de la confusión de su cerebro, lo único que se le ocurrió fue agarrar el picaporte con más fuerza y tirar…
Alguien debió de abrirla con un mando a distancia, porque primero se oyó un clunk y luego se abrió de par en par.
Su abuela estaba en el centro de la cocina, con el trapo blanco contra la cara, y en el aire se sentía el olor de la comida casera.
Sola corrió entonces hacia los únicos brazos que siempre habían estado ahí para abrazarla.
Aunque no entendió muy bien lo que su abuela le dijo en portugués, por ambas partes hubo muchas expresiones de afecto. Hasta que su abuela se echó un poco hacia atrás y le agarró la cara con sus manos envejecidas.
—¿Por qué te sientes tan apenada? —preguntó la mujer, mientras le secaba las lágrimas con los pulgares—. No tienes por qué sentir pena. Nunca.
Sola sintió entonces que su abuela la abrazaba con más fuerza y la apretaba contra su pecho. Y, cerrando los ojos, se dejó ir y apagó su cerebro.
Esto era lo único que importaba. Que estaban juntas. Que estaban a salvo.
—Gracias, Dios —susurró Sola—. Gracias, querido Dios.
29
Claro que era Selena.
Tan pronto como Trez oyó el golpe en la puerta, respiró profundamente… y, sí, su aroma la precedía, colándose por debajo de la puerta.
Trez sintió que su cuerpo se ponía rígido de inmediato y su polla se extendía sobre la parte baja del vientre y empezaba a hacer presión contra el peso del edredón.
Pídele que se vaya, dijo una parte de él. Si te queda un gramo de decencia, dile que se vaya…
Pero ese no era el mejor argumento. Después de todo, en ese mismo momento estaba contemplando la idea de mandar a sus padres a la tumba. Así que, en realidad, no tenía mucho de boy scout…
De pronto Trez frenó en seco el curso de sus pensamientos. A estas alturas tenía tanta necesidad de alimentarse de la vena que ya no podía pensar con lógica. Aliméntate primero y después piensas.
Muy bien. De modo que se encontraba de regreso al «Por favor, Dios, que no sea Selena».
El problema era que ¿quién más iba a venir aquí a prestarle ese servicio? Las únicas Elegidas a las que había visto en la casa eran Selena y Layla, y esta última estaba fuera de servicio, por decirlo así. Y si no se alimentaba de la vena que estaban a punto de ofrecerle, la única opción que le quedaba era dirigirse al club y buscar al menos media docena de humanas…, lo cual sonaba tan apetitoso como beber aguas residuales.
También estaba el asunto de lo bajo de energía que se encontraba. La situación era tan grave que Trez no estaba seguro de que la sangre humana fuera suficiente esta vez. Por último, no creía que fuera capaz de ponerse de pie y meterse en un par de vaqueros. Entonces, ¿cómo demonios iba a llegar al Iron Mask para…?
Trez volvió a oír un golpecito en la puerta.
Entonces metió la mano por debajo del edredón y acomodó su erección de forma que se mantuviera tan plana como fuera posible…, pero el contacto con la polla lo hizo rechinar los dientes.
Tienes que hacerlo con ella, se dijo entonces. Una sola vez y nunca más.
—Selena… —Mierda, al salir de sus labios, el sonido de ese nombre lo hizo sentir como si todavía tuviera la mano sobre la polla.
Ah, espera, es que todavía tenía la mano sobre la polla.
Cuando ella abrió la puerta, Trez sacó rápidamente el brazo de debajo del edredón y bajó la vista con severidad, para ordenarle a su polla que se quedara quieta.
Querida Virgen María, Madre de Dios…, como decía aquel policía de Boston.
Selena estaba tan hermosa como siempre, con su túnica blanca y el pelo recogido en lo alto de la cabeza, pero Trez estaba tan hambriento que sintió que era una visión trascendental… que tuvo un efecto inmediato sobre sus caderas. Y entonces Trez notó cómo su pelvis empezaba a sacudirse, mientras su polla suplicaba por obtener algo de ella, cualquier cosa.
Esto no es una buena idea, pensó Trez.
Desde luego, Selena vaciló en el umbral, mientras miraba a su alrededor como si hubiese reconocido la energía que flotaba en el aire.
Era la última oportunidad de Trez para pedirle que se fuera.
Pero no la aprovechó.
—Cierra la puerta —le dijo él con una voz tan profunda que sonaba casi distorsionada.
—Estás sufriendo.
—Ciérrala.
Clic.
Solo había una lámpara encendida, la que estaba junto a la chaise longue, y aquella luz amarillenta parecía actuar como un amplificador de sonido, pues todo lo que sucedía dentro de la habitación empezó a resonar con más fuerza, mientras que el exterior se silenciaba.
Pero, claro, lo que producía ese efecto era, quizás, el color de los ojos de Selena.
Mientras se aproximaba, Selena se levantó la manga y dejó expuesta su pálida muñeca. En respuesta, Trez sintió que sus colmillos asomaban de inmediato y, mierda, la verdad es que él no quería lo que ella le estaba ofreciendo. Él quería alimentarse de la garganta…, la quería tener desnuda y debajo de su cuerpo, mientras sus caninos la penetraban en el cuello y su polla…
Trez gimió, echó la cabeza hacia atrás y agarró el edredón entre sus puños.
—No te preocupes —se apresuró a decir ella—. Toma, bebe de mí.
A pesar de todo el aire que llenaba la habitación, Trez sintió que sus pulmones carecían de oxígeno y empezó a respirar aceleradamente por la boca.
Y luego, cuando la mano de Selena le rozó el brazo, él volvió a gemir y trató de apartarse. Trez apretó los dientes porque sabía que esto no estaba bien.
—Selena, no puedo…, no puedo hacerlo…
—Pero no entiendo.
—Debes marcharte… —Joder, apenas podía hablar—. Vete o voy a…
—Alimentarte —se apresuró a decir ella—. Necesitas alimentarte…
—Selena…
—Debes beber de mi vena…
—… lo mejor es que te vayas…
Estaban hablando sin oírse cuando ella se hizo cargo de la situación. Al principio Trez pensó que su cerebro le estaba gastando una broma, pero no, se sentía en el aire el olor a sangre fresca. La sangre de ella.
Selena acababa de morderse la muñeca.
Gran error.
Con un rugido, Trez se abalanzó sobre ella, y no precisamente sobre su muñeca. Las manos de Trez se soltaron de las sábanas y la agarraron de los hombros hasta dejarla acostada sobre el colchón.
Un segundo después, Trez se montó sobre ella y el edredón se arremolinó entre ellos mientras él le apretaba las muñecas contra las almohadas a la altura de la cabeza.
Cuando vio el miedo en sus ojos, Trez se paró en seco. Pero aun así no pudo quitarse de encima.
Lo suyo no eran jadeos, su respiración resonaba como la de un tren de mercancías, mientras su cuerpo se endurecía y sus músculos empezaban a vibrar.
—Mierda… —gimió, al tiempo que bajaba la cabeza.
Quítate de encima, le ordenó Trez a su cuerpo. Quítate de…
Trez tardó un momento en darse cuenta de la ondulación que sentía debajo de su cuerpo. Y luego vio que era ella. Selena estaba… restregándose contra él y no precisamente porque quisiera liberarse. Sus ojos, que hace un instante parecían asustados, lo miraban ahora con deseo, mientras abría los labios y arqueaba el cuerpo contra él.
Selena lo deseaba. Joder, el olor de su deseo llegaba hasta la nariz de Trez y él podía sentir cómo la sangre de ella corría por sus venas con el mismo ardor que él experimentaba.
—Selena —rugió él—. Lo siento…
—¿Por qué? —preguntó ella con voz ronca.
—Por esto.
Trez la mordió entonces en la garganta y hundió los colmillos hasta el fondo, mientras la sangre de ella corría hacia su boca y bajaba a borbotones por la garganta. Y mientras él se alimentaba de ella, su cuerpo bombeaba contra el edredón arrugado, tratando desesperadamente de llegar hasta la vagina de Selena a través de las capas de sábanas y mantas. Con la polla palpitando desesperadamente, aquella fricción empeoraba todavía más las cosas.
Mientras bebía vorazmente, un gruñido brotó del pecho de Trez, llenando el aire con el sonido de un animal que obtenía lo que necesitaba; o, al menos, parte de lo que necesitaba. Y en cierta forma, tal vez fue bueno que estuviera tan necesitado de sangre. Porque de otra manera el deseo sexual habría predominado sobre la necesidad de alimentarse.
Mientras solo se alimentara, podrían volver al estado inicial.
Pero si iban más lejos…
Mía, anunció una voz desde lo más profundo de Trez.
Mía.
‡ ‡ ‡
Selena había pensado que estaba preparada para aquello. Creía que estaba lista para subir a la habitación de Trez, encontrarlo en la cama y darle de beber de su muñeca. Se había imaginado que estaba lista para cumplir con su deber y mantener en secreto lo mucho que lo deseaba.
Pero, en lugar de eso, todos sus planes volaron por los aires. Gracias al poder desatado de Trez, a la forma como él la mordió en el cuello…, a la desesperación sexual con la que ella lo necesitaba. Y había más. Aplastada bajo el enorme peso de Trez, al sentir cómo las caderas de él se sacudían sobre ella, y saber que él estaba bebiendo de su vena, Selena se olvidó, al menos por un momento, del pánico que había sentido al ver aquellas estatuas del cementerio. ¿Cómo podía temerles ahora? No en aquel momento en que su cuerpo, sus brazos y sus piernas, y su sexo, ardían por recibir a Trez.
En ese momento Selena abrió los ojos y miró hacia el techo, por encima de los hombros morenos de Trez.
—Tómame —le dijo jadeando—. Hazme tuya…
En respuesta, Trez deslizó los dedos sobre las palmas de las manos de ella y los entrelazó para que le sirvieran de apoyo, mientras seguía bebiendo de su vena y le raspaba la piel con la mejilla sin afeitar. Selena tuvo el instinto de abrir las piernas y, tan pronto como lo hizo, él arreció la presión sobre aquel núcleo palpitante de ella, empujando, frotándose, pero todo resultaba demasiado difuso y Selena quería sentir más.
Quería que los dos estuvieran desnudos mientras él hacía eso.
Sin embargo, no hubo ningún cambio. Trez la tenía atrapada y la frustración que ella sentía amplificaba el deseo, un deseo cuya negación intensificaba las sensaciones. Selena decidió entonces tratar de empujarlo, pero su fuerza no podía compararse con la de él.
—Más —gimió entonces ella, mientras arqueaba la espalda, sus senos se erguían dolorosamente y su corazón galopaba contra las costillas.
Cada vez que Trez succionaba la vena de su garganta, Selena se sentía más cerca de una especie de precipicio por el que se moría de ganas de caer. Aunque no sabía a dónde podría llevarla aquello, Selena sentía que ya no podía elevarse sin estallar en mil pedazos.
Pero estaba equivocada…
Hasta que él se detuvo.
Mientras maldecía, Trez pareció obligarse a retroceder, pero aun así no se alejó mucho de la garganta de Selena. Con los colmillos todavía largos, dejó caer la cabeza durante un largo rato. Hasta que empezó a lamer los pinchazos de la mordedura para cerrarlos.
No, esto no se podía terminar así, pensó ella con frenesí. No se podía…
—Lo siento —dijo Trez con voz gutural.
—Por favor…, por favor —dijo ella con voz ronca—. No te detengas…
Esto hizo que Trez levantara la cabeza y, querida Virgen Escribana, aquel macho era magnífico. Con los labios entreabiertos, aquellos ojos negros destellando y un rubor en las mejillas, parecía al mismo tiempo satisfecho y aun así hambriento, un macho que solo se había alimentado parcialmente.
Y Selena sabía muy bien qué parte de la alimentación le faltaba.
Sin embargo, cuando trató de