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  2. El rey
  3. Capítulo 52
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Wrath y su perro subieron la gran escalera y se dirigieron a la puerta que llevaba a la tercera planta…

De repente, Wrath sintió una sacudida que lo hizo tambalearse tanto que tuvo que agarrarse de la pared.

Sin embargo, la sensación pasó de inmediato y Wrath siguió caminando.

Mirando a ambos lados, como cuando todavía podía ver, Wrath no sintió nada a su alrededor. Nadie lo había empujado, ni sentía ráfagas de viento que vinieran desde la sala y hacia el pasillo. En el suelo tampoco parecía haber nada que lo hubiese hecho tropezar.

Extraño.

No obstante, en ese momento en lo único que podía pensar era en estar con su Beth, y sus sentidos le decían que ella se encontraba arriba, en sus habitaciones privadas.

Esperándolo.

Cuando comenzó a subir el último tramo de escaleras, Wrath pensó en sus padres. Según le habían contado, a ellos les hacía mucha ilusión tener un hijo. En eso estaban completamente de acuerdo y por eso habían rezado mucho por él, y habían luchado por él, hasta que el destino, o la suerte, intervino en su nacimiento.

Wrath deseaba poder encontrarse en esa misma situación con su Beth. De verdad le gustaría.

‡ ‡ ‡

Cuando Anha oyó que la llamaban por su nombre desde muy lejos, sintió como si se estuviera ahogando.

Sumergida en el fondo de su inconsciente, sabía que la estaban llamando y quería responder a dicha llamada. Quien le hablaba era su compañero, su amado, su hellren. Sin embargo, ella no podía alcanzarlo y sentía como si su voluntad se hallara sometida a un gran peso que se negaba a soltarla.

No, no era un peso. No. Era algo que se había metido dentro de su cuerpo, algo extraño a su naturaleza.

Quizás fuera su hijo, pensó entonces con horror.

Pero no debía ser así. Se suponía que el bebé que había concebido y que llevaba en su vientre sería una bendición, un golpe de suerte, un regalo de la Virgen Escribana para garantizar la sucesión real.

Sin embargo, después del periodo de fertilidad había empezado a sentirse enferma. Había escondido los síntomas y la preocupación, porque quería proteger a su amado de todo aquello, pero al final había perdido la batalla y se había desplomado cuando estaba a su lado, en el festival…

Lo último que había oído con claridad era que él la llamaba por su nombre.

Anha tragó entonces saliva y reconoció el sabor conocido del vino espeso de la sangre de su amado, pero después echó de menos la energía que generalmente experimentaba cuando se alimentaba de la vena.

Evidentemente, la enfermedad se estaba apoderando de ella paso a paso y ya empezaba a privarla de sus facultades.

Anha estaba segura de que iba a morir.

Quería despedirse de Wrath. Si no podía revertir el proceso de la muerte, al menos quería despedirse de su amado antes de emprender el viaje hacia el Ocaso.

Así que trató de convocar sus últimas fuerzas para intentar zafarse de la cuerda que tiraba de ella hacia la muerte, suplicando por la energía que necesitaba para verlo una última vez.

En respuesta, sus párpados se levantaron lenta y solo parcialmente, pero sí, Anha vio a su amado, con la cabeza inclinada junto a su lecho de enferma.

Wrath estaba llorando.

Anha le ordenó entonces a su mano que se moviera, a la boca que se abriera para hablar y a la cabeza que se girara hacia él.

Pero nada sucedió.

Lo único que resultó de aquel esfuerzo fue una lágrima solitaria que rodó por su mejilla helada.

Y luego sus párpados volvieron a cerrarse y ese fue su adiós, pues las fuerzas la abandonaban rápidamente.

Anha vio entonces una niebla blanca que surgía de los rincones del campo negro que ocupaba su visión y reemplazaba la oscuridad que la rodeaba. En medio de aquella extraña iluminación, llegó hasta ella una puerta que parecía brotar de la nube.

Sin necesidad de que se lo dijeran, Anha sabía que si abría esa puerta, si agarraba el picaporte dorado y abría aquel portal, entraría al Ocaso y luego no habría marcha atrás. También era consciente de que, si no actuaba dentro del tiempo apropiado, perdería la oportunidad de entrar al Ocaso y se quedaría para siempre en el Limbo.

Pero Anha no se quería ir.

Le asustaba lo que pudiera pasar con Wrath al no estar ella. Había tan poca gente de fiar en la corte y en cambio tantos peligros.

El legado que Wrath había heredado de su padre estaba corrompido, aunque no pareciera así al principio.

—Wrath —dijo, entonces, a la niebla—. Ay, Wrath…

El tono lastimero de su voz resonó a su alrededor, rebotando contra sus propios oídos y aquella blancura infinita.

Anha tenía la esperanza de que la Virgen Escribana apareciera de pronto en todo su esplendor y se compadeciera de ella.

—Wrath…

¿Cómo podía marcharse de la Tierra cuando dejaba tanto atrás?

De repente, Anha vio que la puerta que tenía frente a ella parecía retroceder, pero no estaba segura de si eso sería producto de su imaginación.

Pero no, sí estaba retrocediendo. Lenta, pero inexorablemente.

—¡Wrath! —gritó, entonces—. ¡Wrath, no quiero irme! Wraaaaaaaaath…

—¿Sí?

Anha lanzó un grito al tiempo que giraba sobre sus talones. Al principio no entendió qué era lo que tenía frente a sus ojos: era un chiquillo de tal vez siete u ocho años, de pelo negro, ojos pálidos y un cuerpo tan raquítico que su primer impulso fue darle de comer.

—¿Quién eres tú? —le preguntó. Aunque en realidad ella lo sabía.

—Tú me llamaste.

Anha se puso la mano sobre el vientre.

—¿Wrath…?

—Sí, mahmen —dijo el chiquillo y clavó los ojos en la puerta con una mirada que parecía la de un anciano—. ¿Acaso quieres marcharte al Ocaso?

—No tengo alternativa.

—Eso no es cierto.

—Me estoy muriendo.

—Pero no tienes que hacerlo.

—Sí, estoy perdiendo la batalla.

—Bebe. Bebe lo que tienes en la boca.

—No puedo. No puedo tragar.

La cadencia de sus palabras se volvía cada vez más rápida, como si él supiera que se les agotaba el tiempo…

Esos ojos, pensó Anha, eran de un verde tan pálido… y había algo extraño en ellos. Tenía las pupilas muy pequeñas.

—No puedo beber —repitió ella. Querida Virgen Escribana, se sentía muy confundida.

—Sígueme y ahí podrás beber.

—¿Cómo?

El chiquillo le extendió una mano.

—Ven conmigo. Te llevaré de regreso a casa, y luego podrás beber.

Anha miró la puerta y vio cómo esta se sacudía y la impulsaba a tomar el picaporte para completar el ciclo que se había iniciado tan pronto como se había desmayado en las festividades.

Pero lo que ella sentía hacia su hijo era más fuerte que aquel impulso.

Entonces dio media vuelta y le dio la espalda a la puerta.

—¿Me llevarás de regreso con tu padre?

—Sí. Te llevaré de regreso con él y conmigo.

Entonces Anha comenzó a caminar de la mano de su hijo, quien la escoltó más allá de la bruma blanca y lejos de la muerte que había venido a buscarla…

—¿Wrath? —susurró Anha cuando los rodeó la oscuridad.

—¿Sí?

—Gracias. No me quería ir.

—Lo sé, mahmen. Y algún día me pagarás de manera similar.

—¿De verdad?

—Sí, y entonces todo estará bien…

Anha no pudo oír el resto de lo que dijo el chiquillo, pues una súbita explosión la impulsó hacia fuera y luego un intenso viento la golpeó en la cara, echándole el pelo hacia atrás y dejándola sin aliento.

Anha no sabía dónde iba a terminar.

Lo único que podía hacer era rezar para que lo que había ido a buscarla fuera en realidad su hijo…, y no un demonio que la había llevado a otro lugar. Porque lo único peor que no regresar sería que la privaran de vivir la eternidad con aquellos a los que amaba…

—¡Wrath! —gritó entonces en medio de aquella vorágine—. ¡Wraaaaaaaaath…!

31

Trez sabía que nada de esto debería estar sucediendo.

Ni la manera en que había mordido a Selena en la garganta en lugar de alimentarse de su muñeca. Ni esa mierda en la cama. Y, desde luego, tampoco el hecho de que ella estuviera acostada sobre la alfombrilla del baño, con los senos a la vista, el sexo listo para él y ese olor que solo hablaba de excitación y deseo.

—Tómame —le dijo ella con la voz más sexy que él hubiese escuchado—. Enséñame…

Selena tenía los ojos fijos en él, pero, en cierta forma, Trez no entendía lo que estaba pasando. Ella lo había rechazado una vez, pero… ¿ahora lo deseaba?

A quién le importa. Pareció decir su erección mientras palpitaba. A quién le importa. ¡Tómala! ¡Ella nos desea!

Nos desea, como si él estuviera dividido en dos partes. Aunque, en realidad, aquello no era tan estúpido como sonaba, pues en este momento su polla estaba, en efecto, hablando por voluntad propia.

—Selena —dijo Trez con voz ronca—. ¿Estás segura? Si me acerco más, si veo algo más de ti… no voy a ser capaz de detenerme.

Demonios, apenas podía mantener el control.

Selena le acarició el antebrazo y dijo:

—Sí.

—Yo no debería estar haciendo esto —se oyó decir Trez.

¡Cállate y siéntate!

Genial, ahora estaba hablando como el padre del presentador Howard Stern.

—Selena, yo no… soy digno de esto.

—Yo te deseo. Y eso te vuelve digno.

Te dije que no fueras estúpido, idiota.

Sí, definitivamente su polla hablaba como Ben Stern.

Trez cerró los ojos y se tambaleó, mientras pensaba que el hecho de que Selena le estuviese ofreciendo esto precisamente esta noche parecía un cruel giro del destino.

—Por favor —dijo ella.

Oh, mierda. Como si pudiera decirle que no…

Cuando Trez volvió a abrir los ojos, no sabía cómo iba a hacer para salir de esto ileso y sin hacerle daño a ella. Era el peor momento posible para abrir esta caja de Pandora, pero él no la iba a rechazar. Trez tenía más problemas de los que ni siquiera era capaz de reconocerse a sí mismo, y aunque esto no supusiera más alivio que una pequeña tirita, en algo le ayudaría.

Aunque fuera solo por un momento.

Así que se esforzaría cuanto pudiera para que el sexo fuera bueno para ella.

Moviéndose sobre Selena, Trez apoyó los brazos a cada lado del cuerpo ondulante de ella y lentamente, de manera inexorable, acercó su boca hasta quedar a solo milímetros de la de ella.

—A partir de aquí ya no hay marcha atrás —gruñó.

En respuesta, Selena entrelazó los brazos por detrás del cuello de él y dijo:

—No me voy a arrepentir.

Parecía justo.

Para sellar el trato, Trez la besó, rozando apenas sus labios contra los de ella, hasta que Selena se abrió por su propia voluntad. La lengua de Trez ya había penetrado en el sexo de ella, pero solo un poco. Y, joder, vaya si había quedado impactado con ese contacto. Pero ahora no se iba a contener. Así que se tendió totalmente sobre ella, fundiendo su boca con la de Selena, mientras ladeaba la cabeza para hundirse mejor en sus labios.

Era la dicotomía más extraña. Trez estaba más que dispuesto a poseerla, estaba preparado para abrirle las piernas y penetrar en aquel lugar ardiente y húmedo que lo esperaba entre las piernas de Selena… y, sí, deseaba marcarla por dentro con su simiente, dejarle su olor por dentro y por fuera, para que ningún otro macho se atreviera a tocarla o siquiera mirarla.

Sin embargo, sentía como si tuviera todo el tiempo del mundo para besarla.

Aunque, claro, ella era tan dulce como el vino helado; tan suave como un bourbon doble y tan fuerte como el oporto, todo al mismo tiempo. Y Trez se embriagó de ella incluso antes de levantar la cabeza para respirar.

Pero no, él no se iba a quedar allí para siempre. Había otro lugar al cual quería regresar.

Y mientras bajaba por el cuerpo de ella, besándola desde el cuello, Trez se lamentó al

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