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  3. Capítulo 5
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hacerlo, ¿no?

Más gruñidos y un gran cambio en la orientación del planeta, mientras Wrath la levantaba del suelo y la depositaba sobre la madera brillante. El loft que Wrath solía usar como apartamento de soltero parecía salido de una película: tenía un techo tan alto como una catedral, el decorado de una bodega vacía y la pintura negro mate de una Uzi. No se parecía en nada a la mansión de la Hermandad en la que vivían, y ahí estaba la gracia.

A pesar de lo hermoso que era aquel lugar, lleno de laminillas de oro y candelabros de cristal y muebles antiguos, la verdad era que se podía volver un poco pesado…

Riiiiiiiip.

Con ese sonido, Beth perdió otra prenda más de su guardarropa, a pesar de que Wrath parecía muy orgulloso de su obra. Enseñando unos colmillos tan largos como dagas y tan blancos como la nieve, se dispuso a convertir la camisa de seda de Beth en un trapo de limpieza, haciendo volar los botones a todas partes mientras la desgarraba para dejar al aire sus senos.

—Fíjate —dijo entonces Wrath, mientras se desprendía de sus gafas de sol y sonreía exponiendo todo su armamento dental—. Ya no hay nada que se interponga…

Cerniéndose sobre ella, ancló la boca a uno de sus pezones, mientras bajaba las manos hacia la cinturilla de los vaqueros negros de Beth. A pesar de todo, Wrath tuvo la gentileza de desabotonarla y bajar la cremallera, pero ella sabía lo que vendría después…

Con un violento tirón, Wrath convirtió en jirones lo que hasta ese momento habían sido un par de Levi’s con apenas dos semanas de uso.

Pero a ella no le importó. Ni a él.

Ay, Dios, cuánto necesitaba esto.

—Tienes razón, ha pasado demasiado tiempo —siseó ella, mientras Wrath se encargaba de su propia bragueta, reventando los botones para liberar una erección que a ella todavía le quitaba el aliento.

—Lo siento —dijo Wrath entre dientes, al tiempo que la agarraba por el cuello y se montaba sobre ella.

Cuando Beth abrió sus piernas para él, sabía exactamente qué motivaba aquella disculpa.

—No te disculpes… ¡Dios!

La manera salvaje como la poseyó era exactamente lo que ella deseaba, al igual que el orgasmo que le produjo, mientras aquel pesado cuerpo se estrellaba contra el de ella, y su culo desnudo golpeaba contra el suelo a medida que él la embestía, y sus piernas se esforzaban por rodearlo para que él pudiera entrar todavía más hondo. Era una dominación total, con aquel cuerpo inmenso moviéndose como un pistón erótico que iba cada vez más rápido y más fuerte.

Pero a pesar de lo bien que estaba todo esto, Beth sabía cómo llevar las cosas un nivel más allá.

—¿Todavía no tienes sed? —preguntó arrastrando las palabras.

Se produjo una parálisis total.

Como si lo hubiese golpeado un rayo gélido. O tal vez un camión.

Cuando levantó la cabeza, los ojos de Wrath brillaban con tal intensidad que Beth sabía que, si miraba hacia el suelo, podría ver su propia sombra.

Entonces enterró las uñas en los hombros de su hombre, arqueó la espalda para acercarse a él y giró la cabeza hacia un lado.

—¿No quieres nada de beber?

Los labios de Wrath se abrieron para dejar al descubierto sus colmillos, al tiempo que dejaba escapar un siseo de cobra.

El mordisco fue algo parecido a una cuchillada, pero el dolor se desvaneció rápidamente en un dulce delirio que llevó a Beth a otra dimensión. Flotando y firme al mismo tiempo, ella gimió y hundió los dedos entre el pelo de su compañero para acercarlo todavía más mientras él succionaba su garganta y se perdía dentro de su sexo.

Beth tuvo un orgasmo, al igual que él.

Sí.

Dios, ¿cuánto tiempo había pasado desde la última vez que hicieron el amor? Al menos un mes, lo cual era algo inusual en ellos, y Beth se daba cuenta de lo mucho que los dos lo necesitaban. Pero tantas exigencias a su alrededor los limitaban. El estrés contaminaba todas sus horas y recibían tanta mierda tóxica que no tenían tiempo de procesarla el uno con el otro.

Como cuando Wrath recibió un tiro en el cuello. ¿Realmente habían hablado del tema? Claro, habían celebrado su recuperación juntos, pero ella todavía se estremecía cada vez que un doggen abría una botella de vino en el comedor, o cuando los Hermanos se quedaban jugando al billar hasta tarde.

¿Quién iba a pensar que una bola de billar estrellándose contra un taco sonaba exactamente igual que un disparo?

Ella no lo sabía. Por lo menos no hasta que Xcor decidió meter una bala en la yugular de Wrath.

Y esa no era la clase de educación que ella estaba buscando…

Sin ninguna razón aparente, las lágrimas inundaron sus ojos, enredándose primero en sus pestañas y deslizándose luego por sus mejillas, al mismo tiempo que la recorría otro orgasmo.

Y luego la imagen de Wrath herido ocupó toda su visión.

La mancha de sangre en el chaleco antibalas. La sangre que empapaba su camiseta sin mangas. La sangre sobre su piel.

El peligro había llegado a su puerta y la horrible realidad ya no era un monstruo hipotético en su armario mental, sino un grito que desgarraba su alma.

Para ella, el rojo era el color de la muerte.

Wrath se quedó paralizado por segunda vez y levantó la cabeza.

—¿Leelan?

Al abrir los ojos, Beth sintió un pánico súbito al ver que no podía verlo bien, que ese rostro que ella buscaba en cualquier lugar ya no estaba ahí, que esa confirmación visual de su vida ya no estaría más ahí.

Solo que lo único que tenía que hacer era parpadear. Parpadear, parpadear, parpadear…, y Wrath regresó a ella, nítido como el mediodía.

Y eso la hizo llorar más. Porque su amado estaba ciego y aunque, en su opinión, eso no lo convertía en un minusválido, sí lo privaba de algunas cosas fundamentales y eso no era justo.

—Ay, mierda, te hice daño…

—No, no… —Beth le rodeó la cara con las manos—. No pares.

—Debimos haber ido a la cama…

La mejor manera de que Wrath volviera a concentrarse en lo que estaba haciendo era arquear el cuerpo debajo de él, cosa que Beth hizo, ondulando y moviendo las caderas para que su clítoris se frotara contra él. Y, bueno, parece que la fricción tuvo efecto y lo dejó sin palabras.

—No pares —volvió a decir ella, tratando de volverlo a llevar hacia su vena—. No pares jamás.

Pero Wrath se contuvo y le quitó el pelo de la cara.

—No pienses en eso.

—No lo estoy haciendo.

—Sí, sí lo estás haciendo.

No había razón para definir qué era «eso»: planes de traición; Wrath amarrado a ese escritorio tallado y asfixiado por su posición; un futuro desconocido y que no auguraba nada bueno.

—No me voy a ir a ningún lado, leelan. No te preocupes por nada. ¿Me entiendes?

Beth quería creerle. Necesitaba creerle. Pero temía que se tratara de una promesa más difícil de cumplir que de hacer.

—¿Beth?

—Hazme el amor. —Era la única verdad que ella podía esgrimir para no reventar aquella burbuja—. Por favor.

Wrath la besó una vez. Dos. Y luego empezó a moverse de nuevo.

—Siempre, leelan. Siempre.

‡ ‡ ‡

La mejor noche del mundo.

Cuando Wrath se quitó de encima de su shellan una hora después, no podía respirar, tenía sangre en la garganta y su polla de acero finalmente se había convertido en un espagueti mojado.

Pero conociendo la energía de aquella maldita cosa, tenía apenas cinco, o quizás diez minutos antes de que el Señor Felicidad empezara a sonreír de nuevo.

La gran cama que reposaba en el centro del enorme espacio del loft había sufrido algunas mejoras desde que su Beth se había apareado con él y, mientras se estiraba sobre la espalda, Wrath tuvo que admitir que hacer el amor sobre la cama era mucho mejor que hacerlo en el suelo. Dicho esto, pensó que las sábanas en realidad eran innecesarias, pues habría podido freír un huevo en su pecho después del ejercicio físico que acababa de hacer. Y nada de mantas. Las almohadas habían salido volando rápidamente en la medida en que la cama carecía de cabecera, pero la ventaja era contar con apoyos en cualquier punto cardinal.

A veces le gustaba poner un pie sobre el suelo y apoyarse con fuerza en él.

Beth dejó escapar un suspiro más largo y satisfactorio que un soneto shakesperiano y el pecho de Wrath se infló como un globo.

—¿Te gustó? —preguntó arrastrando las palabras.

—Dios. Sí.

Más sonrisas. Era como ver La Máscara otra vez, solo Jim Carrey y esa sonrisa Profident todo el tiempo. Y ella tenía razón: el sexo había estado fantástico. La había follado en el suelo hasta que llegaron cerca del colchón. Y luego, como el caballero que era, la había puesto sobre la cama… y se la había follado otras tres veces. ¿O cuatro?

Podía hacer eso toda la noche…

Pero de la misma manera en que un eclipse hace desaparecer la luna, aquel estado de relajación cósmica desapareció súbitamente y se llevó toda la buena energía con él.

Wrath ya no disponía de sus noches enteras. No cuando se trataba de estar con su hembra.

—¿Wrath?

—Estoy aquí, leelan —murmuró él.

Mientras Beth se daba la vuelta para quedar de lado, Wrath pudo sentir cómo lo miraba, y aunque su visión finalmente había renunciado a ver formas difusas y había terminado por abandonarlo por completo, pudo imaginarse aquel pelo negro, largo y grueso y los ojos azules de Beth y su hermoso rostro.

—No, no estás aquí.

—Estoy bien.

Mierda, ¿qué hora era? ¿Habría pasado más de una hora? Probablemente. Cuando estaba haciendo el amor con Beth, podía perder la cuenta de los días.

—La una pasada —dijo ella con voz suave.

—Mierda.

—¿Quieres hablar? Wrath…, ¿podrías decirme en qué estás pensando?

Ay, diablos, ella tenía razón. Wrath había estado distrayéndose mucho últimamente. Se retiraba a un lugar de reflexión donde no podía alcanzarlo el caos, ni ninguna cosa mala, pero se trataba de un viaje individual.

—Simplemente no estoy listo para volver al trabajo.

—No te culpo. —Beth se acercó a la boca de Wrath y frotó sus labios contra los de él—. ¿Podemos quedarnos un poco más?

—Sí. —Pero no lo suficiente…

Una alarma sonó en la muñeca de Wrath.

—Mierda. —Wrath sacudió la cabeza—. El tiempo vuela, ¿no?

Y las responsabilidades lo estaban esperando. Tenía peticiones que revisar. Proclamas que escribir. Y los correos de su buzón, esos malditos correos electrónicos que la glymera se sacaba todas las noches del culo…, aunque la verdad es que habían venido disminuyendo últimamente…, señal de que ese montón de imbéciles estaban comunicándose mucho entre ellos. Lo cual no era una buena noticia.

Wrath volvió a soltar un taco.

—No sé cómo lo hacía mi padre. Noche tras noche. Año tras año.

Solo para que lo mataran brutalmente cuando aún era muy joven.

Al menos cuando Wrath el viejo ocupaba su trono, las cosas estaban estables: sus ciudadanos lo amaban y él los amaba a ellos. No había planes de traición cocinándose en ningún salón oscuro. El enemigo provenía de fuera, no de dentro.

—Lo siento —dijo Beth—. ¿Estás seguro de que no hay nada que puedas aplazar?

Wrath se sentó en la cama y se echó el pelo hacia atrás. Mientras miraba al vacío, sin ver nada, deseaba estar fuera peleando.

Pero esa no era una opción para él. De hecho, lo único que tenía en su agenda era regresar a Caldie y volver a encadenarse a ese maldito escritorio. Su destino había sido sellado hacía muchos, muchos años, cuando su madre había entrado en su periodo de fertilidad y su padre había hecho lo que debe hacer un hellren… y, contra toda probabilidad, habían concebido

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