un heredero, que había nacido y se había criado hasta ver cómo los restrictores mataban a sus padres ante sus ojos aún funcionales de pretrans.
Todavía lo recordaba con nitidez.
El defecto ocular solo empezó a manifestarse después de que Wrath sufriera el cambio. Pero esa debilidad, al igual que el trono, eran parte de su legado. La Virgen Escribana había diseñado un plan de crianza que fortalecía los rasgos más deseables de los machos y las hembras, y creaba un sistema de castas que conformaba la jerarquía social. Era un buen plan, pero solo hasta cierto punto. Como solía suceder con la Madre Naturaleza, la ley de las consecuencias imprevistas había decidido hacer una jugarreta y así era como este rey, de «perfecto» linaje, había terminado ciego.
Frustrado, Wrath se levantó bruscamente de la cama y… naturalmente apoyó el pie sobre una almohada en lugar del suelo. Al sentir que perdía el equilibrio, estiró los brazos para tratar de agarrarse a algo, pero como no sabía dónde estaba…
Cuando Wrath se estrelló contra el suelo, sintió un horrible dolor en el costado izquierdo, pero eso no fue lo peor. Enseguida oyó cómo Beth se apresuraba a levantarse para ayudarlo.
—¡No! —gritó, y se echó hacia atrás para que ella no pudiera alcanzarlo—. Yo puedo.
Al sentir cómo su voz rebotaba en el espacio abierto, Wrath deseó poder estrellar su cabeza contra una ventana.
—Lo siento —murmuró, mientras se echaba el pelo hacia atrás.
—No pasa nada.
—No quise gritarte así.
—Has estado muy estresado. Y esas cosas pasan.
Por Dios, como si estuvieran hablando de que no se le había puesto dura durante el sexo.
Cuando Wrath comenzó con toda esa mierda de ser rey, había tomado una decisión y se había comprometido a defender la corona, a ser el líder, a ponerse en la piel de su padre, bla, bla, bla. Pero la realidad es que esta era una maratón que iba a durar toda su vida… y ya estaba flaqueando, después de solo dos años. O tres. Los que fueran.
¿En qué año estamos?
Todos sabían que él siempre había tenido mal carácter, pero el hecho de permanecer encerrado en la cárcel de su ceguera, acompañado solamente por exigencias que no deseaba satisfacer, lo ponía frenético.
No, espera, esa sería una forma muy moderada de definir lo que sentía…, pero en cualquier caso tenía que ver con su personalidad. Su vocación era el combate, no gobernar desde una silla.
El padre había sido un macho afecto a los códigos, pero el hijo era más bien cercano a la espada.
—¿Wrath?
—Perdón, ¿qué has dicho?
—Te pregunté si querías comer algo antes de irnos.
Wrath se imaginó regresando a la mansión, con doggens por todas partes, y los Hermanos entrando y saliendo, y sus shellans por ahí…, y sintió que no podía respirar. Los quería mucho a todos, pero, maldición, allí no había ninguna privacidad.
—Gracias, pero comeré algo mientras estoy trabajando.
Hubo un largo silencio.
—Está bien.
Wrath se quedó en el suelo mientras ella se vestía y escuchó cómo sus vaqueros subían por aquellas piernas tan largas y sensuales como un canto funerario.
—¿Te molesta que me ponga tu camiseta? —preguntó Beth—. Mi blusa quedó destrozada.
—Sí, no hay problema.
La tristeza de Beth olía igual que la lluvia en otoño y se sentía así de fría.
Joder, con la de personas que querían ser rey, pensó Wrath mientras se ponía de pie.
¡Qué locura!
Si no hubiera sido por el legado de su padre, y por todos esos vampiros que habían amado de verdad a su viejo, él habría salido huyendo sin mirar atrás. Pero ya no podía escapar. Su padre había sido un rey para los libros de historia, un macho que no solo ostentaba la autoridad por el derecho que le daba el trono, sino porque inspiraba una sincera devoción.
¿Y si él perdía la corona? Sería como orinar sobre la tumba de su padre.
Cuando la mano de su shellan se deslizó sobre la suya, Wrath se sobresaltó.
—Aquí está tu ropa —dijo ella y se la puso en las manos—. Y yo tengo tus gafas.
Con un movimiento rápido, Wrath la atrajo hacia él y la apretó contra su cuerpo desnudo. Beth era una hembra alta, pero aun así apenas le llegaba al pecho, así que cerró los ojos y la abrazó con fuerza.
—Quiero que sepas algo —dijo contra el pelo de Beth.
Al sentir que ella se quedaba inmóvil, trató de inventarse algo que valiera la pena oír. Unas palabras que reflejaran, aunque fuera mínimamente, lo que estaba sintiendo en el pecho.
—¿Qué? —susurró ella.
—Lo eres todo para mí.
La frase no era nada del otro mundo, pero aun así Beth suspiró y se fundió con él como si hubiera sido lo único que deseaba oír.
Algunas veces tienes suerte.
Y mientras seguía abrazándola, Wrath pensó que eso era algo que debía recordar. Porque mientras tuviera a esta hembra a su lado, sería capaz de superar cualquier cosa.
2
Caldwell, Nueva York
–¡Larga vida al rey!
Mientras Abalone, hijo de Abalone, decía estas palabras, trataba de calibrar la respuesta de los tres machos que habían venido a golpear a su puerta, habían entrado en su casa y ahora estaban en su biblioteca, mirándolo como si le estuvieran tomando medidas para mandar hacer su sudario.
En realidad no era así. Abalone estaba vigilando solo una expresión, la de aquel guerrero con el rostro desfigurado que se había quedado tras los otros, recostado contra el papel de pared de seda, con sus botas de combate sólidamente apoyadas sobre el tapete persa.
Los ojos del macho estaban ocultos por aquel ceño fruncido que arrojaba una sombra tal sobre los iris que no había manera de saber de qué color eran: si azules, marrones o verdes. Tenía un cuerpo enorme que, incluso en posición de descanso, representaba una amenaza frontal, una granada con un seguro defectuoso. Y ¿cuál había sido su reacción a lo que él acababa de decir?
No había habido ningún cambio en sus rasgos: el labio leporino seguía viéndose apenas como un corte y el ceño seguía igual. El macho no expresaba ninguna emoción.
Pero la mano con la que sostenía la daga se había abierto totalmente para luego cerrarse en un puño.
Claramente el aristócrata Ichan y el abogado Tyhm, quienes habían traído al guerrero, habían mentido. Esta no era una «conversación sobre el futuro». No, algo así sugeriría que Abalone tenía algo que decir.
Esto era una advertencia a todo su linaje, una llamada a la que solo se podía responder de una manera.
Y sin embargo, aquellas palabras habían salido de su boca y ya no había nada que pudiera cambiar eso.
—¿Estáis seguro de vuestra respuesta? —le preguntó Ichan arqueando una ceja.
Ichan era un ejemplar típico de su clase social y económica, refinado hasta el punto de la feminidad a pesar de su sexo, vestido con un traje completo y corbata, y perfectamente peinado. A su lado, Tyhm, el abogado, tenía un aspecto parecido, solo que más delgado, como si sus considerables proezas mentales consumieran toda su ingesta calórica.
Y los dos, al igual que el guerrero, parecían dispuestos a esperar a que cambiara la respuesta que acababan de recibir.
Los ojos de Abalone se posaron sobre un viejo pergamino enmarcado que colgaba de la pared, junto a las puertas dobles. No alcanzaba a leer los diminutos caracteres en Lengua Antigua desde el otro lado del salón, pero no tenía necesidad de acercarse. Los conocía de memoria.
—No tenía conciencia de que me hubieseis hecho una pregunta —dijo Abalone.
Ichan sonrió fingidamente y caminó un poco alrededor, mientras acariciaba un recipiente de plata lleno de manzanas rojas, la colección de relojes Cartier que reposaban sobre una mesita auxiliar y el busto de bronce de Napoleón que había sobre el escritorio, junto a la gran ventana.
—Estamos, desde luego, interesados en vuestra posición. —El aristócrata se detuvo frente a un dibujo a tinta que reposaba en un atril—. Esta es vuestra hija, ¿verdad?
Abalone sintió que el pecho se le cerraba.
—Está a punto de ser presentada en sociedad, ¿cierto? —Ichan miró por encima de su hombro—. ¿Cierto?
Abalone quería apartar al macho de aquella imagen.
De todas las cosas que consideraba «suyas», su preciosa hija, la única hija que habían tenido él y su shellan, era la luna de su cielo nocturno, la dicha que llenaba sus horas cotidianas, su brújula para el futuro. Y él quería muchas cosas para ella; pero no en los términos de la glymera. No, él quería para ella lo que su shellan y él habían encontrado: al menos hasta que su hembra fue llamada al Ocaso.
Deseaba que su hija encontrara el amor verdadero con un macho honorable que la cuidara.
¿Y si no le permitían ser presentada en sociedad? Eso nunca ocurriría.
—Lo siento —dijo Ichan arrastrando las palabras—. ¿Acaso me habéis contestado y no he oído vuestra respuesta?
—Va a ser presentada pronto, sí.
—Sí. —El aristócrata volvió a sonreír—. Sé que os preocupáis mucho por su futuro. Como padre que soy, puedo ponerme en vuestro lugar… Cuando se tienen hijas, uno necesita asegurarse de que se apareen bien.
Abalone contuvo la respiración hasta que el hombre siguió su perezoso paseo por el salón.
—Pero ¿no creéis que disponemos de un cierto grado de seguridad gracias a las demarcaciones tan claras que existen en nuestra sociedad? La crianza correctiva ha producido un grupo superior de individuos y nosotros debemos, por respeto a la tradición y por sentido común, preservar nuestras asociaciones con miembros semejantes de nuestra raza. ¿Podéis imaginaros a vuestra hija casada con un cualquiera?
Aquella última palabra quedó flotando en el aire, con la fuerza de un improperio y la amenaza de un arma cargada.
—No, claro que no os lo imagináis —se respondió Ichan.
En realidad, Abalone no estaba tan seguro. ¿Y si el macho la amara lo suficiente? Pero ese no era el motivo de aquella discusión, ¿o sí?
Ichan se detuvo para mirar los óleos que colgaban frente a la vasta colección familiar de primeras ediciones. Naturalmente, eran retratos de los ancestros y los más prominentes se hallaban sobre la gran chimenea de mármol.
Un famoso macho en la historia de la raza y en el linaje de Abalone. El Noble Redeemer, como se le conocía entre la familia.
El padre de Abalone.
Ichan señaló con un amplio gesto de la mano no solo el salón, sino la casa entera con todo su contenido y las personas que vivían bajo ese techo.
—Todo esto vale la pena conservarlo y la única manera de que eso ocurra es que se respeten las Leyes Antiguas. Los principios que nosotros, la glymera, buscamos preservar son la base misma de lo que esperáis ofrecerle a vuestra hija. Sin ellos, ¿quién sabe dónde podría terminar?
Abalone cerró sus ojos por un momento.
Pero eso no hizo que el aristócrata asumiera un tono de voz más gentil.
—Ese rey del que acabáis de hablar con tanto respeto… se ha apareado con una mestiza.
Abalone abrió los párpados. Como todos los miembros del Consejo, había sido informado de la unión real, pero eso era todo.
—Pensé que se había apareado con Marissa, hija de Wallen.
—Pues no fue así. La ceremonia tuvo lugar justo un año antes de los ataques y se suponía que el rey había honrado la promesa de aparearse con la hermana de Havers. Pero surgieron sospechas cuando Marissa se unió después a un Hermano. Más tarde, supimos a través de Tyhm —dijo señalando al abogado— que Wrath había tomado a otra hembra, que no pertenece a nuestra raza.
Hubo una pausa, como si Abalone tuviera ahora la oportunidad de asombrarse ante aquella revelación. Pero al ver que su interlocutor no se inmutaba, Ichan se inclinó hacia delante y dijo