a su memoria. De hecho, Saxton tenía la sensación de que su padre en realidad no echaba de menos a su madre.
Tyhm siempre se había mostrado más interesado en la ley, incluso en asuntos relacionados con la glymera…
Saxton se quedó inmóvil y giró sobre los talones para dirigirse al fondo del salón.
A lo lejos se oían voces… y eso era muy inusual. Por lo general, la casa era tan silenciosa como una biblioteca, pues los doggen andaban de puntillas y habían desarrollado un complejo sistema de gestos con el que podían comunicarse sin perturbar a su amo.
Saxton se acercó a un segundo conjunto de puertas. A diferencia de aquellas que llevaban al vestíbulo, estas estaban cerradas.
Abrió una de las hojas y se deslizó hacia la amplia habitación octogonal donde estaban guardados los libros de su padre sobre las Leyes Antiguas, una enorme colección de volúmenes encuadernados en cuero. El techo tenía unos diez metros de altura, las estanterías eran de madera oscura y las cornisas que adornaban las puertas tenían relieves góticos, o al menos reproducciones de estos hechas en el siglo XIX.
En el centro del espacio circular había una mesa redonda inmensa, cuya superficie de mármol estaba… ¡Vaya!
Estaba cubierta de volúmenes abiertos.
Saxton levantó la vista hacia las estanterías y vio que había cerca de veinte huecos entre las casi infinitas hileras de libros.
Al oír una señal de advertencia que provenía de lo más profundo de su cerebro, Saxton mantuvo las manos en los bolsillos, pero se inclinó para leer lo que se decía en las páginas abiertas…
—Ay, por Dios…
El tema era la sucesión.
Su padre estaba investigando sobre las leyes de sucesión.
Saxton levantó la cabeza hacia el lugar de donde provenían las voces. Ahora se oían más fuertes, aunque todavía embozadas por otro conjunto de puertas cerradas.
La reunión parecía tener lugar en el estudio privado de su padre.
Lo cual era muy inusual, pues el macho nunca dejaba que nadie entrara allí. Ni siquiera permitía que sus clientes accedieran a la casa.
Esto era serio, y Saxton no era estúpido. Había un complot contra Wrath en la glymera y, obviamente, su padre estaba involucrado.
No había razón para que alguien se preocupara por la siguiente generación real si no se estuviera tratando de derrocar al rey actual.
Saxton caminó alrededor de la mesa, revisando cada página abierta. Cuanto más veía, más se preocupaba.
—Ay…, mierda —murmuró.
Esto era malo. Muy malo…
El sonido de una puerta que se abría en el estudio lo hizo reaccionar. Caminando rápidamente de puntillas, regresó al salón de las damas y volvió a cerrar silenciosamente las puertas que llevaban a la sala octogonal.
Estaba frente al cuadro de John Singer Sargent que colgaba sobre la chimenea cuando, cerca de dos minutos después, llegó el mayordomo a buscarlo.
—El señor lo recibirá ahora.
No había razón para darle las gracias. Saxton simplemente siguió el gesto de desaprobación del doggen y se preparó para otra dosis de lo mismo, pero por parte de su padre.
Por lo general odiaba ir a esa casa.
Pero no aquella noche. No, aquella noche tenía un propósito mucho más importante que evadir lo que, sin duda, sería otro perverso intento de su padre para convencerlo de que se volviera heterosexual.
‡ ‡ ‡
Purrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr.
Trez frunció el ceño al oír ese ruido. Cuando abrió un ojo, encontró a su hermano junto a su cama, con Boo, el gato negro, en sus brazos, y una expresión de desaprobación en aquellos gélidos ojos entrecerrados.
Los de su hermano, no los del gato.
—Acaso piensas pasar otra noche acostado —le dijo bruscamente iAm.
No era una pregunta, de modo que no valía la pena contestar.
Trez se sentó con un gruñido y tuvo que apoyarse en los brazos para mantenerse erguido. Al parecer, mientras que él estaba dormido el mundo había decidido armar una fiesta y el planeta daba vueltas y vueltas alrededor de su cuello.
Cuando sintió que no podía más, se dejó caer sobre la cama de nuevo.
Al ver que su hermano seguía allí, Trez entendió que ese era el canto de la sirena que lo llamaba de regreso a la realidad. Y él quería responder, de verdad que quería hacerlo. Pero no le quedaban fuerzas en el cuerpo.
—¿Cuándo fue la última vez que te alimentaste de la vena? —preguntó iAm.
Trez desvió la mirada y evitó la pregunta.
—¿Cuándo te convertiste en un amante de los animales?
—Odio a este maldito gato.
—Sí, se nota.
—Respóndeme.
El hecho de que no pudiera recordar cuándo había sido…, no, estaba en blanco.
—Enviaré a alguien —farfulló iAm—. Y luego tú y yo vamos a hablar.
—Hablemos ya.
—¿Para que después puedas fingir que no has oído nada?
Bueno, no era mala idea.
—No.
—Van a desquitarse con nuestro padre y nuestra madre.
Trez volvió a sentarse y esta vez no necesitó ayuda extra. Mierda. Debería haber esperado eso del s’Hisbe, pero…
—¿Cómo?
—¿Cómo crees? —Su hermano dejó de acariciar las orejas del gato y empezó a consentirlo debajo de la barbilla—. Van a empezar con ella.
Trez se restregó la cara.
—Por Dios. No esperaba que el gran sacerdote fuera tan…
—No se trata de él. No. Él fue la segunda persona que vino a verme esta noche.
—¿Qué hora es? —preguntó Trez, a pesar de que podía ver por la ventana que ya era de noche—. ¿Por qué no me despertaste cuando llegaste a casa?
—Lo intenté. Tres veces. Iba a pedir que me trajeran un desfibrilador si no conseguía despertarte esta vez.
—Y entonces, ¿qué dijo el gran sacerdote?
—Del que tenemos que preocuparnos es de s’Ex.
Trez dejó caer las manos y se quedó mirando fijamente a su hermano, pensando que tenía que haber oído mal.
—Perdón, ¿quién has dicho?
—No es la clase de nombre que haga falta repetir, ¿no?
—Ay, por Dios. —¿Qué diablos hacía el verdugo de la reina haciéndole una visita a su hermano? Pero, claro…—. Realmente están subiendo la apuesta, ¿no?
iAm se sentó en el borde de la cama y su peso hizo que el colchón se reacomodara.
—Estamos en un callejón sin salida, Trez. Ya no podemos fingir más, ya no podemos tratar de persuadir a nadie. Ya nos ofrecieron en su día la zanahoria; ahora van a usar el palo.
Al pensar en sus padres, Trez apenas pudo recordar sus caras. La última vez que los había visto había sido… Bueno, otra cosa más que no podía recordar. Lo que sí rememoraba con total claridad era el lugar donde vivían. Todo era de mármol. Con lámparas de oro. Alfombras de seda. Criados por todas partes. Joyas que colgaban de las lámparas para producir un efecto de destello.
Aunque el principio había sido distinto y esa era otra cosa que Trez podía recordar: había nacido en un modesto apartamento de dos habitaciones en las afueras de la corte. Un apartamento normal.
Pero que no se parecía en nada a lo que sus padres obtuvieron cuando vendieron el futuro de su hijo.
¿Y después de eso? Después de que ellos obtuvieran lo mejor de lo mejor, él, Trez, había sido enviado para que lo criaran los empleados de la reina, aislado en un cuarto todo blanco. Solo cuando él se negó a comer y beber durante varias noches le enviaron a iAm.
Y así fue como comenzó su disfuncional relación.
Desde entonces, iAm se había convertido en el responsable de que Trez siguiera con vida.
—¿Recuerdas cuándo los vimos por última vez? —se oyó preguntar.
—En aquella fiesta. Ya sabes, la fiesta para la reina.
—Ah, sí… —Sus padres estaban sentados con los Principales de la reina, que era como los llamaban. En todo el centro. Y estaban sonriendo.
No los reconocieron a él ni a iAm cuando entraron, pero eso no era inusual. Después de que lo vendieran, él se había convertido en propiedad de la reina. Y después de que iAm entrara también al servicio de la reina para facilitar las cosas, su hermano también había dejado de pertenecerles a sus padres.
—Ellos nunca se arrepintieron, ¿verdad? —murmuró Trez—. Para ellos soy solo una mercancía. Y, joder, me vendieron por un buen precio.
iAm permaneció en silencio, como siempre. Solo se quedó allí, acariciando al gato.
—¿Cuánto tiempo tengo? —preguntó Trez.
—Tienes que ir esta noche. —iAm desvió la mirada—. Más o menos ya.
—Y si no lo hago… —No había razón para contestar eso e iAm no se molestó en hacerlo: si Trez no se levantaba de esa cama e iba a entregarse, sus padres serían asesinados. O algo peor que eso.
Probablemente mucho peor.
—Pero ellos forman parte esencial del sistema —dijo Trez—. Esos dos realmente obtuvieron lo que querían.
—Entonces no vas a ir.
Una vez que pusiera un solo pie en el Territorio, nunca volvería a ver el mundo exterior. Los guardias de la reina lo iban a encerrar en aquel laberinto de pasillos, y lo dejarían allí para que él fuera el equivalente masculino de un harén, separándolo incluso de su hermano.
Y entretanto, sus padres sobrevivirían, felices.
—Ella me miró —masculló Trez—. Esa noche de la fiesta. Me miró a los ojos y me obsequió su sonrisita secreta de superioridad. Como si hubiese hecho todos los movimientos que había que hacer, y el beneficio adicional fuera que no tuvo que lidiar conmigo. ¿Qué clase de madre hace eso?
—Entonces vas a dejarlos morir.
—No.
—Entonces vas a regresar.
—No.
iAm negó con la cabeza.
—Es un asunto binario, Trez. Yo sé que estás furioso con ellos, con la reina y con mil cosas más. Pero hemos llegado a una encrucijada y solo hay dos opciones. De verdad tienes que entenderlo… Y yo voy a regresar contigo.
—No, tú te vas a quedar aquí. —Cuando su confundida cabeza trató de considerar las variables, su cerebro empezó a chisporrotear—. Además, yo no voy a ir.
Mierda, necesitaba alimentarse de la vena para poder lidiar con esto.
—Joder, esa sangre humana es una porquería —farfulló, mientras se frotaba las sienes, como si eso pudiera encender de nuevo su inteligencia—. ¿Sabes qué? De verdad que ahora no puedo hablar de esto. Y no porque quiera joderte la vida. Realmente no puedo pensar.
—Enviaré a alguien. —iAm se puso de pie y se dirigió a la puerta que separaba sus habitaciones—. Y luego tendrás que tomar una decisión. Tienes dos horas.
—¿Me vas a odiar? —preguntó de repente Trez.
—¿Por ellos?
—Sí.
Pasó un largo rato antes de que Trez obtuviera una respuesta. Y el gato dejó de ronronear cuando la mano de iAm se quedó quieta.
—No lo sé.
Trez asintió.
—Me parece justo.
La puerta se cerró y su hermano ya debía de estar lejos cuando a Trez se le ocurrió algo:
—Pero no Selena —gritó—. ¡iAm! ¡Selena no, por favor!
Si no se fiaba de sí mismo con ella cerca en una buena noche, lo último que necesitaba era que viniera justo ahora.
27
Cuando Wrath golpeó la puerta que tenía frente a él, no sabía qué demonios estaba haciendo. Tal vez tuviera suerte y no hubiese respuesta.
Necesitaba más tiempo antes de hacer algo como esto…
Pero nada. La puerta se abrió y una voz profunda dijo:
—Hola. ¿Qué pasa?
Mientras trataba de pensar en una manera de responder, Wrath cerró los ojos tras sus gafas de sol.
—Z…
—Sí, hola. —El Hermano se aclaró la voz. Lo cual intensificó el silencio más que ninguna otra cosa—. Sí. Hola. ¿Sucede algo?
De repente, como si el universo le diera una patada en las pelotas, se oyó el llanto de un bebé.
—Ah, escucha, justo estaba levantándola. ¿Te importa?
Wrath se pasó una mano por el pelo.
—No, no, está bien.
—¿Quieres que pase más tarde por tu despacho?
Wrath se preguntó cómo sería aquella habitación y se imaginó el espacio tal como Beth se lo había descrito. Lleno de cosas. Acogedor. Feliz.
Rosa.
Nada parecido a un lugar en el que Z hubiese querido estar antes de conocer a Bella.
—¿Wrath? ¿Qué sucede?
—¿Te