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  2. El rey
  3. Capítulo 48
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cuidaban mucho…, pero que de todas formas estaba enjaulado.

Y luego recordó cómo era trabajar en el Caldwell Courier Journal, con Dick el Desgraciado como corrector de estilo y sus amigotes, esos que siempre estaban tratando de mirarle por debajo de la falda. Beth estaba loca por huir de allí y la transición y el encuentro con Wrath habían sido sus salvadores.

¿Cuál podría ser la salvación de Wrath?

¿Cómo podría escapar Wrath de aquello?

Aparte de abdicar, su única salvación… era que Xcor y la Pandilla de Bastardos lo mataran.

Genial. ¡Vaya futuro!

Y la solución de Beth era poner en riesgo su propia vida tratando de quedarse embarazada. Por eso no era raro que él se hubiera puesto furioso.

Mientras deslizaba los dedos por el complejo grabado del borde del escritorio, Beth descubrió que este representaba una vid. Y había fechas inscritas en las hojas…

Los reyes y reinas. Y sus hijos.

Un extenso linaje del cual Wrath era la última manifestación.

Wrath no iba a renunciar a eso. No había manera de que lo hiciera. Si se sentía impotente ahora, renunciar al trono solo contribuiría a empujarlo más hacia el abismo. Ya había perdido a sus padres demasiado temprano, pero entregarle su legado a otro sería un golpe del que nunca podría recuperarse.

Ella todavía quería tener un hijo.

Pero cuanto más tiempo pasaba allí, más se preguntaba si valía la pena, considerando que para hacerlo tenía que sacrificar al hombre al que amaba. Y ese iba a ser el resultado. Además, si lograba quedarse embarazada y tener un bebé sano, y este era varón, iba a terminar allí.

Y si era una hija, quienquiera que se casara con ella tendría que asumir el poder, y luego su hija tendría el placer de ver al hombre que amaba soportando esa obscena presión.

En todo caso, una gran herencia.

—Joder —dijo Beth entre dientes.

Ella sabía que Wrath era el rey desde que se apareó con él, pero para ella, en ese momento, ya era demasiado tarde. Estaba demasiado enamorada e, independientemente de cuál fuera el trabajo de Wrath, guardia de seguridad o el jefe supremo del Estado, Beth ya estaba perdida.

En ese momento no había pensado en el futuro. Le bastaba con estar junto a él.

Pero, vamos, si hubiese tenido aunque fuera una mínima conciencia de las implicaciones…

No. Aun así se habría puesto el magnífico vestido rojo de Wellsie y habría presenciado, muerta de miedo, la ceremonia en que grabaron su nombre en la espalda de Wrath.

En la salud y en la enfermedad. A las duras y a las maduras, por usar términos humanos.

Con hijos… o sin ellos.

Cuando Beth giró por fin sobre sus talones, enderezó los hombros y salió del estudio con la cabeza en alto. Tenía la mirada transparente, el corazón en calma y las manos firmes.

La vida no era un bufé libre en el que pudieras llenar tu plato con lo que quisieras. No podías elegir tu entrada y los acompañamientos, y luego volver a buscar más cuando quizás te quedaban todavía tres o cuatro bocados de carne y se te había acabado el puré de patata. Y, demonios, cuando pensaba en el asunto con lógica, lograr obtener el Amor Verdadero, a la par con Vivir Felices para Siempre y Tener una Vida Sexual Plena ya era demasiado.

Había buenas razones para que ellos no tuvieran hijos. Y quizás eso podía cambiar en el futuro; tal vez Xcor y los Bastardos encontraran su tumba, y la glymera cambiara de opinión, y la Sociedad Restrictiva dejara de matar a los vampiros…

Como ver cerdos volando.

O que el infierno se congelara.

O que Miley se estuviera quietecita en una silla para hacerle un favor a la sociedad.

Mientras avanzaba hacia la escalera privada que llevaba al tercer piso, Beth pensó que habría sido mejor llegar a esa conclusión antes de que Wrath hubiera ido a buscar a Tohr, pero esa era otra colisión que ella había detonado y que ya no podría deshacer.

Sin embargo, sí podía evitar que esto fuera más allá.

A pesar de lo mucho que le dolía, podía elegir otro camino y acabar con este sufrimiento de los dos.

Por Dios santo, ella no era la primera mujer en el planeta que no podía tener hijos, aunque los quisiera. Y tampoco sería la última. Y todas esas mujeres habían logrado seguir con su vida y pasar página…, y eso que ellas no tenían a su Wrath…

Él era más que suficiente para ella.

Y cada vez que pensara que no era así, se prometía ir a sentarse delante de ese escritorio… y ponerse en la piel de su hellren.

Ella no quería decepcionar a su propio padre y eso que no lo había conocido. Para Wrath, ser rey era la única manera de honrar al suyo. Y no querer someter a la nueva generación al trono era la única manera de proteger a los hijos que nunca tendría.

Los Rolling Stones tenían razón. No siempre consigues lo que quieres. Pero si tienes todo lo que necesitas…

La vida es buena.

28

–Tu primo se va a aparear.

Ese fue el saludo que lo recibió cuando Saxton atravesó las puertas hacia el estudio de su padre.

Ya estamos otra vez, pensó entonces. Y la próxima vez que hablaran, sin duda su padre le contaría que ese primo tenía ahora un hijo varón perfectamente saludable, que crecería de manera normal. Saxton supuso que ese era su «regalo» de cumpleaños: un informe sobre algún pariente que seguía el camino correcto en la vida, con subtítulos acerca de cómo él, en cambio, era una vergüenza para su linaje y un gran desperdicio de ADN para su padre.

De hecho, aquellos felices informes sobre la familia habían comenzado poco después de que su padre se enterara de que Saxton era gay, y este recordaba cada una de esas declaraciones, como si fueran horribles figuritas que desfilaran por el escenario de su memoria. Pero lo que menos le había gustado era el informe que su padre le había dado hacía un par de meses sobre un macho gay que había salido con otro gay de la especie y que había terminado en un callejón, golpeado por un grupo de humanos.

Su padre no sabía que estaba hablando sobre su propio hijo.

La paliza había sido el remate de su primera cita con Blay, y Saxton casi se muere a causa de las lesiones. No tenía sentido ir a buscar ayuda médica, pues Havers, el único médico de la raza, era un tradicionalista a ultranza, que creía que a los homosexuales no había que atenderlos. E ir a ver a un médico humano tampoco era posible. Sí, había muchas clínicas en la ciudad que estaban abiertas las veinticuatro horas, pero Saxton había necesitado de toda su energía para llegar hasta su casa, y se sentía demasiado avergonzado para llamar a alguien a pedirle ayuda.

Pero luego había aparecido Blay…, y todo cambió entonces para ellos.

Al menos por un tiempo.

—¿Has oído lo que te he dicho? —preguntó su padre.

—Me alegro por él. ¿De qué primo se trata?

—Del hijo de Enoch. Ya está arreglado. Las familias van a organizar un espectáculo hípico para celebrarlo.

—¿En su propiedad de aquí o en Carolina del Sur?

—Aquí. Ya es hora de que la raza vuelva a establecer las tradiciones en Caldwell. Sin la tradición no somos nada.

Léase: tú no eres nada, a menos de que sigas el programa.

Aunque, naturalmente, su padre envolvía sus directivas en términos mucho más académicos.

Saxton frunció el ceño cuando por fin miró a su padre. Sentado detrás de su escritorio, Tyhm parecía delgado, con su traje Ichabold Crane, cuya chaqueta le colgaba de los hombros huesudos como si fuera un manto funerario. En comparación con la última vez que lo había visto, parecía haber perdido peso y sus rasgos afilados sostenían la piel de la cara como si fueran los soportes de una tienda de campaña.

Saxton no se parecía a su padre en nada, pues la lotería genética había dispuesto para él todo lo contrario a aquel pelo negro, ojos negros, piel muy blanca y cuerpo esbelto. En cambio él y su madre eran idénticos tanto en constitución como en decoración: los dos eran rubios, de ojos grises y con un lozano color rosa en la piel.

Su padre solía resaltar lo mucho que Saxton se parecía a su mahmen y, al mirar retrospectivamente, Saxton ya no estaba seguro de que aquello fuera un elogio.

—Y ¿en qué estás trabajando ahora? —preguntó su padre, mientras tamborileaba los dedos sobre el escritorio.

Encima de la cabeza de su padre colgaba el retrato del padre de este, quien lo miraba con la misma desaprobación.

Al sentirse examinado por dos pares de ojos penetrantes, Saxton sintió la urgencia de responder a esa pregunta con la verdad: Saxton era, de hecho, el primer consejero del rey. E incluso en estos tiempos, cuando la monarquía estaba tan desprestigiada, el cargo seguía siendo muy impresionante.

En especial para alguien que reverenciaba tanto la ley como su padre.

Pero no, pensó Saxton. Por ahora se reservaría esa información.

—Sigo donde estaba —murmuró Saxton.

—Los fideicomisos y las propiedades son un campo bastante complejo. Me sorprendió que lo eligieras. ¿Quiénes son tus clientes más recientes?

—Sabes que no puedo divulgar esa información.

Su padre descartó ese comentario.

—Con seguridad no se trata de nadie que yo conozca.

—No. Probablemente no. —Saxton trató de sonreír—. ¿Y tú?

La actitud de su padre cambió de inmediato y el sutil desagrado de sus últimas palabras fue reemplazado por una máscara que tenía la capacidad reveladora de una baldosa.

—Siempre hay cosas que requieren mi atención.

—Desde luego.

Mientras padre e hijo siguieron hablando de esa manera, la conversación se mantuvo en un plano forzado e irrelevante, y Saxton se distraía por momentos toqueteando el iPhone que llevaba en el bolsillo. Tenía planeado marcharse y se preguntaba cuándo sería el momento más oportuno.

Este llegó minutos después.

El teléfono que estaba sobre el escritorio, el que había sido mandado hacer para que pareciera «antiguo», timbró con una campanilla electrónica que sonaba tan auténtica como podía sonar algo que no estaba hecho realmente de bronce.

—Me marcho —dijo Saxton y dio un paso atrás.

Su padre miró el teléfono, como si de repente hubiese olvidado cómo responder.

—Hasta luego, maric… —Saxton se contuvo. Desde que su orientación sexual había sido revelada, había un insulto peor que «cabrón», al menos cuando él lo usaba.

Al ver que su padre simplemente le hacía un gesto con la mano, Saxton sintió alivio. Por lo general, la peor parte de las visitas era la despedida. Siempre que estaba a punto de irse, su padre intentaba sin éxito hacerlo volver al buen camino y todo empezaba una vez más.

Saxton no le había contado nada a su familia y nunca había tenido la intención de que su padre se enterara de sus inclinaciones sexuales.

Pero alguien había hablado de más y Saxton estaba bastante seguro de la identidad de esa persona.

Así que, cada vez que salía de allí, revivía el día en que lo habían expulsado de esa misma casa, una semana después de la muerte de su madre. Lo habían echado sin permitirle sacar ninguna de sus pertenencias, sin dinero y sin tener un lugar donde refugiarse cuando amaneciera.

Luego se enteró de que todas sus cosas fueron quemadas en un rito celebrado en el bosque que estaba detrás de la mansión.

Otra manera de aprovechar el tamaño de la propiedad.

—Cierra la puerta al salir —le ordenó su padre.

A Saxton le alegró obedecer esa última orden y, cerrando la puerta con gran sigilo, no desperdició ni un instante lamentándose, sino que miró a izquierda y derecha y aguzó el oído.

Silencio.

Moviéndose

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