa también estaba ausente, aunque su hermano, Havers, sí estaba ahí. Pero ella estaba emparejada con ese Hermano que nadie conocía, pero que se suponía que descendía del linaje de Wrath.

Naturalmente, ella también estaría ausente…

De repente se abrieron las puertas que estaban a la derecha de la chimenea y entraron seis machos. La audiencia se enderezó de inmediato en sus asientos. Abalone reconoció a dos de ellos en el acto: el aristócrata que iba delante… y el horrible macho con labio leporino que estaba detrás y que había ido a visitarlo junto con Ichan y Tyhm. Los otros cuatro eran sombras similares al otro: tíos enormes, guerreros de ojos aguzados, que permanecían alerta pero no parecían nerviosos, preparados para el combate pero poco dados a precipitarse.

Lo que resultaba más aterrador de ellos era precisamente su control.

Solo los más temerarios podían sentirse relajados en una situación así…

La señora de la casa entró entonces con su hellren, un macho tan encorvado como el mango del bastón que llevaba en la mano, de pelo blanco y con la cara tan arrugada como cortinas plisadas.

La hembra lo sentó como si fuera un chiquillo, y luego le arregló la ropa y le alisó la corbata roja.

A continuación, ella se dirigió a la audiencia, con las manos entrelazadas como si fuese una soprano que estuviera a punto de interpretar un aria frente a un auditorio abarrotado. En opinión de Abalone, la felicidad que le producía la atención que estaba recibiendo resultaba absolutamente inapropiada.

De hecho, todo este asunto era una pesadilla, pensó Abalone, mientras volvía a dejar caer la ceniza.

Mientras la hembra hablaba, escupiendo agradecimientos y reconocimientos, Abalone se preguntó cómo le iría en la vida después de que su «amado» se fuera al Ocaso. Sin duda, eso dependería del testamento, y de si este era el segundo matrimonio, y de si había descendencia que la precediera en la carrera por quedarse con las propiedades.

Ichan tomó la palabra después de ella:

—… encrucijada… es necesario actuar… trabajo de Tyhm para exponer la debilidad que enfrenta la raza… cónyuge mestiza… heredero con un cuarto de sangre humana…

Era el mismo discurso que le habían echado a él y el resumen solo buscaba fingir que esta era la primera vez que alguien oía algo sobre el asunto. Pero todos estaban preparados y conocían de antemano lo que se esperaba obtener y las repercusiones que se consideraban necesarias.

Abalone miró de reojo hacia el otro extremo del salón. Tyhm, el abogado, estaba de pie con la rigidez de un perchero, y su cuerpo largo y delgado se mantenía completamente vertical. Estaba nervioso y sus ojos parecían embelesados y titilantes al mismo tiempo.

—… el voto de recusación debe ser unánime para tener la mayoría absoluta del Consejo. Más adelante, vuestras firmas serán añadidas con sellos a este documento preparado por Tyhm. —Ichan levantó un pergamino con los símbolos de la Lengua Antigua trazados cuidadosamente en tinta azul, y luego señaló una fila de cintas de muchos colores, un recipiente de plata lleno de velas rojas y una pila de

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