volvió a repetir aquel gesto en que trataba de tocarla y se arrepentía—. Necesitas…, estás herida y no podemos permitir que tu abuela te vea en ese estado.
—Ah, claro. —Jesús, había olvidado que estaba medio desnuda y herida y que necesitaba una buena y larga ducha—. Gracias.
—Pero este no puede ser el sitio —masculló el conductor.
Assail miró por el parabrisas y pareció enfurecerse, como si las cosas no estuvieran saliendo como esperaba.
—Acércate a esa caja.
Al acercarse a lo que parecía una casa de madera para pajaritos, montada sobre un frágil poste, el conductor bajó la ventanilla…
De pronto salió de allí una voz que dijo:
—Ya te veo. Cruza la reja.
Como por arte de magia, aquella puerta a punto de caerse se abrió de par en par, con suavidad y de manera silenciosa.
La carretera que seguía estaba llena de nieve, pero en perfectas condiciones. Y un poco más adelante llegaron a otra puerta. Esta parecía menos desvencijada y también más alta, hecha de una malla metálica oxidada, pero más sólidamente fijada a los postes que la sostenían. Esta vez no se detuvieron, pues la puerta se abrió ante ellos y los dejó seguir.
De manera que eso hicieron.
A medida que avanzaban, el sistema de puertas parecía cada vez más nuevo e imponente, hasta que llegaron a algo que recordaba a una instalación del gobierno: columnas de cemento tan grandes como las que sostenían los puentes de Caldwell sostenían un panel metálico de seguridad del tamaño de un tablón. Y a cada lado de aquella puerta se extendía una muralla de más de tres metros de alto, con alambre de púas encima y carteles que advertían a los intrusos de que no debían cruzar más allá.
Parecía Parque Jurásico, pensó Sola.
—Impresionante —dijo el conductor, arrastrando las sílabas.
Al igual que había sucedido con las otras entradas, esta vez las puertas se abrieron antes de que pudieran detenerse ante el panel de seguridad, con su teclado, su altavoz y su equipo de vigilancia.
—¿Esto es… una base del ejército? —preguntó Sola entre dientes.
Quizás Assail era un policía encubierto. En cuyo caso…
—¿Acaso necesito un abogado? —preguntó.
—¿Para qué? —Assail mantenía los ojos fijos en lo que tenían delante, como si él fuera al volante.
—¿Acaso vas a arrestarme?
Assail volvió la cabeza enseguida con cara de desconcierto.
—¿De qué estás hablando?
Sola se relajó en la silla. Si él estaba mintiendo, merecía un Oscar. Y si no, bueno, tal vez esta era la manera en que Dios estaba respondiendo a sus plegarias: una solución que garantizaba que ella dejara aquella vida era, ciertamente, entregarla al sistema judicial.
El túnel subterráneo en el que entraron en ese momento era digno de una gran ciudad, con sus luces fluorescentes y su línea amarilla pintada por el centro, y al final descendía en un ángulo empinado.
—¿Estamos en Caldwell? —preguntó ella.
—Sí.
Assail se recostó e, iluminados ahora por las luces del túnel, Sola vio cómo metía la mano derecha en el bolsillo de su parka.
Sola frunció el ceño.
—¿Acaso estás…, por qué estás empuñando un arma?
—Estando contigo, no confío en nadie más que en mí mismo. —Assail se volvió hacia ella—. Le prometí a tu abuela que regresarías a su lado ilesa y soy un hombre de palabra. Al menos en eso.
Cuando sus ojos se encontraron, Sola sintió una extraña sensación en el pecho. En parte era miedo y eso la confundió. Con la situación que acababa de pasar, lo mejor era que su salvador estuviera armado y dispuesto a usar la cuarenta milímetros que llevaba en el bolsillo.
Pero la otra parte era… algo que prefería no mirar con mucho detalle.
El túnel terminaba en un estacionamiento que le recordó a Sola a aquel que estaba debajo del Caldwell Arena: de techos bajos, con muchos espacios libres y una elevación que desaparecía en el rincón y que sugería que tenía varias plantas.
—¿Dónde estamos? —preguntó ella, mientras llegaban hasta una puerta cerrada.
A modo de respuesta, la puerta se abrió de par en par y del interior salió un equipo médico completo, con médicos, enfermeras, camilla y todo lo demás.
—Gracias, Virgen Escribana —masculló Assail.
Oh…, mierda. Los médicos no estaban solos, sino acompañados por tres hombres enormes: un rubio con cara de estrella de cine, un militar con el pelo cortado a cepillo y una expresión tan dura como la de un carnicero y luego un refuerzo completamente aterrador, que tenía el cráneo afeitado y una cicatriz que le recorría la mejilla y llegaba hasta la boca.
No, esto no era el gobierno de los Estados Unidos.
No, a menos de que existiese un departamento secreto de matones.
Assail abrió su puerta.
—Quédate en el coche.
—No te vayas —le dijo Sola con aprensión.
Assail la miró y dijo:
—No tengas miedo. Me deben un favor.
Entonces su salvador volvió a estirar el brazo y esta vez no se contuvo. Le acarició la mandíbula con tanta delicadeza que, de no haberlo visto hacerlo, Sola no se habría dado cuenta.
—Quédate.
Y luego se fue, cerrando la puerta con fuerza. A través del cristal oscurecido, Sola vio a un cuarto hombre que salía del pasillo iluminado y que ciertamente no parecía un contable. Con un abrigo de piel que llegaba hasta el suelo y un bastón, estaba vestido como un proxeneta de la vieja guardia, con una cresta en la cabeza y una sonrisa llena de cinismo que cuadraba perfectamente con el resto.
El hombre y Assail se estrecharon la mano con un movimiento coordinado a la perfección y permanecieron así mientras intercambiaban unas palabras.
Había algún problema. Assail empezó a fruncir el ceño y luego pareció abiertamente contrariado. Pero cuando el de la cresta se encogió de hombros y adoptó una actitud inamovible, Assail finalmente entregó su pistola y dejó que lo registraran en busca de más armas. Y solo después de que sus hombres se sometieran al mismo tratamiento, el proxeneta les hizo una señal a los médicos para que se acercaran al vehículo.
Cuando estaban a punto de abrir la puerta, Sola sintió un ataque de pánico que la hizo subirse el saco de dormir hasta la mandíbula…
La mujer que metió la cabeza en el coche era atractiva, con el pelo rubio y corto y ojos de color verde oscuro.
—Hola. Soy la doctora Jane. Me gustaría examinarte, si me lo permites.
Hablaba con un tono neutral. Amable. Tranquilo.
Sin embargo, Sola no pudo moverse ni responder.
Al menos no hasta que Assail apareció detrás de la doctora.
—No pasa nada, Marisol. Ella cuidará de ti.
Sola se sorprendió mirando a Assail a los ojos durante un largo rato. Y cuando se sintió satisfecha con lo que vio, murmuró:
—Está bien. Está bien…
Y ahí fue cuando por fin dejó de temblar.
‡ ‡ ‡
Assail no estaba muy contento con la idea de haber tenido que entregar las armas, pero Rehv se lo había dejado muy claro: o bien él y sus primos entraban desarmados o la hembra humana no sería atendida.
Era la única circunstancia en que Assail aceptaría quedar tan vulnerable y por eso detestaba toda la situación. Pero era necesario.
—Y su nombre es Marisol —se oyó decir, cuando la doctora rubia empezó a hablar en voz baja—. Sola.
Assail podía sentir cómo lo observaba Rehv desde la izquierda y el leahdyre del Consejo no era el único que lo miraba. Los tres Hermanos que estaban vigilando eran demasiado profesionales para mostrar lo que pensaban, pero Assail podía sentir que se estaban preguntando por qué había aparecido él en su puerta con una humana. Que, además, estaba herida. Y por quien incluso estaba dispuesto a entregar sus armas.
—No, quédate ahí, Marisol. Nosotros iremos por el otro lado. —La doctora sacó la cabeza del coche y le hizo una señal a su equipo—. Las constantes vitales están bajas, pero estables. Tiene una herida de bala en el muslo derecho. Posible conmoción cerebral. Debemos estar atentos. Puede haber sufrido otros traumas de los que no quiera hablar.
Assail sintió que la sangre se le bajaba a los pies, pero no dejó que esa sensación lo venciera…
—Tú —dijo con voz contundente—. Atrás.
El macho —ay, por Dios, ¿realmente era un humano?— frenó en seco.
La médica que parecía estar al mando dijo entonces:
—Este es mi colega, el doctor Manello. Él es…
—No debe tratarla —dijo Assail, al tiempo que enseñaba sus colmillos—. Ella está desnuda de cintura para abajo.
Assail tuvo la sensación de que, al oír eso, todo el mundo se quedó inmóvil y lo miró. También sintió un aroma que entró de repente en escena. Pero Assail no se detuvo a pensar en eso, sino que miró fijamente al hombre, listo a abalanzarse sobre su garganta si este seguía quieto detrás del todoterreno.
El tío levantó entonces las manos como si le estuvieran apuntando con un arma y dijo:
—Vale, vale. Tranquilízate. ¿Quieres que me vaya? Pues me voy.
El hombre se hizo a un lado con los Hermanos, mientras sacudía la cabeza, pero sin decir nada.
La doctora agarró a Assail del brazo.
—Solo vamos a acostarla en la camilla. ¿Por qué no vienes conmigo? Puedes observarlo todo y permanecer cerca.
Assail se relajó un poco y se aclaró la garganta.
—Eso haré. Gracias.
De hecho, hizo mucho más.
Cuando la doctora abrió la puerta de Marisol, Assail se impresionó al ver la forma en que su mujer se echó hacia atrás, como si tuviera miedo, y luego clavó sus ojos en él.
—¿Quieres que te ayude a bajar? —se apresuró a preguntar antes de que el equipo médico pudiera moverse.
—Sí, por favor.
Assail se sintió muy bien cuando todo el mundo se hizo a un lado y fue él quien se encargó de Sola. Tomándola en sus brazos, tuvo cuidado de envolverla bien entre el saco de dormir para que no quedara expuesta…
La aprensión que ella trató de contener lo hizo sentir enfermo, pero tenía que sacarla de allí y, después de que se incorporaran, Sola pareció acomodarse mejor entre sus brazos, al tiempo que recostaba la cabeza en su hombro y se quedaba quieta.
—Yo la llevaré dentro —le dijo entonces Assail a la doctora.
—Probablemente sea mejor que… Ah, está bien. —La rubia levantó las manos al ver que Assail volvía a enseñar los colmillos—. Está bien. Solo sígueme.
El Hermano Rhage fue al primero que se encontró en el pasillo y los otros dos dieron un paso atrás, mientras conformaban la retaguardia junto con sus primos.
Assail caminó con tanta delicadeza como pudo, mientras sentía cómo ella inhalaba a veces con fuerza, o se contraía toda, como si la acosaran dolores terribles que él empezó a sentir directamente en su propio cuerpo.
Mientras avanzaban, pasaron junto a una fila aparentemente interminable de habitaciones, algunas de las cuales examinó. Por lo que podía ver, se trataba de aulas de clase, una oficina desocupada…, algo que recordaba a una sala de interrogatorios. Justo cuando empezaba a pensar que debían de estar a punto de cambiar de estado, la médica se detuvo por fin y le indicó la entrada a una sala de exploración.
La camilla que había en el centro de la sala se hallaba debajo de una lámpara que colgaba del techo y, cuando empezó a poner a Marisol sobre la superficie acolchada y cubierta con una sábana, Assail se alegró de que la doctora no hubiera encendido aún la lámpara. Todo parecía ya demasiado luminoso en aquella sala de paredes de azulejo y muebles de acero inoxidable entre los que había una mesita con ruedas llena de instrumentos que parecían amenazantes, aunque se suponía que eran de gran ayuda cuando se encontraban en las manos adecuadas.
Querida Virgen del Ocaso, sentada allí, Sola parecía completamente gris a causa del dolor y el cansancio. Tenía