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  2. El rey
  3. Capítulo 60
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los ojos y pensó en lo tonto que era el hecho de que eso todavía le doliera. Pero después de pasar toda una vida intentando que su padre se sintiera orgulloso de ella, tratando de obtener su aprobación y lograr un vínculo con él, Sola se había dado cuenta de que, para él, ella solo era otra herramienta.

Luego recordó que se había marchado del juicio incluso antes de saber si lo declaraban culpable o inocente…, y se había dirigido a su apartamento, donde había encontrado el dinero que su padre tenía guardado en una pared detrás de la ducha del baño, dinero que Sola utilizó para que tanto ella como su abuela pudieran librarse de ese legado oscuro.

Los papeles con los que entraron a los Estados Unidos eran todos falsos. Tres semanas después, sus familiares les contaron que su padre había recibido una condena a cadena perpetua. Y luego supieron que lo habían asesinado en la cárcel.

Como su abuela no solo era viuda, sino que también había perdido a sus hijos, Sola se había convertido en su único sostén, haciendo lo único que sabía hacer.

Y ahora estaba ahí, sentada en la terraza de un capo de la droga, enfrentada a un dilema moral que nunca se imaginó que tendría que afrontar…

Y viendo a un pescador que apagaba el motor del bote y lanzaba su caña.

Pero aunque el pescador había apagado el motor, no se quedaba quieto. La corriente del río se lo iba llevando y el bote parecía un juguete al lado de los edificios lejanos.

—¿Quieres desayunar?

Sola se dio la vuelta.

—Buenos días.

Su abuela tenía el pelo lleno de rulos que le rodeaban la cara, el delantal atado a la cintura y un poco de carmín en la boca. Su sencillo vestido de algodón, hecho por ella, desde luego, y sus burdos zapatos de color marrón parecían encajar perfectamente.

—Sí, por favor.

Cuando Sola hizo el ademán de levantarse, su abuela le indicó que se quedara sentada.

—Quédate al sol. Necesitas que te dé el sol. Estás muy pálida. Vives como un vampiro.

Por lo general Sola habría discutido un poco, pero esta mañana se sentía tan agradecida por el hecho de estar viva que no le costó trabajo obedecer.

Al volver a contemplar el río, descubrió que el pescador estaba a punto de desaparecer de su vista. Un poco más a la derecha y ya no podría verlo.

Si Sola no hubiese rezado, de todas formas habría logrado salir de aquel lugar. Ella era una superviviente, siempre había sido así…, y había hecho lo que tenía que hacer, movida por un extraño piloto automático que le ayudaba a controlar sus emociones y sus sensaciones físicas y a hacer lo necesario.

De modo que si miraba al futuro, a las corrientes de su vida que la harían desaparecer del panorama, por decirlo así, lo mejor que podía hacer era salir de la ilegalidad.

Independientemente de cualquier «pacto» que tuviera con Dios.

Si seguía como hasta entonces, terminaría en la cárcel o muerta, y ahora que había probado lo que era la muerte, estaba convencida de que no quería terminar así.

Mientras parpadeaba para adaptarse a la mayor cantidad de luz, Sola dejó de pensar, cerró los ojos y dejó caer la cabeza hacia atrás. La tibieza del sol en su cara la hizo pensar en Assail.

Estar con él había sido como tocar el sol sin quemarse. Y su cuerpo quería más. Joder, el solo hecho de pensar en él fue suficiente para hacerla recordar aquellos momentos en la cama, en medio del silencio de la noche y aquellos fuertes jadeos.

Al darse cuenta de que sus senos se ponían duros, Sola sintió algo que se arremolinaba entre sus piernas…

—Sola, está listo —dijo su abuela desde atrás.

Entonces se puso de pie y se inclinó sobre el balcón de cristal para tratar de encontrar al pescador. Pero ya no estaba.

Brrrr, estaba haciendo frío…

—¿Sola? —volvió a llamarla su abuela con suavidad.

Qué extraño. Por lo general la voz de su abuela era como la piel de sus manos: áspera. De hecho, su abuela hablaba de la misma forma en que cocinaba: de frente, sin guardarse nada.

Pero ahora el tono se había vuelto muy suave.

—Sola, baja ya a comer.

Sola volvió a buscar al pescador y luego dio media vuelta para quedar frente a su abuela.

—Te quiero, vovó.

Su abuela asintió, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas.

—Vamos, que vas a pillar un resfriado.

—Pero si el sol ya está calentando.

—No lo suficiente. —Su abuela dio un paso atrás y le hizo señas para que la siguiera—. Debes comer.

Cuando Sola entró en la casa, quedó paralizada.

Sin necesidad de mirar, supo que Assail acababa de bajar las escaleras y la estaba mirando.

Mierda, la verdad es que no estaba segura de poder dejarlo atrás.

‡ ‡ ‡

Después de pasar dos días recluido en su habitación, a Trez le pareció que el mundo estaba lleno de estímulos que aturdían sus sentidos, como si tuviera un rayo láser frente a los ojos y un par de amplificadores de sonido junto a cada oreja. Al tomar la Carretera del Norte con destino al centro de Caldwell, se sorprendió poniéndose un par de gafas de sol y apagando la radio…

En ese momento apareció un imbécil que salió de la nada y se cruzó por delante de él a gran velocidad.

—¡Mira por dónde vas, imbécil! —le gritó a través del parabrisas, al tiempo que hacía sonar la bocina.

Durante una fracción de segundo, Trez deseó que el tío del Dodge Charger decidiera entablar una pelea. Quería golpear algo. Joder, probablemente sería una buena práctica considerando que se dirigía a hablar con s’Ex. Sin embargo, el señor Charger, junto a su exceso de testosterona y su polla diminuta, se perdió por la siguiente salida, después de cruzarse por delante de un monovolumen y una camioneta en el proceso.

—¡Cabrón!

Con suerte, el bastardo terminaría pronto en una zanja y sin cinturón de seguridad.

Cerca de diez minutos después, Trez salió de la autopista y entró en un laberinto de calles de un solo sentido. Al encontrarse delante de todos esos semáforos y señales de stop, su cerebro se atascó y no encontró el camino hacia el edificio de apartamentos…

Cuando oyó una bocina detrás de él, Trez apretó las muelas y aceleró. Al final tuvo que dar varias vueltas mientras localizaba los más de veinte pisos del Commodore y encontraba la rampa que llevaba hasta el aparcamiento. Al bajar hasta la puerta, cogió su identificación del salpicadero, la pasó por el lector y se dispuso a aparcar en uno de sus espacios reservados.

El trayecto en el ascensor le llevó como cincuenta años, después de lo cual salió a la alfombra del pasillo. Su piso estaba un poco más abajo y Trez usó la puerta principal, no la de servicio, y entró con la llave de cobre.

Al entrar a la cocina, vio dos tazas sobre la encimera, una bolsa de patatas fritas Cape Cod abierta y la cafetera medio llena.

Luego se detuvo junto a una revista GQ que estaba abierta y que ya había visto.

—Bonita chaqueta —murmuró, al tiempo que cerraba la publicación.

No había ninguna razón para encender las lámparas, pues el día estaba claro y soleado y los cristales dejaban entrar mucha luz.

La enorme figura negra que apareció en la terraza parecía todo un heraldo de la maldad.

Trez abrió la puerta y salió a la terraza, cerrando las puertas detrás de él.

La voz del verdugo dijo con cierta sorna:

—Tu hermano me invitó a pasar.

—Yo no soy mi hermano.

—Sí, ya lo hemos notado. —Cuando el verdugo de la reina cruzó los brazos sobre el pecho, sus inmensos antebrazos se apretujaron debajo de muchos pliegues de tela—. ¿A qué debes el honor de mi presencia?

El hecho de que estuviera helando parecía apropiado.

—No quiero que te metas con mis padres.

—Entonces tienes que regresar. Así son las cosas. —El verdugo se inclinó hacia delante—. No me digas que me has hecho venir desde tan lejos con la esperanza de negociar. ¿Verdad? Estoy seguro de que no eres tan estúpido.

Trez enseñó sus colmillos, pero luego se arrepintió.

—Tú quieres algo. Todo el mundo tiene un precio.

El verdugo levantó las manos y se quitó la capucha lentamente. La cara debajo de aquella tela negra era tan apuesta como era posible…, pero tenía en los ojos la misma calidez de una piedra de granito.

—¿Por qué habría de arriesgar mi propia vida por tus padres? Si desobedezco una orden, habrá consecuencias… y ninguno de vosotros merecéis la pena de sufrirlas.

—Puedes hablar con la reina. Ella te escucha.

—Suponiendo que eso sea cierto, y no digo que lo sea, ¿por qué habría de hacer eso por ti?

—Porque hay algo que quieres.

—Ya que pareces saberlo todo, ¿qué sería eso exactamente, en tu opinión? —preguntó el verdugo con tono de cansancio.

—Estás tan atrapado allí como cualquiera de ellos. Recuerdo perfectamente cómo es eso y te puedo asegurar que la vida en este lado es mucho mejor.

—Razón por la cual tú estás hecho una mierda, ¿verdad?

—Piénsalo. Puedo conseguirte lo que quieras aquí fuera. Lo que sea.

El verdugo entrecerró los ojos.

—Pero perdonarles la vida a tus padres no te va a salvar.

—Matarlos tampoco va a hacer que yo regrese. Y esa es la razón por la que lo harías, ¿no? Así que ve a donde la reina, cuéntale que has hablado directamente conmigo y que no me importa que los matéis. Luego sugiérele que les quite todo lo que les había dado: la casa en la que viven, la ropa y las joyas que compraron con el botín que recibieron, la comida que guardan en su alacena. Todo. Eso hará que la reina recupere su inversión. Así no habrá perdido nada…

—Mentira. Ella no tiene pareja para su hija y toda esa «restitución» no soluciona el hecho de que la princesa necesita un consorte.

—Pero no voy a ser yo. Eso te lo aseguro. Vosotros podéis acabar con mi madre y mi padre, podéis amenazarme con hacerme daño físico, podéis arrasar mi casa…

—¿Y si te capturo ahora mismo?

Trez sacó la pistola que se había metido en el pantalón por detrás de la espalda. Pero no la apuntó contra s’Ex. La puso directamente debajo de su mentón.

—Si tratas de hacerlo, oprimiré el gatillo. Así tendrás un cadáver, y a menos que la hija de la reina sea una maldita bruja, no me va a querer en ese estado.

s’Ex se quedó totalmente quieto.

—Te has vuelto loco.

—Cualquier cosa que quieras del mundo exterior, s’Ex. Si te encargas de esto, yo me encargaré de ti aquí.

Mientras el verdugo de la reina consideraba el trato, Trez respiraba suavemente y pensaba en las únicas dos personas que realmente le importaban. Selena… Por Dios, cómo la deseaba, pero él no era digno de esa Elegida. Demonios, incluso si este intento de negociación funcionaba, él seguiría siendo un proxeneta y no había manera de cambiar el pasado.

Y luego estaba iAm.

La idea de perder a su hermano era…, ni siquiera podía pensar en ello. Pero el macho estaría mucho mejor sin él, si Trez no lograba arreglar este problema.

—Me sorprende que tengas tanto interés en salvar a tus padres —dijo s’Ex con displicencia.

—¿Estás bromeando? Para ellos, perder su posición es peor que la muerte. Lo que ellos me hicieron ha arruinado mi vida y la de mi hermano. Así que esa es mi venganza. Además, como te he dicho, no me importa lo que hagas con ellos, no voy a regresar.

El verdugo empezó a caminar por la terraza y sus vestiduras se arremolinaban a su alrededor como una promesa

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