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  2. El rey
  3. Capítulo 44
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su padre y se lanzó sobre el teléfono que estaba en una de las mesillas auxiliares.

—Sí. ¿Sí? ¿Sí…?

—Hola.

Al oír aquella voz profunda, Beth se dejó caer sobre la cama, apretando el teléfono entre el puño y contra la oreja, como si de esa manera pudiera traer a su hombre hasta ella.

—Hola. —Beth cerró los ojos y no se molestó en contener las lágrimas—. Hola.

Los dos tenían la voz ronca.

—Hola.

Hubo un largo silencio, lo cual estuvo bien. Aunque él estaba en casa y ella ahí, era como si se estuvieran abrazando.

—Lo siento —dijo él—. De verdad lo siento.

Ella dejó escapar un sollozo.

—Gracias…

—Lo siento. —Él dejó escapar una risita—. No estoy muy elocuente, ¿verdad?

—No pasa nada. Yo tampoco me siento muy elocuente… Solo estaba soñando contigo, creo.

—¿Una pesadilla?

—No. Te echaba de menos.

—No lo merezco. Tenía miedo de llamar a tu móvil, en caso de que no contestaras. Pensé que si había alguien contigo, tal vez le pedirías a esa persona que contestara y… Sí, lo siento.

Beth soltó el aire con fuerza y se acomodó contra las almohadas. Luego cruzó las piernas a la altura de los tobillos y miró las fotografías de la rodeaban.

—Estoy en su habitación.

—¿Sí?

—Sí, no hay teléfono en la que tú utilizabas.

—Dios, ha pasado mucho tiempo desde la última vez que estuve en esa casa.

—Lo sé. Me trae muchos recuerdos.

—Me imagino.

—¿Cómo está George?

—Te echa de menos. —Se oyó un golpe sordo, como si Wrath estuviera dándole palmaditas al perro—. Está aquí conmigo.

La buena noticia era que los temas neutrales eran la mejor manera de meter los pies en el agua, mientras llegaban a la zona más profunda.

—¿Supiste lo de John? —preguntó ella, mientras jugueteaba con el borde de su camisa—. Supongo que ya te habrán contado que todo salió bien en el centro médico.

—Ah, sí, no. En realidad he estado… un poco ausente.

—Ya, te he llamado hace un rato.

—¿De veras?

—Sí. Tohr dijo que estabas durmiendo. ¿Por fin pudiste descansar?

—Ah…, sí.

Cuando Wrath se volvió a quedar callado, el silencio fue preparatorio, como una cuenta atrás antes de sumergirse en las profundidades. Y, sin embargo, Beth no sabía bien cómo plantear el tema, qué decir, cómo…

—No sé si alguna vez te he contado cosas sobre mis padres —dijo Wrath—. Aparte de la forma en que fueron…

Asesinados, terminó de decir mentalmente Beth.

—Eran la pareja ideal, por usar un término humano. Me refiero a que, aunque yo era pequeño, recuerdo verlos juntos y la verdad es que, cuando ellos murieron, yo me imaginé que esa clase de amor había muerto con ellos. Como si fuera un amor único o algo así. Pero luego te conocí.

Beth sentía lágrimas calientes rodando por sus mejillas, algunas de las cuales caían sobre la almohada, mientras que otras se deslizaban hacia sus orejas. Entonces agarró un Kleenex y se las secó sin hacer ruido.

Pero él sabía que ella estaba llorando. Tenía que saberlo.

La voz de Wrath se volvió más tenue, como si le costara trabajo seguir hablando.

—Cuando me dispararon hace un par de meses y Tohr y yo regresábamos a toda prisa desde la casa de Assail, yo no tenía miedo a morir ni nada parecido. Obviamente, sabía que la herida era grave, pero ya antes había pasado por situaciones difíciles. Y yo sabía que iba a salir adelante… porque nadie ni nada me iba a alejar de ti.

Mientras sostenía el teléfono con el hombro, Beth dobló el pañuelo de papel en cuadrados exactos.

—Ay, Wrath…

—Cuando pienso en la idea de que tengas un hijo… —La voz de Wrath se quebró—. Yo…, yo…, yo… Ay, joder, sigo tratando de buscar las palabras, pero simplemente no las encuentro, Beth. Sencillamente no tengo palabras. Yo sé que tú quieres intentarlo, eso lo entiendo. Pero tú no has pasado cuatrocientos años viendo y oyendo historias sobre vampiras que han muerto al dar a luz. No puedo, sencillamente no puedo quitarme de la cabeza esa idea. Y el problema es que soy un macho enamorado, así que aunque quisiera darte lo que deseas, hay una parte de mí que no va a atender a razones. Sencillamente no querrá hacerlo, no cuando se trata de poner en riesgo tu vida. Ojalá yo fuera distinto, porque esto me está matando, pero no puedo cambiar de posición.

Beth se inclinó hacia un lado y sacó otro pañuelo de la caja.

—Pero ahora contamos con la medicina moderna. Tenemos a la doctora Jane y…

—Además, ¿qué haríamos si el niño nace ciego? ¿Qué pasaría si hereda mis ojos?

—Lo querría igual, eso te lo puedo asegurar.

—Pero tienes que preguntarte a qué lo estaríamos exponiendo desde el punto de vista genético. Yo he logrado arreglármelas en la vida, sí. Pero ¿acaso crees que pasa un instante sin que no eche de menos el sentido de la vista? Me despierto junto a la hembra que amo y no puedo ver tus ojos en la noche. No sé cómo estás de guapa cuando te arreglas para mí. No puedo ver tu cuerpo cuando estoy dentro de ti…

—Wrath, pero tú haces tantas…

—¿Y sabes qué es lo peor? Que no puedo protegerte. Ni siquiera salgo de la casa, y eso sucede tanto por causa de mi maldito trabajo como por la ceguera. Ah, y no te engañes. Legalmente, si tuviéramos un hijo varón, él tendría que sucederme. No tendría alternativa, así como yo no la tuve. Y tú sabes cuánto odio esto. Odio cada noche de mi vida. Por Dios, Beth, detesto levantarme de la cama, detesto ese maldito escritorio, odio las proclamas y toda esa mierda y el hecho de estar confinado en la maldita casa. Lo odio.

Dios, Beth sabía que Wrath no era feliz, pero no tenía ni idea de que su hastío fuese tan profundo.

Pero, claro, ¿cuándo había sido la última vez que habían hablado así? La tortura del trabajo diario, sumada al estrés de la Pandilla de Bastardos y toda esa mierda…

—No lo sabía —dijo ella y suspiró—. Me refiero a que sabía que no eras feliz, pero…

—No me gusta hablar de esto. No quiero que te preocupes por mí.

—Pero yo me preocupo de todas formas. Sé que has estado bajo presión… y quisiera poder ayudarte de alguna manera.

—Ese es el problema. No hay manera de ayudarme, Beth. Nadie puede hacer nada por mí… E incluso si disfrutara de una vista perfecta y los riesgos del embarazo no fueran graves, aun así no querría transmitirle esta mierda a la siguiente generación. Es una crueldad que no le haría a alguien a quien odiara y mucho menos a mi propio hijo. —Wrath se rio con sarcasmo—. Demonios, debería dejar que Xcor se quedara con el maldito trono. Que se pudriera en él.

Beth negó con la cabeza.

—Lo único que quiero es que seas feliz. —En realidad, eso no era cierto—. Pero no puedo mentir. Te amo, y sin embargo…

Joder, tenía que hacer un esfuerzo por expresar sus sentimientos.

Wrath lo había hecho.

—Casi no puedo explicarlo. —Beth cerró el puño sobre su corazón—. Siento una especie de vacío en el centro del pecho. Y ese vacío no tiene nada que ver contigo ni con lo que siento por ti. Es algo dentro de mí, como un interruptor que se ha encendido, ¿sabes? Y quisiera poder expresarlo mejor, pero es difícil de describir. Ni siquiera sabía lo que era… hasta una de esas noches en que Z y Bella se fueron a nuestro apartamento de Manhattan y yo me quedé cuidando a la bebita. Estaba en la habitación de ellos, con Nalla dormida en mi regazo y no dejaba de mirar todas las cosas que había a mi alrededor. El cambiador, los móviles, la cuna…, todos los pañitos y los biberones y los chupetes. Y entonces pensé: yo también quiero tener todo eso. Los pañales y los patitos de hule y la ropa. La caca y el olor del jabón de bebé, el llanto y los gorjeos, las chaquetitas rosas y azules…, todo. Y debes saber que no le di rienda suelta a ese pensamiento. Más bien lo contuve. Era tan extraño que pensé que sería una fase, una ilusión pasajera que se me iba a pasar pronto.

—¿Cuándo…? —Wrath se aclaró la garganta—. ¿Hace cuánto fue eso?

—Hace más de un año.

—Maldición.

—Como te dije, llevo un tiempo pensando en esto. Y creí que ibas a cambiar de opinión. Yo sabía que no era una prioridad para ti. —Beth trató de ser diplomática en esto—. Pensé que…, bueno, ahora que lo digo en voz alta, me doy cuenta de que nunca hablé contigo del asunto. Sencillamente no ha habido tiempo.

—Lo siento. Sé que ya me he disculpado, pero… joder.

—No pasa nada. —Beth cerró los ojos—. Y yo entiendo lo que sientes. He visto cómo todas las noches desearías estar en otro lugar.

Hubo otro largo silencio.

—Hay algo más —dijo Wrath después de un rato.

—¿Qué?

—Creo que vas a entrar en tu periodo de fertilidad muy pronto.

Aunque Beth abrió la boca con asombro, en el fondo de su cerebro se encendió una luz.

—¿Cómo…, cómo lo sabes?

Los cambios repentinos de estado de ánimo. El deseo imperioso de comer chocolate. La ganancia de peso…

—Mierda —dijo ella—. Yo, ah…, mierda.

‡ ‡ ‡

Yyyyyyy eso parecía resumirlo todo, pensó Wrath mientras se acomodaba en la silla de escritorio de la biblioteca. A sus pies, George estaba acostado en la alfombra, con la cabeza apoyada sobre una de las botas de Wrath, como ofreciéndole su apoyo.

—No estoy seguro —dijo Wrath y se frotó la sien—. Pero, como compañero tuyo, siento el efecto tan pronto como tus hormonas empiezan a fluir. Siento que la sangre corre por mis venas con mayor ardor, mis emociones se vuelven más fuertes, estoy cada vez más irritable. Mira, ahora que no estás en casa, tengo más control de mí mismo del que he tenido en las últimas dos semanas. Pero cuando estábamos discutiendo, estaba como loco.

—Dos semanas…, ese es más o menos el tiempo que llevo visitando a Layla. Y, sí, todo eso que dices es cierto.

—Ahora bien —dijo Wrath y levantó el índice, como si quisiera hacer énfasis en lo que iba a decir, aunque estuviera solo—, con esto no estoy buscando justificar mi comportamiento. Es solo para darte el contexto. Al hablar contigo por teléfono puedo mantener el control y explicarme mejor. Pero cuando estás conmigo… De verdad, esto no es una excusa y mi intención no es echarte a ti la culpa, pero me pregunto si tus hormonas no han tenido algo que ver en esto.

Wrath se inclinó hacia un lado y puso la mano sobre el perro, de forma que George levantó la cabeza y lo lamió. Mientras acariciaba el pecho de George, Wrath subía y bajaba la mano hasta las patas del animal.

—Dios, Wrath, al ver que no estaba contigo cuando me desperté ahora…

—Es horrible, lo sé. A mí me ha pasado lo mismo, o tal vez incluso peor. Porque no estaba seguro de si lo había arruinado todo.

—No, no es así. —Se oyó un ruido, como si Beth se estuviera acomodando en la cama—. Y supongo que yo sabía que desde hace un tiempo venimos trabajando como en paralelo. Pero simplemente no había entendido todo el tiempo que hemos perdido… y tampoco otras cosas. Ir a Manhattan, escaparnos juntos, hablar así. Ha pasado un tiempo desde la última vez que hicimos todo eso.

—Sinceramente, esa es otra de las razones por las cuales no quiero tener hijos. En estas circunstancias, apenas puedo sentirme conectado contigo, de modo que no tengo nada que ofrecerle a un bebé.

—Eso no es

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